seis.
❝unos ojos brillantes mirando en la oscuridad❞
¹⁷ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ᵐᶦᵉ́ʳᶜᵒˡᵉˢ —²¹:¹⁴.
Parpadeó con lentitud, miró el techo blanco iluminado por una luz blanca que la iba a cegar si seguía mirando por mucho tiempo. Cerró los ojos, permitiéndose sentir el frío en sus pies y manos, el cuerpo entumido. Abrió la boca seca, olvidando por un instante que no podía emitir palabra. Apretó los dientes, y cerró los ojos de nuevo.
No sentía la cabeza, ni el alma. Y ojalá tampoco pudiera sentir su pecho atrapado debajo de un peso invisible que no podía quitarse. Dianthe estaba cansada de luchar contra ella. Se paralizó en medio de su laberinto, mirando el vivido recuerdo de Peter, del último hombre que fue Peter. No había luz allí, pero era perfectamente capaz de verlo.
Hacía apenas pocos meses que había sido capaz de recuperar el recuerdo de la muerte de Niklas, lo que le llevó a los recuerdos. Dianthe se movía lento, y era igual de doloroso. Primero fueron las pesadillas, después los arrebatos de ira, pronto se dio cuenta que tenía que evitar todo lo que reviviera el trauma.
Se aisló. Reprimió sus recuerdos, por lo que la cinta de su cabeza tenía cuadros largos en blanco. Lo intentó, lo seguía intentando... pero no esperaba despertar un recuerdo tan pronto.
Tendría que visitar al psicólogo.
Cerró los ojos de nuevo, sintiendo las mejillas tiesas, y solo entonces escuchó las voces que hablaban a su alrededor.
—No creo que debas ser tan explicito, Miguel. Ni siquiera sabes que le paso —era la voz de un hombre que no reconocía.
—Gwen, tú te metiste a su cuarto ¿alguna idea? —Miguel suspiró, mirando a la rubia.
—Ehm... tenía pastillas. No sé cuáles, pero había como cuatro frascos.
—Es mejor que no hagan suposiciones —exclamó el chico de acento británico—. Ey, pequeña anarquista, vuelve aquí.
Dianthe sintió un tirón en la sabana debajo de ella, y luego un peso pequeño subirse a su estómago. Dirigió sus ojos hasta el solo para encontrar una mata de cabellos pelirrojos que la miraban con curiosidad.
—Oh, despertaste —el hombre tomó a la niña entre brazos y Dianthe lo vio por primera vez.
La voz británica no era para nada como Dianthe lo habría imaginado.
De piel oscura, con unas estrafalarias mechas saliendo de todos lados en su cabello oscuro. Tenía las mejillas hundidas, los pómulos altos, una nariz ancha y huesos de las cejas marcados. Ojos separados y unos prominentes labios abultados y bueno... bonitos. La cantidad de pircings en su rostro no sorprendió a Dianthe, pues por su forma de vestir estaba segura de que tendría algunos o tatuajes.
Sostenía a la niña en brazos, que extendía sus manitas hacía Dianthe, el británico la miraba con la misma curiosidad que la niña. La chica alzó el labio superior, mostrando sus colmillos; la niña rio y batió con más fuerza las manos.
—Damn, esos colmillos te arrancarían un pedazo de carne —el hombre retrocedió dos pasos con la niña—. Bro, ustedes tienen la misma cara de odiar al mundo.
—Fingiere que no has dicho eso —Miguel rodó los ojos y se dirigió a la morena.
Dianthe extendió la garra de su dedo medio y se lo mostró a Miguel, quien la ignoró olímpicamente y levantó la mano para inspeccionarla. La chica alzó el brazo, enterrando sus garras en el brazo del hombre, impidiéndole tocarla.
—Inténtalo de nuevo y te arrancare la cabeza —gruñó, se incorporó en la camilla y observó a los presentes.
Además del equipo de arañas, ahora había un hombre de bata rosa tratando de mantener quieta a la pequeña pelirroja. Dianthe extendió sus garras.
—Mira- —alguien interrumpió a Miguel.
—Yo lo hago —exclamó la araña de traje negro, dando un paso adelante—. ¿Estás bien?
Ella asintió.
—Eh, lamento lo que te hicimos pasar. No queríamos que pasara eso —el chico no encontraba como abrir la boca sin cagarla.
Dianthe no estaba interesada en disculpas, levantó las manos y signó rápido.
—No me importa, dime que es lo que quieren y déjenme ir —la voz cantarina de Lyla no podía ir menos acorde con el ceño fruncido y la mueca de hastío sembrada en el rostro de la chica.
—Ah, bueno —el chico extendió el brazo—. Soy Miles.
Dianthe no se dignó a aceptarlo, repasó con la mirada al dichoso Miles y luego retrajo las garras para aceptar la mano del chico con un apretón demasiado fuerte.
—Bueno, como te decía Miguel. Este ojo se comió a dos Spidermans, entraron en él y jamás volvieron a aparecer, todo registro que tenía Miguel se borró, como si no existieran o algo así. Sus dimensiones están sumidas en peligro ahora. Y tú ibas a ser la tercera.
—No sabemos cómo actúa —lo interrumpió Miguel, opacando el tono amable de Miles por su respectiva odiosa voz. Dianthe no apartó la mirada de Miles.
—Cállate —gesticuló—. Deja que él siga.
Miguel soltó un resoplido y se quitó de en medio. Miles carraspeó la garganta y continuó.
—Lo que dijo Miguel, no sabemos que es lo que hace pues por las grabaciones que hay... —extendió un brazo y Miguel extendió una pantalla traslucida donde se reprodujo un video.
Había un Spiderman huyendo del ojo, corriendo y lanzándose, pero al final lo alcanzaba, abriendo su boca y tragándoselo. La pantalla se cerró.
—...aparentemente les hace algo para que no se defiendan.
—Alucinaciones —Dianthe fue clara—. Me hizo alucinar varias veces antes de atacarme. He de suponer que su intención es destruir la psique de ellos para hacer más fácil su trabajo.
—Lyla, anota eso —exclamó Miguel.
—Eso es interesante... —Miles frunció el ceño—. El otro Spiderman intentó defenderse, pero sus movimientos eran torpes. Puede que fuese por lo mismo.
—Debieron pensar que se estaban volviendo locos, si las alucinaciones son muy fuertes es común que no peleen contra ellas.
—Pero tú te zafaste —interrumpió Miguel de nuevo, haciéndole saber a Dianthe con una mirada que esta vez no se iba a callar.
Ella lo miró, encontrando un atisbo de si en esos ojos oscuros y opacos, frunció el ceño y no apartó la mirada del hombre, que continuó hablando con mayor brusquedad, reluciendo sus colmillos.
—Y eso es lo que nos importa. Este ojo viaja por dimensiones, pudimos detectar que estaba en la tuya gracias a Lyla, e íbamos a ayudarte —murmuró—. Pero te deshiciste de él, por el momento. Eres una pieza clave en esto.
—Y, además —alzó la voz el chico de atuendo indio, demasiado sonriente para la situación en la que estaban—, puedo jurar que estaba interesado en ti. Si tiene consciencia, es muy probable que hayas llamado su atención.
Miguel asintió, volviendo la vista a la chica.
—Por eso, ya que eres una de nosotros y estás en peligro, lo mejor es que te nos unas para combatir esto.
Dianthe alzó el brazo con rudeza, pegando más sus cejas una con otra en un gesto de molestia. Fue agresiva al mover sus manos.
—No me digas que hacer —alzó el labio, sus colmillos relucieron. Cuadró los hombros y levantó la barbilla.
Miguel frunció el ceño, dio un paso adelante imponiendo toda su altura de nuevo contra la chica, pero Dianthe solo lo miró desde abajo con expresión molesta.
—Regrésame a casa —escupió la chica, moviendo sus manos con brusquedad hacía Miguel.
—No-
—Miguel, deja que se vaya.
A la sala entró una mujer de piel oscura, con cabello chino. Dianthe asumió que se trataría de una afro. Miguel giró hacía ella, la chica lo oyó dejar salir un sonoro suspiro, se sobó el puente de la nariz y salió del cuarto dando zancadas. La mujer le sonrió cálidamente a Dianthe, pero está no perdió la expresión.
—Ábranle un portal a la chica —dijo, y salió.
Miles asintió, la chica lo vio usar el mismo reloj que Miguel. El mundo osciló un instante y se recompuso con colores que a Dianthe le molían la cabeza. Se puso de pie, ignorando el reclamo de sus piernas, se sacudió las manos, extendiendo las garras y la mascara le cubrió el rostro.
—Nos vemos —murmuró la araña de traje negro.
Dianthe no respondió antes de tirarse al portal y cerrar los ojos.
¹⁹ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ᵛᶦᵉʳⁿᵉˢ —¹⁷:³²
Dianthe leyó la notica hasta el día siguiente, mientras viajaba en el vagón con un Dalion quedándose dormido a su lado. Estiró la palma de su mano cuando la barbilla del chico cayó sobre ella y continuó leyendo.
"Policía asesina a adolescente negro en plena vía pública que presuntamente robaba algo".
El video corría por todo Twitter, publicaciones llenas de odio hacía el policía, racistas saliendo por todos lados para asegurar que el hombre hizo un favor. Dianthe analizó el video hasta que se le supo de memoria.
Podía identificar maltratadores y violadores por donde fuese, pero los racistas estaban escondidos bajo su propia capa de podredumbre. Solo salían por esos lugares. Hacía más de un año y medio que Dianthe había matado al último.
Apagó su celular, golpeó el piso del tren con la pierna y sostuvo la cabeza de Dalion durante el resto del viaje con los ojos cerrados.
Habían rendido su examen ese día, seguía sin dormir bien, el dibujo a carbón estaba entregado y ese día se juntaron a celebran que el examen estaba hecho. Dianthe estaba corriendo por su vida normal mientras el mundo seguía yendo más rápido que ella.
Dalion le preguntó si estaba bien la noche que regresó, se sorprendió al verse en el espejo del baño más tarde. Estaba pálida, tenía los ojos hundidos y rostro de haber visto una masacre. No creyó que estaría tan mal, pero le mintió a su amigo con una sonrisa en la cara.
Suspiró, preguntándose hasta cuando tendría que seguir con eso. Cuando terminaría, el tiempo que le llevo acostumbrarse a ello y luego trabajarlo para sacarlo de su vida se había ido por el caño gracias a esas arañas.
Miró la ventana, y esperó que el día terminara pronto.
Sin embargo, para cuando quiso darse cuenta estaba sobre el tejado de una casa. Colgando de cabeza sostenida por una telaraña, asomó la cabeza dentro de la ventana de la habitación vacía. Estaba tan desprovista de vida como se esperaba.
Metió la cabeza dentro, luego el resto del cuerpo mientras escalaba al techo. Había una cama con sabanas oscuras, un closet y una mesa con un despertador. Dianthe odiaba las habitaciones sin personalidad, le parecían meramente horrorosas y estaba genuinamente preocupada por ese tipo de personas, pero nada de eso era su objetivo ese día. Corrió la vista hasta la puerta de madera entreabierta, caminó a cuatro patas hacía ella y la abrió.
Se dejo caer en el umbral de las escaleras, asegurándose de que su caída resonara hasta el piso de abajo. Pegó su espalda a la pared y esperó pacientemente.
Escuchó una silla moverse, unos pasos lentos y cuidados, el seguro de un arma moverse y el peso de un hombre subiendo las escaleras. Tocó su muñeca y la máscara desapareció, solo lo suficiente para que viera su cara, pero no para dejar cabellos tirados. Dianthe extendió las garras y se movió como un destello.
El arma se disparó contra su palma, la bala rebotó y cayó humeante al piso. El hombre inhaló una bocanada de aire y se echó para atrás. Dianthe aferró sus garras al cañón caliente y le arrebató el arma de un tirón, la observó un instante y no se sorprendió al ver que era un arma regulada por la policía.
—Tú, tú, ¿qué mierda haces en mi casa? —clamó el hombre, retrocediendo otro vacilante paso hacía las escaleras.
Dianthe echó la cabeza para atrás con los dos pares de colmillos sobresaliendo de su boca, el hombre dio otro paso más y se giró, corriendo escaleras abajo. La morena saltó y aterrizó sobre los escalones, quebrando el mármol de estos, el hombre frenó y trató de volver a subir.
Con un movimiento rápido Dianthe lo tomó por la nuca y lo arrojó contra el suelo. Él chilló y escupió sangre en la cara de Dianthe, la chica le mostró una mueca de desagrado al ponerse de cuclillas sobre él.
—Ma-maldita sea, eres Spidergirl, no se supone que hagas esto, eres un héroe —se quejó retorciéndose en su lugar, con el cuello tan tenso como podía.
Las garras oscuras de Dianthe le acariciaron la manzana de Adán y su rostro ensombrecido miró atentamente la cara asustada y perpleja del otro. Dianthe sonrió entonces, relamiéndose los colmillos. Se acercó al oído del hombre, escuchó su respiración agitada entrecortarse cuando un cuerno de carnero le golpeó la mejilla. Exhaló en su oído y susurró.
—¿Quién te dijo que era un héroe?
—Mons- monstruo.
Levantó la cabeza al tiempo que su garra se enterraba en la garganta del hombre y dejaba un aro de sangre alrededor de su cuello. Vio la vida perderse entre el campo verde de sus ojos. Se le paralizó el rostro en un segundo y Dianthe vio otra variante del horror con el que la gente que la veía, moría. Unas cejas alzadas y unos ojos abiertos, una boca seca y una mandíbula torcida.
Arrastró sus garras por el cabello rubio del hombre y las enterró hasta la base en su cráneo. Escuchó el crack silencioso. Con la otra mano hizo presión en la parte del cuello bajo la herida y tiró de la cabeza. El sonido desgarró el aire.
Dianthe lo tenía grabado en la parte trasera del cráneo, un recordatorio impreso. Apretó los dientes y aferró las garras más profundo en el cerebro muerto, tiró de este. Primero se rompieron los músculos, luego los tendones y cuando Dianthe tiró de la cabeza hacía atrás el hueso de la medula hizo otro crack que ensordeció la casa.
La cabeza finalmente se desprendió, Dianthe la levantó consigo, observando las raíces nerviosas colgar del borboteante manojo de cabello y sangre que alguna vez fue un policía. La sangre salía tan rápido que a Dianthe no le sorprendería que hubiese ingerido algo más. Dejó cabeza cuidadosamente al lado del cuerpo adornado con un charco de liquido rojo que comenzaba a correr escaleras abajo.
Bajó las escaleras y se metió en la cocina del hombre, abrió todos los gabinetes hasta dar con un bowl lo suficientemente grande como para meter una cabeza. Paso de largo las botellas de alcohol que explican las pupilas dilatadas y la sangre más liquida del hombre, no se detuvo a mirar el programa que pasaban en la tele con el volumen alto. A Dianthe habían dejado de interesarles las vidas que tenían antes de que ella los matara. Ya no sentía nada cuando hurgaba en sus cosas, cuando veía fotos de otras personas con ellos.
Era el mismo tipo de sentimiento ajeno que se instalaba en sus hombros cuando no podía reconocerse, ni reconocer su dolor. Porque ella estaba corriendo más lejos de lo que su propia mente podía alcanzar.
Cogió la cabeza por los cabellos rubios con motes rojizos y la puso sobre el bowl blanco.
Lo recogió, manchándolo con las marcas de sangre en sus dedos. Se detuvo ante el cuerpo inerte, solo para asegurarse de que no sentía nada. Y así era, estaba volviéndose más insensible a la muerte y eso le preocupaba.
Suspiró, carraspeó la garganta, pasó encima del cuerpo y bajo las escaleras. Retrajo las garras y abrió la puerta de la entrada, la máscara le cubrió la cara y emergió al umbral. Se mantuvo apartada de la luz amarilla de la farola que bailaba con el aire y dio media vuelta.
Se detuvo en seco cuando su nuca se erizó, y observó una figura oscura moverse en la misma oscuridad que tenía las cuatro de la mañana en Viena. Dianthe identificó la silueta incluso antes de que le diera la cara.
La persona giró alrededor de un árbol hasta que le dio la cara a la chica bajo las hojas verdes bañadas en un roció azulado. Barrió a la figura antes de girarse e ir en dirección contrario, no le haría daño un poco de ejercicio extra.
—C'mon, Miguel ni siquiera está aquí —Hobie dio unos saltitos hasta alcanzar el paso de la chica, y entonces olió la sangre y vio la cabeza—. Santa mierda chica...
Dianthe lo ignoró y envolvió el traste en sus telarañas, se lo colgó al hombro y saltó a la farola siguiente, esquivando la cámara. Volvió a saltar a alfeizar de una ventana y se pegó a la pared, caminando sobre esta hasta que los techos inclinados le sonrieron. No fue raro que el otro chico la siguiera, impulsándose por una telaraña.
—¿Estás ignorándome? No me mandaron por ti —Hobie apareció a su lado, tapándole el paso a Dianthe con su cabeza. La chica lo esquivó.
Dio un toque a su muñeca y los guantes desaparecieron. Sacó su celular y tecleó en notas, luego le dio el celular al británico.
—No me molestes, dile a ese idiota que no acepto su trato —leyó Hobie, siguiéndole el paso a la chica.
Dianthe se lanzó a otro tejado, y el hombre la siguió usando una telaraña como puente, jugando con la cuerda de su guitarra. Hobie se acercó hasta ella y la chica le arrancó el celular con una telaraña.
—Bueno chica, no estoy aquí por Miguel. No me gustan sus órdenes, de hecho, no sigo sus órdenes. Estoy cuidando a Wendy y a Miles nada más —avanzó para deslizarse por la escalera del callejón por donde Dianthe estaba a punto de tirarse—. ¿Cómo te llamas?
Dianthe cayó al piso y siguió avanzando, ignorándolo. Hobie arrugó la nariz a sus espaldas, avanzó, moviendo el arito de su labio con la lengua.
—Así que vamos a casa del capitán de policía a entregar una cabeza, que plan tan emocionante —el hombre de raza sonrió cuando la morena se detuvo en seco y giró su rostro hacía él. Dianthe entornó los ojos y él se encogió de hombros—. Mató a un chico negro ¿No? Supongo que estás haciendo tu trabajo. Tuve que investigar cuando vi que no estabas en tu cuarto.
Dianthe movió los dedos tan rápido en el teclado que Hobie apenas alcanzó a tomarlo cuando se lo lanzó.
—¿Te metiste a mi casa? —recitó, alzó la vista—. Nah, solo mire por la ventana. No soy Gwen.
Un alivio instantáneo recorrió a la chica, la sola idea de que alguien más se acercara a donde Dalion dormía le había hecho extender sus garras y Hobie no pasó por alto el gesto. Sonrió de medio lado. Dianthe volvió a barrerlo con la mirada.
Llevaba unos pantalones negros rotos, una playera de cuello estirado negra y deshilachada y encima una chamarra de cuero negro, todo rodeado de cadenas, pines y vete tu a saber que otras alhajas. Volvió a subir la mirada al rostro oscuro del chico, encontrándose con una sonrisilla divertida. Dianthe le hizo una mueca y siguió adelante.
—Entonces ¿cómo te llamas?
sound of silence | wuserpoe
que hombre tan guapo dios mio
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