˚ ༘✶ ⋆。˚016.

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La piedra brilló intensamente por un momento, envolviendo a Himeko en una luz cegadora. Sesshomaru observó con atención, sintiendo un nudo en la garganta mientras esperaba el resultado de su acción. El brillo desapareció tan rápido como había llegado, y por un instante, la esperanza de Sesshomaru se desvaneció. Pero cuando la luz se apagó, el cuerpo de Himeko comenzó a moverse lentamente. El pulso de su corazón volvió a latir, débil al principio, pero con el tiempo se volvía más fuerte, hasta que finalmente abrió los ojos. Sesshomaru la sostuvo con firmeza, sus ojos dorados fijos en los oscuros ojos de Himeko.

—Señor Sesshomaru... —murmuró Himeko, acercando delicadamente su mano a su rostro.

Los dedos de Himeko rozaron suavemente la mejilla de Sesshomaru, y una chispa de alivio brilló en los ojos del demonio. Por un breve instante, sus emociones se entremezclaron, revelando una vulnerabilidad que nunca mostraba.

—Himeko —respondió Sesshomaru, su voz inusualmente suave. El peso de la preocupación que lo había envuelto parecía desvanecerse con cada mirada que ella le entregaba.

Himeko lo miró con ternura, tratando de comprender todo lo que había sucedido. Se incorporó lentamente, y observó a su alrededor, notando la presencia de Jaken, Rin y Kaito, todos mirándola con una mezcla de alivio y preocupación.

—¡Himeko! Estaba tan asustada —dijo Rin, con lágrimas en los ojos, se acercó y abrazó a la joven mujer.

—Lo siento, Rin —respondió, abrazándola de vuelta—. No era mi intención asustarte.

La madre de Sesshomaru, observando la escena con una expresión indescifrable, dio un paso adelante.

—La acción que acabas de realizar me ha sorprendido, Sesshomaru —dijo ella, con tono de voz más suave de lo habitual—. Ni siquiera te importó escuchar las consecuencias que tendría tal acto.

Sesshomaru, quien había estado concentrado en Himeko, volvió su mirada hacia su madre. Su expresión permaneció inmutable, pero en sus ojos continuaba aquella chispa de alivio al ver a Himeko con vida.

—No tiene importancia —dijo Sesshomaru con seriedad, sin apartar la vista de su madre.

La madre de Sesshomaru, con una mirada fija en su hijo, dejó escapar un suspiro profundo, como si estuviera evaluando cuidadosamente lo que iba a decir.

—Aunque quieras negarlo, tú y tu padre tienen mucho en común —comenzó, su voz suave pero cargada de preocupación—. Usaste el poder de la Tenseigan y la piedra que te di, y aunque la vida de Himeko ha sido restaurada, esa acción ha alterado algo mucho más grande de lo que puedes imaginar.

Sesshomaru frunció el ceño, sintiendo un nudo en el estómago. No le gustaba sentir que algo estaba fuera de su control.

—¿A qué se refiere? —preguntó Jaken por Sesshomaru, sin apartar la vista de la mujer.

—La piedra que se utilizó no solo resucita. También marca un vínculo irreversible entre la persona que la usa y la que es revivida —explicó, sonriendo con una mezcla de tristeza y aceptación—. Lo que quiere decir que ahora la vida de Sesshomaru y Himeko están conectadas.

—Significa que si Himeko muere... ¿El amo bonito también morirá? —preguntó Jaken con voz temblorosa.

La madre de Sesshomaru asintió, lo cual provocó que Jaken soltara un chillido de terror. Mientras tanto, Himeko se quedó en silencio, asimilando lo que acababa de escuchar. Sesshomaru por su parte, sintió un frío recorrer su espina dorsal. Estaba acostumbrado a ser independiente, a no depender de nadie, pero ahora su vida dependía también de Himeko.

—¿Por qué solo te preocupas de la vida de Sesshomaru? —preguntó Kaito, acercándose a la mujer—. Si el señor Sesshomaru muere, Himeko también lo hará. ¿Por qué no te preocupas por ella también?

—Idiota. El amo bonito no moriría fácilmente —recriminó Jaken, acercándose con su bastón en mano hacia el muchacho—. Él no es de una raza débil como ustedes los humanos.

Himeko observó la pelea entre Kaito y Jaken, sintiendo un nuevo peso sobre ella. Era como si de repente llevara en sus hombros algo mucho más grande que su propia vida, y no solo por la cercanía que ahora compartía con Sesshomaru, sino también por la intensidad de lo que aquello significaba para él, alguien que se había mantenido solo toda su vida.

—Señor Sesshomaru... —murmuró Himeko, todavía tratando de procesar la situación—. Lamento que todo haya ocurrido por mi causa. No era mi intención involucrarte de esta manera.

Sesshomaru la miró con sus ojos dorados, su expresión seria y enigmática como siempre.

—No te equivoques —dijo con firmeza—. No he hecho esto por ti. He hecho esto por el poder de la Tenseigan, y porque he considerado que era necesario. Nada más.

Himeko bajó la mirada, ocultando la tristeza que sentía al oír esas palabras. Rin se acercó y tomó su mano, como si quisiera recordarle que no estaba sola. La atmósfera se llenó de un profundo silencio, y cada uno del grupo parecía sumido en sus propios pensamientos, reflexionando sobre lo que acababa de ocurrir.

La madre de Sesshomaru rompió el silencio, mirándolo con una expresión calculadora y casi desafiante.

—Es curioso. A pesar de que insistes en ignorar tus lazos con los humanos, tus acciones dicen lo contrario —comentó ella con una sonrisa leve para luego mirar a los demás—. Parece ser que esta nueva revelación los ha dejado sin palabras. Pueden quedarse temporalmente en el palacio y reflexionar con calma.

Aunque todavía había cosas por hacer, el grupo aceptó la oferta de la madre de Sesshomaru y se encaminaron hacia el interior del majestuoso palacio. Al llegar se encontraron con un salón adornado con columnas de mármol y luminosas lámparas, todos se acomodaron para descansar, menos Sesshomaru, quien se encaminó hacia el jardín. Himeko lo observó irse desde su lugar, notando la tensión en sus hombros y el aura inquietante que lo rodeaba.

Rin, siempre dispuesta a romper el hielo, se acercó a Himeko y la tomó de la mano, mirando sus ojos oscuros con una sonrisa pequeña pero reconfortante.

—Hermana Himeko, ¿estás bien? —preguntó la pequeña, con una voz que irradiaba calidez y alivio.

—Sí. Lo estoy —respondió Himeko, devolviéndole la sonrisa, tratando de no mostrar el peso que llevaba consigo.

—¿Sabes? No entiendo muy bien lo que sucede, pero creo que el señor Sesshomaru y tu necesitan hablar.

Himeko suspiró, observando el lugar por donde Sesshomaru había salido. Las palabras de Rin resonaban en su mente; sabía que tenía razón, pero la distancia y frialdad de Sesshomaru la hacía difícil acercarse. Sin embargo, se armó de valor y se puso de pie, dejando a Rin y los demás en el salón para ir en busca del demonio. Himeko avanzó en dirección al jardín, pero se detuvo al notar la presencia de varios sirvientes rondando en el área. Ellos se movían en silencio, aunque no era posible ignorar las miradas furtivas que lanzaban hacia Sesshomaru.

Himeko logró escuchar algunos susurros, susurros que decían admirar la destreza y belleza de Sesshomaru, pero también susurros que decían lo decepcionante que era el hecho de que él estuviera relacionándose con gente de una raza inferior. Una punzada se plantó en su pecho, y pensó que quizás acercarse a Sesshomaru ahora no era lo más apropiado. Decidió regresar junto a los demás, comprendiendo que esa conversación con el demonio tendría que esperar hasta un momento más privado.

Poco después, uno de los sirvientes de la madre de Sesshomaru llegó para guiarlos a unas habitaciones destinadas para los huéspedes. Las estancias eran amplias y lujosamente decoradas, con grandes ventanales que permitían ver los jardines iluminados por la luz de la luna. Rin se acomodó rápidamente en una de las camas, y aunque intentó quedarse despierta para conversar, el cansancio de los acontecimientos la venció, quedándose dormida poco después.

Mientras tanto, Himeko permaneció despierta, dándole vueltas en su mente a lo ocurrido aquel día. Después de varios minutos de reflexión, decidió levantarse y dirigirse a la habitación de Sesshomaru. Sentía que había mucho que necesitaba decirle, incluso si él no estaba dispuesto a escucharla. Con pasos silenciosos, cruzó el oscuro pasillo del palacio hasta llegar a su puerta, la cual se encontraba semiabierta, dejando entrever una pequeña luz en el interior. Himeko se asomó lentamente, y al no ver a nadie en el cuarto, empujó la puerta con suavidad y entró. Allí estaba Sesshomaru, de pie junto al ventanal, la brisa nocturna movía ligeramente su largo cabello plateado, dándole un aspecto cálido bajo la luz de la luna.

—Señor Sesshomaru —susurró Himeko, apenas cruzando la habitación—. ¿Podemos hablar?

Sesshomaru no se giró de inmediato. Permaneció en silencio, observando el paisaje nocturno con sus ojos dorados fijos en algún punto distante, mientras su mente se debatía en lo que debería de hacer.

—¿De qué quieres hablar, Himeko? —preguntó Sesshomaru finalmente, su tono era calmado, pero tenía un tono distante.

A pesar de no girarse, Himeko sintió que su atención estaba completamente en ella. Respiró hondo, sintiendo que el peso de las palabras que iba a decir era tan grande como el silencio que había en la habitación.

—Primero, quiero agradecerle por lo que hizo —empezó, con la mirada fija en el suelo—. Sé que no lo hizo por mí. Pero aun así quisiera agradecerle por devolverme a la vida.

Sesshomaru permaneció inmóvil mientras escuchaba las palabras de Himeko. El agradecimiento que brotaba de su voz no parecía llenar el vacío que ambos sentían en ese instante.

—No tienes que agradecerme...

—Sé que esta nueva situación es una carga para usted —continuó Himeko—, pero le prometo que haré todo lo posible para aliviarla.

Sesshomaru finalmente se giró hacia ella, sus ojos dorados brillando bajo la tenue luz de la luna. Su rostro parecía serio, pero había una leve suavidad que ella captó. La habitación quedó en un silencio profundo, un silencio que tal vez para los demás sería incómodo, pero para Sesshomaru y Himeko parecía reconfortante. No obstante, aunque Himeko quería seguir al lado de Sesshomaru, sabía que no debía quedarse mucho más tiempo.

—Perdóneme por irrumpir en su habitación a estas horas. Ya no lo molestaré más...

Himeko realizó una pequeña reverencia, dispuesta a retirarse para darle su espacio. Pero antes de que pudiera dar otro paso, sintió un movimiento rápido a su lado, y en un abrir y cerrar de ojos, Sesshomaru la envolvió en un abrazo firme pero inesperadamente cálido. Himeko quedó inmóvil, sorprendida. Jamás hubiera esperado que Sesshomaru, siempre tan distante, estuviera reaccionando de esa forma.

—No eres una carga —dijo Sesshomaru, su voz grave, pero con una calidez que rara vez se escuchaba en él.

El demonio la sostuvo con una firmeza que parecía casi protectora, como si quisiera asegurarse de que no desapareciera de nuevo. Himeko sintió cómo su corazón latía con fuerza, no solo por el abrazo, sino por las palabras que acababa de escuchar.

—Sesshomaru... —susurró, sus ojos buscando los de él, y sin percatarse de que no usó ningún honorífico.

—Himeko...

Sesshomaru la miró directamente, sus ojos dorados brillando con una intensidad que hizo que Himeko olvidara el mundo a su alrededor. La distancia entre ellos se reducía lentamente, como si ambos estuvieran siendo atraídos por una fuerza invisible.

Sus respiraciones se mezclaron, y por un momento, ambos pensaron en cortar por completo la distancia. Sin embargo, justo antes de algo pudiera suceder, un golpe seco, seguido por el sonido de la puerta abriéndose, interrumpió el momento.

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N.A: Por si alguien todavía estaba esperando capítulo... Aquí tiene uno nuevo... Perdón la tardanza. D:

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