trece.

❝besos al aire y solos de guitarra

²⁶ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ᵛᶦᵉʳⁿᵉˢ — ²³:⁵⁷. ᴴᵒʳᵃ ᵈᵉ ᴺᵘᵉᵛᵃ ʸᵒʳᵏ.
⁰⁵:⁵⁷ ― ᴴᵒʳᵃ ᵈᵉ ⱽᶦᵉⁿᵃ. 

Todo estaba listo, Dianthe había pasado la noche entera fuera de casa con la excusa de que iría a hospedarse en unas cabañas a las afueras para hallar inspiración, volvería quizá por la tarde. No podía decirle a donde iba verdaderamente.

Dalion era el tipo de persona que investigaría el dichoso concierto, solo para darse cuenta que no habría concierto, sin contar que era en otro continente; y que la única manera que tenía de moverse a través de continentes y realidades era un hombre que ya había conocido y que también resultaba ser un Spiderman de otra dimensión.

Llevaba años manteniendo su identidad oculta para destrozar su esfuerzo en una salida de una noche.

Dianthe tenía poco conocimiento sobre el estilo de música que Hobie tocaba, y más, sobre como vestirse. Después de algunas búsquedas en internet tenía más o menos una noción de que debía ponerse y tras haberle pedido una playlist de su música al chico, entendía un poco de que iba.

La noche anterior había tomado las pertenencias que necesitaba, ahora se hallaba allí, terminando de cambiarse en el fondo de la galería. La habitación favorita de Dianthe pues había sido construida específicamente para ella. Le había dicho a Hobie como llegar ubicándose desde su apartamento pero el chico se estaba tardando ya.

Terminó de aplicarse el labial oscuro, tomó su bolsa y cerró con llave cada puerta tosiendo por el polvo de vez en cuando. Un golpe resonó al fondo de la galería, Dianthe giró el rostro desde la oscuridad de la entrada, sus sentidos vibraban ante la llegada de la araña.

―¿¡Hola!? ―gritó y su voz hizo eco por toda la sala. Dianthe se apresuró antes de que él decidiera cruzar.

Se acercó por detrás a su alta figura. Bañado por la tenue luz neutra del pasillo lo observó.

Vestía algo que estaba entre un pantalón y una falda de cuadros y líneas, llevaba unas botas con tacón que lo hacían más alto todavía, y encima un top negro sin mangas, su cuello le cubría hasta la barbilla y tenía retazos de tela colgando por allí. Eso sin contar las cadenas y collares, la piel le brillaba.

―Ah, aquí estás. Te ves más pequeñita ―sonrió él.

Sus ojos recayeron rápidamente sobre ella. No había esperado verla con eso puesto. Una chaqueta negra con pinchos, una blusa transparentosa y una falda de cuadros rojos y morados. Sin embargo, no fue eso lo que más lo atrajo.

Llevaba el cabello agarrado en dos chongos con los cabellos sobresaliendo en picos, por lo que sus orejas estaban libres.

Dianthe tenía múltiples perforaciones en los oídos. La perforación industrial resaltaba, una espada de la que colgaba una joya roja.

―Tienes perforaciones ―se maravilló, y quizá sonó más entusiasta de lo que pretendía.

Dianthe se tocó las orejas y asintió. Alzó el rostro hasta Hobie. Él también llevaba aretes, en especial uno. Una araña gigante en su oído que se conectaba a su labio por dos cadenas. Su voluminoso labio inferior decorado con la perforación, le quedaba bien.

―Vámonos ya, Ri me odiara si llego tarde ―murmuró con una sonrisa, la vista en su reloj.

Ella asintió, cerró por dentro y esperó a que el chico abriera el portal. En el camino se preguntó quien era Ri, ya iban dos veces que la mencionaba.

Nueva York brillaba en todo su esplendor, hacía calor y la oscuridad bailaba con las luces neón del bar. Estaban en la parte trasera del lugar. Hobie le sonrió a la par que abría la puerta y la dejaba pasar.

Entraron a un pasillo iluminado apenas por luces neón azules, alfombra oscura en el piso. Avanzó a la par del chico. Olía a humo y podía escuchar la música tronando a través de las paredes como si la tuviera sobre los oídos. Odiaba esa parte de su hipersensibilidad.

―Toma ―Hobie se quitó su reloj y se lo envolvió en la muñeca a la chica―. Ya que la pulsera que te puso Miguel venció.

Hobie se detuvo frente a una puerta oscura. Había otras iguales en el pasillo, supuso que estarían tras bambalinas si es que los grupos se presentaban allí con tanta frecuencia.

―Aquí me quedo ―dijo él―. Sigue derecho y luego da vuelta a la izquierda. Enséñale esto al cadenero.

De su bolsillo sacó una cadena plateada, tenía un dije en forma de placa. El nombre de Hobie estaba grabado en el metal. Él le sonrió. Alzó las manos para agradecerle cuando la puerta se abrió de un tirón y una mujer gritó.

―¡Hobs muévete! ¡Aun te tengo que maquillar! ―lo tomó del brazo y lo jaló. Se detuvo un segundo a mirarla, luego cerró la puerta.

Dianthe se quedó quieta un instante, la mirada de indiferencia de la mujer no le decía nada excepto que quizá no era la primera chica que Hobie llevaba. No debía ser nuevo para ella. Sacudió la cabeza, no podía importarle demasiado lo que otras personas pensaran.

Se dirigió por el pasillo, sacó sus tapones de su bolsa y se los puso. Giró a la izquierda y al final se encontró con el cadenero. El hombre alto la miró sin expresión, luego levantó una ceja.

―La entrada es por el otro lado ―espetó señalando sobre su hombro. Dianthe levantó el collar.

El cadenero levantó las cejas, asintió y le abrió la puerta.

―Adelante ―extendió el brazo, Dianthe le gritó un gracias.

Se colgó la cadena. Fue súbitamente abordaba por un montón de estímulos nuevos, música más fuerte, humo, alcohol, fluidos humanos y una cantidad sorprendente de personas. Había otro hombre pegado al lado de la puerta, la miró.

―Por aquí ―el hombre la guio por aquel enjambre de personas que hablaban entre gritos. Tomó su bolsa entre sus manos.

El bar se había abierto en la zona del concierto, las mesas desplazadas a las orillas más oscuras del lugar. Columnas envueltas en luces brillantes de tubo, luces bailarinas recorriendo el lugar.

Tras esquivar la multitud llegaron a una zona más silenciosa muy cercana al escenario. Estaba cercada con vallas oscuras y no mucha gente estaba cerca. No había ni una sola persona dentro de esa zona. Había mesas altas y sillas cubiertas de terciopelo negro, el hombre la condujo hasta una de las mesas que quedaba frente al escenario. De pronto sintió que un montón de ojos la veían.

La aplastó el recuerdo del Vacío. Sacudió la cabeza.

Se sentó, el mismo hombre regresó con una carta. Dianthe le echó una ojeada, se mordió el labio. No llevaba dólares.

―Cortesía de la casa ―respondió el hombre como si le hubiera leído los pensamientos.

Dianthe gritó lo que quería, sintió su voz floja y rasposa. El hombre asintió y se retiró. Se dio cuenta que en la pared detrás de ella estaba la barra en la que apenas dos personas permanecían. Escuchó algunos murmullos preguntando quien era ella, que habían supuesto que la zona VIP no iba a ser utilizada. Decidió ignorarlos.

No quería que su noche se arruinara, era la primera vez que salía luego de mucho tiempo. Pensó que quizá podría sentirse más en ambiente si estuviera con el resto de la multitud pero al mirarlos no pudo asegurar que no se sobre estimularía de golpe. Si Hobie había hecho eso a propósito, se lo agradecía.

Iba por la mitad de su bebida cuando las luces del escenario se encendieron y los gritos colmaron todo el lugar. Las luces menguaron y luego volvieron, había personas detrás de los instrumentos.

El concierto empezó en un torbellino desenfrenado, los sonidos de la batería, la guitarra, el bajo. Los estruendos eran poderosos, Dianthe los sentía contra la piel y las vibraciones en todo el lugar.

Había cinco personas sobre el escenario, tres hombres, dos mujeres. Cabellos verdes y morados. Hobie estaba a su izquierda golpeando la guitarra con la púa, siguiendo la música con la cabeza.

Se pregunto si no estaría tapándole las vistas al resto, bajó de su silla. Escuchaba los gritos, detrás suyo, sentía el piso temblar por todo el movimiento.

Un absurdo pensamiento la asalto. Se parecía a una de esas ridículas escenas de películas adolescentes donde la chica tímida y tonta terminaba siendo la novia de la estrella de rock que toda la escuela quería. La idea la hizo reírse. Si la vida fuera tan fácil.

Apuró su bebida.

Cuando se la terminó, otra llegó casi sin notarlo. No la toco, le haría daño si combinaba demasiado alcohol con las pastillas. Ya había terminado una vez en el hospital por pasarse de alcohol, a Dalion no le gustó.

Hubo una canción especialmente buena que la hizo sentir adrenalina en la sangre. Tomó el vaso sobre la mesa, lo olisqueó y lo probó. No sabía a alcohol y era dulce.

Lo que quedó de concierto pasó como una escena de película, Dianthe se sentía pesada y podía jurar que estaba borracha. Disfrutaba de la música con una sonrisa perezosa. Hobie tocaba con pasión lo que le encendió la piel, tenía calor.

No habría creído ver a alguien hacer algo con tanto fulgor. La piel le brillaba perlada por el sudor, sonreía y se movía alrededor del escenario, en ocasiones también estaba sobre el micrófono. Tras un verso suyo vino un solo de guitarra que le fascino, Hobie se deslizó sobre el escenario y terminó de rodillas a centímetros de caerse sobre la zona donde estaba Dianthe.

Alzó la cabeza, le sonrió y le guiñó un ojo.

Ella sonrió por igual, y sin ser capaz de coordinar sus pensamientos alzó la mano y le envió un beso. Estaba borracha, definitivamente, lo suficiente como para que no le importara lo que acaba de hacer. Se sentía embelesada, habitando otro momento, otro espacio lejos de su vida. Como si todo lo que la aquejara hubiera desaparecido tras esas paredes.


El concierto termino bien entrada la madrugada. Dianthe se tambaleó un poco al salir, esperó a que toda la multitud se dispersara. El aire caliente de Nueva York le pareció más fresco de lo que era, lo aspiró y se alejo de la entrada.

Se tambaleó de nuevo al tratar de esquivar una botella rota, maldijo por lo bajo. Una mano le agarró el codo.

―¿Estás bien?

Giró el rostro, allí estaba Miles. Entrecerró los ojos e hizo un esfuerzo por distinguir la cara, entonces vio que si era Miles. O una versión de él con trenzas. No lo había sentido, debía estar más borracha de lo que pensaba. Se enderezó.

Asintió.

―¿Viniste sola? ―inquirió. La chica frunció el ceño, ¿qué clase de pregunta era esa?

Negó, abrió su bolsa y se llevó un chicle a la boca, le ofreció al Miles desconocido. Él tomó una. Se enfocó lo más que pudo en detectar peligro proveniente de él pero nada sucedió, bueno, debía ser un chico común y corriente en ese mundo. Le alegraba.

Quizá hubiera otras Dianthes en Viena con una vida rodeaba de todos los que amaba. Esperaba que así fuera. Le sonrió al desconocido.

―¿Esperas a alguien?

Ambos se recargaron en la pared, un poco alejados de la entrada pero no lo suficiente como para que Hobie la viera fuera por donde fuera que saliera. Dianthe asintió.

―¿No hablas o estás echándome?

Dianthe sonrió, más flojamente de lo que pretendía. Sacó su celular y le tecleó.

Soy muda

Bueno, no lo era, pero era más fácil entender eso que explicar lo que padecía. El Miles desconocido asintió con un brillo de comprensión.

―Lo siento, soy Miles ―extendió la mano. Ella se la estrechó, no había notado que fuese tan grande, pero estaba segura de que él era un poco más pequeño que Miles.

Escribió su nombre. Miles sonrió.

―Me gusta, nunca lo había escuchado.

Seguro que no, estaba bastante claro. Ella tampoco había conocido a nadie que se llamara Dianthe. Ya no se sentía tan borracha, al menos podía caminar bien. Miles no dijo nada más, ella tampoco. Era una curiosa coincidencia que él hubiera aparecido allí.

Lo recorrió con la mirada, notó un dispositivo familiar en su muñeca. Era un reloj, medio oculto por la manga de su suéter. Conocía ese reloj, una versión de el más sofisticada. Entrecerró los ojos. Ese Miles no era de allí. No podía.

¿Cómo la había encontrado? ¿Cómo de todas las personas que estaban por allí la había ayudado a ella? Las coincidencias no existían.

Algo vibró en su nuca.

La alta figura de Hobie emergió del callejón al lado del bar, el chico le sonrió. Cuando Dianthe giró la vista, Miles ya no estaba allí.

―¿Estás bien? ―preguntó al notarla desorientada.

Borracha

Le escribió. Sus amigos no estaban con él. El maquillaje que llevaba en el concierto había desaparecido, Hobie leyó el mensaje y una leve sonrisa le cruzó el rostro.

―¿Te divertiste? ―ella asintió.

Empezaron a caminar lejos del bar, el cuerpo de Dianthe todavía se sentía pesado y caliente, aun sentía que vibraba con el recuerdo de la música que todavía no se desvanecía en su mente.

Iba demasiado metida en sus pensamientos sobre la música y el Miles de las trenzas para fijarse por donde iba. Su cabeza se estrelló contra una superficie, farfulló una queja y alzó la cabeza.

Se había estrellado contra la mano de Hobie, que le tapaba la parte de una farola en la que su cabeza habría acabado si no fuera por él. Se sintió avergonzada.

―Ah. Perdón ―susurró.

Hobie abrió los ojos con sorpresa, la miró como quien no se cree algo. Ella alzó las cejas, preguntándose que le pasaba, y porque todo esa noche estaba tan raro.

―Hablaste ―murmuró sorprendido.

La chica asintió lentamente, consternada por su sorpresa. Recordaba haberles dicho que si podía hablar. Estaba muy segura, pero también estaba borracha y los pensamientos se le mezclaban como una mezcla espesa. Su cabeza estaba densa.

―...no creo que estes en condiciones de regresar a tu casa ―volvió en sí, escuchó a medias lo que él decía. Le estaba dando mucho sueño―. Tengo una habitación extra en mi bote. Vamos.

Asintió, lo siguió entre la vigilia y el sueño. Una sucesión de luces, edificios altos. Un barco, una mano extendida que ella tomó y la llevó dentro del barco. Casi vomitó con el movimiento quedo del mar en la habitación.

Se había tirado a la cama, desatado entre quejas los moños y pataleado para quitarse las botas. Al final juraba no haber podido, se rindió.

―Esa es mi cama ―murmuró para si Hobie, con las manos en las caderas.

Frente a él estaba Dianthe, con la cabeza enterrada en la almohada y el cabello desparramado a su alrededor como un halo castaño oscuro. El pecho le subía y bajaba con una tranquilidad que él estaba seguro no conseguía de otro modo que no fuera tomando pastillas o poniéndose borracha. Seguro que llevaba mucho tiempo sin poder dormir con esa paz.

Se arrodilló a los pies de la cama, desabrochó las agujetas de las botas y se las quitó con cuidado. También aprovechó para quitarle los anillos y collares, tomó su propio collar y se lo colgó.

Había un anillo dorado con una esmeralda que llamó su atención, principalmente porque era la única pieza dorada y no plateada.

Estuvo por salir de la habitación cuando el celular de la chica comenzó a vibrar dentro de su bolso. Era Dalion, presionó el botón del volumen y lo dejo estar en su mesa de noche.

―Supongo que dormiré como invitado ―sonrió burlón, cruzó la sala deshaciendo de las cosas en el camino.

Cadenas, collares y anillos terminaron sobre la mesa, su ropa regada por la sala y el resto de pertenencias por quien sabe dónde. La siguiente mañana lo recogería todo más temprano, antes de que ella se despertara.

Esa noche solo quería descansar. Y mientras dormitada, no pudo olvidar el beso que ella le había mandado. 

sound of silence | wuserpoe



me encanta a donde va esto

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