diez.

❝coqueteos prudentes

²¹ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ᵈᵒᵐᶦⁿᵍᵒ — ²²:¹³.

Parte de su incomodidad cesó al ser incluida en la conversación, trataba de sonreír más pese a que no le salía muy bien. Hubo un momento en que un chiste de Miles le causó risa, todos en la sala se callaron de golpe al oírla al punto en que empezó a ponerse colorada por el rostro de impacto de todos.

Recordaba haberles dicho que podía reírse, gritar y esas cosas. De todos modos, el bochorno paso y volvieron a platicar como si nada.

Se desplomó contra el sofá, Hobie sonrió en su dirección.

―¿Te abruma la gente?

Asintió sin más. Hobie se puso de pie.

―Iremos a la tienda, ¿quieren algo?

Todos pidieron sus cosas, Hobie asintió a cada una. Le lanzó una miradilla a la chica, Dianthe se puso de pie y lo acompañó. Estaba un poco más helado fuera, pero no lo suficiente para ponerse un abrigo, Hobie llevaba las manos en los bolsillos y a Dianthe se le vino el recuerdo del closet.

―Me gustan las ciudades de noche ¿a ti no?

Asintió acercándose a él para que la viera, Hobie sonrió de lado. Jugaba con el arito de su lengua, la chica desvió la vista a la oscuridad de la ciudad. Viena no era tan activa por las madrugadas, aunque no era tan tarde en Nueva York, la gente aun caminaba por las calles y las luces de todos lados estaban encendidas.

Rodearon la calle hasta una tienda, el dependiente les dio las buenas noches mirando con cierta sospecha a Hobie. Dianthe lo entendía. Ella escogió un café, se sintió tentada a comprar un cigarro, pero hacía años que ya no fumaba, los paso de largo.

Saliendo de la tienda su teléfono vibró. Era Dalion. Contestó la llamada.

Había música de fondo, se oía amortiguada, debía estar en el baño o en un balcón. Dalion hablaba a gritos.

―¡Dianthe! ¡Escucha! ―tuvo que separarse el celular de oído―. ¡Tengo un amigo! ¡Estudia modas y busca una modelo de tu altura y complexión para una colección! ¡Te pagara y saldrás en la revista de la escuela!

Alzó las cejas, nunca se le podría haber ocurrido que la llamada sería por algo así. Dinero no le faltaba, había vendido la casa que le heredaron y seguía teniendo el fondo de sus abuelos y Niklas, en teoría, era rica, pero no le gustaba alardear.

Nunca había modelado, bueno, una vez para una pintura, no para ropa. No supo si era por el reciente sentimiento de calidez en el pecho o porque estaba loca, pero aceptó.

―¡Cool! ¡Le pasó tu número y se ponen de acuerdo!

―¿Estás borracho? ―susurró.

―¡Un poco! ¡Pero me quedare con Celia!

Ah, Celia. Una chica que Dalion llevaba tiempo viendo, era linda. Pelirroja con el rostro fino y las mejillas hundidas, como las modelos, o como Hobie. Carraspeó.

―Suerte.

―¡Gracias! ¡Adiós!

Y le colgó. Dianthe soltó un suspiro que parecía una risa. Hobie la miraba con interés.

―¿Modelo eh? Pero si no te gusta la atención.

No soy el prototipo de mujer que en Viena mirarían, allá son más altas y blancas.

―Umh ―Hobie se llevó la mano barbilla―, si yo fuera ellos estaría mirando algo diferente.

Dianthe no tuvo chance de asimilar porque Hobie abrió la puerta e hizo entrega de las cosas, luego todos salieron y subieron a la azotea. Seguía intentando procesar aquello cuando Gwen se le acercó.

―¿Estás bien? ―le ofreció una papita.

Ella la aceptó, sacó su celular y tecleó.

Hobie es coqueto por naturaleza?

Quería saber, por un lado, por el otro, creía que tenía que dejar ese resentimiento contra Gwen por meterse en su cuarto cuando todo había sido obra de Miguel. Podía intentar hablar con ella.

Tras leerlo Gwen les dirigió una mirada a los chicos, jugaban a quien sabe qué. Hobie estaba recargado en la pared, bebiendo una cerveza.

―A veces, o sea, nunca coqueteó conmigo ni con ninguna chica araña pero... tiene una banda en su universo y bueno, suele ser muy coqueto con sus fans. Le gustan las aventuras de una noche, nunca he conocido ninguna novia porque no le gustan las etiquetas.

Etiquetas?

―Ah sí. O sea, ninguna etiqueta en general. Odia que lo llamen héroe, es algo así como anarquista ―se tomó un segundo para beber del refresco―. Su universo es... complicado. Fascistas, un gobierno horrible. Él se encarga de defender eso, tiene un espíritu libre así que supongo que por eso es como es.

Ella se encogió de hombros, tras un segundo la miró.

―¿Por qué? ¿Te dijo algo inapropiado? ―preguntó con un tono de alerta.

Dianthe negó con la vista clavada en los edificios. No podía ver el cielo a menos que alzara la cabeza, por eso no le gustaba tanto Nueva York.

No, solo dijo algo, pero no importa, tenía esa duda

Miró el reloj, marcaba las cuatro de la mañana en Viena. Gwen se escandalizó al verlo.

―¡No puede ser tan tarde! ¿Es de Viena verdad?

Dianthe asintió, eso relajó visiblemente a la chica. Luego la miró.

―¿No tienes clases mañana? ―ladeó el rostro. Ella asintió―. Es muy tarde ya, ¿te iras?

Volvió a asentir, se bebió el resto de café de un trago, tiró la basura a la bolsa que habían subido.

―¿Cuántas horas son de diferencia?

Seis

―Oh, bastantes ―se estiró―. ¿Te abro el portal?

Ella asintió, se miró la playera y las sandalias. Se quitó las sandalias y se metió detrás de la puerta de la azotea a cambiarse por la sudadera, volvió y dobló la playera. Le agradeció con una inclinación, Gwen le restó importancia.

―Gracias a ti por venir, me alegra conversar con otra chica ―sonreía, Dianthe sintió una punzada en el pecho―. ¡Oigan! ¡Dianthe ya se va!

Pavitr se despidió efusivamente, sacudiendo su mano de un lado a otro y deseándole buen viaje; Miles también se despidió con amabilidad, esperando verse pronto de nuevo y Hobie, él no se despidió.

―Yo la llevo Wendy ―sonrió en su dirección. Gwen alzó una ceja.

Se inclinó hasta el oído del chico y le susurró algo que lo hizo sonreír más, Dianthe frunció el ceño.

―Nada, nada. No te preocupes ―no dejo que Gwen respondiera cuando el portal se abrió.

Dianthe batió la mano a todos y luego se lanzó. Salió en su habitación, Wilde siseó de miedo debajo de la cama.

―No entiendo porque no te caigo bien ―se lamentó Hobie―. ¿Te la pasaste bien?

Dianthe asintió. La sonrisa de Hobie se ensanchó.

―Eso es bueno, y no te preocupes por la disculpa. Ya todos te perdonamos, no nos importa. Miguel es un gruñón ―eso le sacó una sonrisilla.

Gracias, nos vemos luego

Hobie asintió.

―Sip, suerte en tus clases.

Movió la mano en despedida, entró al portal y desapareció. Dianthe se quedó mirando el huevo vacío un momento más.

―Ja, que interesante.

Suspiró, se quitó el sostén y los pantalones, se puso un pantalón de pijama. Le dejo comida a Wilde y caricias para tranquilizar sus nervios, miró sus pastillas para dormir y la hora. No tenía sentido tomarla y dormir una hora, le echó un vistazo al escritorio.

Encendió la luz, se sentó y se puso a garabatear.


²² ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ˡᵘⁿᵉˢ — ⁰⁶:⁴⁹.

Había estado segura de que el tiempo no se desdibujada tan rápido cuando estaba centrada, ahora no estaba tan segura de ello.

Respiraba de vuelta en la turbulencia de sus pensamientos, el mundo corría muy rápido y ella no creía que fuera capaz de alcanzarlo, quizá nunca. Pero estaba bien, se repetía, su único deber era protegerlo. Velar porque viviera más de lo que ella era capaz.

Suspiró, encajó la vista contra sus zapatillas. Aun sentía la brisa caliente de Nueva York abrazarle la cara y las risas de esos desconocidos le atormentaban en recuerdo, tanto que se difuminaban hasta ser nada más que sonidos sin pies ni cabeza.

Si miraba al frente solo encontraba su reflejo, cansado y vacío, odiaba la idea de verse diferente. Odiaba la idea de la esperanza, de encontrarla, de sentirla. Pero sobre todo, odiaba la idea de volver a querer y perder de nuevo.

La apartó de una sacudida, su reflejo no iba a cambiar. Nadie caminaría a su lado. Sonrió con tristeza, subió el volumen de la música y recargó la cabeza en el asiento. El vagón estaba casi vacío.

No importaba a que tipo de ridiculez quisiera aferrarse, el mundo no iba a parar porque ella lo hiciese, y todo terminaría una vez que su dimensión respirara la paz. Sin embargo, le era difícil borrar esas caras de su mente, cada vez que les daba la espalda solo deseaba girarse y preguntarles si seguirían allí.

Pero no era así, Dianthe sabía que una vez les diera la espalda, se borrarían, como un dibujo en un cuaderno viejo que ya no recordaba aunque solía gustarle mucho. Y ella seguiría, caminaría por el mismo laberinto oscuro al que estaba acostumbrada. Esas cosas eran una parada de luz, luego tenía que seguir andando.

Como ese día, como todos los demás días.

Apartó la vista de sus manos, la clavó en la ventana. Vio al mundo caminar, mientras ella seguía en el mismo pasillo del laberinto, sin posibilidad de retorno.

Se bajó del tren y continuó andando hasta la universidad, jugueteando con su anillo de esmeralda. Pronto se sacaría su pequeña parada de luz de la cabeza, volvería a la normalidad. Si, estaba claro que se sentía turbada por no haber convivido con tanta gente en un largo periodo de tiempo. La luz del laberinto la encandilaba.

Dalion no se apareció en todo el día, Dianthe almorzó sola mirándose los garabatos de hacía unas horas. En su mayoría resultaban rostros desechos, podía encontrar rasgos que llevaba tatuados en la nuca. Una línea de la mandíbula, una nariz recta, unos ojos caídos, la curva de un cuello. Lugares de recuerdo. Cosas que no quería poner en su retrato.

Quiso garabatear otras cosas durante la última clase, o eso intentó, pues las líneas de grafito empezaron a desdibujarse y la voz de profesor a alejarse cada vez más. No recordaba haber apoyado la cabeza sobre la mesa, ni menos haberse quedado dormida.

―Eh, quien diría que prefieres la escuela para dormir ―había una voz profunda molestándola en el sueño.

Sentía los sentidos adormecidos, su sentido arácnido siempre se revolvía con los efectos de los antidepresivos. Era como estar medio somnolienta todo el día, no le gustaba mucho.

Abrió los ojos, se revolvió y estiró hasta que lo vio.

―Buenos días ―saludó con signo de amor y paz―, o buenas noches en realidad.

Dianthe se miró el reloj digital, eran las ocho. Había dormido tres grandiosas horas en un salón vacío, giró los ojos. No recordaba haberse quedado dormida en clases ni siquiera en sus peores días, les echó un ojo a los bocetos medio arrugados bajo su brazo, no tenía idea de a quien le pertenecían esos oscuros ojos.

Clavó su mirada en el hombre a su lado, sintiendo que todos sus sentidos volvían a la normalidad cual golpe en estómago. Le desagradaba la idea de haber sido vista mientras dormía. Últimamente a todos se les pegaba por visitarla cuando dormía, como la ocasión en que casi le destroza la cara a Gwen.

O la otra donde Miguel estaba colgado del techo. No entendía su manía de tomarla desprevenida, no es como si fuera a matarlos... o bueno, lo habría hecho.

―Miguel estaba de gruñón así que me escape ―se encogió de hombros como para explicar la mirada atónita de la chica.

Ella asintió, claro, que mejor que venir a molestarla. Vio los ojos oscuros de Hobie bajar hasta su libreta.

―¿Qué dibujabas? Ayer también estabas dibujando algo.

Tengo que hacer un retrato, no puede ser nadie de la universidad, y debe ser significativo para mí

Hobie asintió con mirada dubitativa, hasta parecía que él podía ofrecerle una opción. Había un par de ojos oscuros allí y nada más. Casi podía decir que se parecían a los suyos, casi. Luego la libreta se cerró, y la foto de Dalion sonriendo cubrió todo el contenido. Dianthe se lo guardó en la mochila, descolgó una pinza que tenía en una de las correas y se ató el cabello oscuro.

Cada vez que la miraba de perfil, podía encontrar un atisbo de Miguel, eso le preocupaba. ¿Cuántos O'hara podía haber en el mundo? Esperaba que muchos, y que Dianthe siempre hubiese sido su nombre.

―¿Y ya tienes a alguien en mente? ―inquirió para apartar la idea, y para seguir la conversación.

Dianthe se puso de pie, rostro inescrutable. Esperaba poder ver tras esa máscara imperturbable, las bambalinas desastrosas de ese perfecto porte o esas ojeras tapadas con el mejor maquillaje. Se disfrazada de perfección, y le salía muy bien.

La universidad estaba casi vacía, quedaban algunos alumnos en clases, profesores ocupando salones vacíos y jóvenes apurados en la biblioteca. Hobie seguía de cerca a la muchacha, que no reparaba al caminar por los pasillos. Notó que algunos rostros se giraban en su dirección con curiosidad pero ella no giró la vista ante ninguno.

Ella había dicho que le abrumaba la gente, salvo que esos ojos que volteaban a verla parecían muy interesados, algunos sorprendidos. ¿Cómo conocía a tanta gente? ¿O tanta gente la conocía a ella?

Dianthe negó al salir, rodearon la fuente. Calaba un frío distinto al de Nueva York, el aire estaba helado, no se parecía a la brisa viciada de las noches. Y las calles no olían a humo.

―Seguro encuentras a alguien.

Desde sus espaldas la vio encogerse de hombros, andaba rápido y sin vacilar, le recordaba un poco a la Dianthe de la entrevista con Miguel. La cara en blanco al hablar de Niklas y Peter, el sentimiento de estar viendo un muro sobre ella.

Mientras dormía había notado anillos, también aretes largos colgarle y si se hubiera atrevido, habría descubierto las perforaciones en sus oídos. Lo más interesante de todo, era un anillo con el que jugaba.

Una hermosa esmeralda en oro a la que le daba vueltas varias veces, tal vez era su favorito, tal vez se lo había dado Dalion, o Peter o Niklas, o alguien más.

Voy a hacer ejercicio

Leyó en el celular que le acababan de lanzar, supo que era una invitación sutil y sonrió de lado. Se adelantó hasta quedar a su lado con las manos bien metidas en los bolsillos de los pantalones.

―Te acompaño.

Caminaron otros cinco minutos, entonces divisó un edificio abandonado. Dianthe se coló por la parte de atrás, quitando unas tablas de una ventana rota. El chico alzó una ceja antes de meterse detrás de ella, que clase de lugar para hacer ejercicio le parecía ese. No podía decir nada, él dormía en un bote, o donde le sentara bien.

El lugar estaba polvoriento, Dianthe dejó su mochila sobre una tabla encima de un escombro y sacó unos guantes de boxeo que lo dejaron sorprendido. Más delante vio dos sacos de boxeo, enormes.

Se recargó en una columna, analizó sus movimientos al quitarse la sudadera, debajo llevaba una playera de comprensión que hacía juego a la perfección con el pans. Sacó unas vendas de la mochila y se vendó con relativa calma los pies y las manos.

Miraba con intriga su calentamiento. Sus piernas se movían entre el brinco y adelante y atrás, al mismo tiempo que lanzaba golpes con la misma rapidez con la que se movía en círculos.

Dianthe lo miró, hizo un gesto con la cabeza que le indicó el otro saco. Hobie alzó las manos negando.

Ella se encogió de hombros.

Golpeó el saco con una fuerza que le sacó una sacudida y antes de que pudiera volver a su posición volvió a golpearlo. El saco giró sobre su eje, regresó con fuerza y Dianthe lo golpeó otra vez.

Si sus golpes eran fuertes sus patadas parecían tener toda la intención de tumbar el techo. Hobie podía decir bajos sus criterios que era buena haciéndolo, pese a su nulo conocimiento de boxeo. Cada vez que daba un golpe la determinación le crispaba el rostro, y él de verdad podía ver a Miguel reflejado.

Quince minutos después de su lucha contra el saco, se quedó pensando. En realidad, replanteando.

Era cierto que se había escapado de Miguel, pero podría haber ido a cualquier otro lado antes que allí. Tenía algo más que decirle, solo no sabía si debía. En teoría, ella era mayor de edad, podía ir y disfrutar, cosa que no harían sus pequeños amigos por no sobrepasar la edad y porque, genuinamente, dudaba que pudieran leer el ambiente lo suficiente para adaptarse y no armar un escándalo.

Lo tendrían preocupado, y eso lo desconcentraría. Dianthe, por el contrario, se acercaba bastante a alguien que pudiera invitar, solo había una cosa. El ambiente, es decir, ni siquiera era necesario mirarlos más de dos veces para saber que vivían en mundos distintos.

Ella parecía una señorita demasiado refinada, pulcra y seria, él en cambio vestía de lo más estrafalario, tenía perforaciones en todos lados y se parecía bastante al absurdo estereotipo de músico fumador de marihuana. Realmente no quería juzgarla, solo tenía que revaluar la decisión antes de abrir la bocota. No podía saber si se sentiría obligada, si se divertiría o que.

Ya la había visto en la cena de Gwen.

Se mordió el labio.

Una telaraña le cubrió la cara de repente, con una sonrisa se la sacó de la cara.

Estoy tratando de que me pongas atención, leyó en el celular que le cayó sobre las manos.

―Perdón, perdón ―alzó las manos a sus lados―, estaba pensando en si te gustaría venir o no.

Dianthe alzó una ceja, se sacó los guantes y lo miró mientras se sobaba las muñecas. Hobie no pudo evitar repasarla, en la oscuridad apenas era visible, el rostro le sudaba pese a no estar agitada en lo más mínimo.

―Daré un concierto el viernes, es en un club. Tu entrada será en la zona exclusiva, el guitarrista invita ―dicho esto le guiñó un ojo―. No cobramos por las entradas, el que llegue antes se gana su lugar en exclusiva. Los del club ponen la cantidad de gente que podrá entrar, nosotros solo tocamos, pero tú tendrías tu lugar asegurado en la primera fila para que puedas verme mejor.

A Dianthe se le escapó una sonrisa.

Quizá no debería, su relación era meramente de trabajo y hacía casi tres años que no pisaba ningún club. En el pasado había amado arrastrar a Peter a los clubs, beber y bailar, luego se tambalearía fuera y Peter le estaría diciendo que eso le pasaba por beber demasiado, ella lo negaría entre risas y lo llevaría a la pista de baile de nuevo.

Esos lugares eran buenos, podía hablar a gritos y vivir la adrenalina. Tal vez no debería. Es decir, tal vez, o tal vez debería aceptar el cambio y comenzarlo. Después de todo la principal razón por la que no quería cooperar era para buscar la estabilidad de nuevo, recuperar un gramo de lo que era no podía ser tan malo.

Iré

Por un instante creyó ver que los ojos de Hobie se iluminaban, la oscuridad del lugar no la dejaba averiguarlo con certeza. Tampoco podía atribuirse nada, ¿qué de emocionante tendría que ella fuera? Si la invitación era por mera cortesía, le daba un poco lo mismo. Hobie era de ese tipo, y también del tipo que coqueteaba con sus fans, sería interesante verlo y burlarse un poco.

―Bien, vendré por ti ―sonrió jugueteando con ese aro del labio―. Tendrás el grandioso honor de que yo, el guitarrista y compositor de algunas canciones venga por ti hasta la puerta de tu casa.

Dianthe asintió varias veces con una sonrisa, las cejas alzadas. Oh sí, sí, que honor.

―Te dejaría para que entres sola, me gustaría llevarte conmigo hasta dentro, pero los fans suelen ser un poquito intensos, tú sabes, mejor que no te vean conmigo. Rompería muchos corazones ―terminó la frase con otra de sus sonrisas que Dianthe podía asegurar dejaba a unas cuantas desmayadas.

Uh no queremos eso, perderás a la mitad de tu público femenino

Hobie le sonrió, asintió con un rostro de falsa preocupación que la hizo sonreír más. Él atisbo los colmillos casi animales en su dentadura, frunció el ceño al notar que eran dos de cada lado.

Dianthe recogió sus guantes y se quitó las vendas, volvió a ponerse la sudadera, los tenis, unos guantes calientitos. Bajaron por donde mismo y la chica se aseguró de que nadie estuviera afuera cuando salieron por el agujero de las tablas.

Andaba con paso más relajado, Hobie podía verla medio sonriente disfrutando la vista del cielo oscuro y los puntos lejanos. Se preguntó cada cuanto tenía la posibilidad de disfrutar algo sin sentirse como si un agujero negro le hubiera atravesado el alma, o si esa expresión relajada solo existía mientras dormía.

Si la tensión, ese ceño similar al de Miguel vivían en su rostro todos los días. Si toda su vida había sido así o ella misma se perdió cuando Niklas o Peter murieron.

Hobie también miro las estrellas, tantas posibilidades en el multiverso y él estaba caminando al lado de una chica que era más un misterio que una chica. 

sound of silence | wuserpoe


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