El eco de las profundidades

Una mañana Carlos despertó temprano y vio a Susana apoyando la cabeza en la pared.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Carlos.

—Shhh... No me dejas escuchar —respondió Susana.

—¿Qué estas escuchando?

—... Son campanas, se escuchan muy despacio, muy... lejos.

—¿Lejos? —dijo Carlos mientras acercaba el oído a la pared.

—¡¿Qué están haciendo par de renacuajos?! —dijo la administradora.

Ruspetsky, la encargada principal del cuidado de los niños y a la vez la más temida por ellos, no temía los castigos o el dejarlos sin cenar, pasar horas sosteniendo libros era lo más habitual en sus clases, y aun así siempre decía que los niños la amaban.

—Perdón señorita Ruspetsky —dijo Susana mientras se ponía de rodillas rápidamente— sólo creí oír algo.

—¿Ah sí? LO QUE YO VEO AQUÍ ES UN PAR DE NIÑOS MAL CRIADOS FUERA DE LA CAMA, Y SI TANTO LES GUSTA ESTAR AFUERA, ENTONCES SE ENCARGARÁN DE LLENAR CUBETAS DE AGUA TODO EL DÍA, ¿ME ENTENDIERON?

—Si señorita —respondieron sumisos Carlos y Susana.

Al día siguiente ambos fueron a recoger agua del pozo, el cual se encontraba en uno de los patios del orfanato, pero este no era usado por los niños, salvo para cumplir algún castigo, todo el patio era de tierra y la hierba y maleza crecían disimuladamente, el pasto era más alto al final del patio, donde sólo una cerca de alambre hacía de límites con el pueblo, dando la sensación de ser el límite de todo, ya que no habían más casas en esa dirección, literalmente el pueblo terminaba en el orfanato que de por si estaba un poco alejado de cualquier casa; mirar fuera de la cerca de alambre era preguntarse qué había más allá, pero la respuesta era evidente; nada, sólo campo tras campo de terrenos que eran propiedad de alguien que nunca construyó nada, y más allá, el monte, la selva.

Carlos y Susana estuvieron toda la mañana recogiendo agua de este pozo y se acercaba el atardecer, el sol se ponía por encima de los árboles más altos que estaban en la lejanía, Carlos estaba exhausto igual que Susana, aunque él un poco más ya que prefirió hacer gran parte del trabajo intentando cuidar a Susana. Ya eran las seis y media, era precisamente el atardecer, el ocaso de verano despidiendo el día y dando paso a la noche.

—Una cubeta más y acabo... —dijo Carlos muy cansado.

—El cocinero dice que después le ayudemos con los platos, que lo manda la señorita Ruspetsky —dijo Susana también cansada—. Perdón, no quería meterte en estos problemas...

—Nunca dejaría que te metas en problemas tu sola —dijo Carlos con una sonrisa—. Además, creo que ya me acostumbré a tirar de esta cuerda, es más, creo que ya no siento el peso de la cubeta —dijo esto mientras jalaba con una sola mano la cuerda y hacia poses con el otro brazo.

—Carlos... está vacía esa cubeta... jajaja —dijo Susana riendo por la reciente escena de fortaleza que hizo Carlos.

—¡Vaya! ¡Me acabé el agua del pozo! —respondió muy sorprendido mirando el interior de la cubeta.

—Pero si hace poco había agua... no creo que desaparezca sólo porque si...

Ambos se quedaron viendo por un instante al final del pozo, efectivamente no había agua, pero... había algo más inquietante en el fondo, unas pequeñas luces empezaron a subir, parecía que danzaban en círculos mientras ascendían.

—¿Qué es eso? —dijo Carlos muy sorprendido.

—¡Son hadas!

Las luces continuaron subiendo lentamente hasta llegar a la boca del pozo donde aguardaban curiosos Carlos y Susana, quienes se dieron cuenta de que no eran hadas, sino luciérnagas de diferentes colores que iluminaban esa noche joven como pequeños farolitos. Pero entonces notaron algo más, la cuerda del pozo comenzó a moverse, vieron rápidamente hacia abajo y notaron que alguien subía por él, o por lo menos lo intentó, ya que esta no aguantó y se rompió, dejando caer todo con ella, incluso la cubeta vacía.

¡Aaaahh! —se escuchó el grito de susto del que cayó, seguido de varias carcajadas, todas saliendo del pozo.

—¡Hay alguien abajo! —dijo Susana preocupada.

—¿Le decimos a alguien?

—Si le decimos a alguien nos volverán a castigar...

—¿Entonces qué hacemos?

En ese instante las luciérnagas que acababan de salir se posaron al borde de la boca interna del pozo, formando un circulo de luces de color, como si fueran parte de una decoración navideña. Carlos y Susana miraban asombrados este espectáculo, y no parecía haber nadie a la redonda presenciando esto, tal vez todos estaban reunidos en el gran comedor para la cena.

Mientras miraban las luciérnagas, una de estas se levantó de su posición y se acercó a Carlos y Susana, empezó a zigzaguear justo delante de ellos, entonces, a los pocos segundos, una flecha salió a toda velocidad del pozo, con un hilo de color blanco que brillaba atado al extremo, al estar afuera giró en dirección opuesta al de la luciérnaga, y quedó clavada en uno de los árboles del patio.

Carlos y Susana quedaron boquiabiertos; a los segundos notaron que esta empezó a moverse de la misma forma que se movía la cuerda de la cubeta, sabían que otra vez alguien estaba intentando subir por el pozo, miraron hacia abajo y efectivamente notaron como extraños sujetos se asomaban lentamente, acompañados de más luciérnagas que subían con ellos.

—¿Qué hacemos? —dijo Susana preocupada.

—Hay que esconderse, ¡rápido! —dijo Carlos mientras corría detrás de unas plantas, Susana lo acompaño rápidamente, y allí se quedaron esperando.

La cuerda seguía moviéndose, y algo se acercaba, Susana reconoció entonces aquel sonido, las campanas que ahora sonaban de forma más clara, entonces se dio cuenta que era una pequeña campanita la que se escuchaba y que estaba a punto de mostrarse. Salieron extrañas personas del pozo, con atuendos poco familiares para Carlos y Susana y probablemente para cualquiera que los llegara a ver.

—Bien, ya cumplí con traerlos hasta aquí, y perdonen que no pueda acompañarlos más, pero debo volver a casa —dijo un hombre de media estatura que llevaba pieles gruesas como abrigo.

—Creo que tardamos mucho en llegar, tal vez no deberíamos haber tomado este camino —dijo una chica de cabello pelirrojo y ojos claros—. Pero gracias de todas formas, el papá de Calbent le pagará sus servicios cuando vuelva.

—Fue un gusto, muchacha, pero ya llevan varios días lejos de casa, seguro se estarán quedando sin suministros, deberían volver también, de todas formas el camino ya está marcado —dijo aquel hombre.

—Lo sé, pero debemos investigar algo antes de volver, creo que regresaremos en un día más —dijo aquella chica.

Aquel hombre volvió a bajar por el pozo acompañado de un puñado de las luciérnagas que decoraban la noche, mientas los otros extraños se quedaban. Susana los contó desde su escondite, eran 6 en total, 3 hombres y 3 mujeres, que aparentaban tener no más de 25 años. Se reunieron en un círculo y empezaron a debatir en voz baja, mientras tanto Carlos se acercó mucho a una de las flores de la planta que le servía de escondite, lo que le provocó un fuerte estornudo que alertó a aquel grupo de desconocidos, inmediatamente uno de ellos sacó lo que parecía una cerbatana y lanzó con ella una minúscula espina que impactó en el hombro derecho de Carlos, quien cayó inconsciente y Susana se acercó rápido a él.

—¿Carlos? ¡Despierta! —dijo Susana mientras sacudía el hombro de Carlos que estaba en el suelo— ¡¿Qué le hicieron?!

—¿Qué hiciste Kauth? —dijo aquella chica recriminando a alguien del grupo—. Sólo son dos niños.

—Lo siento, me dejé llevar por el susto —respondió uno del grupo.

Susana seguía intentando reanimar a Carlos, mientras el grupo de desconocidos se le acercó y la chica de cabello pelirrojo se arrodilló frente a ellos sacando un pañuelo de su bolsillo.

—Estará bien —dijo aquella chica mientras retiraba la espina del hombro de Carlos con su pañuelo—. Sólo es un sedante, despertará en unas horas. Lamento que haya pasado esto.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Susana un poco asustada a la vez que los miraba detenidamente.

—Somos visitantes... bueno... exploradores, de un lugar lejano —dijo aquella chica— ¿Quién eres tú? y... ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—Yo... vivo aquí, este es un orfanato —respondió Susana.

—¿Orfanato? —dijo aquella chica mientras revisaba unos extraños apuntes.

—¿Qué es un orfanato? —dijo una voz entre el grupo.

—mmm el abuelo no menciona nada de algo parecido —dijo esta chica.

—¿Ustedes... vienen a robar? —dijo tímidamente Susana.

—¿Robar? —volvió a revisar aquellos apuntes.

—¿Qué es robar? —dijo otra voz entre el grupo.

—Robar... robar... mmm, ronronear... no, no hay nada parecido —dijo nuevamente.

Tal vez el extraño comportamiento de aquellas personas, su peculiar ingenuidad, o sus extravagantes atuendos hayan despertado la curiosidad en la pequeña Susana, que en algún momento dejo de sentir miedo y comenzó a sentir curiosidad por ellos.

Pero Susana se dio cuenta de que ya era tarde y vendría la administradora Ruspetsky a buscarla tarde o temprano y probablemente la castigaría de nuevo junto a Carlos por haber tardado demasiado.

—Lo siento... ya debo irme o me castigarán —dijo Susana mientras trataba de levantar a Carlos que yacía inconsciente.

—Espera, ¿Cómo te llamas? —preguntó aquella chica—, deja que me presente primero, mi nombre es Nathia, soy la líder del Grupo de exploradores del mundo opuesto, es decir... nosotros.

—Soy Susana, y vivo aquí junto con otros niños, él es Carlos, un amigo mío.

—Se ve que te preocupas mucho por él, eso es bueno. ¿Sabes? de dónde vengo todos nos preocupamos por el otro, nos conocemos muy bien, siempre nos somos leales y queremos el bienestar del otro, es bueno que tú también seas así —dijo Nathia con una sonrisa.

—¿De dónde vienen?

—¡Sounhir! —Respondieron todos al unísono.

—No lo conozco... —dijo Susana.

—Me temía que no, está un poco lejos y es peligroso llegar allí si no conoces el camino —dijo Nathia.

—Yo sólo conozco este lugar, nunca he salido afuera.

—La verdad nosotros también, siempre vivimos en Sounhir y nunca nos faltó nada, es poco tiempo que llevamos explorando este mundo opuesto, pero... supongo que es muy mala mi comparación, después de todo Sounhir es muy grande y este lugar parece muy pequeño —dijo Nathia mirando a su alrededor.

—¿Tú eras la campanita verdad? —preguntó Susana mientras miraba detenidamente un collar con una campanita que llevaba Nathia.

—¿Te refieres a esto? mi abuelo me lo regaló hace mucho tiempo, y siempre la llevo puesta. mmm creo que ya se nos hace tarde también, será mejor que continuemos con nuestra misión, fue un placer conocerte Susana, espero verte de nuevo.

—¿Adónde van? —preguntó Susana con un poco de tristeza, al parecer Nathia y su grupo se habían ganado su confianza.

—¡Sounhir! —respondió una voz en el grupo.

En ese momento y sin explicación alguna, un extraño sentimiento surgió de Susana, el sentimiento de querer dejarlo todo, dejar aquel lugar y aquella vida y acompañar a este grupo de desconocidos que le habían simpatizado.

—¿Puedo ir? —preguntó impaciente Susana.

—... ehh... ¿Te refieres a ir a Sounhir con nosotros? —dijo Nathia bastante asombrada.

—¡Si! ¿Puedo?

—¿Qué hay de este lugar? te extrañarán, además, es tu hogar.

—¡No es mi hogar!, sólo vivo acá, la verdad no tengo hogar y nadie me extrañaría —dijo Susana con tristeza.

—¿No hay alguien que te tenga a cargo?

—Sólo la señorita Ruspetsky, pero a ella no le gustan los niños.

Nathia no sabía que decir, miró al grupo un par de veces y todos parecía desconcertados, así que debatieron en secreto, haciendo gestos raros con la mano, luego tocaron cada uno la frente de Nathia con un dedo.

—Bien Susana, hemos decidido que puedes acompañarnos, pero ten en cuenta que habrá peligros y no queremos que te pase nada —dijo Nathia.

—¡Gracias! ¿Puede ir también Carlos?

—...

—Por favor...

—Está bien..., si prometes que sólo serán los dos.

—¡Lo prometo! —dijo Susana con una gran sonrisa.

Entonces levantaron a Carlos y se marcharon en silenció aquella noche. Susana estaba un poco inquieta y preocupada, sobre todo por si la señorita Ruspetsky los buscaba, pero a la vez estaba feliz de poder vivir una aventura fuera de aquel lugar.

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