diecisiete
❝un animal asustadizo❞
³⁰ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ᵐᵃʳᵗᵉˢ — ²:¹⁷
Despertó en una camilla. Parpadeó ante la oscuridad de la habitación mientras sus sentidos amplificados captaban el movimiento en la sala y el mundo volvía a ponerse ensordecedor a su alrededor. Cerró los ojos de nuevo, suspirando. El sonido de la maquina a su lado y el nefasto olor de hospital le traía recuerdos que no quería ni voltear a ver.
Era como si un tren se esmerara en detenerse exactamente en la misma parada, una y otra vez, mostrándole el mismo bucle inagotable y fatídico. Y Dianthe solo se quedaba de pie, incapaz de detenerlo.
Al girarse en la camilla lo encontró. Dalion estaba recostado sobre el sillón con la boca entra abierta y cubriéndose el cuerpo con su propia chaqueta. Dianthe lo observó, intrigada. Era una visión peculiar, pues aquella semana Dalion se había convertido en un extraño para ella, era apabullante. Se recostó de nuevo. Si estaba en un hospital ¿Significaba que su identidad corría peligro?
Se miró los brazos, las heridas del atentado ya no eran nada. Solo cicatrices acumuladas en su piel, algunos ni siquiera se notaban, no sabía cuánto tiempo había pasado pero fuese cual fuese sus poderes se habrían adelantado a la cura normal de una persona. ¿Cómo salía de allí con Dalion?
—¿Dianthe? —murmuró una voz.
La chica se giró en la cama. Dalion seguía dormido pero murmuraba entre sueños, la castaña se sentó. Desconectó la maquina y llamó a la enfermera.
Unos segundos después la mujer apareció, encendió las luces de la habitación. Dianthe se temió que Dalion despertara, aunque el chico solo se giró. La castaña analizó el comportamiento de la enfermera mientras la revisaba, no parecía saber de su identidad ni tampoco daba señales de ser peligrosa, solo lucía contrariada por su rapidez de cicatrización.
Con un poco de persuasión la enfermera accedió a organizar su pase de salida para ese mismo día, Dianthe se percató de que Dalion llevaba rato despierto y la miraba. Cuando la enfermera se fue, el chico se puso de pie.
Se sintió con la necesidad de retroceder, como si Dalion fuera algún enemigo del que cuidarse pero no lo hizo, consciente de que era solo su corazón herido trabajando por sí mismo. Miró al chico, reticente. No quería ser grosera con él así como tampoco quería dejar que él volviera a lastimarla con sus acciones. Lo miró con el ceño fruncido.
—Creo que te debo una disculpa —murmuró bajando la vista hasta la muchacha—. Soy un grosero y un inmaduro, y puedo dejar de ser tu amigo si así lo quieres.
Dianthe parpadeó, sintió los ojos libres. Miró a Dalion y esta vez lo miró todo. Se rio, una risa brusca y dolorida, el chico acercó las manos a su cuerpo por si de repente ella se doblaba. Dianthe solo se rió.
—Si, eres un estúpido —replicó en un susurro que apenas se entendió.
Dalion bajó la vista y se revolvió el cabello.
—Lo siento —murmuró—. Estaba, estoy preocupado. Sé que tienes derecho a hacer tu vida y seguir adelante, no hay otra cosa que más quiera. De verdad, pero... me da miedo. No quiero que te pase lo mismo ¿sí? Quiero estar para ti si eso vuelve a pasar, quiero saber a dónde vas o si tienes miedo de que se vuelva peor y no pueda con ello. No es así, en serio, no quiero que pienses que ¡no sé! ¡que ya no te quiero o algo así!
Se hincó, Dianthe lo miró con sorpresa mientras él recargaba la cabeza en la orilla de la cama. La chica alzó la mano despacio y dudó antes de ponérsela en el cabello enmarañado.
—¿No confías en mí? —preguntó de repente.
Dianthe se había temido esa pregunta por mucho tiempo, y no esperara que llegara tan pronto. Peter le había hecho esa misma pregunta años atrás, con un nerviosismo impropio de él. Ella había contestado que no había nadie en quien confiara más. Aun así, a veces era necesario mentir.
Le acarició la cabeza al chico.
—Si confío en ti, pero a veces hay cosas que no puedo decir. —Se inclinó para susurrarle cerca del oído.
Escuchaba el ir y venir de su respiración, sus latidos constantes que acallaban el ruido de los pasillos y las maquinas en las otras habitaciones. Dalion se arrebujó hasta que se sentó sobre la cama y la abrazó, la chica subió sus manos y le dio unas leves palmadas.
—Entiendo —susurró—, quiero estar para ti. Quiero ser lo que tú fuiste para mi ¿sí? Y sé que hay cosas que no quieres o no puedes decir, está bien. Yo tampoco te las dije todas pero, si algo pasa, déjame ayudarte, por favor.
Dianthe lo miró. Tenía los ojos tristes y le recordó a aquel día, cuando lo encontró en el hospital, se veía tan muerto que le costó dilucidar si no se trataba ya de un cadáver. No hubo nada en sus ojos por tanto tiempo que Dianthe temió que nunca se recuperara. Que hubiera tristeza en ellos era solo un recordatorio de días peores y de alguna manera la reconfortaba. Ella asintió.
Salir del hospital fue una tortura, los doctores no dejaban de encontrar peculiar su forma de cicatrización y Dianthe ya no sabía cómo sacárselos de encima con tantas preguntas hasta que amenazó con denunciarlos si no los dejaban salir. Por fortuna, a Dalion no le importaba que tan bien cicatrizara siempre y cuando estuviera en una pieza.
Con su reciente reconciliación Dianthe sentía que el aire se respiraba con mayor facilidad y que pese a los golpes, ningún musculo se volvería a quejar si se entregaba a la batalla de nuevo. Dalion también había salido a arreglar las cosas con Celia luego de establecer limites con Dianthe y encontrar un departamento en renta relativamente barato y cerca de la universidad. La chica casi gritaba eureka.
Estaba encerrada en su habitación con la cabeza metida entre bocetos y carbón. Varios bocetos más levitaban a su alrededor y ella los miraba con concentración. En algún punto había decidido ponerse a trabajar con su poder, sin embargo, en esos dos días, no había podido pasar de levantar papeles y ropa.
No es que no pudiera, el miedo destruía toda su voluntad y las imágenes de los actos que había cometido amenazaban con enviarla a un pozo de nuevo. Era una sensación de vértigo tan horrida que sentía ganas de vomitar ante el minimo toque.
Levantó el lápiz y empezó a trazar algo sobre su escritorio, dejando las hojas suspendidas en el aire. Tarde o temprano le dolería la cabeza y esa era su señal para dejar el trabajo por ese día. Los vellos de la nuca se le erizaron antes de que tocaran la ventana.
La chica se puso de pie. Hobie estaba del otro lado, colgando de cabeza y la saludo con una sonrisa con la máscara medio descubierta. Dianthe frunció el ceño y la abrió.
—Por aquí no entro, ábreme por la cocina —pidió y desapareció.
Dianthe se le quedó mirando a la ventana, cuestionándose si hacerlo. Luego salió del cuarto, cruzó el pasillo y le abrió.
El chico se deslizó dentro sin inconvenientes como quien pisa su propio espacio personal. Siguió a la chica hasta su habitación. Primero le echo un vistazo al pedazo de pared que le faltaba la ventana cuando Miguel había decidido usar la fuerza para que lo escuchara y que Dianthe aun no se decidía a arreglar, luego reparó en las hojas flotantes.
—Okeeeeey, eso es nuevo —murmuró señalando las curiosas hojas.
La chica tomó su celular para escribir. Hobie se adelantó y se lo arrebató de las manos.
—No, no. Estuve practicando —exclamó—. Ya no soy tan malo en la lengua de señas. Dime, dime.
Dianthe entrecerró los ojos a la par que alzaba las manos con lentitud y signaba, sin borrar la expresión de sospecha de su rostro.
—Es la habilidad con la que nací aquí —replico la chica.
—Ah si, sí. Nada más te vi levantando un edificio que casi se come el ojo interdimensional ¿por qué no lo usas más seguido? —inquirió tomando asiento en su cama, acostumbrado a tomar los espacios ajenos como propios—. ¿No esta tu amigo?
Negó con la cabeza.
—Si estuviera no te habría dejado pasar —dijo la chica dejando caer las hojas al escritorio, cubriendo intencionalmente lo que estaba dibujando.
—Es verdad —suspiró el de piel oscura, recostándose sobre la cama con un suspiro de satisfacción—. ¿Y se reconciliaron ya? ¿Te confeso su amor y son novios?
Dianthe hizo una mueca y lo miró con desagrado. Seguía de pie, incapaz de sentirse cómoda con la idea de que estuviera en su habitación. No es el que él fuera el problema, en general, no le gustaba la gente.
—No. Dalion no está enamorado de mí, se fue a arreglar las cosas con su futura novia —aclaró la muchacha, luego se cruzó de brazos—. ¿Por qué estas aquí?
—Que alivio —murmuró Hobie, luego se sentó—. ¡Ah si! Vine a invitarte a una reunión que tendremos como amiguitos en la dimensión de Pavitr.
Dianthe decidió dejar pasar el primer comentario y enfocarse en la invitación que tenía en frente. Ya no era tan buena en las reuniones sociales como antes, ella misma se había valido que se distanciara tanto de sus relaciones y aunque no planeaba retomarlas tampoco quería quedarse sola para siempre. Suspiró.
—¿Y solo a eso viniste? —inquirió, confundida.
—Básicamente. A veces es bueno salir de la rutina ¿me entiendes? —Sin darle tiempo de responder, brincó de la cama y atacó su escritorio, tomando bocetos—. Entonces, ¿cómo haces levitar estas cosas?
La castaña apretó los dientes, el hecho de que él pusiera sus dedos sobre sus papeles significaba una fuerte violación a su sentido de intimidad. Abrió la boca para replicar, luego la cerró. No valía la pena.
Wilde salió desde su closet siseando hacía el hombre. Hobie se giró y lo saludó, sonriendo. El gato, sin embargo, no estaba nada contento con su presencia en la casa y levantó la cola erizada para salir corriendo del cuarto. Dianthe sonrió.
—Wow, de verdad me odia ¿eh?
Dianthe asintió.
—No tienes pelos en la lengua.
Dianthe negó. Luego recordó la pregunta del chico. En realidad no quería responder, no quería hablar con nadie ese día pero también estaba un poco agotada de solo hacer levitar pequeñeces y no atreverse a mejorar nada más, por miedo. Era un poquito humillante considerando lo que había tenido que pelear por años.
—Pues solo lo hago, es ¿natural? También complicado, me puede explotar la cabeza si no lo hago bien. —Se encogió de hombros.
—¿Qué? ¿Qué clase de super poderes tiene tu universo? —chistó con una mueca—. ¿Levito cosas pero si no lo hago bien me quedo sin cabeza?
—Así es como funcionan la mayoría de los poderes aquí. O los controlas o mueres. —Al fin, tomó asiento en su silla de escritorio, moviendo a Hobie con las piernas.
—Que interesante... —murmuró—. ¿Ya desayunaste?
La forma tan natural del chico para cambiar de tema siempre terminaba sacando a Dianthe de su órbita. Negó.
—Bueno, genial. Te hare panqueques —anunció.
Dianthe lo vio irse a la cocina en dos pasos. La chica alzó las cejas, recogió los bocetos hasta que no quedó ninguno fuera y lo siguió.
Hobie tenía una forma peculiar de adaptarse a los espacios como si fuera una extensión de ellos. Husmeaba en los cajones y repisas y sacaba lo que necesitaba con una gracia propia que la chica no podía imitar, como si siguiera algún ritmo invisible. Dianthe lo observaba desde la entrada, con curiosidad.
Era una imagen interesante. Hobie era un hombre alto que cuidaba de no chocar en los estrechos espacios entre la isla y las encimeras. Además, su silueta cubierta de pinchos y negro parecía desentonar con la cocina beige y café de Dianthe, que esencialmente se parecía a ella, como todo el departamento. Hobie parecía algo así como un manchón de pintura oscura sobre la imagen de un triste bodegón sin terminar.
Apartó la idea de su mente con amargura.
Se adentró en la cocina para preparar algo de beber mientras los hotcakes estaban, se acercó a la cafetera y puso agua.
—¿Entonces si vas a la reunión? —preguntó con emoción el chico detrás de ella.
—¿Cuándo es? —inquirió cuando se giró.
—El jueves de la próxima semana —respondió sonriente.
—Está bien. —La chica alzó el pulgar y Hobie sonrió.
—No creí que aceptarías tan fácil. —Alzó los brazos y le paso los hotcakes, la chica los tomó y se sentó en la isla en frente del plato del chico—. ¿Qué tal? ¿No soy el mejor cocinero del mundo?
Para sorpresa de Hobie, la chica asintió, metiéndose un bocado sin rechistar. Comía con calma y solo entonces notó que llevaba un guante de dos dedos en una mano, se preguntó si tendría la oportunidad de mirar sus dibujos sin la necesidad de husmear, que ella se los mostrara voluntariamente. Era un sueño agradable.
—Ah, por cierto, quería preguntarte ¿nunca podrás volver a hablar?
Dianthe alzó la cabeza del plato. No se había dignado a mirarlo a la cara con detalle, había una sensación amarga en su lengua a cada instante pero Hobie seguía allí. Sabía que no se iba a evaporar en el aire como una visión, y quizá eso era lo que más le aterraba. A veces, y solo a veces, desencajaba tanto en el entorno que la chica se preguntaba si no estaba alucinando. Si no era ella la que había hecho los hotcakaes y se había sentado a comer sola.
—¿Holaaaa? Tierra llamando a Dianthe.
La muchacha cerró los ojos y asintió. Tenía que dejar de pensar en alucinaciones cuando no estaba alucinando, ¿qué clase de circulo vicioso era ese? Un escalofrió recorrió su espalda pues por un momento, las verdaderas y ultimas alucinaciones titilaron en la periferia de sus ojos.
Cerró con fuerza los ojos, inspiró y de pronto sintió cierta calidez en sus manos, que temblaban. Abrió los ojos de golpe.
—¿Estás bien? —Y en su tono no había broma, solo genuina preocupación, acompañada de unos ojos oscuros y profundos.
Dianthe asintió, el temblor de sus manos empezó a disminuir. Lo sentía por debajo de la calidez de las manos de Hobie. Lo que era desconcertante, porque además de Dalion, Dianthe tenía pocas veces la oportunidad de que alguien la calmara en momentos como ese. Parecía una escena en tercera persona.
—¿Estás segura?
Dianthe volvió a asentir. Hobie se tomó un momento para mirarla pero no demasiado, consciente de que podía incomodarla. La castaña tenía el rostro teñido de pesadumbre y el chico sintió la pregunta escosarle en la punta de la lengua. Sin embargo, apenas podía pensar un momento correcto para hacérsela, ese no era, aun así, se la hizo.
—¿Cómo es... vivir así?
Dianthe lo miró, una mirada calada e inexpresiva. Hobie se temió haber tocado un nervio que no tenía siquiera permitido observar. No soltó las manos de la chica aunque estuvo a punto de retroceder y arrepentirse de su bocota.
Con un graznido, Dianthe se aclaró la garganta, luego tosió y negó con la cabeza. Se soltó de Hobie para ponerse a signar.
—Es destructivo —leyó el chico en sus gestos—. Peleas todos los días contigo mismo, y... te sientes como si no avanzaras nunca. Parece que todos los días debes tratar de mantenerte en la realidad en lugar de vivirla. Da miedo.
Bajo lentamente las manos hasta que Hobie no pudo verlas más. Dianthe siseó y se metió otro bocado de hotcake en la boca. El departamento estaba silencioso, por la ventana de la cocina entraban los lejanos ruidos del mundo. Dianthe no esperó a que Hobie respondiera, no le había contestado con la intención de que lo hiciera.
A la gente no solía caerle sino como un balde la respuesta, y la mayoría se mostraba incomodo o murmuraban apenas inconexiones. Se sorprendió al oír la gruesa voz del joven.
—Que valiente —dijo entonces, mirando su plato, luego a ella—. Yo no estoy seguro de haber podido vivir mucho.
—Yo tampoco lo estoy. Todavía no. —Sonrió entre medias, una sonrisa que Hobie conocía entre la sorna y la desgracia.
—A veces me gustaría no ser esto. —Hobie se miró las manos enguantadas.
Dianthe alzó las cejas, intrigada. El hecho de que Hobie ya soltara más de dos oraciones resultaba ya una hazaña para el natural silencio incomodo que rodeaba las conversaciones en torno al trastorno de Dianthe. Puso atención a sus palabras.
—Pienso que, si hubiera nacido ignorando todo lo que pasa en mi dimensión nunca habría tenido que mancharme las manos de sangre. Me cuesta mucho dormir, en ocasiones... solo pienso en todas las personas a las que no puedo salvar. No sé si la vida me alcance para librar a mi dimensión.
Dianthe miró la ventana, abrió la boca, luego la cerró.
—La vida nunca alcanza —susurró, Hobie alzó la cabeza no queriendo perderse ningún detalle de su voz—. Pero siendo lo que somos, siempre podemos dejarle algo a alguien.
Hobie sonrió con ligereza, apenas perceptible en sus labios. Ambos comieron en silencio pero de todos modos cada uno parecía hacer mucho ruido. Dianthe miraba a Hobie cada dos por tres, y era un hombre tan estruendoso que le costaba entender como no lo había echado de su vida.
—El clima no esta mal hoy, tu ciudad es muy lúgubre —murmuró Hobie al cabo de un rato—. ¿Quieres ir a dar un paseo?
—Es el mes que más llueve —replicó la chica con los dedos. Luego asintió—. Déjame vestirme.
Cuando Dianthe salió del cuarto llevaba entre las manos un cuaderno y un lapiz, que aferraba como si su vida misma se tratase. Podía ser así, consideraba Hobie, él no sabía cuantas veces el rostro de aquellos que ella amaba estaban reproducidos entre las hojas.
El se incorporó, de cuclillas como estaba, tratando de ganarse la confianza de Wilde. El pequeño gato negro maulló y se le acercó con desconfianza, Hobie le extendió la mano y Wilde brincó, siseando. Hobie la bajo y la dejo estirada, los dedos levemente contraídos por si acaso el pequeño animalejo decidía acercarse.
Wilde titubeó más de dos veces con la cola erizada, poco a poco y con pasos precavidos y certeros se aproximó hasta la mano del chico. Olisqueó sus dedos, retrocediendo de un saltito si acaso a Hobie se le ocurría contraer un musculo por accidente. El gato lo olió hasta que su nariz fría y húmeda le rozó la tela del traje y luego se fue corriendo.
Hobie miró a Dianthe, y pensó que no era distinta.
sound of silence | wuserpoe
vivan los novioooooooooooooos
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