tres.


bajo la mira de todo y todos ¿a donde huir?



¹¹ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ʲᵘᵉᵛᵉˢ — ¹⁷:¹².

Apretó los parpados. Estaba lo bastante lejos del mundo, de su cuerpo y de sí misma como para darse cuenta del peso en su estómago maullando, de la ventana abierta que permitía a la lluvia mojar su piso y que seguía en pantis con el cuerpo rígido por el frío y la posición que tenía. Alzó la mano para sobarse el rostro y quitarse el cabello de la cara, el dolor le laceró en lo profundo de su mente e hizo que volviera en si de golpe.

Gruñó y apretó los dientes. Los recuerdos vinieron como una ola que le envió un escalofrío que nada tenía que ver con el clima. Apretó las sábanas, abrió los ojos, que le ardían por el rímel. El techo crema bailó a su alrededor al igual que el candelabro, Dianthe hizo un esfuerzo por levantar su pesado cuerpo. Wilde se quitó de encima y giró su rostro peludo hacía su dueña.

Dianthe seguía casi desnuda, las heridas no estaban cerradas, la sangre seca en medio de las aberturas y aun en sus dedos. Tenía el cabello enredado, la cara pálida, los ojos hundidos en ojeras, rojos y con manchas negras alrededor. Le dolía todo el maldito cuerpo.

Se estiró a acariciar la cabeza de Wilde, su visión periférica encontró un bote tirado. Eran sus pastillas para dormir, de las cuales estaba segura haber ingerido más de lo normal. Apretó los dientes y suspiró. Agarró su celular con mano temblorosa, solo para darse cuenta de que no encendía.

Lo conecto, y se levantó. Las piernas no le fallaron, aunque las sentía extrañas, buscó el plato de Wilde y vació su comida allí. Se agachó y acarició su cabeza mientras comía. Dianthe no tenía hambre, solo intensas ganas de vomitar y dejar de pensar.

Acercó sus manos para cerrar la ventana, frunció las cejas al captar un destello que no estaba allí antes. El cielo parecía estar cayendo a pedazos por toda la tormenta, los rayos arrastraban las nubes e iluminaban la ciudad de un modo escalofriante. A Dianthe le preocupaba la figura que estaba viendo tras las nubes cada vez que un rayo azotaba.

¿Estaba alucinando de nuevo? Se giró y prendió la televisión de golpe. Buscó el canal de noticias.

"Están surgiendo testimonios de un OVNI en el cielo de Viena. Hay múltiples videos en redes grabados desde puntos distintos de la ciudad." Informó la reportera, y en pantalla Dianthe pudo ver lo que en su ventana estaba. "Les recomendamos quedarse en casa ante la posibilidad de un ataque, y esperen la llegada de Spiderman".

Se llevó las manos al rostro, no estaba alucinando, al menos. Miró a Wilde, agarró al gato y lo abrazó hasta que esté se quejó y saltó. Dianthe tenía la sensación de que iba a morir.

Atravesó su cuarto hasta el otro, apretó los ojos y se metió, ignoró el olor a alcohol y evitó mirar otro lado que no fuera la pared. Arrancó sus muñequeras y azotó la puerta al salir. Miró las pulseras negras en sus muñecas morenas y atestadas de cicatrices, estás se ciñeron a sus muñecas como tatuajes y Dianthe cerró los ojos al presionarse la parte interna de su muñeca.

Sintió un subidón de energía recorrerle el cuerpo. El traje se extendió por su cuerpo desde su muñeca, recorriéndole el brazo, la cabeza y el resto del cuerpo en un santiamén. El familiar peso de sus cuernos golpear su cabeza y entrar en sus terminaciones nerviosas como un virus. Las garras atraparon sus dedos dentro del traje y se convirtieron en parte de ella, Dianthe suspiró extendiendo la mano. Extrajo sus garras, extendiéndolas hasta su límite y luego las regreso a su tamaño natural.

Despegó sus piernas de la alfombra, la tela adherida a su piel como otra capa. Dianthe inhaló un soplo de aire frío y cerró los ojos, permitiéndose sentir el traje. Abrió los ojos y miró la línea brillante en su muñeca izquierda, paso el dedo por ella. Era una tecnología espectacular.

Miró una última vez a Wilde y se lanzó. Estaba mareada, le dolía la cabeza y el estómago, quería dormir o tomar un baño. No ir a salvar la ciudad.

Las heridas en sus brazos se abrieron, y recordó que estaban allí. Las ignoró mientras volaba por los aires y comprobaba la cantidad de personas por las calles, afortunadamente no eran muchas. Un rayo cayó cerca de ella y Dianthe tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no soltarse y cubrirse los oídos.

Cuando el rayo cayó, el cielo se estremeció y algo apareció frente a la castaña. Jaló la telaraña y está la levantó, Dianthe observó la cosa que se le atravesó. Un ojo.

O algo que pretendía ser uno. Líneas blancas y fosforescentes formaban lo que pretendía ser un ojo, como un dibujo. Dianthe no se detuvo a verlo cuando otro apareció en su camino, un poco más pequeño.

La chica se detuvo en la punta de un edificio, múltiples ojos empezaron a aparecer en su campo de visión, y todos eran iguales.

Todos la miraban a ella.

El cuerpo le tembló, una reacción de miedo que hace mucho no tenía, le costó reconocerla. Tensó los brazos y las piernas cuando todos esos ojos de dibujo parpadearon en conjunto. Tuvo la necesidad de echarse para atrás y huir, lo sentía en los huesos, crepitando como un maldito gusano dentro de su piel. Se envolvía alrededor de sus músculos y trataba de llegar a su cabeza, llenarla del sentido de peligro que le vibraba en todo el cuerpo y le pedía la clemencia de correr.

Dianthe ni siquiera podía parpadear ante la idea de que se acercaran cuando ella no pudiera verlos. Apretó su agarre contra el techo, los ojos volvieron a parpadear, suspendidos. Los ojos le ardían cada vez más a la chica.

Una sombra creció alrededor de los ojos, algo como humo oscuro y lo bastante espeso —como niebla— para parecer ser sombras que se arremolinaban alrededor de los ojos blancos. Aparecieron más, grandes y pequeños, rodeando por completo a Dianthe. Un parpadeo se le escapó y se maldijo por dentro.

Las piernas le flaquearon en el instante en que los ojos estaban a una respiración de ella. ¿Alucinaba? ¿Era su cabeza de nuevo y el verdadero peligro estaba en otro lado? Haciendo de las suyas mientras ella escapaba de sí misma. Dianthe tenía que salvar la ciudad, y a sí misma. Se tiró en medio del círculo de ojos y siguió andando, evitando mirar atrás aun con la sensación de una cuchilla acariciándole la espalda.

No tuvo que mirar atrás, los ojos la siguieron, a la misma velocidad. Dianthe empezaba a ponerse cada vez más tensa. O eso estaba pensando. Su cerebro timbró más fuerte, a unos kilómetros, un edificio se estaba hundiendo. Todo rastro de miedo abandono a Dianthe, sustituido por el terror. El edificio que se hundía era el de Dalion, y si sus cálculos eran correctos, él estaría allí.

Escuchó los gritos de las personas mucho antes de llegar. Los ojos quedaron atrás, muy atrás. Dianthe se ciñó a un edificio y echó múltiples telarañas, grande fue su sorpresa al ver que se rompían de inmediato. Y entendió por qué.

Había un ojo debajo del edificio, o una boca. Ambos. Estaba todo rodeado de negro, con la niebla negra apiñándose sobre el edificio, salía toda de ese ojo-boca que se estaba tragando el edificio. Dianthe no se movió por un segundo, temiendo que todo fuera una idea de su cabeza. Pero ninguna de las alucinaciones hasta ahora estaban relacionadas con su trauma, ninguna.

Miró el enorme ojo que se cernía al lado de ella, listo para comérsela. Se detuvo, la miró y parpadeó lentamente. Dianthe pudo oír su risa en su cabeza, que sonaba como mil risas.

Tú. Tú me hiciste alucinar.

Esa maldita cosa se lo confirmó cuando el edificio sobre el que estaba parada comenzó a temblar. Apretó los dientes con tanta fuerza que los oyó rechinar. El edificio no estaba temblando, lo sintió el huesos, pero el otro si estaba hundiéndose, esa cosa se lo estaba comiendo.

Unas telarañas rojas salieron del otro lado, intentaron tomar el edificio, que iba por el estacionamiento y fallaron, al desintegrarse al igual que las de Dianthe. Su respiración se agitó con la respuesta surgiéndole desde lo más profundo, un grito atorado en la garganta que llevaba mucho tiempo allí.

El ojo la mirada de cerca, parpadeando cada vez más lento, intentando ver todas las reacciones de Dianthe. Se había quedado callado, pero Dianthe aun podía sentir su presencia golpeando su cráneo. Cerró los ojos.

Niklas creció sobre ella, o lo que era él. Un hombre alto, callado y con raras sonrisas, a Dianthe se le humedecieron los ojos, el corazón palpitándole cada vez más rápido. El Niklas de su cabeza no reparó en sus vacilaciones. "Hazlo." "Hazlo ahora, Dalion es todo lo que te queda".

Dianthe lo sabía, y si no era por él, sería por toda esa gente que gritaba. Abrió los ojos, había cinco personas intentando levantar el edificio, sin éxito. Las observó, se veían borrosas. Y no era cosa de ella, ese maldito ojo les estaba haciendo algo.

Vete a la mierda.

Encontró el hilo de la fuerza y se aferró a él, tiró con brío. El cuerpo le tembló por el subidón de energía y sintió los cuernos más pesados que nunca. El concreto bajo sus piernas comenzó a resquebrajarse, como si pudiera sentir el peso de lo que Dianthe estaba levantando. Sintió que la cabeza iba a reventarle, no como un martillo golpeándole sino como si se la apretaran con una prensa.

El edificio dejó de hundirse, y las personas arriba de este se quedaron atónitas. Dianthe no tenía idea de quienes eran, y porque también tenían telarañas, no le importaba. El piso bajo ella tembló, se dio cuenta de que toda la ciudad temblaba, y no era una alucinación. La gente estaba saliendo a ver.

Dianthe tiró más fuerte del hilo, se le enredo dentro de la mente, rodeándole cada fibra y colmándole la conciencia; apretó de este con tanta fuerza que temió romperlo, aunque era imposible. El edificio vaciló junto con el poder de la castaña y tuvo que aferrarse a la pared para no sucumbir, apretó los puños y se puso de pie. Odiaba ese poder, con todas sus fuerzas, pero en esa vida le había tocado tenerlo. Y tenía que usarlo para salvar vidas.

Sintió la sangre correrle por la nariz y las orejas, el cuerpo débil y la visión borrosa. No soltó el hilo, no podía. Dio un tirón que la derrumbó y el edificio se alzó por los aires, las personas arriba se aferraron a la azotea mientras Dianthe conducía la enorme infraestructura hasta un lugar despejado donde pudiera dejarlo sin matar a nadie.

Inhaló y exhaló tanto aire como le cupo en los pulmones. Desenredó el hilo poco a poco, y el edificio fue descendiendo cuidadosamente hasta que se asentó sobre la carretera, volteado, pero confiaba en que nadie estaba muerto. Que Dalion estaba vivo.

El hilo se le resbaló de la mente como agua y el poder fluyó lejos de su cuerpo, cayó de rodillas sobre el techo resquebrajado, se le doblaron los brazos, quiso ceder. Cada fibra de su cuerpo le gritaba que lo hiciera, que no podía más, y Dianthe tuvo la idea de hacerlo, de no ser por el golpe que le llegó.

Escupió aire y sangre, observó a la niebla negra levantarse furiosa y perseguir su cuerpo que voló y azotó contra la pared de algún edificio. Dianthe se dobló, le dolía la espalda y el estómago. Cayó y una telaraña voló en su dirección, no obstante, la castaña ya tenía su propia telaraña aferrada a una pared. Se pegó a la pared, mirando con odio a lo que sea que fuese eso.

Cerca de ella estaban las otras personas.

—¡Déjanos ayudarte! —gritó el de la telaraña roja. Dianthe no se molestó en oírlo ni verlo.

Tenía algo personal con ese ojo, que se estaba regodeando en su mente. Se tiró al aire, importándole poco el dolor en cada parte de su cuerpo, en cada maldito palpitar de su corazón desenfrenado que no alcanzaba a seguirle el ritmo, en su mente turbada y drogada por las pastillas. Si a alguien tenía que arrancarle la cabeza, era a esa cosa. Asegurarse de que no estaba loca, que aun podía aferrarse a la cordura.

La niebla se extendió frente a ella, un agujero, Dianthe alzó las piernas y brincó encima de él, como un salto en barra. El ojo volteó a verla, estaba muy callado. Más agujeros de niebla oscura se abrieron por cuanto lugar pasaba Dianthe al intentar llegar a ese ojo, esquivó todos y cada uno de ellos, guiada por la ira. Pasó en medio de dos, y volvió a aferrarse a las telarañas de sus piernas, otra más se abrió en medio de sus telarañas y las desintegró.

Dianthe tenía ese tic en el ojo de nuevo. Tiró dos más antes de que esas personas la alcanzaran, lo que sea que quisieran, si implicaba detenerla, no aceptaría. Brincó sobre otro y paso demasiado justa entre otro que se abrió de la nada, el ojo seguía allí, viéndola y sin moverse.

Entrecerró los ojos cuando sus telarañas volvieron a desintegrarse y otras más la agarraron de las piernas, había armado un camino por la ciudad. Un agujero se abrió allí donde corría, saltó y corrió sobre los cables de luz, luego sobre las paredes, resbaló. La superficie estaba lo bastante mojada para no permitirle pegarse, se sorprendió de que sus telarañas no hubieran fallado antes con toda esa lluvia. Maldijo con un chasquido, extendió sus garras al concreto pero todo lo que encontró fue cristal que voló en pedacitos cuando sus garras lo atravesaron.

Unos brazos la alcanzaron, tomándola como una princesa de cuento. Dianthe se negó a ser tomada cuando tenía cosas que hacer. Maniobró en los brazos de quien la sostenía y pateó su cara. Uso el propio peso del hombre que caía para saltar sobre él y aferrar sus telarañas a lo que sea que no se resbalara. El hombre que la sostenía descendió sobándose la mandíbula, Dianthe notó una guitarra y unos pinchos.

Saltó a la pared, consiguiendo correr mientras los agujeros aparecían cada vez más rápido detrás de ella. Allí donde esos agujeros aparecían, se comían lo que había.

Dianthe saltó y giró sobre el aire, rozó la punta de un edificio con la suela del traje y se impulsó. Se agarró de los brazos con las telarañas aferradas a ellos y las piernas bien estiradas contra el ojo.

—¡No! —gritó alguien.

Él se abrió como una boca donde todo lo que había era oscuridad.

Muy agradable tu truco, hijo de puta.

Abrió las piernas y las introdujo dentro de la boca del ojo, sus piernas encontraron lo que buscaban y se aferraron a ellas con desesperación. Envolvieron aquello que estaba dentro y tiraron de él. El contorno tuvo un glitch, como si fuera a esfumarse por un error. Lo que sea que estuviera adentro temblaba ante la idea de salir, o es que no podía. Dianthe sonrió mostrando todo los dientes y los colmillos que le adornaban las mandíbulas. Tiró de sus piernas y las abrió como ancas de rana cuando lo que sea que estuviera dentro emergió.

Solo pudo observar un destello antes de que esa cosa chillara, se encogiera, el ojo se cerrara y todo desapareciera. Excepto la tormenta. Dianthe se quedó colgando de sus telarañas, sintiendo un ardor descomunal en la parte de sus piernas que habían entrado. Se enredó en sus telarañas hasta conseguir caer al piso, y se habría tirado al piso de no ser por las telarañas de alguien atrapándola por la cintura y llevándosela, volando hacía quien sabe dónde. Dianthe estuvo a punto de romper las telarañas con sus garras cuando otras telarañas le cubrieron las manos.

Ella quería ver si Dalion estaba bien.

Torció la cabeza hasta que sus cuernos se engancharon a sus manos y desgarraron las telarañas. Rompió la de su cintura, se aferró a una suya y todo pintaba bien hasta que volvieron a tomarla.

—¡Deja de hacer eso! —exclamó en inglés, una exasperada voz femenina detrás del traje blanco y negro.

Dianthe hizo una mueca, dio una voltereta y se paró sobre la telaraña que la sostenía de la cintura, se hinco, tiró de ella y arrastró consigo al otro tipo que llevaba la guitarra e iba jalándola como si nada.

El hombre la miró y jaló de la telaraña con tanta fuerza que Dianthe salió despedida hacía el cielo, no tuvo tiempo de pensar pues cayó igual de rápido y otras telarañas la envolvieron por completo.

—Que terca —le dijo el de la guitarra, con voz gruesa y un marcado acento británico.

Dianthe le sacó el dedo, incapaz de seguir peleando. Se concentró en el viaje, en ralentizar su respiración, concentrarse en dominar el poder de regenerarse, que siempre se ponía lento por las pastillas psiquiátricas. Esas heridas seguirían allí hasta su cuerpo hubiera expulsado la sobredosis.

—¿Crees que le caigamos bien, Miles? —inquirió una voz de chico más suave.

—No creo —respondió el dichoso Miles. Dianthe no se molestó en abrir los ojos.

Si lo que querían era comunicarse con ella, no iba a funcionar a menos que uno de ellos supiera lengua de señas, y estaba segura de que ninguno lo hacía.

Aterrizaron en las vías de un ferrocarril en una de las montañas lejanas de Viena, todos los tipos se esparcieron alrededor para rodearla.

—No vayas a huir —le dijo el más grande—. O volveremos a envolverte.

Destrozó la telaraña con hastió, entrecerró los ojos y los examinó. Había una chica de blanco y negro, el de la guitarra que parecía sacado de una banda punk, otro más al que le sangraban las axilas, otro de cabello bonito y un atuendo que a Dianthe le recordaba a la India, y el más grande, que tenía un aspecto bastante intimidante. Dianthe se tiró al piso, cansada hasta la medula, pensando en Dalion.

Lo que tuvieran que decir, que lo dijeran. Las preguntas de Dianthe pasarían a segundo plano con la preocupación carcomiéndole la cabeza.

—¿No tienes preguntas? —exclamó la chica. Dianthe se incorporó y asintió con la cabeza—. Bueno, dilas.

Se rio bajo la máscara y signó en inglés: ¿Quiénes son y por qué están aquí?

Las reacciones fueron justo las que esperaba, bocas calladas y expresiones de confusión. El más alto gritó.

—¡Gwen! ¡Es muda! —bramó alzando los brazos con exasperación. Dianthe sonrió y alzó los brazos moviendo las manos como si tuviera cascabeles en ellas—. ¿¡Por qué chingados no me dijiste que es muda!?

¡Sorpresa!

Y volvió a reírse. Mientras todos salían de su confusión, agarró su telaraña y se perdió, haciéndose invisible de inmediato. Al no sentirlos cerca, volvió lo más rápido que su cuerpo pudo.

Encontró un alboroto alrededor del edificio de Dalion, y lo vio. Sentado en el piso con una toalla encima y un suero en la mano, tenía sangre en la cabeza, pero respiraba. Y era todo lo que a Dianthe le importaba. Corrió a casa de vuelta, echó por la borda sus heridas y se vistió. Se mojó el cabello enmarañado y volvió a ponerse la máscara que desapareció hasta que llegó con Dalion.

Lo abrazó y ambos cayeron al piso.

—¿¡Estás bien!? —movió las manos rápido y desenfrenado.

Dalion la miró con sorpresa y asintió un segundo después, con una sonrisa leve en el rostro. Dianthe volvió a pasar sus brazos sobre los hombros del chico y él la rodeo fuerte, enterró su cabeza en su hombro. Dalion se dio cuenta que olía a sangre, a polvo y algo parecido a perfume masculino, que no era suyo. No le dijo nada, pues la chica se dejó caer sobre él con tanta pesadez que parecía haber corrido un maratón.

Y pensó que así se sentiría vivir día a día como ella lo hacía, así que no se quejó. Acarició su cabello mojado y respiró cerca de su oreja.

—Estoy bien, gatito, aquí estoy —susurró. Dianthe lo apretó y él se lo devolvió. Tenía mucho sin usar ese mote, pero después de todo, Dianthe seguía pareciendo un gatito enfurruñado—. No me he ido.

Y lo sabía, Dianthe lo sabía. Pero temía la posibilidad de que un día no pudiera ser suficiente, que no lo salvara. No lo mataría, como a Niklas, pero tampoco podría salvarlo, como pudo hacer con Peter. Y la idea la empujaba más cerca del risco de la locura.


sound of silence | wuserpoe




vistazo al piso de dianthe. en los siguientes capítulos ya se viene lo bueno:)

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