Máscaras

—¿Nathia? ¿Estás despierta? —preguntó Leya sacudiendo el hombro Nathia.

—Sí, ya voy abuelo, me estoy levantado... —respondió Nathia entre balbuceos.

—¿Qué? Nathia no soy tu abuelo, despierta, creo que tenemos problemas.

—¿Eh? ¿Qué ocurre? ¿Leya? ¿Qué haces aquí? —Nathia miró a su alrededor y no reconoció absolutamente nada— Esto... no es Sounhir ¿Verdad?

—Ojalá y lo fuera, creo que no fue buena idea dormir aquí —dijo señalando a un grupo de misteriosas personas, o bueno, lo que sean. Eran algo altos, rondando los dos metros de altura, tenían túnicas azules y máscaras de color blanco y un poco alargadas, con trazos de diferentes colores que enfatizaban diferentes emociones, entre ellas: sorpresa y seriedad, los dedos de sus manos eran bastante delgados y un poco más largo de lo habitual, no se podía ver nada más de ellos, las túnicas los cubrían completamente.

—¿Hola? —dijo Nathia intentando mostrarse lo más amistosa posible, con una sonrisa bastante exagerada y poco creíble.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Qué quieres que haga? Creo que están enojados.

—Y eso por qué será.

—Bien... —dijo uno de ellos interrumpiendo la pequeña discusión de las dos sounhirs—. Si ya acabaron con su plática, dejen que me presente. Mi nombre es Tobilius Menek, y soy dueño de todo lo que ven, incluyendo... —hizo un pequeño gesto con el índice de una mano, señalando donde se encontraban ellas—, esas camas.

—¡Uy! Perdone usted —dijo Nathia levantándose rápidamente, Leya también la siguió y ambas quedaron de pie junto a las camas.

—Bien, bien, ahora que quedó claro ese detalle... —dio dos palmadas con las manos e inmediatamente otro de estos personajes entró a la habitación, llevaba una túnica amarilla y una máscara con una expresión de alegría—. Mandith, por favor lleva a estas dos señoritas a cambiarse de atuendo, el olor de sus ropas está mareando a mis discípulos.

Nathia y Leya trataron de oler disimuladamente sus ropas, mientras disimulaban con una sonrisa ante su anfitrión.

—Por favor, por aquí —se oyó de una voz femenina que las condujo fuera de la habitación—. Por cierto, mi nombre es Mandith, pero eso ya lo saben del señor Menek, supongo —avanzaron por un pasillo bastante largo, tenía una alfombra de color verde con bordados de color dorado, el techo era de cristal en forma de arco, y se podía ver varias cascadas cayendo encima, dando la sensación de estar bajo el agua—. Estuvieron mucho tiempo dormidas, hace una hora empezaron a correr las apuestas para ver en cuanto tiempo despertaban.

—¿Apuestas? —preguntó Leya.

—Sólo los amos y sus discípulos, a los encargados de la limpieza y el té no se les permite apostar.

Desde aquel corredor se podía ver que el agua de esas cascadas también brillaba con un ligero tono azul, iluminando en parte el recorrido, acompañado de las farolas que estaban adentro, las cuales brillaban con un suave tono verde, casi tendiendo al azul.

—¡Este lugar es impresionante! —dijo Nathia dando varias vueltas mientras caminaba, apreciando cada detalle.

—Muchas gracias, esta pequeña ciudad fue construida por la familia del señor Menek, hace varios siglos.

—Ustedes son... —trató de preguntar Leya, sin saber cómo decirlo.

Kériobos, si te refieres a eso.

—¿Kériobos? Nunca oí ese nombre en Mélgorad —dijo Nathia.

—Pocos saben de nuestra existencia, sobre todo en esta parte de Mélgorad.

—¿A qué te refieres?

—Somos de otra región, una, muy alejada.

—No me digas que...

—¿Son del sur del Mélgorad? —interrumpió Leya.

—No precisamente. Lerúa.

—¡¿Qué?! ¿Lerúa? ¿Te refieres a Lerúa, otra de las Katarhas como Mélgorad?

—Es una historia de cientos de años de antigüedad, ahora vivimos aquí, y este es nuestro nuevo hogar.

—No creí que las leyendas de las Katarhas eran ciertas —dijo Leya—. La verdad no me puedo imaginar algo más allá de Mélgorad, ni siquiera conocemos que hay al sur.

—Cada vez siento que se menos de este mundo, sin mencionar que no sabemos casi nada del mundo opuesto —dijo Nathia.

—Ya llegamos —dijo Mandith abriendo una gran puerta que estaba al final de ese gran pasillo.

Llegaron a otra habitación, que era circular y con muchas puertas, tenía una alfombra dorada en el centro y del techo colgaban muchos hilos de colores con pequeñas máscaras en la punta, como las que llevaban los Kériobos. Había muchos biombos con más tallados protagonizados por sus peculiares máscaras.

—¿Por qué... usan esas máscaras? —preguntó Nathia.

—Nosotros los Kériobos no somos tan expresivos como otras de las razas de Mélgorad o Lerúa, y muchas veces nos tachan de inexpresivos o hasta insensibles. Es por eso que usamos estas máscaras —Mandith abrió parte de su túnica y de esta colgaban muchas máscaras con diferentes emociones, entre ellas sorpresa, tristeza, enojó, cansancio, duda e incluso una que tenía los ojos cerrados—. Las cambiamos conforme a nuestras emociones, así podemos reflejar como nos sentimos, más allá de nuestras limitadas expresiones

—¡Vaya! Que lío —dijo Leya. Entonces Mandith cambió su máscara por una que reflejaba duda, y por un momento dejó ver su verdadero rostro, el cual era de ojos, boca y nariz pequeña con una tez extremadamente blanca, casi pálida.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Mandith con su nueva máscara.

—Eh... Por eso mismo, cambiar de máscara para cada emoción... es poco práctico —respondió Leya.

Mandith cambió nuevamente su máscara a la que llevaba antes.

—Sólo es cuestión de acostumbrarse —se dirigió a uno de los biombos—. Elijan la ropa que más les agrade, todas tienen un perfume agradable, yo las estaré esperando en la gran sala —Mandith salió por una de las puertas y dejó a Nathia y Leya en los biombos.

—¡Qué vergüenza! ¡Deben creer que somos unas sucias...! —dijo Leya.

—Por lo menos mi ropa no olía a amarilina jajaja.

—Ja, ja —dijo Leya en un tono sarcástico—, si huele a amarilina es tu culpa.

—No pasa nada, ahora tienes más ropas para elegir.

—Todas son iguales, ¡Qué tienen con las túnicas! Parece ser la sensación en este lugar.

—¡Ah! Mira, hay máscaras por aquí —dijo Nathia colocándose algunas—. Son bastantes ligeras.

—¿Ya elegiste tu ropa?

—Creo que sí, está me recuerda a Sounhir, hasta tiene una pequeña capa.

Ambas sounhirs eligieron sus nuevas ropas, Nathia incluso se llevó una máscara colgada de la cintura, era de las que tenían los ojos cerrados.

—Entonces... ¿Por dónde se supone que debemos salir para llegar a la gran sala que mencionó? —preguntó Leya recorriendo las siete puertas que había.

—Mandith se fue por la primera, entonces... —dijo Nathia acercándose a esa puerta—, yo digo que por esta —cada puerta tenía su propia llave incrustada en la cerradura. Nathia intentó abrir la puerta con la llave, pero esta estaba cerrada y la llave no la abría—. Bien... parece que nos encerraron.

—Tal vez sea la segunda —Leya intentó abrir la segunda puerta, pero también estaba cerrada—. Esta gente tiene un serio problema con sus puertas ¿O qué? —dijo llevándose ambas manos a la cintura.

—Deja que pruebe con esta —Nathia intentó con la tercera, pero tampoco abría, luego Leya probó con la cuarta y Nathia con la quinta, y todas estaban cerradas—. Estoy empezando a cuestionar todo lo que sé sobre abrir puertas, ¿Las llaves... se giran hacia la derecha?

—Sí, excepto en el mundo opuesto que es hacia el otro lado, nos tomó varias horas descubrirlo.

—Jajaja, sí, ese fue un día muy largo, encerrados en una bodega...

En ese momento la séptima puerta se abrió por sí sola, lentamente y sin que hayan visto a alguien hacerlo.

—¡Ya era tiempo! Pensé que nos iban a dejar encerradas aquí adentro —dijo Leya dirigiéndose con Nathia hacia la puerta. Y detrás de esta había un pasillo bastante largo, mucho más que el que habían recorrido antes.

—No creo que este pasillo nos lleve a la gran sala que mencionó Mandith.

—Sí la puerta se abrió debe ser por aquí.

Ambas sounhirs avanzaron por este corredor, que tenía menos detalles que el primero, sólo una alfombra azul con pocos decorados, las paredes eran de roca pulida y muy brillosa y en las paredes había varias máscaras de madera, decorando el recorrido de principio a fin.

Llegaron por fin al final del corredor, donde había una puerta entre abierta, la abrieron por completo y ahora había otro pasillo, esta vez cruzando de forma horizontal, con exactamente la misma decoración.

—Algo no está bien con este lugar —dijo Nathia regresando hacia atrás.

—¿Adónde vas?

—Adonde empezamos. Probaré con la sexta puerta.

—¿Qué hay de malo con este pasillo?

—Las puertas.

—¿Las puertas? ¿No te entiendo Nathia?

—Espero equivocarme, pero si no es así —Nathia se detuvo un momento para ver a Leya—. Creo que esto es el inicio de un laberinto.

—¡¿Qué?! ¿Un laberinto? ¿Por qué nos harían eso?

—Tengo una teoría, pero, espero que sólo sea un mal entendido.

Regresaron al principio del pasillo, pero al abrir la puerta no había nada, sólo una pared de roca detrás de la puerta y nada más.

—Esto tiene que ser una broma... —dijo Leya intentando empujar la pared para ver si se abría.

—Ya no te esfuerces Leya, parece que nuestro anfitrión preparó todo esto —dijo Nathia avanzando de nuevo por el pasillo.

—¿Qué haremos Nathia? No podemos estar toda nuestra vida en un laberinto.

—No te preocupes, encontraremos la forma de salir —nuevamente llegaron a la puerta, y eligieron ir hacia la izquierda, se podía ver que este corredor era menos largo, y al final esperaba otra puerta.

Espero que tu astucia nos saque de esta —pensaba Leya mientras caminaba al lado de Nathia.

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