cuatro.

❝¿es la ira el único comensal de la noche?❞

¹¹ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ʲᵘᵉᵛᵉˢ — ²³:¹².

Suspiró, desplomándose sobre la isla de la cocina con apenas la energía suficiente para arrastrarse hasta el sillón y dormir. Lo único que se escuchaba era el murmullo del ronroneo de Wilde olisqueando la mano de un Dalion desplomado sobre el sillón más largo, que no era tan largo como para que entrara completo. Dianthe alzó la vista, le picaban los ojos.

Arrastró las piernas hasta el sillón, poniéndose de cuclillas frente al sillón y acariciando el lomo de Wilde. Fijó sus ojos café oscuro que le ardían por haber dormido con los pupilentes y haberlos tenido en su pelea. Parpadeó tortuosamente, sintiendo que una vez más y no volvería a abrir los ojos.

—¿Dónde me puedo quedar? —murmuró el pelinegro con voz ronca, mirando el techo. Sostenía una bolsa de hielo contra su mandíbula, donde un cajón le había golpeado cuando el edificio se volteó. Dianthe señaló su cuarto—. No, me da pena.

La chica chasqueó la lengua y signó rápido, los dedos se le trabaron un instante.

—Me quedare en el sillón.

—No, yo me quedare en el sillón —refutó Dalion, sentándose y mirando a la chica.

—Tú no cabes aquí —Dianthe frunció el labio y extendió las manos, intentando abarcar el espacio del sillón—, yo sí.

—¡Pero es tu casa! —se quejó llevándose las manos al rostro. Enterró los codos en sus rodillas—. Perdón... solo estoy muy estresado, y... se dañaron muchas de mis cosas y esa cosa se comió mi moto...

Dianthe sintió la desesperación filtrarse en el tono de Dalion, la moto era por mucho un objeto sentimental muy preciado. Lo sabía porque recordaba cuando duro había trabajado Dalion en ella y como seguía haciéndolo. Inclinó su toque, tomó las manos del chico y las bajo a su regazo.

Está bien. Le dijo, y quiso que la escuchara por primera vez.

—Estás cansado. No pienses en eso, lo monetario tiene reparación, y mi casa es tu casa —apoyó su cabeza en su rodilla, un consuelo silencioso. Como el eterno silencio que rondaba alrededor de ella.

Dalion soltó un quejido bajo y cedió, Dianthe se puso de pie rato después. Acompañó a su amigo hasta su cuarto y lo obligó a instalarse en la cama que tampoco era muy grande, por lo que tuvo que encoger las piernas para entrar completo, pero no se quejó. Fue casi de inmediato que cayó dormido, Dianthe largó un suspiro.

Se aventuro al baño, una larga ducha caliente fue lo primero que necesitó. La ropa de Dalion estaba en el cesto, sucia y polvosa. Cuando salió lo primero que hizo fue arrancar todo, meter todo dentro de los contenedores que tenía arrumbados en la pared falsa de su cuarto, con sumo cuidado. No quería despertar al chico.

Solo necesitarían trasladar las cosas de Dalion al cuarto. Dianthe recargó la frente contra la pared, sintiendo cada musculo de su cuerpo el doble de pesado y su mente moviéndose demasiado rápido, ideando el día siguiente y el siguiente, cuando ese ni siquiera había terminado. Ocultar su identidad sería más difícil.


ᵀʰᵉ ⁿᵉˣᵗ ᵈᵃʸ — ⁶:²³

Dianthe habría entregado lo que fuera por faltar a clases otro día, pero al contrario de Dalion no podía darse ese lujo sin tener una justificación.

Salvé a mi amigo y su edificio de ser comidos por un ojo gigante, me secuestraron unos spidermans y antes de eso tuve una sobredosis porque el ojo gigante me hizo alucinar, pero yo creí que todo es por mi trauma. ¿Quiere mi traje? Se lo doy.

Tenía muchas ganas de hacer eso, sin embargo, estaba en el baño terminando de vestirse y revisando que todo lo perdido el día anterior hubiera vuelto a la normalidad, afortunadamente así era. Ni una sola fibra de sí misma se sentía tan agotada como ayer, dejo salir aire. Tomó sus llaves, despidió a Wilde, comprobó a un Dalion acurrucado y abandonó su hogar.

El camino fue rápido, el tren no tanto, y Dianthe tenía la vista perdida en sus manos cuando el vagón se detuvo. Bajaron y entraron personas, Dianthe volvió a sentir el aire vibrar pero no se molestó en alzar el rostro pues sabía que unos ojos azules y una melena rubia estaban esperando.

La estaban esperando. Dianthe no tenía más tiempo para ignorar. Frunció el labio, sus colmillos brillaron a la luz un segundo antes de volver a quedar escondidos, cada hora, cada minuto, cada segundo. Dianthe lo sentía en lo profundo del estómago. La ira crepitando con su bilis, como si la fuera a vomitar en cualquier momento.

Pasó el día sola, sin mover los labios una fracción más que para comer, sintiendo la boca seca y sus labios a punto de resquebrajarse de un tirón. Conocía esa reacción, un nudo apilándose en su cabeza, imposible de desenmarañar por las buenas, siempre tenía que reventar.

Volvió a casa caminando a sabiendas de que la seguirían. Entró en un callejón de las calles vacías de Viena en esa temporada de tormentas, el agua corriéndole ríos por el cabello pegado al rostro estaban demasiado lejos de ella como para sentirla. Movió la pierna furiosamente contra la pared del lugar, tenía polvo, aceite y otras sustancias pegajosas de las que no quería saber el origen.

—Aquí estás —una voz suave, como un soplido. Dianthe alzó la cabeza, rebotando la pierna contra el piso—. Sé que... nuestro primer encuentro no fue el mejor y que tal vez te dimos una mala impresión, pero de verdad queremos ayudarte.

Quería preguntarle en que podían ayudarle, ¿podían deshacerse de su dolor y encontrar el camino de nuevo? ¿podían traer a los suyos de vuelta? ¿podían hacer que durmiera sin pastillas? ¿qué podían hacer ellos que ella no pudiera? Trató de pensar, de ser coherente, pero tenía a su mente revolviendo sus entrañas, tratando de encontrar la ira debajo de las toneladas de miedo y tristeza que fungían el palacio de su confinamiento.

Dianthe no estaba diseñada para ser héroe. Lo sabía, así como sabía suprimir la ira.

Chasqueó la lengua y avanzó hasta la rubia, estrelló su palma en su pecho y cuando las manos de la chica subieron a la suya, ella se alejó. La chica tomó el papel entre manos, se giró y observó la espalda de la morena irse, moviendo los dedos de la mano contra su pierna.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, uno, dos, tres, cuatro, cinco.

Gwen alzó la hoja, cubriéndola con su mano para evitar que se mojara. Era una letra pequeña y desprolija, demasiado inclinada.

déjenme en paz, no quiero más perturbaciones

Gwen dejo salir un suspiro que estaba reteniendo desde que se paró en ese callejón, no era ningún perro para oler el peligro, pero si una araña para sentir la presión en su cabeza cuando se acercaba a una potencial bomba. Miguel tenía una condenada suerte para tener la razón, Dianthe iba a resultar ser su amuleto, siempre y cuando alguno pudiera tomarlo.

Rechinó los dientes, se puso la máscara, dejando apelmazado el cabello y se colgó de la primera superficie que parecía no jugar a resbalarse. Siguió a Dianthe desde muy arriba y muy lejos, pues no sabía hasta donde sus sentidos la detectarían y no quería tener que pelear con una futura socia. Se columpió por un pico de un edificio antes de aterrizar sobre el techo del edificio de enfrente de Dianthe. La chica vivía en el 27, el penúltimo.

Su cortina estaba corrida, Gwen agudizó la vista. Dentro había un chico fornido bebiendo de una lata verde y garabateando sobre una libreta, tenía los dedos ennegrecidos por el carbón. También había un gato negro tirado en la cama, plantas colgantes en el techo, y la puerta por la que acababa de entrar Dianthe.

Lucía exactamente como Gwen la vio irse, solo que ese increíble ceño fruncido se desvaneció cuando el chico se giró a ella y la saludó con una sonrisa. Gwen tenía la misma información de ella que el resto del equipo, casi nula, pero por lo que sabían. Vivía sola. ¿Un novio tal vez? Lucía demasiado cómodo en la cama para ser menos que eso.

Observó a Dianthe abrir el closet y sacar ropa limpia, después girar al chico y mover las manos tan apresuradamente que incluso si Gwen supiera lengua de señas, no habría entendido. Pero el chico sí, que sonrió y habló. La morena salió de la habitación tras haber picoteado la bebida del chico. Gwen odiaba la idea de seguir mojándose en el techo con las furiosas gotas de la tormenta como único acompañante, pero tenía que esperar a que la noche les cayera encima.

—Gwen, ¿cómo vas? —un pequeño holograma de Miguel apareció sobre su reloj. La chica dejo escapar un suspiro—. Veo que no muy bien.

Miguel frunció el ceño al ver lo mojada que estaba la chica, y lo desilusionada que lucía.

—Me dijo que la dejáramos en paz —exclamó, con un atisbo de desesperó en la base de la garganta—, y se fue.

—Bueno, plan B —Miguel se encogió de hombros y le dio una última mirada de compasión gélida a la chica—. Si necesitas ayuda, te envió refuerzo.

Gwen asintió, Miguel desapareció y la chica volvió a pegar la mirada a la ventana.

Esperaba no necesitar llegar a ese punto.

La noche le cayó rápido, más de lo que pensaba y se sorprendió gratamente cuando la luz encendida del cuarto de la chica se apagó y el único que se acostó en esa cama fue el chico. Gwen sonrió, la tendría mucho más fácil. Esperó veinte minutos, checando las cuatro ventanas restantes hasta que todas las luces del piso se apagaron. Se paró cerca de la ventana correspondiente a la sala, intentando conseguir un plano acertado de la morena.

Estaba acostada sobre el sillón, de cara a la televisión, que también estaba apagada. Eso significaba que el otro no era su novio ¿o sus costumbres allí eran tan distintas? ¿dormir con su novio era un pecado digno de la colgaran desnuda sobre el templo o Gwen estaba divagando solo porque era Austria? Entrecerró los ojos, intentó comprobar si la respiración pausada y queda era su pase para entrar al cuarto o sus ojos la estaban engañando y Dianthe aun no caía dormida. Se mordió el labio ante la necesidad de pegarse a la ventana y asegurarse, todo de lo que podía asegurarse ahora era de que su vista no le fallara.

Trepó hasta las tejas del edificio contrario y tuvo que caminar con excesivo cuidado por ellas hasta cruzar al otro edificio.

Inspiró aire frío y se sacó una pequeña tarjeta.

Contó hasta veinte antes de balacearse hasta la ventana, pegó sus dedos al cristal y la hizo deslizarse desde afuera, que agradable que no tuviera el seguro y se evitaba forzarla. Metió una pierna primero, luego la mitad del cuerpo y por último la otra pierna. Le puso el seguro a la ventana, miró al hombre dormido en la cama, asegurándose de no haberlo despertado. Estaba segura de que estaba dormido, pero había un pequeño picor que la hacía girar el rostro hacía él cada vez que hacía un movimiento.

Se acercó al escritorio.

Tenía un montón de hojas regadas por este, todos rostros de hombres descoloridos, distintos ángulos. Gwen quiso haberse tomado un momento para admirar las obrar de no ser el peligro inminente que podía entrar por la puerta en cualquier instante, o bien que los ojos del chico se abrieran. Decidió que el escritorio no sería un lugar donde la tarjeta resaltaría y se fue al otro lado de la habitación.

Analizó el tocador y metió la tarjeta entre el espejo y el marco, sería suficiente. Suspiró en silencio y se encaminó a la ventana de nuevo, estaba orgullosa de su obra. El chico ni siquiera se había movido y ella no había emitido un solo ruido. Salió por la ventana y volvió a bajarla con la misma delicadeza.

El ruido de la lluvia a crepitó en sus oídos de nuevo, uno que sonaba menos furioso dentro de la habitación. Gwen se alegraba de dormir con el sonido de la lluvia, no de que estuviera golpeándole todo el cuerpo. Estaba lista para volver a casa y tomar un baño caliente. Le dio una última mirada a la habitación y giró el rostro hacía el techo contrario, pensando en cómo saltar.

Su sentido arácnido se activó, alzó la cabeza y un instante después una mano se estrelló contra su rostro. Gwen resbaló por el impacto, incapaz de aferrarse a nada por la humedad, cayó. Las garras se enterraron en sus pómulos y su mandíbula, con todo el frío que tenía el dolor le lacero hasta la punta de los dedos. Se sentía entumida. Golpeó con más fuerza —de la usual— el estómago de la figura bañada de negro y dorado que era Dianthe, esta apenas vaciló. Otra mano se aferró a su espalda e hizo que giraran en el aire, Dianthe enredó una telaraña negra a su brazo, Gwen sintió que su espalda se estrellaba contra el concreto del edificio.

Emitió un quejido.

—¡Lo siento! —gritó, el sonido amortiguado por la lluvia y la palma de Dianthe. Sentía hilos de sangre correrle por la línea de la mandíbula—. Lo siento, solo quería-

El aire se le cortó, unas garras le golpearon la garganta y se le enterraron en la tela del traje. Gwen estiró el cuello, sabiendo que no le serviría de nada, solo quería alejarse de sus garras.

Dianthe gruñó bajo la máscara, la oscuridad apenas le permitía ver los rasgos de Gwen iluminados pobremente por las farolas y su luz amarilla que rebotaba. Quería decirle que se alejara de ella, que no volviera a acercarse a Dalion o le arrancaría la cabeza a ella, y a cada uno de los que vinieran. Sabía que el chico no era su objetivo, así como sabía cuan peligroso resultaba ser una araña al lado de una persona normal.

Dianthe quería mantenerlo alejado de todo lo que pudiera hacerle daño.

Bajó la cabeza, cerrando los círculos dorados, que eran sus ojos, de la máscara. Dianthe no podía hablar, y Gwen no sabía escuchar.

—Yo- yo de verdad lo siento —escuchó su voz, un temblor en sus cuerdas vocales de miedo. Un solo temblor—. No volveré a acercarme a tu cuarto, o a tu amigo.

Alzó la cabeza de un tirón, el filo de sus garras rasgó la tela y acarició la piel tensa de la chica, haciendo un camino recto con ellas hasta que terminaron en el centro de su cuello. Gwen tenía el corazón acelerado, y apenas se había dado el lujo de respirar un poco. Temía que en el instante siguiente su piel se sintiera ardiente y caliente por la sangre.

Dianthe giró el rostro peligrosamente cerca del de Gwen, que trató de fusionarse con la pared detrás. Gruñó, su lengua pasó por sus colmillos, que estaban allí desde que tenía memoria. Entrecerró los ojos dorados, inhalando profundamente. Dejó que las gotas impetuosas aporrearan su espalda, contando cada una hasta que otra se resbalaba por la tela.

Soltó el cuello de Gwen, enterrando la garra en el concreto, tronándolo. El sonido se estrelló en el tímpano de Gwen, que tuvo que entrecerrar el ojo. Gwen miró a la figura negra y dorada que la dejaba aferrada a una pared rota y un alféizar delgado, no apartó la vista de la chica hasta que esta movió la mano con hastío, echándola de allí.

—Gracias —susurró, tomando la telaraña negra que Dianthe le extendía. Dudó un momento, pensando que el cualquier momento se rompería y Dianthe se reiría de ella.

No se rompió y le permitió alejarse, Gwen cayó al piso, patinó sobre el agua y recuperó el equilibrio enseguida. No miró arriba, salió corriendo. Tan lejos que ya no fuera capaz de sentir su cuerpo se atravesado por agujas que Dianthe tenía por ojos.

La mexicana soltó un soplo retenido en la garganta. Sentía el cuero frío y casi entumido, casi porque la ira seguía recorriéndole la sangre como unos nuevos vasos sanguíneos. Enterró su otra garra más arriba, impulsándose con estas para subir hasta su ventana.

Metió los brazos, la cabeza y el torso, se aferró a la pared tapizada encima del marco y luego dejo caer todo el cuerpo dentro. Las gotas formaron un charco a su alrededor que se acrecentó cuando cayó al piso, brotó un quejido desde el fondo de su garganta y desactivó el traje. Su línea negra se iluminó por otro rayo que apareció en la ventana. Dianthe la cerró de un golpe.

Avanzó al baño, masajeándose las sienes. Entró a la ducha, bañándose con el roció caliente —hirviente— del agua. Se miró las manos, recordando la sensación de las garras adherirse a su propia cutícula como segunda piel.

Lo cierto es que tenía un lujo increíble con la creación de trajes a prueba de balas, fuego y agua, y lo que era mejor, con la capacidad de ser una segunda piel. Bajó la cabeza, recordando el peso de los cuernos sobre ella y la sensación en sus sienes cuando estos se acoplaban a su piel y cabello. Una extensión de sí misma.

Emergió del baño, no le importó que las gotas de su cuerpo se esparcieran por la casa y no tuvo el atrevimiento de mirar su pasillo de fotos ante el temor de la mirada que Niklas pudiera darle. ¿decepción, miedo, terror? ¿cómo iba a saberlo? Se mordió la mejilla y regresó al cuarto de las heridas. Agarró sus ropas y se enfundó en ellas.

Miró la puerta entreabierta, imaginó al ojo riéndose en su cabeza, aporreando la puerta y bañando el cuarto de sangre. Estaba dentro, y Dianthe pensó que tal vez le tendría miedo, pero no había nada que ese ojo pudiera hacer para torcer su cabeza, cuando ella misma lo lograba. Vivir con eso era casi un aparato de inmunidad.

Corría muy lejos y rápido de él, pero ni sus superpoderes eran suficientes para huir del propio camino oscuro e infinito que confinaba su mente —¿o su mente lo confinaba para ella?—. Era un laberinto sin salida, Dianthe siempre encontraba otro rincón sin explorar, un nuevo dolor, una nueva tormenta o un hoyo sin fondo. Siempre estaba muy cerca del risco, siempre muy lejos de la salida. Dianthe huía de sí misma cada vez que se ponía demasiado violento en su mente.

Siempre estaba huyendo, muy lejos o muy cerca. Nunca encontraba la certeza de nada. Se sentía como estar atascada en el mar, la orilla muy cerca o muy lejos, los puntos que existían hasta que te acercabas a ellos. ¿Había fondo al menos? Cerró los ojos y se apretó la cabeza, pesada. Cada día muy pesada.

Volvió al sillón con expresión marchita, se tiró en él, encendió la música atronadora en sus oídos, y se detuvo en medio del laberinto infinito, oscuro y sin salida. Era el arte o la música.

Dianthe solo podía hablar a través de sus manos, el arte o la lengua. El sonido del piano que dejo de tocar hacía años, haciéndose añicos en su memoria como un viejo papel con la letra emborronada después de tanto tiempo abandonado, o las líneas sin principio ni fin del rostro de Niklas ¿o era Peter? ¿su abuelo o su abuela? El fantasma de un padre con un rostro borrado, o la caricia en la oscuridad de una madre que no estaba, Dianthe no lo sabía, no lo entendía, no lo decía. Pero su arte si, desgarrador cuales cuerdas de guitarra reventando por el uso rudo.

Miró el techo el tiempo que le bastó para hartarse e ingerir una pastilla. Creía que podía hacerlo sin ellas, el día anterior lo había hecho, aparentemente solo era su cuerpo tan agotado.

Suspiró por la boca, cerró los ojos y dejo que el medicamento se tragara sus pensamientos y le durmiera el cuerpo.

sound of silence | wuserpoe

¡hobie viene en caminoo! y miguel también, por desgracia. 

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