siete.

❝piel oscura y voz de persuación❞

²⁰ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ˢᵃ́ᵇᵃᵈᵒ — ⁰⁴:¹⁹.

Dianthe se aferró a otra telaraña que la llevó hasta el complejo de departamentos donde vivía el actual capitán de policía. Un hombre que Dianthe detestaba. Suspiró frotándose la frente y caminó por la pared del edificio. Divisó el número 21 en la puerta café oscuro y lanzó el bowl cubierto de telarañas negras.

Se aseguró de que cayera bien y luego retrajo la telaraña, que volvió plácidamente a la lanzatelaraña. Dianthe se sacudió las manos con unas palmadas y se dio vuelta para volver al techo y luego a casa. O podría, si no hubiera un Spiderman con pinchos en su camino.

—¿Por qué estás dejando la cabeza de uno de sus oficiales? ¿Quieres traumatizarlo? —Hobie dio la vuelta cuando Dianthe paso a su lado, y la siguió—. ¿Es un plan malévolo para hacer caer a toda la policía?

Dianthe no le respondió, porque no quería y no podía. Pero el chico no estaba muy cerca de la respuesta. La cabeza era una amenaza. Cuando el papá de Liam fue nombrado capitán de la policía no pasaron ni dos semanas que uno de sus policías mató a un civil injustificadamente.

Ella se juró a si misma hacer lo que Peter hubiera deseado que Spider-girl hiciera, se convirtió en su mantra. Por desgracia no tardó mucho en darse cuenta de que no podía salvar a todas las personas sin deshacerse de otras. Que había hombres que no merecían vivir, y Dianthe no podía ignorar eso.

Intentó ignorarlo, pero pronto se hallaba cazándolos. Con ellos canalizaba la ira que brotaba de su interior sin motivo aparente, más tarde descubrió que era normal por el trauma. Mientras tanto, estaba acabando con la basura. La policía la seguía, quería atraparla, solo que ninguno se acercó lo suficiente.

Y ninguno descubrió ninguna de sus dos identidades. Ni Dianthe ni Spider-girl. Las olas de crimines no empezaban ni terminaban en ella, la gente con habilidades estaba por cada rincón de Viena. Esparciendo su maldito crimen por todos lados, y esos malditos policías incompetentes no ayudaban a Dianthe en nada más que estorbar.

Sin embargo, cuando el policía cometió ese error decidió que alguien más tenía que hacerse cargo de los imbéciles. Y le dejo la cabeza en la puerta de la casa de Liam y de su papá.

Sonrió y asintió cuando Jacobo, el padre de su exnovio le pidió que cazara a ese asesino de policías. Dianthe le pidió a cambio una cosa bastante sencilla: empieza a contratar policías de verdad, y no imbéciles.

Así, sin más, las cosas volvieron a funcionar dentro de Viena. Se fundó un departamento de personas con habilidades para hacerse cargo de otras personas con habilidades y cuando ni siquiera eso era suficiente, Dianthe siempre estaba metida en algún rincón, aguardando.

Dianthe saltó a otro edificio.

—Los edificios de aquí son bastante pequeños comparados con los de Londres o Nueva York —Hobie le siguió el paso—. Y está todo lleno de torres y castillos.

Para molestia de Dianthe, hacía apenas unos meses el Capitán Matamoros había muerto en manos de la chica. Todo a cambio de salvarle la vida a su hijo y exnovio de Dianthe. Un guapo chico de origen mexicano y sonrisa coqueta, uno que ahora también vivía solo.

Así que nombraron a otro idiota Capitán, y ese mismo idiota estaba haciendo las mismas idioteces que Dianthe se había esforzado por arreglar. Contratando incompetentes, despidiendo gente del sector de habilidades y reduciendo los gastos en las pruebas psicológicas de los policías contratados. Tenía tiempo sin arrancarle la cabeza a nadie.

Qué quieres? Escribió Dianthe en su celular.

—Como te llamas —respondió alegremente el otro, llegando a su lado y pasándole el celular.

La chica notó que tenía las uñas pintadas de negro. Vaciló un momento antes de ponerle su nombre.

Dianthe

—Bonito nombre, aunque pensé que te llamarías como Miguel, ustedes de verdad no se llevan bien —Hobie sonrió en la oscuridad y se columpió hasta el edificio en frente del de Dianthe.

Se deslizó por las tejas, por reflejo Dianthe le lanzó una telaraña y lo jaló hacía atrás. El hombre tenía una sonrisa enorme cuando se giró a la chica y se sentó sobre las tejas. Dio una palmadita a las tejas a su lado, Dianthe permaneció de pie.

—Me llamo Hobie, Hobie Brown —murmuró el chico—. ¿Tienes apellido o solo te llamas Dianthe? ¿Se dice con la th o solo la t?

No entiendo tu interés tecleó la chica y le lanzó el celular. Hobie se encogió de hombros al leer el mensaje. Con una sonrisa discreta y los ojos brillantes respondió:

—Es raro que Miguel luche tanto por alguien, detuviste un ojo que mató a dos Spider-mans e hiciste levitar un edificio completo. Yo creo que eres bastante interesante.

Dianthe lo evaluó de nuevo. No necesitaba los elogios de nadie, tenía que oírlos casi a diario, pese a evitar las noticias sobre ella. No eran saludables para su cabeza. Suspiró y la mascara desapareció.

Dianthe podía guardarse su odio para Miguel, sus tristes y atrapados trabajadores no tenían que lidiar con ella. Y sentía un poquito de pena por haberle pateado la cara la vez anterior, sin contar por supuesto, que él la había cargado cuando se desmayó. Al menos podía agradecerle.

Se sentó junto a él, o bueno, lo bastante cerca para oírlo y mantener su habitual espacio personal de un metro que aplicaba para todo el mundo, excepto Dalion. Quien tenía un extraño concepto de espacio personal y de vergüenza, pues no podía dormir en la misma cama que Dianthe pero podía pasearse por la casa en bóxer. Un hombre raro.

Dianthe se rodeó las piernas con sus brazos y las pegó las pecho. Escribió lentamente en su celular, con el brillo iluminándole la cara en la oscuridad.

Dianthe O'hara Markovic, y es con t

Hobie sonrió al bajar la cabeza y notar que la chica se sentaba a su lado, o algo parecido. Llevo su guitarra delante y empezó a rasgar algunas cuerdas, no era una melodía (aun), era algo más como un tic, si se lo preguntaban. Tomó el celular en la mano, que le quedaba bastante pequeño en realidad y leyó el texto.

Su mano se congeló en la guitarra y la cuerda rebotó en su dedo produciendo un sonido que no encajaba con lo que intentaba componer. Dianthe corrió la vista hasta él al notar el brusco giró de la melodía. El celular iluminaba medianamente sus rasgos oscuros.

Observó las cejas oscuras fruncirse y los ojos amielados brillarle con algo que no reconocía. Sus labios estaban sellados en una línea donde resaltaba ese aro, Dianthe lo vio abrir la boca y susurrar una palabra que se llevó el viento entre sus brazos. No fue capaz de oírlo.

Hobie pasó saliva, el apellido O'hara se le grabó en lo profundo. No podía ser cierto, pero tenía tanto sentido... considerando lo parecidos que eran. El chico fingió una media sonrisa y alzó la cabeza al mirarla.

Dianthe tenía los ojos clavados en él, intentando descifrar que había significado esa reacción. Cuando no podías hablar solo podías escuchar y ver, era experta en eso. La sonrisa de Hobie vaciló al cruzar miradas y Dianthe no lo paso por alto, ni la forma en la que se mordía el labio y movía el arito.

—¿O'hara eh? No es un apellido común.

Arrugó la frente y le tendió la mano para obtener su celular de vuelta. Tecleó una respuesta rápida. Tenía frío, y aunque sabía que no podía dormir, prefería estar encerrada bajo la comodidad de sus mantas garabateando algún animal o un paisaje que hablando con un desconocido de perfecto perfil.

Era de mi papá, pero no sé de qué país es

A Hobie no se le escapó el "era", no podía escapársele nada ahora que sentía frío en los huesos. Si Miguel se enteraba, Dianthe no tendría lugar donde esconderse de él.

—Luego puedes enterarte —se encogió de hombros, tratando de restarle toda la importancia posible—. Entonces, ¿por qué no quieres unirte?

La chica apartó la vista para otro lado, con el borde de los edificios saludándola o su ventana cubierta por la cortina blanca. Encogió los hombros, tratando de cubrirse del frío. Tal vez debería incorporar algo para regular la temperatura corporal. Cogió su celular y tecleó con los dedos entumidos.

Estoy buscando el equilibrio y ustedes solo me estorbarían, y miguel no me cae bien

Hobie se rio. Dianthe captó el sonido sobre el resto, le pareció una risa demasiado profunda. Miró al chico de soslayo solo para encontrar que Hobie también la mirada y le extendía su chaqueta.

―Hace frío ―replicó, leyéndole el ceño fruncido.

No lo suficiente. Tecleó, estiró las piernas para despabilarse y hacerle notar que no tenía tanto frío.

El de tez oscura no pudo evitar sonreír de lado, le resultaba casi adorable que tratara de fingirlo, todo con el fin de evitar contacto con ellos. De verdad estaba empeñada en no acercárseles, pero si en algo era bueno, era en cansar hasta el hartazgo.

Podía aceptar o podía desfigurarle la cara. Sería un precio dispuesto a pagar con tal de proteger a sus amigos, y de que Miguel no se enterara de su apellido de inmediato. Les traería un montón de problemas.

Se colgó la chaqueta sobre los hombros de nuevo, alzó las cejas, los dientes blancos asomaron en su sonrisa cuando Dianthe frunció aún más el ceño. Esperó correr la vista y que no se notara cuanto estaba tratando de descifrar si los mismos ojos cansados de Miguel estaban tatuados en carne y hueso sobre ese rostro alicaído frente a él.

Ojalá no fuese así, ojalá fuese otro O'hara.

Recorrió su cuerpo, reparó en esas garras oscuras que le habían hecho cortes a Gwen, en el material del traje nanotecnológico que había tenido la oportunidad de ver y probar en otras ocasiones, solo que este parecía no tener un IA integrada. Por sobre todo, era incapaz de olvidar esos cuernos de carnero sobre la máscara.

No me mires tanto

Dianthe revoleó los ojos, volviendo a cubrirse las piernas. Hobie apartó la vista hacía la ventana cubierta del apartamento, donde habitan más secretos de los que Dianthe por si sola estaba dispuesta a revelar.

―¿Para qué son los cuernos? ―inquirió.

Quería mantener el ambiente relajado, que se viera como una conversación más que como un interrogatorio.

Dianthe soltó una exhalación, se puso de pie con intención de darle fin a esa conversación. Daba igual que no fuese a dormir, prefería estar sumida en sus mantas garabateando vidas ajenas.

Ten buena noche

Recogió el celular con una telaraña, saltó hasta la ventana parándose sobre el alfeizar, encajó una garra en el marco y la abrió. Había tenido que darle una muy buena explicación a Dalion de porque la mitad de la ventana parecía arrancada y donde demonios estaba el pedazo.

Cerró las cortinas el doble de fuerte de lo que acostumbraba, se quitó el traje y solo pasados unos veinte minutos volvió a asomar la cabeza al tejado. Nadie estaba allí, nada estaba allí. Solo el silencio y los colores del amanecer subiendo hasta iluminar su vista con su gloria.

Los días eran muy largos en junio.

Se preguntó si el cielo se nublaría de nuevo, o si el mundo se doblaría al pasar de aquel ojo de infinito vacío ¿y qué pasaba con los demás? No podía imaginar que estuviera en otra dimensión, si apenas era capaz de procesar que había otros, claro que, la teoría de los múltiples universos ya no era un cuento de hadas. En ese mundo nada lo era.

Justo cuando querías pararte a pensar si algo era posible, aparecía una persona con una habilidad el doble de impresionante que tu pensamiento. Todo lo que podías imaginar, era posible en ese pedazo de tierra.

¿Qué combatían los otros Spidermans? ¿Era posible que no hubiera uno o varios que le hicieran frente? No lo entendía, tampoco quería pensar tanto en ello o la culpa le carcomería el alma, habría más muertes.

Gente sufriendo. Su mundo podría sufrir, colapsar. ¿Salvarlo implicaba cooperar con esa gente? ¿Cuánto tiempo?

Dianthe suspiró al separarse de la ventana. Se dirigió a su cama, tomó una píldora y dejo que el sueño artificial se la comiera.


²⁰ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ˢᵃ́ᵇᵃᵈᵒ — ¹²:⁵⁸.

―Te hice hotcakes ―Dalion sonrió al entrar a la habitación.

Dianthe se sacó el cabello de la boca, bostezó y rodó a un lado de la cama. Dalion se metió con ella, luciendo su pijama combinada. Sonrió apenas, sintiendo el corazón calientito y acurrucándose con su amigo.

Sabía que habitaban en mundos distintos, puntos que no se tocaban en ninguna circunstancia, sin embargo, en ocasiones como esa, Dianthe sentía el arrullo de la protección y el cariño, la tranquilidad le colmaba el alma y a menudo se hallaba sobrecogida por esos sentimientos, pero estaban todos equilibrados con el Dalion lejano de su otra vida. Con el que no podía contar.

Ese Dalion, por otro lado, había sido el único hombre al que le había dado permiso de meterse en su vida y su corazón. Daría lo que fuera para protegerlo, incluso si él habitaba peldaños más allá. Su amigo, su compañero sobre todas las cosas.

―Dormiste muchísimo ―bostezó él―. Me alegra que estés mejor.

Dianthe sonrió, no estaba mejor, pero no importaba. Quería ese momento de paz para ella, después, tal vez más tarde, buscaría la manera de contactar al tal Brown.

Mantener una ciudad a salvo implicaba sacrificios, Dianthe no estaba segura de querer hacer ese sacrificio, salvo que, importaba más siempre y cuando pudiera proteger aquello que le importaba.

Dalion se fue más tarde al trabajo, ella se metió a la ducha y luego se lanzó por la ventana. Viena abarcaba al menos cuatro sextos de Nueva York, por lo que recorrer toda la ciudad no fue tan fácil ni rápido como pensaba. Dianthe se rindió cuando las calles empezaron a vaciarse, hizo desaparecer el traje en un callejón y corrió hasta una cafetería para resguardarse de la lluvia. No llevaba una sombrilla, lastimosamente.

El Café Schwarzenberg cerraba a las doce, pese a que a esas ultimas horas pocas personas rondaban las calles. Se metió en el enjuagándose el cabello, admiró el bello lugar vacío con una leve sonrisa. Amaba Viena y su precioso estilo, Dianthe podría ser lo que fuese, pero muy afuera de eso solo era una chica que disfrutaba de las pequeñas cosas.

Saludó al Sr. Muffin que se enroscó en su pierna con calidez como hacía con aquellos que llegaban solos. Dianthe tenía la manía de pasarse por las cafeterías aledañas a la universidad siempre que no la necesitasen. Se acercó a la barra, saludó al bartender de turno y se encargó de señalar lo que quería, ellos conocían su mudez por lo que nadie se preguntaba porque no hablaba.

Se sentó sobre uno de los sillones individuales que daban al espejo, Sr. Muffin la siguió y tomó asiento sobre el otro sillón. Dianthe inspiró y exhaló varias veces, reconfortándose con el cálido olor del café y cuero de los asientos. Sacó su cuaderno y garabateó con calma al Sr, Muffin. Estaba comenzando a pensar que solo podría contactar con ellos cuando ellos decidieran que volverían a molestarla, cabeceó al ritmo de la música en sus audífonos. Giró la vista a la ventana y entonces pudo observar un atisbo de piel oscura pasar fuera de la cafetería.

Pensó que era Brown, luego recordó que había bastantes personas negras por Viena. Volvió la vista al cuaderno, el Sr. Muffin era la pieza más grande, cambió de rumbo para practicar anatomía.

―¿Llegó muy tarde? ―una voz gruesa apareció tras ella con una boba sonrisa.

Dianthe lo miró desde el espejo. Alzó las cejas y señaló el asiento frente a ella. Cerró su cuaderno, siguió con la mirada al chico que se notaba algo empapado. Gotas de agua le corrían por la chaqueta roja, levantó los ojos para verle el rostro, tenía la misma expresión relajada.

Estoy dispuesta a cooperar

Hobie leyó el mensaje en el celular, una sonrisa burda le ilumino el rostro, pegó sus ojos oscuros a los verdes de ella. Su expresión no denotaba más que un estado de lasitud, el verde estaba opaco y parecía estar esperando una respuesta.

―Cool, ¿tienes libre mañana?

Dianthe asintió, dándole un sorbo al café. Continuó con su pan en silencio, dándole un pequeño mordisco al Sr. Muffin.

―Bien, pasare por ti.

Hobie sonrió al notar al gato cobrizo menearle la cola a la chica y acercándose al pan que ella le ofrecía. Dianthe tenía una fina sonrisa pintada en esos labios mordisqueados, se fijo en el cuaderno cerrado sobre la mesa. En este aparecía una foto polaroid de un chico alto sonriendo y saludando, de fondo tenía una casa de madera y montañas. También había mucha niebla.

Parecía ser el chico que vivía con ella.

Dianthe cubrió la foto con su mano y se levantó sin despegarle la mirada. Guardó lo que llevaba en un bolso y se acercó a la caja, donde le extendió una tarjeta al cajero. El pequeño gato se bajó del sillón y siguió a la chica hasta la puerta, Hobie lo imitó.

Salió a la lluvia, Hobie se alzó el cuello rojo y trotó tras la pequeña figura que se movía más rápido de lo que esas piernas aparentaban.

―Oh vamos, vine hasta aquí, ¿eso es todo? ―prorrumpió.

Dianthe hizo caso omiso, dio vuelta en un callejón y entonces, Hobie no la encontró más.

Sonrió al cielo.

―Que chica tan difícil. 

sound of silence | wuserpoe



aguassss que se viene lo bueno

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