Sueño de un pasado
—Nathia, pequeña, despierta... es hora de irme —decía un hombre anciano mientras despertaba a una pequeña niña que dormía profundamente—. ¿Nathia no te despedirás de tu abuelo? —volvió a intentar despertarla, pero la niña sólo dormía—. ¡Ah sí, es cierto que te encanta dormir!, ¡Ya sé! Te dejaré mi diario, el que tanto te gusta leer, mis notas y apuntes del mundo opuesto. Adiós mi pequeña, te veré en un par de días.
2 días después.
—¡Yujikah! ¡Abuelo regresaste! —abrazó la pequeña niña a su abuelo, la pequeña usó una expresión muy característica de la lengua de Sounhir, Yujikah era una expresión de saludo que demostraba alegría al ver a alguien a quien se extrañaba mucho—. Me trajiste algo del mundo opuesto ¿Verdad?
—¡Yujikah mi pequeña! —respondió el anciano, abrazando a la pequeña Nathia—. ¡Por supuesto! Está en mi mochila.
—¿Qué es abuelo?
—Es un collar para mi pequeña —dijo el anciano sacando un collar de plata con una campanita en el centro—. ¿Te gusta?
—¡Si! ¡Gracias abuelo!
Recuerdo aquel día, mi abuelo había regresado de su viaje al mundo opuesto, siempre tenía una expresión de felicidad en su rostro, siempre que me hablaba sonreía, a pesar de todo él siempre sonreía.
—¿Qué traes ahí abuelo? ¿Es otro libro? —preguntó la pequeña Nathia—. ¿Puedo verlo?
—¿Eh? Sí, por supuesto que puedes verlo, son los dibujos que hice del mundo opuesto.
Ese libro fue algo especial para mí, tenía paisajes que nunca había visto en Sounhir, montañas, praderas, animales que no conocía, e incluso casas. Cada vez que mi abuelo viajaba añadía nuevos dibujos, y me explicaba que eran. Me fascinó el mundo opuesto, y en algún momento también quise explorarlo.
Mi abuelo pasaba más tiempo explorando el mundo opuesto, de lo que lo había hecho antes, y semana tras semana lo noté más inquieto, pero él siempre me sonreía, evitaba preocuparme, ante todo; hasta que un día supe la verdad, la verdad de mi mundo.
—Abuelo, estaba pensando... —dijo Nathia golpeando el suelo suavemente con la punta de uno de sus zapatos.
—Dime mi pequeña.
—¿Puedo acompañarte al mundo opuesto? ¡Quiero conocer el mundo de tus dibujos!
—Lo siento pequeña, pero aun no conozco todos los peligros de ese mundo, y hasta que no encuentre un lugar seguro no podrás acompañarme.
—¿Por qué buscas un lugar seguro? Sounhir es muy seguro —dijo Nathia mirando afuera por aquella ventana ovalada.
Entonces mi abuelo se puso a llorar, no recuerdo si antes lo vi hacerlo, pero me sorprendió mucho en ese instante, creo que por primera vez conocí un rostro diferente en mi abuelo. Y me contó la verdad, la que los padres ocultaban a sus hijos en Sounhir, la verdad disfrazada de leyenda que usaban algunos para contar historias de terror en los campamentos, la verdad que era broma para los que no creían en ella, la verdad que en más de una ocasión escuché y no supe que era verdad.
Existía una leyenda muy famosa en Sounhir, hablaba de gigantes que venían a Sounhir y destruían todo, y se llevaban las cosas de valor que encontraban. Todos nos asustamos con esa historia alguna vez, pero nadie nos dijo que era verdad, hasta ese momento en que mi abuelo me lo dijo, yo tenía 156 lunas, que son 13 años en el mundo opuesto.
—Perdón mi pequeña por esconderte esto por tantos años, quería librarte de esta verdad, esperaba encontrar un nuevo lugar en el mundo opuesto para que todos nosotros podamos empezar de nuevo —dijo el abuelo de Nathia intentando secar sus lágrimas.
—Entonces, ¿Las leyendas y esos cuentos siempre fueron verdad?
—Hay una regla en Sounhir que los niños no conocen, y es la de ocultar este hecho hasta que ellos sean grandes, o hasta antes que los gigantes vuelvan. Por eso disfrazamos la historia de cuentos y leyendas.
—Entonces, ¿Cuándo volverán? —preguntó Nathia asustada.
—Pronto mi pequeña, por eso debo encontrar un lugar en el mundo opuesto para que estemos a salvo, nosotros y todo Sounhir.
—Creí que este era el lugar más seguro que podía haber, nunca he visto un gigante, ni siquiera los puedo imaginar.
—La última vez que los gigantes vinieron a Sounhir, tú eras muy pequeña y tus padres te llevaron lejos para que estés a salvo, viviste con ellos en ramas de árboles Coukín por un tiempo, por eso nunca los viste.
No esperaba que mi mundo de fantasía acabara ese día. Sólo podía pensar en que haría esta vez, y que pasaría cuando ellos volvieran, los gigantes de las leyendas.
—No te pongas triste mi niña, que no todo está perdido, ¿Recuerdas el bosque de árboles Coukín de Sounhir? —dijo el abuelo sacando otro libro que Nathia nunca había visto—. Ese será nuestro nuevo hogar, Sounhir volverá a crecer y esta vez los gigantes no nos alcanzarán...
Mi abuelo me mostró un libro con un montón de planos y dibujos, tenía detallados los diseños y procesos de construcción de una ciudad completamente diferente a la que alguna vez hubiera imaginado, incluso totalmente diferente a los dibujos del mundo opuesto. Una ciudad construida en las ramas de los arboles gigantes Coukín, y puentes colgantes que iban a todas partes, como si fueran pasarelas suspendidas en el aire, y otras cosas que en su momento no entendí para que servían.
—Mi niña esta es Sounhir, la ciudad que tus padres imaginaron, la ciudad que nos salvará de los gigantes, todo lo que ves en estos dibujos los hizo tu madre y los diseños tu padre, y ahora a unos cuantos kilómetros en el bosque se encuentra esta nueva Sounhir, el nuevo hogar de nuestra gente.
Aquel lugar me parecía increíble por los dibujos y más increíble fue cuando vi aquella ciudad, no se permitía el paso a cualquiera, pero el padre de Erthim nos llevó a verla junto con su hermano menor Kauth. La ciudad aún estaba en construcción, y todavía no podía ser habitada, el lugar me impresionó.
Creí que ese era el día más feliz de mi vida, pero...
Aquella tarde cuando regresábamos a la ciudad, vi aquella escena que nunca jamás olvidaría, las ruinas de mi ciudad. Me di cuenta que ya no tenía casa, sólo había fuego por todas partes, vecinos y amigos gritando y llorando. No sabía ni en qué lugar se encontraba mi casa, cuál de todos esos escombros eran mi hogar.
Caminé por instinto, donde creí que estaría mí casa, tropecé con un estante de libros que se me hicieron familiares, alcé uno y era el diario de mi abuelo, las notas del mundo opuesto, y más adelante, a pocos metros, mi abuelo. Fue la última vez que lo vi.
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