˚ ༘✶ ⋆。˚015.
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Sesshomaru se encontraba cara a cara con una hermosa mujer que parecía hecha por los mismos dioses. Su presencia era sutil, casi sobrenatural, y Himeko sintió un escalofrío recorrer su espalda al verla.
—Supongo que algo ha tenido que pasar para que hicieras que me desviara de mi camino, Sesshomaru —dijo la mujer, observándolo fijamente.
—¡Oye! ¡¿Quién te crees que eres?! —exclamó Jaken, quien observaba la situación junto a los demás detrás de Sesshomaru—. ¡Debes dirigirte al amo bonito con un honorífico!
—Pensé que quizás tú podrías contarme sobre la Tenseigan, el recuerdo de mi padre —dijo Sesshomaru, ignorando por completo las miradas curiosas de los demás, o los gritos de Jaken que había detrás de él.
—Oh, vaya. Así que ha sido por eso —dijo la mujer, su rostro totalmente inexpresivo—. Creí que me hiciste descender porque querías ver el rostro de tu madre.
Sorprendidos por la repentina revelación, todos observaron a la mujer y luego a Sesshomaru, encontrando un cierto parecido entre ambos.
—¿Puedes contarme o no? —preguntó Sesshomaru.
—La forma en la cual me tratas no ha cambiado —dijo la madre de Sesshomaru, todavía con un rostro inexpresivo—. Te lo contaré. Pero primero vamos a un lugar mejor.
Sesshomaru asintió, y comenzó a seguir a su madre junto a los demás. Durante unos minutos se formó un silencio, pues nadie se atrevía a decir algo ante la seriedad que había en el ambiente que los rodeaba. Himeko se encontraba nerviosa por la presencia de la madre de Sesshomaru, cuya aura imponente la hacía sentirse pequeña e insignificante. Rin, por su parte, se aferraba a la mano de Himeko, buscando protección en medio de la incertidumbre.
Finalmente, llegaron a un hermoso palacio, iluminado por la luz de la luna y protegido por distintos seres. La madre de Sesshomaru se detuvo y se volvió hacia ellos, su mirada penetrante recorriendo cada uno de sus rostros.
—Sesshomaru, así que no odias a los humanos —dijo ella con calma, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos—. ¿O piensas devorar a esos tres humanos que llevas contigo?
—Qué ridículo —dijo Sesshomaru, y dio unos pasos para quedar frente a su madre—. Tenseigan tiene la capacidad de abrir el inframundo. De seguro oíste eso de mi padre.
—Es posible —respondió su madre, encogiéndose de hombros—. A mí solo me confió este Meido Seki.
—¿Meido Seki? —preguntó Sesshomaru, observando ligeramente la piedra que su madre traía colgada en su cuello.
—Sesshomaru, si usas el Meido Seki enfrentarás un gran peligro —dijo su madre, formando una pequeña sonrisa que desconcertó a los demás—. ¿Estás dispuesto a enfrentarlo? Te recuerdo que no debes de sentir temor o tristeza.
—Hmph, esos sentimientos no cruzan por mi vida.
—Ya veo. En ese caso —dijo su madre, sosteniendo la piedra sin dejar de sonreír—, divirtámonos un poco.
Sesshomaru se mantuvo en silencio, observando a su madre con cautela mientras intentaba descifrar sus verdaderas intenciones. Detrás de él, Himeko y los demás observaban la escena con gran intriga y nerviosismo.
La madre de Sesshomaru creó un portal del cual salió un perro gigante del infierno. Sesshomaru intentó cortarlo con su espada, pero este simplemente lo evitó y se dirigió peligrosamente hasta el lugar donde Himeko y los demás aguardaban.
Kaito, quien había estado observando la escena en silencio, abrazó fuertemente a Himeko y Rin para protegerlas. El perro gigante del infierno los atrapó a los tres, y comenzó a llevárselos de regreso por donde había aparecido.
—¡Amo bonito, Himeko y Rin se están yendo! —exclamó Jaken, observando como el perro gigante atravesaba el portal.
Sesshomaru sintió una mezcla de emociones al ver como Himeko se iba alejando de él.
—¿Qué piensas hacer, Sesshomaru? —preguntó su madre al percatarse de que su hijo estaba planeando atravesar el portal—. ¿Piensas ir a salvar a esos humanos?
—Solo voy a matar a ese perro —dijo Sesshomaru, su voz ligeramente perturbada.
Sesshomaru atravesó el portal, y este se cerró detrás de él.
—Es el fin. Él nunca podrá regresar con nosotros —dijo la madre de Sesshomaru, observando el lugar por donde el portal se cerró—. Oh, por eso le dije que no fuera.
—¿Qué es lo que sucederá con el amo bonito, Himeko y Rin? —preguntó Jaken, preocupado por el bienestar de a quienes apreciaba.
—Para que la espada madure se deben hacer algunos sacrificios —respondió la mujer.
Jaken se quedó un poco confundido, pero se quedó en silencio suplicando internamente que Sesshomaru y los demás estuvieran bien.
Mientras tanto, en el infierno, Sesshomaru avanzaba con determinación a través de los oscuros y retorcidos pasillos del infierno, siguiendo el rastro del perro gigante que había llevado a Himeko. Finalmente, después de una larga persecución, Sesshomaru logró alcanzar al demonio y se lanzó al ataque con su espada desenvainada.
El perro gigante desapareció, liberando a los que tenía cautivo en su estómago. Sesshomaru se acercó para asegurarse de que Himeko estuviera bien, sin embargo, al acercarse solo se encontró con Kaito y Rin.
—Señor Sesshomaru —habló Kaito, casi al borde de la muerte—. Rin se encuentra bien, pero Himeko ha caído a ese oscuro lugar...
Kaito señaló un lugar que lo rodeaba una gran oscuridad y un ambiente peor de donde se encontraban. Sesshomaru, sintiendo una punzada de preocupación en su pecho al escucharlo, iba a adentrarse en ese oscuro lugar. Pero en aquel momento, un portal de regreso se formó cerca de ellos.
—Sal de ahí, Sesshomaru —dijo su madre a través del portal—. Si vienes por este camino podrás salir del infierno. Sin embargo, este camino no durará por mucho tiempo, por lo que debes de apresurarte.
—Kaito, toma a Rin y vayan por ese camino —dijo Sesshomaru con seriedad.
Kaito asintió débilmente, tomando a Rin en brazos y dirigiéndose hacia el portal junto con ella. Sesshomaru los observó partir, asegurándose de que nada interfiriera en su salida antes de volver su atención al oscuro lugar donde Himeko había caído.
Con paso firme, Sesshomaru se adentró en la oscuridad, siguiendo el ligero olor de Himeko que había en el aire. El oscuro infierno envolvía a Sesshomaru en una atmósfera opresiva y cargada de peligro, pero el demonio no demostraba ninguna pizca de temor ante lo desconocido que podría haber a su alrededor, pues su mente estaba fija en encontrar a Himeko.
A medida que avanzaba, el olor de Himeko se hacía más intenso, lo cual le indicaba que estaba cada vez más cerca. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Sesshomaru pudo divisar el cuerpo de Himeko sobre una montaña de lo que parecían ser cadáveres.
El corazón de Sesshomaru se apretujó al ver a Himeko en esa situación, pero no vaciló ni un momento en su determinación de rescatarla. Con paso firme, se acercó a la montaña de cadáveres y sacó a Himeko de la cima para dejarla en suelo con las intenciones de regresarla a la vida con su espada. Sin embargo, los esbirros que se llevaban el alma lejos del cuerpo no se encontraban cerca de Himeko.
Sesshomaru se quedó confundido y angustiado, ya que al no poder ver a los esbirros no podía traerla de regreso a la vida.
—Himeko... —susurró Sesshomaru, sosteniendo nuevamente el cuerpo de la mujer—. Yo...
Sesshomaru miró el rostro pálido de Himeko con desesperación, sintiendo un nudo en la garganta al solo pensar que la había perdido para siempre. Sus ojos dorados reflejaban una mezcla de arrepentimiento y tristeza al haberla involucrado en una situación como esta.
Justo en ese momento, cuando Sesshomaru estaba por perder la cordura, la montaña de cadáveres que se encontraba a su alrededor comenzó a moverse y acercarse a la espada. Sesshomaru comprendió inmediatamente que estos deseaban ser liberados, por lo que no tardó en sostener su espada y dejarlos en completa libertad de aquel infierno al cual fueron condenados.
Inesperadamente, un portal hacia el mundo de los vivos se hizo presente ante él, y Sesshomaru emergió de él junto con Himeko en sus brazos. Su madre lo esperaba del otro lado, observándolo con una mezcla de sorpresa y confusión.
—¿Qué te sucede, Sesshomaru? —preguntó su madre al notar que su hijo tenía una expresión ambigua—. ¿Por qué no estás un poco feliz? Tal como deseabas, Tenseigan ha madurado y el Meido se amplió.
—¿Sabías que algo así le sucedería a Himeko? —preguntó Sesshomaru, sosteniendo con firmeza el cuerpo de la mujer que yacía inerte en sus brazos.
—He oído una que otra cosa acerca de tu cercanía con esa mujer. Es por ello por lo que te puse a prueba como tu padre quería —respondió su madre, observándolo fijamente—. Sin embargo, nunca esperé que tú ya hayas utilizado la espada en ella una vez.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Sesshomaru, quien, aunque sabía la respuesta, esperaba estar equivocado.
—Significa que esa mujer no podrá regresar a la vida con Tenseigan —respondió su madre, ocasionando que el pecho de Sesshomaru se apretujara todavía más—. Sesshomaru, esto es algo que deberías de aprender. Tenseigan es una espada sanadora que, aunque se empuña como un arma, debes entender el valor de una vida y tener el corazón compasivo cuando te encargues de tu enemigo.
Sesshomaru se quedó en silencio, observando el rostro pálido de Himeko. Mientras tanto, Jaken, Rin y los demás observaban la escena con tristeza de haber perdido a Himeko.
—Pequeño demonio, ¿estás llorando? —preguntó la madre de Sesshomaru mientras observaba a Jaken llorar.
—Soy Jaken, y como la posición del amo bonito le impide mostrar lágrimas, yo Jaken debo llorar en su lugar... —respondió Jaken, sin dejar de observar a Himeko.
—Oh... ¿Estás triste, Sesshomaru? —preguntó su madre, pero Sesshomaru no respondió—. Supongo que puedo hacer algo si esta situación te hace infeliz.
Sesshomaru levantó la mirada hacia su madre, cuestionando qué podría hacer ella en una situación como esta. La mujer se acercó a su hijo y con calma colocó una mano sobre su hombro, transmitiéndole una sensación de tranquilidad que él no había sentido en mucho tiempo.
—Existe una forma de devolverle la vida a esta mujer, pero debes estar dispuesto a pagar el precio.
Sesshomaru frunció el ceño, intrigado por las palabras de su madre. ¿Qué precio tendría que pagar para traer de vuelta a Himeko?
—¿Qué debo hacer? —preguntó Sesshomaru, observando a su madre con determinación.
—Es una tarea simple. Solo debes de colocar esta piedra sobre su pecho y ella podrá revivir —explicó su madre, enseñándole la piedra con la cual hizo que Himeko perdiera la vida una vez más—. Sin embargo, Sesshomaru, te advierto...
En aquel momento, cualquier otra persona se hubiera esperado a escuchar las consecuencias que traería usar un artefacto desconocido y así tomar una decisión. Sin embargo, Sesshomaru no esperó ningún segundo, y colocó la piedra sobre el pecho de Himeko; esperando a que lo que dijo su madre fuese cierto y que ella pudiera regresar a la vida.
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