El té de las 6

—Nathia ya vamos muchos pasillos —dijo Leya caminando detrás de Nathia—. ¿Estás segura que sabes por dónde ir?

—Tiene que ser por aquí... —en ese momento Nathia se detuvo frente a una puerta, que era diferente a las demás, era de un color verde bastante llamativo, con los marcos de color dorado junto con la perilla.

—¿Ésta es la salida?

—Eso espero, pero tengo mis dudas —Nathia se acercó a la puerta y la abrió. Era una habitación con las luces apagadas y una suave música se oía de fondo.

—¿Dónde estamos? —preguntó Leya al mismo tiempo que ambas entraban lentamente a la habitación.

—¡Bienvenidas! —dijo una voz desde algún lado de la habitación, en ese momento las luces se encendieron, mostrando una habitación con varios cuadros enormes colgados por todas partes, muebles con tallados de máscaras y una mesa redonda al centro, con tres tazas de té, dos de ellas vacías, y detrás de la mesa un Kériobo como los de antes, pero de túnica blanca y una máscara que reflejaba una expresión de tranquilidad.

—¿Quién es usted? —preguntó Leya.

—¿Mi nombre? Aún es pronto para saberlo, pero se hace tarde para conocer los suyos —dijo colocando ambos codos sobre la mesa, inclinando el cuerpo hacia adelante.

—Mi nombre es Leya, y ella es...

—Es pronto para saberlo —interrumpió Nathia.

—Ya veo, así que Leya y su amiga, la que no tiene nombre —levantó una ceja— ¿Verdad?

—Es pronto para saberlo —respondió nuevamente Nathia.

—Vamos, tomen asiento —dijo el Kériobo extendiendo las manos hacia las dos sillas que estaban del otro lado de la mesa.

—¿Cómo salimos de aquí? —preguntó Nathia antes de sentarse.

—No me gusta las negociaciones sin una taza de té, lástima que tampoco me guste el té.

—A mí me gusta el té —dijo Leya tomando asiento.

—¡Oh! ¿En serio? A la señorita Leya le gusta el té. Lástima que sepamos su nombre.

—¿Qué?

—No le hagas caso Leya —dijo Nathia tomando asiento—. Parece que es algún tipo de juego.

—¿Juego? Yo no juego, estoy muy ocupado para eso. Por cierto... ¿Alguna de ustedes sabe qué hora es? —el Kériobo miraba una esfera de la pared que tenía 6 agujas, pero ninguna se movía—. Creo que mi reloj no funciona, o tal vez el tiempo transcurre muy lento este día ¿No?

—Yo lo siento normal —dijo Leya.

—Ya veo, por cierto, tal vez le apetezca una taza de té —dijo el Kériobo mirando a Nathia.

—¿Cuál es el truco? ¿Es algún tipo de acertijo para poder salir de aquí? —dijo Nathia ignorando la pregunta anterior.

—Muy lista, ¿Puedo saber de dónde son?

—Sí puedes, pero no lo diremos, no hasta saber tu juego —dijo Nathia adoptando la misma postura que el Kériobo, una forma sutil que tiene Nathia para desafiar a alguien.

—Los Kériobos tenemos muchas costumbres y tradiciones —dijo el Kériobo levantándose de su asiento—, una de las más tradicionales es la hora del té, y otras son por supuesto los juegos y las apuestas —se colocó detrás de las sounhirs—. Este mismo, es uno de nuestros juegos.

—Creí que no tenías tiempo para juegos —dijo Nathia.

—Así es, pero perdí en las apuestas de esta tarde y heme aquí —extendió ambos brazos y se escuchó una leve risa detrás de la máscara—, ¡Jugando con nuestras invitadas!

—¿Cuál es el truco? —preguntó nuevamente Nathia.

—No hay truco, si resuelven este simple acertijo se van, y si no —vuelve a sentarse y adopta la misma posición que antes—. Deberán buscar otra puerta en este lugar y probar suerte con otro juego.

—Sí resolvemos tu acertijo, ¿Nos dejarán ir? —preguntó Leya.

—Así es, se podrán ir. Y como veo que llevan prisa y seguramente deberán buscar más puertas.... Les diré en qué consiste esta prueba.

—¿Puedo hacer una pregunta? —interrumpió Nathia.

—¡Claro que puedes! Es más, el juego no sólo te permite hacer una, sino tres, y... claro que yo me reservo el derecho de si quiero responder o no. Por cierto, espero que aproveches mejor tus dos últimas preguntas.

—¡Eso no es justo! Todavía no estamos jugando —dijo Leya levantándose de su silla con un poco de molestia.

—Querida están jugando desde el momento en que entraron por esa puerta. Ahora si me permites. Las reglas del juego son simples, solamente deberán encajar la escena y decirme quién se tomó las dos tazas de té, tienen tres oportunidades.

—Te lo tomaste tú —dijo Leya inmediatamente.

—Error, la tradición del té de las seis implica que un grupo se reúna a tomar el té, cada uno con su propia taza, yo no podría tomarme las dos, les queda dos oportunidades.

—¿Qué pasa si alguien no toma su taza de té? —preguntó Nathia.

—No obligamos a nadie a tomar té si no quiere, y si no está en condiciones de tomar su taza un encargado del té puede tomárselo por él, siempre y cuando lo desee. Les queda una pregunta.

—¿Por qué no nos quieres decir tu nombre? —preguntó Nathia nuevamente.

—¿De verdad usarás tu última pregunta en algo tan trivial cómo eso? De cualquier forma, ya no hay oportunidad para arrepentirse. No tengo nombre, los encargados del té no tenemos nombre. Se quedaron sin preguntas.

Nathia intentó armar la escena en su mente, siempre fue buena para los acertijos, y en esta ocasión sentía que había un truco en todo esto, sólo tenía dos oportunidades para responder correctamente o sino la partida a Zuhul se retrasaría aún más.

—Leya se tomó la primera taza de té y yo la segunda, mientras que tú dejaste tu taza porque nos dijiste que no te gusta el té —dijo Nathia muy convencida.

—Error querida, tu eres otra encargada del té, cuando nos presentamos no mencionaste tu nombre, algo que forma parte de la tradición de cualquier Kériobo o invitado.

—¿Y cuál es el problema?

—Los encargados del té no toman el té con sus amos, sino que lo hacen después de que ellos se van de la habitación. Les queda una última oportunidad.

Era claro que esto era una trampa, siempre había algo que ellas no sabían de la tradición de los Kériobos, todo parecía arreglado para que ambas no pudieran marcharse. La única forma de ganar en este juego sería acorralar al Kériobo, pero, ¿Cómo? Había muchas variables y sólo una oportunidad.

—Te lo tomaste tú —dijo Nathia mirando fijamente a la máscara del Kériobo—, y Leya.

—Error, como ya lo mencioné, yo soy un encargado del té, y no puedo tomar el té con un amo.

—Error —interrumpió Nathia—, no eres un encargado del té, eres un amo, que además es un pésimo mentiroso.

—No entiendo.

—Hace un instante mencionaste que perdiste una apuesta y por eso estás aquí, jugando —el Kériobo se quedó en silencio, al parecer sospechaba de qué iba el asunto—. Y hasta donde sabemos Leya y yo, sólo los amos y sus discípulos pueden apostar, ¿O me equivoco?

—¡Muy bien! Había olvidado lo de la supuesta —dijo Leya con unos cuantos aplausos—. Ahora tú, déjanos ir.

—Me temo que no lograron superar la prueba —reaccionó el Kériobo—. Como también mencioné, no me gusta el té, así que no lograron encajar la escena y...

—Que te guste es irrelevante —interrumpió Nathia—, a mí no me gustaba practicar con la espada y de todas formas tenía que hacerlo. Si la tradición del té es tan importante para los Kériobos, no creo que sea muy honroso que un invitado de otras tierras la siga y un Kériobo no, ¿O me vuelvo a equivocar?

El Kériobo quedó en silencio nuevamente, después de unos segundos se levantó y se dirigió a uno de los cuadros y lo movió, detrás de este había una puerta de color azul y tallados de color dorado.

—Admito que me han superado. La salida está por aquí —dijo esto y luego volvió a sentarse en su silla.

Nathia y Leya cruzaron la puerta y del otro lado había un pequeño salón, y muy cerca a la entrada un grupo de tres Kériobos las aguardaban.

—Espero que sólo vengan a despedirse —dijo Leya siguiendo a Nathia mientras se acercaban a este grupo.

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