ocho.
❝O,haras❞
²¹ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ᵈᵒᵐᶦⁿᵍᵒ — ¹⁴:¹⁷.
Dalion tenía unos cinco minutos de haberse ido con sus amigos, y no regresaría hasta madrugada o quizá al día siguiente. Dianthe se sentó frente al escritorio, que llevaba unos días abandonado, con bocetos de rostros esparcidos por doquier, unas líneas acá, una nariz recta por allá, un par de ojos dóciles dándole la despedida. Torció el labio, los tomó todos y los hizo bola, luego los lanzó al bote.
Suspiró.
Tenía dos meses para terminar ese retrato, y ni siquiera había sido capaz de dar con un modelo. Agarró el lápiz y una hoja y se puso a garabatear rápido, sin prestarle atención a los detalles. Estaba delineando la forma del cuerpo cuando la nuca le picó, giró el rostro de golpe.
―Wuju, tienes un cuarto bonito ―pronunció una voz.
Dianthe alzó la cabeza solo para notar otra cabeza oscura colgando de su techo, las mechas caían de un modo cómico alrededor de su rostro. Hobie parecía de lo más impresionado. La chica suspiró y se abstuvo de comentarios.
Se levantó de la silla y toqueteó su muñeca. El traje se extendió rápido y en silencio, Hobie sonrió.
―Veo que ya sabes a lo que vengo, ven, sube.
Aunque el chico le extendió la mano, Dianthe pegó un brinco y se colgó de la pared, Hobie metió la cabeza al portal y Dianthe tuvo que cerrar los ojos cuando se lanzó de cabeza, esos colores psicodélicos iban a provocarle un derrame cerebral en algún punto. Esperaba que fuera pronto.
―Ya puedes abrir los ojos ―exclamó el más alto.
La morena golpeó el suelo, percibió el cambio de ambiente y abrió los ojos. Estaban exactamente donde Miguel la había llevado metida en su jaula roja, le parpadeó el ojo involuntariamente y avanzó con el otro, que ya la esperaba. Observó la guitarra del chico menearse con él, sus manos colgadas a los lados y... por dios ¿esas eran sus manos? Lucían muchísimo más grandes que cualquiera que hubiera visto, hizo una mueca y continuó andando.
―Te daré el itinerario de hoy ―canturreó―. Primero, tendrás una entrevista con Miguel para recabar datos y luego, podrás conocer todo lo demás, bajo mi supervisión, claro. ¿Qué te parece?
Dianthe lo miró sin mover un musculo, sin embargo, él sonrió como si le hubiera respondido con un optimismo desmedido.
―Te recomiendo que solo le des datos que importen, es decir, algo que de verdad pueda ser utilizado, por ejemplo, si no utilizas el apellido de tu papá, no se lo digas. No le servirá de nada ―comentó con aire relajado.
Pero lo cierto es que estaba rogando porque le hiciera caso una vez en su vida, porque, si no, Miguel aferraría las garras a Dianthe y no quería saber cómo terminaría una confrontación entre esos dos impulsivos. Se mordió el labio, casi deseando que ella pudiera hablar en ese momento, o algo, que mostrara algo que pudiera dejarlo tranquilo. Era una piedra.
Cuando llegaron al centro, Miguel se hallaba moviendo archivos, todos casi vacíos pues eran los expedientes de la chica. Gwen y Miles saludaron a Hobie desde un par de telarañas, el hombre de la bata rosa estaba platicando con el Spiderman de la India, Dianthe se detuvo en cada rostro un poco antes de acabar en el de Miguel, que ya tenía sus ojos rojizos sobre ella.
―Que bueno que llegaste ―pronunció, tenso―. Sube.
Resopló al tiempo que se subía a la pared, saltó sobre la plataforma y miró con desgana al hombre allí parado. Se miró las garras, aburrida, y molesta sobre todas las cosas.
―Bien, entonces ¿cómo te llamas?
―Dianthe Markovic ―siseó la voz de Lyla.
A Hobie se le deshizo el nudo en el estómago, sonrió para ocultar el alivio que le recorría el cuerpo.
―Okey, ¿eres nativa de Viena? ―inquirió mientras registraba toda la información en las pantallas.
―No, soy de New York. Mi abuela se enamoró de un austriaco y nos mudamos.
―Entonces, Markovic es el apellido del austriaco ¿no? ¿Cuál es el apellido de tu padre?
Hobie abrió los ojos de golpe, tuvo el instinto desmedido de amarrarle las manos a la chica, de hacer que callara. Apretó la viga de metal en la que estaba sentado cerrando los ojos solo para disminuir el impacto que eso causaría.
―O'hara.
El mundo se detuvo alrededor de la sala, el aire se cortó y toda conversación calló. Dianthe miró a Miguel, esperando a que soltara la siguiente pregunta pero este tenía un dedo garrudo suspendido en la tecla y el rostro congelado, tan pálido como se le podía ver entre esas luces rojas.
Parpadeó, giró el rostro a la chica, e incluso si hubiera intentando ocultar su perplejidad no podría haberlo hecho.
―¿Cómo ―se trabó con su propia saliva― cómo se llama tu padre?
Dianthe se encogió de hombros y signó.
―No sé, mataron a mis papás cuando tenía dos. Me crio mi abuela materna así que no sé nada de mi papá, ella tiró toda su información. Tampoco me interesa mucho.
―¿No sabes nada? ¿Ni siquiera como luce?
―No, les pegaron un tiro en la cabeza cuando tenía dos años. No tengo nada de ellos ―recalcó.
Frunció el ceño entonces, cuestionándose a que se debía el silencio de la sala, porque el rostro de Miguel parecía el vivo retrato de The Desperate Man de Courbet. Estaba segura que de ponerle un dedo encima caería hacía atrás, como petrificado.
―¿Por qué preguntas eso? ―inquirió frunciendo esas cejas oscuras y pobladas.
Miguel pareció recuperar la conciencia.
―Por nada, me sonó de algo ―carraspeó con fuerza―. ¿Tienes hermanos?
Dianthe asintió, decidió fingir que no pasaba nada, mientras no la molestaran con nada más, tampoco le interesaba indagar más. Era cierto, no sabía nada de sus padres, tampoco tenía mucho interés.
Había sido criada por su abuela, contándole acerca de su madre pero jamás de su padre, Dianthe era una niña muy curiosa aunque nunca sobre ellos. Sabía que él trabajaba en una empresa que hacía cosas extrañas y al querer hacer algo más, la empresa lo asesinó. Ese día su madre iba con él, camino a recogerla de casa de su abuela; un auto negro se estaciono al lado de ellos y dos disparos directos a sus cabezas.
Sin gritos, sin escándalo.
Dianthe no estaba interesada, por alguna razón no tenía ningún sentido aferrarse a los muertos. Y bueno... había terminado de esa manera. Estaba bastante segura de no querer aferrarse a otros dos recuerdos demasiado lejanos como para importarle.
Luego su abuela se había enamorado de su abuelo, y él también era un viudo criando a su nieto luego de que sus padres se lo dejaran a él. Así, Niklas se había convertido en su hermano, no legal, pero si de toda su vida. Dianthe nunca había necesitado nada más, a nadie más. Vivía bien sin tener amigos, recibiendo miradas de extrañeza y otras mucho más desagradables.
Pero Niklas, iluminó su mundo de un modo que no sabía que se podía. Y luego se fue.
―Okey, ¿Cómo se llama?
―Niklas.
―¿Qué hay de tu abuelo y abuela?
―Están muertos, también Niklas ―signó, y las manos le temblaron por breves instantes.
En la sala, nadie tenía un carajo para decir ni menos para pensar. Cualquiera de ellos comprendía la perdida de alguien amado, lo hacían con mayor habilidad de lo que quizá les gustaría, y Dianthe, bueno... no concebían como tantas perdidas eran capaces de ser procesadas. Ni mucho menos hablarlas con tanta indiferencia.
Miguel suavizó su tono.
―¿No tienes ningún otro familiar?
―No, solo a Dalion.
―¿Sabe de tu identidad?
―Nadie sabe, ni siquiera Peter sabía.
―¿Y qué hay de él?
―También está muerto.
Aquello removió una fibra sensible en Gwen y Miles. Intentaron encontrar un gramo de tristeza en Dianthe, o al menos, un gramo de algo, pero todo lo que podían ver era una mascara de frialdad e indiferencia. Estaban seguros de no recordarla de ese modo.
Hobie entrecerró los ojos, tenía ya a la vista la falta de emociones de la chica, presentía estarla viendo y no al mismo tiempo. Lucía ida, lejana. Respondía como si una piedra estuviera hablando, o signando.
―Muy bien, ¿estudias algo?
―Artes, específicamente pintura.
―¿Y que hay de tu traje? ¿Tú lo diseñaste?
Dianthe asintió, Miguel frunció el ceño, los orbes verdes de la chica estaban sobre sus hombros, mirando más allá.
―Sí, esta diseñado con nanotecnología adaptada sensorio motoramente a mi sistema nervioso.
Miguel tecleó rápido.
―Háblame de eso ―arrastró una silla para él, y acercó otra para la chica. Dianthe ni siquiera la miró.
―Las terminaciones de los cuernos están conectadas a mi cerebro para transportar y soportar parte de la carga energética que conlleva usar la telepatía, así me evitó un derrame cerebral, y las garras estás conectadas a mis manos, de modo que puedo expandirlas a voluntad.
Todos prestaron atención a la parte que nombraba telepatía.
―En tu universo es normal el uso de habilidades ¿no? ¿La tuya es la telepatía?
―Sí, aunque no sé controlarla, también por eso uso los cuernos puesto que no sé administrar la cantidad de energía que llega a mi cerebro.
―¿Y tus colmillos? ¿Son naturales?
―Sí, no me molestan.
―¿Eres muda de nacimiento?
―No soy muda ―respondió, aquello consternó a todos―. Tengo disfonía espasmódica, es un trastorno del lenguaje que hace que mis cuerdas vocales se contraigan cada vez que hablo, por lo que es prácticamente imposible que pueda hablar normalmente, pero puedo reírme, llorar y gritar y con eso me pueden entender a la perfección.
―Bien... creo que no necesito más de momento ―susurró Miguel.
Miró a la chica una vez más, tratando de encontrarle una similitud a él, pero quizá solo estuviese demasiado aferrado a todo lo que le diera una señal de que pudiera recuperar a su familia. Y no quería seguir lastimándose de ese modo, se giró con un suspiro.
―Ya, fuera de aquí todos ―batió una mano con molestia.
Se masajeó el puente de la nariz. Dejó caer su peso sobre la silla giratoria que se movió un poco, miró el techo. Lo cierto es que no es que no necesitase más, solo estaba demasiado turbado por el reciente descubrimiento. Se llevó las manos al rostro y luego descanso su brazo sobre sus ojos, no quería darle más vueltas ni tratar de encontrarle algo de Gabriela a Dianthe.
Fuese por miedo, fuese por cualquier otra cosa, Miguel estaba cansado de buscar un rastro de su vida perdida cuando sabía que era incapaz de recuperarla. No iba nunca a ser el hombre feliz que era, no tenía sentido esforzarse por encontrar a su hija.
Dianthe era mucho mayor, y tenía un carácter tan horrible que Miguel apenas era capaz de relacionarlo con su pequeña.
Se enderezó sobre la silla, abrió una de las pantallas, accediendo al buscador de la Tierra-93281, tecleó su nombre, y entonces, se detuvo. Su dedo quedó suspendido antes de golpear la O, apretó los dientes mientras su mano temblaba.
Cerró la mano en un puño y aporreó el escritorio de un golpe.
Dianthe seguía al equipo de ahora cinco integrantes, avanzando por el cuarte general de aquella sociedad. Paró en seco cuando su conciencia recuperó viva y volvió a sentir el cuerpo, parpadeó varias veces al tiempo que abría y cerraba los dedos. Giró la vista para todos lados, sin entender como había llegado allí.
Suspiró al entender que la entrevista posiblemente habría terminado con aparente éxito, en algún punto se había desconectado. Chasqueó la lengua y alcanzó a los demás, donde Pavitr ya le preguntaba si estaba bien.
―Entonces ¿telepatía? ¿No es super cool eso? ―exclamó con emoción el chico.
Se limitó a asentir, siguiendo su paso hasta vete a saber tú donde. Hobie le dirigió una mirada tratando de encontrar el cambio en ella, que ahora parecía consciente, perdida pero consciente, lo que bastaba para tenerlo tranquilo ahora que debía acostumbrarse a un nuevo concepto de tranquilidad visto una vez lo reservado del espíritu de Dianthe.
Entraron a la cafetería, un lugar atiborrado de spidermans, bastante similar al pasillo que acababan de dejar. Se preguntó cuántas personas araña estaban reclutadas y porque carajo entre todas esas no había ninguna que pudiera lidiar con un ojo multidimensional.
Torció el labio ante el cambio de ambiente que le golpeó los sentidos como si una ola gigante la hubiera arrastrado debajo del agua. Adentro todo los ruidos, olores y estímulos se arremolinaban con mayor fuerza. Sacudió la cabeza, como si los estímulos pudieran ser espantados igual que las moscas. Se rascó el cuello sintiendo que toda su hipersensibilidad le brincaba bajo la piel en dimensiones estratosféricas.
Hipersensibilidad y estrés postraumático no era una combinación que Dianthe le hubiera gustado meter en un vaso, salvo que estaba en el vaso y ella estaba ahogándose en el mismo.
―...querer? ―notó que Hobie le hablaba sobre el ruido del lugar.
Prefería ir a las cafeterías en las noches, cuando no había una cantidad estrafalaria de personas que hicieran a su cabeza dar saltos como ping pong. Negó con la cabeza.
El más alto alzó la ceja con curiosidad, luego giró el rostro a su amiga.
―Wendy, busquen lugar en la terraza ―pidió, volteó a ver a la otra chica―. Te preguntaba qué, que querías.
Dianthe señaló lo primero que vio, se colgó de la telaraña y siguió al grupo de amigos hasta la terraza. El aire libre le reconfortó un poquito el alma, suspiró al sentarse en una de las vigas junto al trío.
―Ni siquiera nos hemos presentado ―exclamó el chico de la india, esté le extendió su mano a Dianthe―. Soy Pavitr Prabhakar, el Spiderman de la India.
Se tomó un momento antes de aceptarle el apretón de manos, el chico sonreía cual ángel lo que la hacía sospechar de cuantos años llevaba el chico siendo Spiderman. Debía seguir siendo feliz, aquello le llevó un sentimiento de melancolía que le apachurró el corazón.
―Soy Gwen Stacy, ya nos conocíamos ―sonrió de modo incomodo levantando apenas la mano para saludar.
Dianthe asintió, solo entonces observó adecuadamente unos pequeños hilajos casi invisibles sobre la curva de los pómulos de la chica, allí donde sus garras se habían arrastrado como una advertencia. Luego miró al moreno que ya reconocía. Todos ellos tenían rostros que reconocería en una multitud, lo que era gracioso porque su rostro era muy parecido al del 40% de la población femenina de Latinoamérica.
―Miles, aunque ya nos conocíamos ―hizo un pequeño saludo militar que le recordó a Dalion, se guardó una sonrisa―. ¿Cómo sigues después de tu desmayo?
Bien, gracias
―Me alegro, fue muy repentino.
Asintió de nuevo, después tecleó una duda que surgió tras ver los rostros de esos chicos un instante más.
¿qué edad tienen?
―¡Yo quince! ―Pavitr sonrió alzando sus manos, la viga se meneó un poco.
―Nosotros tenemos diecisiete ―sonrió Miles―. Y Hobie tiene veinte, ¿y tú?
Veintiuno
Pavitr alzó las cejas sin descaro alguno. Detrás de ellos se acercó Hobie, que les extendió su bebida a cada uno, tomó asiento al lado de Dianthe y le pasó la suya. La chica la miró, notando que era un café extra cargado caliente. Se quedó mirándolo al darse cuenta de que no quería ni darle una probada, hizo una mueca y lo puso a su lado con disimulo.
―Yo tengo un par de preguntas ―anunció Miles inclinando el rostro. Dianthe lo miró―. ¿Por qué usas esas garras?
Viena es una ciudad húmeda y lluviosa, a veces no puedo agarrarme de las paredes y me sirven para hacer daño
Miles leyó la respuesta, perplejo. Conocía algunos spidermans que habían tenido que matar para sobrevivir o hacer el bien, solo no recordaba haber conocido a uno tan de cerca. Dianthe tenía algo que lo hacía no querer estar en su mirada.
Reconoció el sentimiento como un estallido. Le recordaba muchísimo a el Miles de la tierra 42.
―Uh, uh. ¿Cómo hiciste levitar ese edificio? ¿Cuánto poder tienes? ―inquirió Pavitr ya que Miles no emitía ni pio.
Demasiado pero no sé controlarlo, para eso son los cuernos.
―Y dinos, ¿te está gustando aquí? ¿alguna queja o sugerencia? ―canturreó Hobie dándole vuelta a uno de sus anillos.
Por supuesto que tenía un montón de quejas y sugerencias, por ejemplo, que Miguel era un imbécil sin tolerancia a la frustración, que en todo el lugar hacía un frío de mierda, la cafetería era muy pequeña para la cantidad de personas araña por el lugar y que la verdad, preferiría estar en la fiesta esa con Dalion que en aquel lugar. Aunque fuera solo para bailar entre un montón de desconocidos que no tenían ni una idea de nada sobre ella.
Sin embargo, no dijo nada de eso.
No tengo nada, está bien para mí.
Hobie sonrió, le echó un ojo al café sin tocar al lado de la chica.
―Te adaptaras bien, y te darán un reloj de estos para que puedas ir y venir de tu dimensión a está ―exclamó meneando su muñeca al aire.
―Intenta no romper las reglas, Miguel es muuuy estricto ―le siguió Pavitr.
―Oh sí, una vez casi me mata ¡pero conseguí que me diera uno también! ―rio Miles.
Tras ese segundo, el reloj de Gwen se encendió y un holograma de Miguel miniatura saltó a la luz, Dianthe lo miró con curiosidad pues se parecía mucho al holograma flotante de Lyla. La voz del hombre emergió en un chasquido.
―Se acaba de meter una anomalía en la tierra de Gwen ―prorrumpió el hombre dirigiendo su mirada a otro lado―. Llévense a la nueva y saquen a ese maldito buitre de allí.
Todos se pusieron de pie, excepto Dianthe.
―¿De donde es el buitre? ―preguntó Miles.
―Del protegido del Dr. Strange ―chasqueó la lengua y está vez pareció mirar desde donde trasmitía.
―Anotado ―respondió Gwen y el holograma de Miguel despareció.
El buitre, Dianthe no estaba segura de alguna vez haber peleado con algo así, ¿era acaso algún experimento fallido de esa maldita empresa que trabajaba con la araña que la mordió? Se puso de pie entonces, dándose cuenta que medía menos que todos ellos allí, paso por alto el dato cuando el portal se abrió.
Cada uno sacó su mascara del bolsillo y se la puso, saltando uno por uno al portal hasta que solo quedaron Hobie y ella. El chico ya llevaba su mascara.
―Nos ira bien ―le guiñó un ojo.
Dianthe alzó una ceja y cliqueó su muñeca, la mascara le cubrió el rostro y de un brinco de ojos cerrados se lanzó al portal.
sound of silence | wuserpoe
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