quince.


❝disculpas y reflejos

²⁷ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ˢᵃ́ᵇᵃᵈᵒ —¹²:⁴⁷


Cuando Dianthe despertó, la casa estaba vacía. Reinaba un silencio todavía más sepulcral que al que estaba acostumbrada. Inhaló y disfrutó un poco más de este, antes de romper a llorar.

Se había vuelto terrible, con el tiempo, le habían crecido espinas en el cuerpo y garras en lugar de dedos. Se miraba en el espejo para no reconocerse y aunque lo intentara con la fuerza de un huracán todo lo que hacía era retroceder. Y a veces se preguntaba si no era mejor quedarse en el fondo, allí ya no podría bajar más.

Pero Dianthe nunca había sido un alma de llama débil. Había crecido rodeada de amor y arte, ninguno le duró para siempre, las cosas buenas no duran demasiado. Por eso estaba encargada de construir más, la mayoría del tiempo no estaba segura de poder con eso. Y los días como esos, donde el silencio de la casa se la comía y el frío le recorría los huesos ¿no era más fácil rendirse?

Siempre miraba a su alrededor, un montón de personas rodeándole y ella no dejaba que ninguna se le acercara. No sentía calidez en el cuerpo porque el suyo estaba demasiado frío, y aquellos que eran cálidos, ella terminaba por alejarlos. ¿Dónde estaba Dalion después de todo?

No quería pensar en él tan temprano, tenía que poner en orden otras cosas antes de que él regresara. No quería tener que verle la cara aun estando en ese estado, Dalion era comprensivo pero temía que se cansara de ella con la misma facilidad con la que ella se hartaba de mirarse al espejo. Más importante aún, quería estar bien para hablar con él, era lo mínimo que podía ofrecerle tras esos días.

Para eso, primero tenía que terminar de llorar. Se tomó su tiempo, indispuesta a pensar en más que no fuera su propio dolor. Era preferible dejar que el pecho le temblara y perdiera la voz en ese momento, si nunca iba a tener la oportunidad de sentir nada ¿qué no era el momento? Nada la iba a preparar para sufrir después de todo, siempre hay un nuevo modo de sufrir.

Wilde subió a la cama, el gato negro se contorneó alrededor de su pierna desnuda donde un moretón que no había notado se empezaba a formar. Sollozó y le dio una caricia al gato, y mientras el sol se recorría por la ventana, Dianthe se desprendía de las ultimas lágrimas. Tal vez, si Dalion supiera que estaba pasando, estaría allí para abrazarla.

Y seguro que no le importaría las horas que estuviera sollozando como una niña, él nunca se quejaba. Pero era un peso que cargaba sola, todo lo que había hecho, lo llevaba a cuestas como un animal y ni Dalion, ni nadie más que ella, podrían salvarla. Pero si seguía allí, su razón tendría y mientras Spidergirl pudiera ponerse de pie, significaba que ella también podía. Tenía que ir pedir disculpas y admitir sus responsabilidades.

Era la hora de la comida, Dalion no apareció. Dianthe le preparó algo y se lo dejó en la nevera, le había enviado un mensaje a Hobie hacía rato pero temía que no quisiera hablar con ella. Ni siquiera la sorprendía, y si decidía que cuidar de ella en el cuartel era demasiado, bueno, lo entendía.

Quería hablar con él de todos modos, y no solo con él. Tenía que hablar con varias personas en general pero sin un reloj para moverse entre dimensiones, no podía ir a ningún lado y encontrárselos, al menos, no a los de esa dimensión. El súbito pensamiento de como luciría Hobie de su dimensión la asaltó, ¿sería el mismo desgarbado e intenso hombre con olor a humo y perfume? ¿o podría ser un chico de Nueva York moviéndose como todos los demás? Seguro que lo era, Dianthe no creyó que le fuera a caer mal si fuese el caso.

Comió sola, se vistió y se quedó sentada sobre la isla de la mesa mirando la puerta, en caso de que Dalion regresara o Hobie respondiera los mensajes.

Eran las cinco de la tarde cuando los vellos de la nuca se le erizaron a Dianthe. Giró el rostro para encontrarse a Hobie, de pie en su sala, no paso desapercibido el acto de su sentido arácnido, cuando antes había dejado de percibirlo como una amenaza, desde el golpe volvía a ser lo mismo. Dianthe se le quedó mirando, sin saber como se suponía que debía reaccionar.

Hobie lucía serio, no como una broma o un mal día, solo serio. Con el semblante quedo y los labios tiesos en una sola posición, llevaba el traje debajo de su chaqueta de cuero y sus múltiples cadenas. Las cejas gruesas y perforadas caían sobre sus ojos oscuros. Dianthe sabía que tenía que hablar ella primero, y lo único que tenía en la mente era una disculpa.

—Miguel me pidió que te llevara al cuartel —murmuró mirándose el reloj, le había rehuido la mirada cuando había intentado mover los dedos.

Dianthe se quedó a medio cruce de dedos. No, no se iban a ir de allí hasta que ella se disculpara adecuadamente. Era una idiota, y una terca y ninguno de ellos le caía muy bien pero reconocía bien cuando estaba siendo una verdadera imbécil y ninguno de sus problemas podía justificar algo así.

Se acercó de golpe, Hobie dio un paso atrás, ella lo tomó de la muñeca cubriéndole el reloj. Por fin la volteó a ver, un atisbo de brillo cubriéndole el chocolate de sus ojos. A Dianthe le preocupaba que le temblaran los dedos, se separó y se alisó el traje —ni siquiera tenía una sola arruga—. Alzó la mirada al chico y levantó las manos para que pudiera verla claro.

—Lo siento —signó y esperó que él entendiera, pues se lo había enseñado en algún momento.

Hobie se quedó paralizado un instante, Dianthe temió que la hubiera entendido mal o peor, que la hubiera entendido y decidiera no perdonarla. Bajo poco a poco las manos. Quería decir más, quería expresarse mejor pero nunca le salía si se trataba de signar, nunca si era cara a cara.

Después, en su rostro se descompuso esa mueca tensa y un colmillo blanco brilló con la sonrisa ladeada del chico. Las manos le temblaban, en algún punto el cuerpo se le había puesto como si llevara días sin dormir, una sensación inmediata de desesperación.

Pero las cejas de Hobie se relajaron y el mismo rostro quedo apareció ante ella, algo entre el análisis exhaustivo y la tranquilidad. Una cara que nunca podría reproducir, porque ese hombre no tenía lugar en su vida y eso la asustaba.

Todas las personas que ella conocía se acomodaban rápido, un lugar, una posición para estar. Dianthe los miraba y miraba exactamente lo que había sospechado, pero él no. Parecía que intentaba habitar demasiado cerca de ella, que quería tomar demasiado. Y se preguntó si era eso lo que la asustaba o debería asustarse de él en general. ¿Qué le provocaba tanto rechazo acerca de él?

—¿Te sientes mejor? —inquirió mirándole las manos temblorosas.

Dianthe asintió, luego tomó su celular de la isla y tecleó con rapidez, siempre demasiado rápido, como si sintiera que se le escapaban las palabras de los dedos.

Gracias por invitarme a tu concierto, me gusto mucho y gracias por llevarme a tu casa y compartir tu espacio conmigo y en general, por lo de ayer, creo que no deberías perdonarme tan rápido

Ya estaba, se dijo, había hecho su mejor intento para decirle como se sentía. Y mientras Hobie leía esas palabras se le dibujaba una leve sonrisa en esos labios gruesos, que no era de burla sino de comprensión, quizá hasta de ternura pero Dianthe dudaba que alguien pudiera sentir eso por ella. Él alzó los ojos como si estuviera viéndola por primera vez, un revoloteó de espesas pestañas y una impresión en el rostro que no supo digerir.

—No tienes que preocuparte, me gusta que conozcan mi arte y, en general, Wendy también ha ido a mi casa —murmuró—. Y creo que has hecho un buen esfuerzo en esto, no veo porque no perdonarte, vamos.

El nombre de Wendy no le sentó bien en el estómago. Era verdad, él ya había compartido espacio con otras personas y seguro que le había dado exactamente lo mismo que con ella. Bueno, eso debería reconfortarla pero no estaba sirviendo, quizá no debió haber puesto tanto esmero en esa disculpa.

Se mordió la mejilla mientras entraba en el portal, decidida a no pensar en eso cuando tenía otra cosa que se le avecinaba encima.

Cuando tocó el piso y abrió los ojos, Miguel era el único en esa plataforma. El mismo despidió a Hobie con un movimiento de mano indiferente y bajo la plataforma a la altura de Dianthe. La chica no recordaba que esa cosa fuera tan lenta para bajar pero no dijo nada mientras el hombre descendía.

Genial, no estaba segura de que pedirle disculpas a él fuera tan fácil como hacerlo con Hobie y con esa amarga sensación en la punta de la garganta que le había dejado el comentario de Hobie, no tenía muchas ganas. Pero ya estaba decidida a decirlo y antes de que él pudiera tomar el comando de la situación, alzó las manos.

—Discúlpame —espetó y Lyla brilló sobre el hombro de Miguel como una estrella fugaz—. Todo lo que hice ayer, no estuvo bien. No sé qué tanto daño habre causado pero fue mi culpa, no me controle. Y entiendo si a partir de aquí no tienes ninguna intención de dejarme quedar ni de perdonarme, no importaba. Quería que lo supieras.

Miguel parecía una piedra, con la expresión desencajada. Tras unos segundos de intensas miradas, suspiró, agarrándose el puente de la nariz.

—Bueno sí, cometiste infracciones que son difíciles de resolver —espetó—, pero eso ya quedó solucionado. Te traje aquí porque necesito hablar contigo.

Dianthe frunció el ceño.

—¿Eso significa que no me vas a echar?

Miguel se dio la vuelta llevándose una pantalla transparentosa con él, le dirigió una larga mirada a la chica, como si quisiera buscarle un tercer ojo. Frunció el ceño y luego negó, volviendo la vista a la pantalla.

—No, pero es justo de lo que quiero hablar contigo —farfulló.

Dianthe entonces, decidió que, si le estaban dando una segunda oportunidad después de habérselas puesto de patas para arriba en varias ocasiones, al menos podía cooperar un poquito. Miguel le caía como los perros, pero ni el cuartel ni las otras dimensiones tenían la culpa de sus pésimos caracteres.

Se subió a la plataforma y se sentó en una de las sillas cercanas a las computadoras, apenas pasándole la vista por encima a los documentos. Retrajo los dedos contra el cuero de la silla y esperó pacientemente a que Miguel hablara. Le echo una mirada al lugar, rojo y azul, y oscuro. Se podía robar cables de allí y piezas, y seguro Miguel no se daría cuenta.

—Primero que nada —escupió dándose la vuelta con un dedo alzado y una mirada grave—. Si no te echó de aquí es porque eres una pieza clave, como ya te había dicho, porque bajo ninguna otra circunstancia habría permitido semejantes faltas en el cuartel ¿oíste? Así que no creas que puedes seguir haciendo lo que se te de la gana solo porque te dejo ir esta vez.

Dianthe asintió. Miguel dio una vuelta, agarró una pantalla con los dedos y se la puso de frente. La chica presenció una grabación de Miles, estaba bien y de un momento a otro se fragmentó en un montón de colores, cayó al piso, sufrió espasmos y en general, parecía bastante dolorido. Miguel le quitó la pantalla cuando se terminó el video.

—Eso que viste, es un glitch. Les sucede a las anomalías que no pertenecen a las dimensiones en las que están, sea lo que sea, un Spiderman o un villano, a todos les pasa —dio vueltas en su lugar y luego volvió a Dianthe—. La cosa aquí es que tú debiste haberte glitcheado al menos diez veces en los momentos en los que estuviste en dimensiones ajenas sin ningún reloj o pulsera de regulación.

Asintió, sopesando la información. La primera vez que había oído la palabra había sido con Hobie, cuando el mundo se le desdibujó, vio colores y parecía que el universo la había volteado de cabeza. La sensación del recuerdo le envió un escalofrió por el cuerpo.

Si lo que decía Miguel era así, entonces no se explicaba porque solo se había pasado esa vez. Alzó la cabeza esperando una respuesta.

—Entonces, la cuestión es que no lo hiciste salvo ayer ¿verdad? —Ella asintió—. Aja, ¿y por qué? Ninguna anomalía había hecho eso, tengo la teoría de que el haber compartido espacio con el ojo te hizo esto, metiste la mitad del cuerpo dentro de él ¿no?

Dianthe volvió a asentir. La teoría no era descabellada a sabiendas de que tenían poca información sobre el ojo, y dado que podía viajar entre dimensiones, que pudiera haberle dado algo de poder a ella, no sería extraño pero si era el caso ¿Para qué? ¿Tenía consciencia suficiente para hacerlo a voluntad? Y si era así ¿Cuánto tiempo le iba a durar el efecto a ella, volvería a glitchearse de nuevo?

—Es algo que quiero comprobar la siguiente semana —murmuró—. De momento, quiero pasar a otra cosa.

Se movió como un gato experto en su espacio, un gato enorme claro. Dianthe todavía encontraba intrigante la tecnología de su traje, parecía que iba desnudo debajo de él. Cuando volvió la mirada a ella, Dianthe la levantó.

Miguel llevaba una cajita pequeña, más que su palma, que le extendió a la chica. Dianthe se le quedó mirando con desconcierto, trató de darle forma hasta que encontró el reloj que todos ellos usaban allí para viajar. Alzó las cejas, impresionada.

Creía que, a ese punto, lo que menos iban a darle era libertad. Tomó la caja con cuidado y la abrió.

—Antes de que te lo pongas —exclamó alzando el tono—. Tienes que saber que, si vuelves a cometer otra falta, se te revocará de inmediato, y que, si así lo deseas, Hobart seguirá siendo el encargado de cuidarte y entrenarte. En caso de que no, dímelo ahora, así puedo buscarte otro.

Mientras se ajustaba el brazalete a la muñeca, alzó la cabeza a los ojos del otro.

—¿Hobie quiere seguir entrenándome? —inquirió, y la voz de Lyla rezumbó en la cabina.

Miguel asintió.

—Dijo que si —murmuró—, pero yo mismo me hare cargo de ti si vuelve a pasar algo.

La chica no se sorprendió, pero dudaba que una fiera como él pudiera someterla, iban a terminar matándose. Poner a dos depredadores en la misma jaula, solo significaba que uno iba a salir vivo, y sería ella. Aun así, asintió, endureciendo la mandíbula.

—Bien, él te enseñara a usarlo cuando quieras, con esto ya no tendrás problemas para viajar y evitar posibles glitches —tamborileó los dedos contra la pierna—. ¿Alguna pregunta?

Dianthe se tomó unos segundos, luego negó, poniéndose de pie. Miguel seguía siendo muchísimo más alto que ella, y el doble de ancho, pero, aun así, no podía dejar de mirar sus facciones. Había algo en ellas que la ponían de los nervios, no era normal que se encontrara a si misma en ese hombre masticado por la vida. Cada vez que lo veía tomarse la nariz, se miraba a ella arrugar la nariz.

El mismo sentimiento arremolinado en la base de sus ojos oscuros, la tensión en un rostro que casi no descansa o que lo ha perdido todo. Dianthe lo miraba y lo comprendía, pero solo porque se miraba a ella misma, y eso no le gustaba.

—Bien, estamos investigando el paradero del Vacío, pero aún no tenemos nada, te informare por allí si encontramos algo —tamborileó los dedos en la mesa—. Y... si te parece bien me gustaría tener una reunión contigo la próxima semana, avísame que día puedes. Te voy a dejar más misiones con Hobart, espero que no haya mayor problema, y nos vemos.

Dianthe asintió, más sacada de lugar por la actitud tan pacifica de Miguel. Al llegar, habría esperado que se pusiera como un animal rabioso y casi la matara, pero no había sido el caso, lo que significaba que las cosas estaban cambiando.

Temía que ese cambio le fuera a traer más problemas que ventajas.

Y, además, tenía a alguien con quien hablar al llegar a casa.

Con un movimiento de mano, Dianthe saltó de la plataforma y se puso a caminar fuera de aquel lugar tan entramado como la cabeza de Miguel. La mirada de él la persiguió hasta donde alcanzó mientras la sensación de que le clavarían un puñal por la espalda la persiguió hasta que encontró a Hobie.

Y entonces la amargura le recubrió la lengua de nuevo, y no quiso mirar la leve sonrisa en sus labios.

sound of silence | wuserpoe


sigo atascado para poder escribir, y no entiendo por qué. 

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