uno.
❛dando vueltas alrededor de un mente torcida.❛
⁹ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ; ᵐᵃʳᵗᵉˢ. — ⁶:⁴⁸.
Pensó que estaba cerca, o tal vez demasiado lejos, no podía saberlo con tantos pedazos en blanco corriendo por su mente como cinta de cine. Estaba el mundo moviéndose muy rápido o ella estaba yendo demasiado lento, aunque ni siquiera podía saber a dónde iba. El tiempo se alejaba de su alcance y la normalidad parecía eternamente pesada, ni siquiera era normal.
Suspiró, echando su cabello hacía atrás y subiendo el ruido de sus audífonos de casco. Miró por la ventana del tren, estaba oscuro, claro, pero era mejor que verse las manos. Que no se sentían como sus manos. Ya nada se sentía como ella.
Cerró los ojos y descansó la cabeza contra el cristal del metro. Le quedaba media hora de viaje hasta la universidad. Todo estaba bien, el mundo seguiría corriendo, aunque ella no pudiera alcanzarlo, su único encargo era cuidarlo. Meneó la pierna impacientemente hasta que el tren dejó de moverse, la gente subió y bajó. Escaneó su vagón, medio vacío o medio lleno, había chicos de su edad, pero sus ojos verdes no podían reconocer sus rostros.
Sus sentidos vibraron, viajó la vista por todo el vagón. Era lejano, pero lo sentía. Algo que pica del mismo modo que el peligro, no era peligro. Pero se sentía como si lo fuera, podría estarse quedando loca. Tal vez su propia mente perturbada estaba afectando sus propios poderes.
Había una chica sentada, golpeaba la pierna contra el suelo al ritmo de una canción que Dianthe no podía escuchar. Lucía tranquila, mirando a la nada, rubia y de ojos azules. Dianthe ladeó el rostro, intentando encontrar qué es lo que lucía tan extraño con esa chica, pero no había nada. ¿Estaba volviéndose loca ya? ¿Su mente estaba jugando a los delirios? Apartó la vista y buscó los cordones de sus zapatos negros, estaban allí. Ella seguía allí, no podría estarse volviendo loca.
El tren se paró y Dianthe tuvo que abrir los ojos, cansados. Salió del tren con el aglomerado de gente, la chica rubia no estaba entre esas personas, giró la vista al vagón, pero tampoco había nadie. Frunció el ceño y se alejó de la entrada. Tenía que caminar al menos diez minutos desde la estación. Bloqueó el pensamiento, muy, muy lejos. Tan lejos que ni el eco de su propia voz quedaba.
—Buenos días, Dianthe —una mano palmeó su hombro. La chica giró el rostro. Dalion siempre estaba más cerca que el resto de las personas.
—Buenos días —signó, moviendo sus manos llenas de anillos dorados. Había uno en específico que miraba más que al resto. Dalion sonrió en respuesta y la siguió en silencio hasta sus salones.
Dalion era amable, alto y de sonrisa perezosa. Siempre tenía algún chiste que soltar y necesitaba estar en constante movimiento. Atraía tanto a chicas como a chicos, y era algo como un amigo para Dianthe. Estaba lejos, en un mundo distinto al de ella, no podía ser su amigo, al menos no siempre. De hecho, no tenía amigos. A él lo conoció allí, mientras bajaba y subía escaleras porque la universidad era enorme y no daba con su sala. Dalion no la guio, porque estaba igual de perdido que ella, pero juntos hallaron la sala que les tocaba.
—¿Quieres estudiar en la biblioteca hoy? —preguntó, adelantándose con un salto para abrirle la puerta.
Dianthe asintió mientras entraba a la sala. Estaba casi vacía pues aparentemente pocas personas compartían el buen gusto por la clase del profesor y su ácido humor. El profesor levantó la mano saludando a los jóvenes.
—Buenos días, ¿cómo están?
Dalion se adelantó a abrir la boca y despotricar con el profesor, Dianthe ocultó una pequeña sonrisa pues era demasiado obvio que el chico le causaba una enorme ternura y no quería que se diera cuenta, o se podría a parlotear sobre eso hasta que encontrara algo nuevo sobre lo que molestarla.
—¿Y tú, Dianthe? —su profesor subió la vista hasta ella, ya sentada en la parte media de la sala.
—Estoy bien —signó llevando una pequeña sonrisa en el rostro.
Y la verdad, es que no lo sabía. Hacía tiempo que sí, sabía que estaba mal, hundida en lo más profundo que la depresión pudo arrastrarla sin ningún tipo de piedad. En ese entonces no tendría ni porque haber dudado de la respuesta, pero ahora lo hacía. ¿Eran los antidepresivos que le sedaban las emociones o su propia mente estaba vacía de sentimientos? ¿Dónde estaba ella? Lejos o cerca de si misma, o del mundo. Tenía tiempo sin saberlo, pero al menos ya no quería morir.
—Me alegra —sonrió su profesor, entonces Dianthe pensó que no era un mal día.
Incluso si estaba sintiendo que algo la golpearía apenas saliera por esa puerta. Sin embargo, no podía confiar ni en su propio instinto, así que daba igual si algo la golpeaba o no, no podría estar segura hasta que lo hiciera.
Desvió el pensamiento, entregándose ávidamente a la clase. Historia del arte, parecía una clase aburrida, lo sabía. Aunque en realidad ella la disfrutaba bastante, no podía comprender hasta que punto se ponía aburrida.
Abrió su cuaderno, estiró el lápiz y garabateó líneas hasta que tuvieron forma, siempre tenían la misma forma. No importaba cuanto lo intentara, no importaba la posición, la distancia o si pensaba dibujar otra cosa. Al final todas las líneas formaban lo mismo. A su hermano o a su mejor amigo.
De hecho, tenían rostros parecidos. Las líneas de sus narices eran rectas, sus mandíbulas largas y ajustadas. Dianthe estaba segura de eso, porque lo había notado antes de que su mente se pudriera y distorsionara cada maldita partícula de sus recuerdos. Evitaba dibujarlos con tanta frecuencia porque de pronto sus rostros dejaban de tener sentido y se convertían en trazos horridos que su propia cabeza quebraba.
Una y otra vez.
Sus oídos captaron una palabra que nunca le costaba reconocer.
—¿Viste que Spiderman puede ser una mujer? —susurró una voz desde atrás.
—¿Spiderwoman entonces? —dijo otro.
Dianthe evitó erguirse en su asiento y siguió garabateando la nariz recta de su hermano, o de su mejor amigo. Le iba a empezar a punzar la cabeza si escuchaba más de dos voces al mismo tiempo, rebotó la pierna tan rápido como pudo.
Dalion se estiró en su dirección y le tendió una gomita.
—Gracias —movió la mano, y el chico le brindó una cálida sonrisa.
—¿Ya pensaste a quien vas a pintar? —Dalion estiró el cuerpo al frente, mirando lo más cerca que podía a Dianthe. La chica negó.
—A lo mejor a mi gato —sonrió con algo de picardía cuando Dalion encarnó las cejas y la miró mal.
—¡No puedes pintar ningún animal! —se quejó alzando las manos, y Dianthe se rio. Dalion se permitió disfrutar de su risa.
Era baja, podía oírla como si se reprodujera lentamente. Dianthe era muda de nacimiento, pero todo sobre ella funcionaba a la perfección. No podía emitir palabra, pero podía reírse, llorar y quejarse, incluso gritar. Solo no podía hablar. A veces no quería pensar en eso, como no quería pensar en muchas otras cosas.
—Tratare de encontrar un modelo —le dijo para tranquilizar su hambre.
Tenía que ser una persona que no fuera con ellos a clases, podía ser un familiar o un amigo, una pareja. Pero hacía tiempo que Dianthe no tenía nada de eso. Necesitaba conocer gente, acercarse al mundo de nuevo, incluso si solo lo rozaba con la punta de sus dedos cuando saltaba de los edificios o cuando la noche se la comía y ella estaba en paz por fin.
—Más vale que sea guapo —bromeó el chico y le dio el pase a Dianthe dentro de la biblioteca.
Era enorme, como casi todo en la Universidad de Viena. Largas filas de mesas y lámparas. Los techos demasiado altos y todas sus paredes recubiertas de libros, Dianthe atesoraba ese lugar, sin embargo, su vista se dirigió de inmediato a la rubia de ojos azules que estaba sentada al fondo leyendo.
Dianthe entornó la vista, y no le hizo falta usar su visión para darse cuenta de que la chica estaba leyendo un diccionario de latín antiguo. Una lengua tan difícil de aprender. Algo seguía resultando sospechoso de ella.
—¿No es un poco rudo su estilo? —murmuró Dalion, cerca de su oreja. Dianthe le echó una mirada y este se la devolvió—. ¿Por qué nunca logro asustarte?
—Tengo buenas reflejos —se encogió de hombros.
—Pfff, ¿entonces? —Dalion señaló discretamente a la rubia.
—¿Eh?
—¿Por qué ella? —inquirió, moviendo la silla para tomar asiento dos mesas lejos de la rubia, pero frente a ella.
—Nunca dije que ella sería mi modelo —Dianthe lo siguió—. No sé dibujar mujeres.
Dalion se rio, y Dianthe lo miró mal.
—¿Qué? Dibujar mujeres es fácil.
—Tú no sabes dibujar animales —Dalion dejo de reírse cuando la chica signó un perro con los dedos.
—No sé de qué me hablas —murmuró, haciéndose el desentendido.
Entonces fue Dianthe la que sonrió. Extendió su cuaderno y su iPad en el escritorio, cogió la pinza en la correa de su mochila y se ató el cabello castaño.
—¿Por qué la mirabas tanto, la conoces? —preguntó el pelinegro inclinándose hacía ella. Dianthe negó.
—Hay algo raro —signó. Dalion asintió.
—Estoy de acuerdo, parece ratera.
Dianthe se aguanto la risa, no había querido decir eso, pero cada uno podía pensar en lo que quisiera. Dalion le sonrió y la conversación ceso allí, pero la chica seguía con la mente pegada a la rubia y la extraña sensación de que algo andaba mal. No solo con ella, sino con el lugar. Parecía que estaba a punto de ocurrir algo terrible, pero llevaba con eso desde la mañana. ¿Se estaba volviendo loca?
Estudiaron largo y tendido para el próximo parcial teórico. Dianthe intentó concentrarse, pero cada vez que bajaba los ojos al iPad sentía la punzante sensación de estar en peligro y tenía que levantarlos, solo para darse cuenta de que no había nada. Nada estaba pasando y nada estaba cambiando.
Se masajeó la sien. Tenía que eliminarse esas paranoias, tal vez debería decírselo a su psiquiatra.
Las lámparas empezaron a moverse. Dianthe detuvo sus pensamientos, miró alrededor, y nadie parecía darse cuenta del temblor. El edificio entero temblaba, ¿cómo es que nadie estaba moviéndose? Giró el rostro a Dalion, quien seguía sumergido en su lectura moviendo la cabeza con la música. Volvió la vista a la lampara y apretó los ojos, tenía que disminuir. Lo que sea que fuera eso, quería que parara.
La silla dio un tumbo cuando los temblores aumentaron, escuchó el sonido de los libros cayendo, regando sus hojas por el suelo frío. Cubrió sus orejas, el sonido se intensificó y los libros parecían caer dentro de su cabeza.
—Dianthe —escuchó su nombre en algún lado, pero no supo si dentro de su cabeza o en algún lugar lejano. Apretó sus palmas contra sus orejas.
El ruido tenía que irse, tenía que parar de temblar.
—¡Dianthe! —Dalion agarró a la chica de los hombros y la sacudió.
La castaña oscuro abrió los ojos, rebosantes en lágrimas saladas, separó los labios secos, aunque no emitió palabra. No podía. Dalion la miró preocupado, parecía estar a punto de darle un ataque. El pelinegro tomó sus manos y las separó de sus oídos, las bajo hasta su regazo y las cubrió, acariciándole los nudillos.
—¿Qué paso?
Los gestos de Dalion la devolvieron a la realidad, las lámparas no estaban temblando y ningún libro se movió de su posición. ¿Estaba loca? Miró para todos lados, nada cambio, solo una cosa.
Los ojos de la rubia estaban pegados a ella.
Enfocó la vista en Dalion y sus ojos oscuros, buscó la tranquilidad en ellos. Nunca la encontraba, sin importar la suavidad en la mirada del chico, ni su compasión o amabilidad. Sus ojos siempre estaban demasiado lejos de lo que Dianthe podía alcanzar. Algo cercano a las canicas sin vida de los peluches.
Apretó sus manos y le dio a entender que estaba bien. Era un gesto pequeño, pero para alguien que no podía comunicar su estado en palabras, significaba todo.
—¿Ya te quieres ir? —preguntó el chico, se estiró por la botella de agua en su mochila y se la tendió.
Dianthe asintió, Dalion se levantó como rayo y recogió todo, incluido lo que le pertenecía a la chica de ojos verdes. Que no eran verdes de verdad. Le tendió una mano a la chica ya con las dos mochilas colgadas en los hombros.
La castaña se metió el lápiz en medio de su chongo y tomó su mano. Dalion jaló de ella, y Dianthe miró una ultima vez los ojos azules asomados encima del diccionario de latín antiguo. Mirandola fijamente. Un escalofrío le recorrió la espalda, caminó detrás de Dalion mientras esos ojos azules no le quitaban la pista de la espalda.
La gélida columna de la noche los golpeó con fuerza, Dalion se ajustó su abrigo negro y Dianthe buscó su jersey en la mochila colgada aun en el hombro del chico. Fuertes ventiscas de aire barrían los árboles de hojas amarillas y cafés y se las llevaban con ellas o las arrojaban al suelo.
Con el aire, las banderas azules de la entrada bailaron con fiereza, Dianthe siempre temía que se fueran a caer. Caminaron hasta la orilla de la calle, donde giraron en busca del estacionamiento; no era específicamente un estacionamiento. Solo un parking para bicicletas y motos.
Dalion se quitó las dos mochilas y se las paso a la chica, cogió los dos cascos amarrados a la moto y destrabó la rueda delantera. Se sentó sobre la moto negra y el motor rugió hambriento.
Giró la vista hasta el parque atestado de arboles casi sin hojas, frunció las cejas. Una inminente sensación de ser observada golpeó sus sentidos, pero ni en los arbustos ni en los árboles había señales de nada.
—Dianthe —volvió a llamar el pelinegro—. Vámonos.
Asintió y se colgó la mochila. Puso un pie sobre el pedal del pasajero y se impulsó hasta acomodarse detrás del chico. Dalion le tendió su casco negro, se lo puso con cuidado luego de sacarse la pinza y el lápiz y guardarlos en su mochila. Abrazó la cintura del chico y alzó el pulgar.
Dalion arrancó logrando que la chica se ciñera más a él.
Disfrutó el viaje, mientras repasaba cada una de sus acciones. Colgarse la mochila, subirse como siempre hacía a la moto, ponerse el casco lentamente... Su psiquiatra había dicho que era un modo de recordarse a si misma para evitar la disociación por el estrés post traumático.
¿Las alucinaciones eran también normales? Esperaba que lo fueran, tenían que serlo, o estaría volviéndose loca. Y estaba cansada de estar rozando el borde de la cordura.
sound of silence | wuserpoe
no estoy segura de publicar un trigger warning. maybe?
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