cinco.
❝tristes tragedias azorando por la esquina❞
¹⁷ ᵈᵉ ʲᵘⁿᶦᵒ, ᵐᶦᵉ́ʳᶜᵒˡᵉˢ —¹⁸:⁰¹
Conocía los pasos para trazar unas mejillas hundidas como conocía su habitación. Arrugó la tarjeta en sus manos después de arrancarla del espejo y mirarla con odio, estaban acosándola. Dalion estaba en medio de un fuego cruzado, por dios, cuanto le gustaría sacarlo de allí. Sacarlo de su vida para mantenerlo a salvo, pero era demasiado débil para tomar dicha decisión por lo que luchar hasta que sus huesos crujieran era todo lo que conocía. Su vida.
Tiró la tarjeta hecha bola al cesto, un tiro perfecto. Dalion entró al cuarto en calzoncillos, comiendo una paleta de chocolate que gritaba empalagosa por todos los poros. Dianthe le lanzó una almohada y su ropa antes de que pudiera reaccionar.
Tenía algunos hematomas repartidos como esferas verdes y moradas con tintes amarillos por todo el cuerpo, una pequeña gasa en la cabeza y el corazón tan latente como a ella le gustaba.
—Gashias —murmuró con la boca llena, salió de la habitación y Dianthe escuchó que cerró la puerta. Pronto se iría al trabajo.
Se echó sobre la cama, extendiendo las extremidades como estrella. Miró el techo, miró sus muñecas donde tenía trazos borrosos de lapicero azul con dibujos de Dalion que le hizo durante la clase más aburrida del día. Dianthe se habría dado cuenta si no se hubiera quedado dormida. Cerró los ojos, sintiendo la presión del peligro como un viejo recordatorio de que debían permanecer abiertos. ¿Una araña en su ventana o un ojo gigante respirándole al lado? (¿esa cosa respiraba?) Alerta. Todo el tiempo.
Incluso si se cumplía casi una semana desde la última visita de la araña rubia, Dianthe no podía descansar. No podía dormir bien. Miró las pastillas en su mesita de noche, su presencia atormentaba sus noches, un silencioso llamado a sus manos. A su cerebro. Pero Dianthe sabía que no podía dormir. En toda la semana apenas durmió cuatro horas diarias antes de que el mínimo sonido o movimiento le ardiera en la cabeza y le obligara a abrir los ojos como si hubiera tenido una pesadilla.
Las pesadillas tampoco la dejaban dormir.
Bostezó, se giró y la puerta se abrió.
—Me voooy —canturreó Dalion, que le revolvió el cabello y se inclinó para picarle las costillas.
Dianthe se revolvió y le lanzó una patada al chico que saltó hasta la puerta riéndose, ella también sonrió.
—Nos vemos —signó, Dalion dio un saludo militar y salió.
Escuchó la puerta de la entrada cerrarse, ella se encogió en la cama, haciéndose un ovillo con el cansancio cubriéndola como una manta cálida en ese otro día nublado. Bostezó, miró las pastillas una última vez antes de cerrar los ojos.
Sintió que habían pasado horas cuando los ojos se le abrieron de golpe, pero eran minutos. Miró a su alrededor en total alerta, nada había cambiado. Al menos en el cuarto, pero por un segundo sintió que el mundo se doblaba y que alguien la observaba. Se llevó las manos a la cara, tallándose los ojos y estirándose con pereza, necesitaba dormir con todas sus fuerzas.
—Buenos días —se regodeó una voz gruesa.
Dianthe pegó tal salto que salió disparada directo a la ventana, presionando su muñeca en un movimiento rápido. Se pegó contra la pared al lado de su escritorio y alzó la vista.
Un hombre anchísimo, con la espalda más grande que la chica había visto jamás estaba pegado a su techo, mejor dicho, afianzado. Alzó una ceja, intrigada por las garras en sus dedos. Extendió las garras oscuras por reflejo respirando profusamente, tratando de volver a nivelar su descontrolado cerebro hipervigilante y su cuerpo reactivo. La morena conocía al idiota de traje azul y rojo como el líder del cuerpo de arañas, no se iban a rendir.
—Oye, solo necesito que me oigas un segundo —farfulló el hombre.
Se estiró, quedó colgando con sus garras y las puntas de sus pies rozaron la cama de Dianthe. La chica alzó la mirada con una mirada que no denotaba más que apremio furibundo por reptar tan lejos como le cantaran las piernas, por dios santo. Echó las manos al aire con un resoplido y se cruzó de brazos contra la pared, esperando.
—Te oiré pero ¿tú me entenderás? —movió las manos tan rápido que podría haber pasado desapercibido como un gesto de queja.
El hombre cayó sobre la cama, la chica casi pudo oír los resortes chillar en protesta por el peso, arrugó la nariz. Lo siguió con la mirada café oscuro, poniéndose de pie y acercándose en dos pasos ella. Cuando estuvieron frente a frente, Dianthe notó que era todavía más enorme, vaya monstruosidad. Alzó la vista justo mientras se deshacía la máscara del hombre en puntos de luz azul. Estaba intrigada por esa nueva tecnología.
—Lyla, traduce —alzó una mano garruda a su izquierda, donde otros destellos de luz aparecieron hasta juntarse en una figura pequeña de color amarillo.
Era una mujer, vestida con un abrigo y unos lentes rosas, era medio transparente. Un holograma. Dianthe abrió la boca y la cerró de inmediato, no permitiéndose ser expresiva frente a quien podría ser un enemigo.
—Está diciendo que... no tengo idea. Es un idioma distinto para el que me programaste.
El atisbo de sonrisa que estaba creciendo en la comisura derecha del hombre se esfumó, así como el pequeño brillo de buen humor que albergaba en el fondo de su ronco pecho. Giró el rostro bruscamente a la mujer pequeña.
—¿¡Cómo qué es otro!? —vociferó. Dianthe no dejo pasar desapercibidos los colmillos, estaba cada vez más intrigada y eso le preocupaba.
—Bueno si —ella se encogió de hombros—. Me programaste para el inglés.
—Yo uso alemán —signó en inglés, cosa que entendió la mujer y se lo tradujo amablemente al gigante—. Solo use ingles en aquella ocasión porque ustedes lo hablaban, aunque de todos modos no iban a entender.
Él se talló el rostro con la palma de la mano, como si se fuera a arrancar la piel. Dianthe se permitió fruncir el ceño y darse un segundo para averiguar que estaba mal con su rostro. Lo encontró un instante después, cuando el hombre se apretó la nariz. Sus gestos le recordaban a ella, la forma de su nariz recta y ligeramente ancha, el rostro curtido por el tiempo. Dianthe podía ver una versión de sí misma más vieja, dura, masculina. Podía negar lo que fuera, pero no que ese rostro tenía sus cejas cuadradas grabadas, las aletas de su nariz y unos labios que eran los mismos en distintas dimensiones.
Entrecerró los ojos, presionó su muñeca y la mascara se desintegró en su rostro, sus cabellos cayeron en bucles y se asentaron en su espalda.
—¡Claro! —exclamó, dando vueltas—. No entiendo porque no pensé que hablarías alemán cuando literalmente vives en Viena, que está en Austria, cuyo idioma oficial ¡es el maldito alemán!
Dianthe hizo una mueca muy parecida a lo que Dalion conocía como: ¿te falla no?
—¿Cómo te llamas? —Dianthe fue más lenta al mover sus manos, cuidando que la mujercita amarilla captara todo.
—Las presentaciones quedan después, no tengo mucho tiempo libre y esto es casi una emergencia —se dio la vuelta, imponiendo toda su altura contra la chica. Al parecer un gesto bastante común, se preguntó si tendría que lidiar con tipos tan imbéciles para desafiar su autoridad.
—Habla, yo tampoco tengo tiempo. Quiero dormir antes de hacer la cena y terminar mi dibujo a carboncillo —enumeró, mirándose las palmas líneas doradas y garras negras.
—¿En serio vas a oírme? —preguntó el hombre frunciendo las cejas.
—No hablaste, así que ahora no —Dianthe sonrió alzando la vista de sus uñas—. Creí haberle dicho a tu araña rubia que me dejaran en paz ¿o tengo que patearles la cara a todos ustedes para que entiendan?
—No te pongas agresiva conmigo —gruñó Miguel, dando un paso adelante en un espacio en que no había lugar para pasos.
—No me conviertas en tu enemiga —Dianthe avanzó otro casi gruñendo. Golpeó el pecho del hombre con una garra—. Déjenme. En. Paz.
Y acto seguido el gigante y Lyla vieron como su cuerpo caía de cabeza por la ventana que tenía al lado. El hombre se apresuró a tomarla del pie, el mismo que siguió cayendo con el resto del cuerpo femenino cubierto por una máscara negra con unos cuernos negros que tenían las puntas hundidas en dorado.
No iba a perderla. Tiró una telaraña que se aferró al tobillo de la chica, Dianthe levantó la cabeza sorprendida. No fue cuidadoso al llevarla de vuelta al cuarto, tiró de ella con tanta fuerza que volvió en un rayo de luz negra. Un cuerno chocó con el marco, provocando que este se zafara del golpe, Dianthe emitió un bramido que pudo ser una grosería.
—Haré que me escuches —siseó el hombre. Las telarañas rojas rodearon a Dianthe hasta dejarle solo los ojos libres.
Ni siquiera los cuernos, ya había visto como rompía telarañas con estos. En un segundo había un círculo de metal a los pies de la chica, que se activó con un resplandor rojizo y la cubrió por completo. Dianthe se sorprendió de estar atrapada en esa red roja.
—Si no me escuchas, te mostrare.
Perdió las ganas de luchar, de levantar en el aire a ese idiota y pulverizar sus telarañas con sus garras, solo necesitaba moverlas un poco y romperlas. Abrir esa red roja, huir. Volver a casa. No había nada que quisiera más que eso, pero no.
Estaba sentada como indio sobre una plataforma oscura de metal, envuelta en esa red roja, al menos sin telarañas ya. Miró al gigante moverse por la estancia mientras una plataforma con pantallas descendía a una velocidad estratosféricamente lenta. Dianthe se rascó el cuello, tenía frío. Solo a ese idiota con nula percepción de lo ajeno se le habría ocurrido arrastrarla a ese lugar con apenas unos shorts cortos y una sudadera robada de Dalion, y descalza. Y su traje no estaba cubriéndola del frío. Se le estaban congelando los pies.
—En un momento llegan los demás.
Por "demás" sabía que eran el grupo de arañas que quiso ayudarla, aunque solo le estorbaron y tuvo que patearle la cara al de púas. Viajó la vista por el oscuro lugar, la mayoría rodeado de metal y cables, y computadoras y un idiota de dos metros que caminaba como perro enjaulado por la sala.
Dianthe cerró los ojos, reuniendo una paciencia que no tenía. Había cruzado un portal multicolor que hizo que su mundo se ondeara y volviera a la normalidad, luego viajó por una especie de tubo multidimensional estúpidamente largo alrededor de más colores psicodélicos por los que tuvo que cerrar los ojos para evitar mareos. Y de pronto estaba allí, muriéndose de frío. Escondió sus pies debajo de sus mulsos, intentando mantener el calor.
—Mientras tanto... —el hombre se volvió a las pantallas flotantes, una se estiró frente a él. Dianthe podía ver su rostro distorsionado del otro lado—. Necesito algunos datos básicos tuyos. Esa cosa se comió más del 70% de tu expediente cuando se metió en tu cabeza.
—¿Qué cosa?
—Te lo explicare enseguida —murmuró, Dianthe rodó los ojos—. ¿Cómo te llamas?
Alzó las manos para responder en el preciso instante en que entraron un remolino de voces distintas con acentos distintos y todos vestidos de araña. Eran el equipo de aquella vez.
—¿Y dónde está nuestra invitada especial? —exclamó la voz gruesa de acento británico.
Emergieron cuatro cuerpos distintos que Dianthe ya reconocía. Ladeó el rostro, absolutamente aburrida sobre la idea de las presentaciones, ¡que alguien le dijera lo que sea que tuvieran que decirle! Tenía que hacer el pollo o se echaría a perder.
—¡Miguel! —chilló la voz de la araña negra—. ¿Por qué esta cautiva?
—Porque es un maldito dolor de cabeza intentar hablar con ella razonablemente. No se preocupen, está en una pieza. Solo la amarre, la metí allí y la traje para acá —el dichoso Miguel le echó una mirada de soslayo a la chica, que ya tenía el dedo levantado en su dirección—. ¿Ven?
—Creo que yo también te insultaría si me metes allí —Gwen se encogió de hombros, acercándose a la red roja—. Hola, de nuevo.
Dianthe hizo caso omiso a su tono nervioso y el cuidado con el que se acercaba, como si ella fuera a partir esa cosa por la mitad y tirársele encima como gato furioso.
Lo cierto es que Hobie y los demás estaban internamente de acuerdo con su parecido a un gato arisco con demasiado furia en un cuerpo tan pequeño. Dianthe tenía espalda encorvada, arañaba furiosamente el piso y si no fuera por la pinza que le sostenía el cabello, tendría el auténtico aspecto de una desquiciada.
Hobie se acercó y le dio dos golpecitos con el dedo a la pared roja.
—¿Estás bien allí dentro? —pudo ser una pregunta sincera o una burla, pero Dianthe no supo discernir—. ¿Alguna vez te atraparon así?
—La última vez que me atraparon tuve que matar a un cuerpo entero de policías —tradujo Lyla, cuya voz sonaba demasiado alegre para lo que estaba diciendo.
Hobie alzó una ceja oscura bajo la máscara de pinchos y se alejó dos pasos con las manos en los bolsillos. Miró a sus amigos y luego a Miguel, que estaba demasiado concentrado en las pantallas, abriendo fotos y documentos. Lo esperaron en silencio, incluida Dianthe, a quien se le comenzaban a dormir las extremidades allí.
—Entonces... —Miguel se puso en frente de ella—. La cosa que te mencione es el Vacío, o el ojo gigante contra el que peleaste la vez pasada. Bueno, esa cosa se está comiendo a los Spidermans.
—Creo que primero deberías explicarle porque hay tantos Spidermans —intervino Miles, que se había bajado la máscara.
Dianthe lo miró, alzó las cejas y luego volvió la vista desinteresada a Miguel. Les había puesto un rostro a todos, como acostumbraba a hacerlo a las voces sin dueño. Así podía compartir la idea de ser escuchada por unos ojos que hablaban. Por supuesto, la cara que tenía en mente no se parecía en nada al adolescente allí parado.
—Si, cierto —Miguel divagó—. Existe un multiverso.
—No me digas —movió las manos con sarcasmo.
—Es más que eso... —se giró a las pantallas—. Todos nosotros estamos tejidos en una red de distintos universos en los que tienen que pasar momentos específicos que nos marcaran como perso- ¡Oye! ¿¡Qué haces!?
Miguel bramaba demasiado, y Dianthe ya no sentía las piernas. Enterró las garras de ambas manos en las paredes y tiró de ellas hacía afuera, abriendo una apertura que pronto se convirtió en la desintegración total de la red. Dianthe se puso de pie y se estiró, volviéndose a encoger ante la corriente de aire que le recorrió los pies. Miró al resto, que estaban como estatuas viéndola, Miles y Gwen con la boca abierta.
—¿Continua? —miró a Miguel—. Vamos, quiero hacer la cena y mi tarea, idiota. Aún tengo un dibujo de carboncillo que hacer y tú no lo vas a hacer por mí.
Lyla estaba bastante entretenida leyendo las expresiones faciales de Dianthe para tratar de imitar mejor su tono de voz. Miguel suspiró, exasperado.
—Como te decía, esta red se llama... no importa. El caso es que, nosotros nos encargamos de asegurar que esos momentos pasen y las dimensiones no colapsen por anomalías con estos momentos o con cosas que se meten en otras dimensiones —con eso le dirigió una mirada a Miles, que se encogió—. Se llaman eventos canónicos.
En medio de ellos dos se abrió una hilera de hologramas donde múltiples Spidermans estaban llorando la perdida de alguien entre brazos. Dianthe tuvo un recuerdo nítido que prefería mantener encerrado en la parte no consciente de su cerebro para evitar ataques que la volvían poco consciente de sí misma. Trastabilló hacía atrás, colocando las manos delante, como si pudiera protegerse de los recuerdos azotando en su cabeza cuales rayos. Apretó los ojos, encogió los dedos de sus pies, sintiendo el frío recorrerle hasta arriba.
Calmarse. Necesitaba calmarse. Inhaló un profundo aire frío, se enterró las garras en la piel hasta que sintió la sangre abrirse paso. Solo un poco, un instante. Nunca recordaba la muerte de Peter, solo su nombre, su cara. Solo él como si aun pudiera verlo saliendo de clases, Dianthe no necesitaba recordarla.
Encuentra algo que te arranque de allí.
Eso le habían dicho, algo con tanta fuerza que la sacara de allí, del recuerdo vivido. Dalion. Dalion por todas partes. Una pregunta burbujeó hasta sus brazos.
—¿Tienes mis eventos canónicos? —inquirió moviendo tan desenfrenadamente las manos que a Lyla le costó.
—Sí —contestó Miguel con cierta duda en la voz—. ¿Por qué?
—Mi amigo... ¿él muere? ¿le pasa algo? —titubeó, intentó que las manos no le temblaran.
Miguel pareció desconcertado un momento, la sala era silenciosa, lo suficiente como para oír sus propios pensamientos bullir desde el fondo de su cabeza y tratar de tirarle el muro.
—¿El que vive contigo? —no dejo que respondiera—. No, a él no le pasa nada.
Asintió, relajando los hombros con la vista al suelo. Ahora no tenía nada de coraje, de ira, solo desesperados pensamientos corriendo por su mente. Dianthe estaba andando a trompicones por ese laberinto, huyendo de sí misma. Estaba sintiendo que se iba, desconectarse. Disociación.
Volvió a encajarse las uñas en la palma. El dolor físico la mantendría, tenía que hacerlo. ¿Cómo iban a saber que hacer ellos si se desconectaba o le daba un ataque? ¿Qué iban a saber ellos?
—Dime. Lo-lo más importante —Lyla imitaba a la perfección las trabas en la voz de Dianthe.
Pero no hacía falta oírla para saber que algo no corría bien. Estaba rezaga contra una pared, mirando el piso y encogida. Ni Hobie ni los demás habían pasado por alto las gotas de sangre cayendo de sus manos, pero ninguno se atrevió a moverse. Ni siquiera Miguel. La dejaron quedarse donde estaba, viendo como le temblaba el cuerpo y el pecho le subía y bajaba como si hubiera perdido la capacidad respiratoria luego de tener un maratón.
Miguel carraspeó y continuo, aunque con voz menos dura.
—Este ojo es una amenaza grande. Se ha comido a dos Spidermans en menos de un mes y tú ibas a ser la tercera...
Dianthe no estaba escuchando. Las palabras fluían cuales notas de un piano roto del que se estaba alejando con mucha rapidez, distorsionadas, siguiéndola hasta que solo quedaba su propia cabeza reproduciendo una melodía que no sabía.
De pie. Tenía que estar de pie, tenía que estar allí, por favor, quería seguir allí. Pero había sangre en sus manos ¿suya o de Peter? Dianthe estaba quedándose sin aire mientras Peter estaba tirado en frente suyo, inmóvil, manchado de sangre. No había llegado, no había llegado. Tenía la cabeza abierta y el charco adornándola.
Le fallaron las rodillas, no tenía aire, y estaba afuera, hacía frío y se estaba mojando. Y Peter se estaba mojando. Y, y, dios. No podía respirar.
—Oye —Hobie dio un paso adelante cuando vio sus rodillas doblarse.
Se movió rápido al atraparla. Dianthe le cayó en brazos manchándole el chaleco con su sangre, sus manos se deslizaron a los lados de su cuerpo. Se había desmayado. El joven comprobó el pulso, que corría rápido bajo su piel.
—A la sala médica, ahora —ordenó Miguel, endureciendo de nuevo el tono.
Hobie la cargó bien, poniendo un brazo en la espalda y otro en las piernas. Se movió con el resto del equipo, permitiéndose ir adelante. La chica tenía las mejillas húmedas por unas lágrimas que se perdieron en la oscuridad, frunció el ceño, preguntándose que estaba pasando alrededor de esa chica y porque la rodeaba tanto maldito misterio, y problemas.
wuserpoe | sound of silence
guto morning.
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