Capítulo 8: Coloridas Alegrías
10 de Mayo de 2020 3:56 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Buscó a su madre con un ramo de rosas amarillas en sus manos por toda la casa de su familia, sin embargo, no logró encontrar a nadie. La ausencia de sus padres en la propiedad indicaba que ambos podían estar trabajando en algún restaurante perteneciente a la familia.
Ferrara llamó a su padre, quien le indicó con prisas que Ana María estaba a unas cuantas calles de ahí, en el Parque Centenario de Coyoacán, donde se ubicaba uno de los locales de Los Gorriones, una cadena de restaurantes fundada y administrada por sus padres.
Salió de la casa y caminó hasta la esquina donde se incorporó a Francisco Ortega, avanzó tranquilamente por las banquetas amplias y las calles tranquilas de Coyoacán. Los árboles a lo largo del camino movían sus hojas por el viento y las lluvias pronosticadas para la tarde de ese domingo daban sus primeros indicios con nubes grises pintadas en el cielo.
Siguió su andar hasta llegar a Felipe Carillo Puerto, calle que cruzó a la carrera mirando en el sentido de los autos para estar a salvo. El centro concurrido no era sorpresa para ella que vivió desde muy pequeña en la zona.
La mirada de uno de los coyotes, de la fuente insignia de la alcaldía, apuntaba hacia la dirección del restaurante con fachada colonial propiedad de sus padres, ubicado entre el Restaurante Ave María y El Huarache.
Entró sin restricciones por parte de los empleados, ya que cada uno de ellos la conocía, por lo que no perdieron la oportunidad de saludarla cuando entró al local sin dejar de lado sus actividades habituales. Ferrara avanzó lentamente hacia la cocina donde sorprendió a su madre dando órdenes vestida con una filipina blanca impecable y un mandil del mismo color.
Su madre notó su presencia casi al instante y dejó lo que hacía para acercarse a ella. Aysel la recibió con el ramo de rosas amarillas en sus manos y una sonrisa amplia.
—Feliz día de las madres —le dijo—. Te traje tus favoritas.
Ana María llenó sus ojos de lágrimas, abrazó a su hija y recibió el ramo de flores. El cariño entre ambas fue notorio para todos los presentes que dejaron que madre e hija vivieran su momento sin interrupciones.
—Ay, mija —habló con los ojos llorosos—. No tenías que traerme nada.
—Tenía que venir a verte para felicitarte y llevarte a comer —contestó Aysel—. Fui a buscarte a la casa, pero no encontré a nadie, mi papá me dijo que elegiste venir a trabajar al local.
—Sí, surgieron algunos asuntos y vine rápido. Solo iban a ser un par de minutos, pero me quedé para ayudar.
—Hoy podemos suspender tus labores un rato, mamá. Vamos a festejar, ve a cambiarte —dijo Aysel con entusiasmo—. Te llevaré a comer.
—No, mija. Tengo cosas que hacer aquí y hay mucha gente, es mejor que me quede ayudándoles —se opuso a la propuesta.
—Señora Ferrara, no hay ningún problema si usted se retira con la señorita Aysel, podemos lidiar con esto. Vaya a disfrutar su día —sugirió un cocinero.
Ana María analizó dudosa la sugerencia, la aceptó con la condición de que al día siguiente regresaría a trabajar sin que nadie se lo impidiera, a pesar de que ya no estaba tan presente en los restaurantes. Ella retornó con su hija después de cambiarse para que fueran juntas a comer.
Aysel se mostró atenta y cariñosa como siempre, mientras que su madre se sentía bastante cuidada por su hija menor. Ferrara insistió en esperar en el parque a Marco, quien llegó en su auto y las recogió a ambas para llevarlas a un lugar especial para festejar a su madre. Ana María gozó del resto de la tarde entre los detalles y cuidados de sus hijos, quienes demostraron lo importante que era en sus vidas y el amor que le tenían.
.
14 de Mayo de 2020 8:34 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov Verro.
Recogió cautelosamente la caja maltratada de cartón ubicada en suelo, temiendo a que esta se rompiera. La puso sobre la mesa y comenzó a revisar su contenido. El desorden dentro provocó que hojas blancas y dobladas cayeran sobre la loseta del suelo.
Maldijo en ruso antes de agacharse para recoger los objetos que cayeron. Sus pupilas curiosas indagaron más en el contenido de los papeles cuando los desdobló y comenzó a leerlos.
La caligrafía en tinta negra, perfectamente legible sobre la hoja blanca, era la prueba de un cariño y devoción pura hacia ella. Aysel escribió a mano ese poema, al igual que muchos otros que le dedicó y entregó años a atrás.
Los recuerdos de su expresión preocupada y sus temores al borde de la cama vinieron a ella, cuando volvió a sentir vívidamente aquella separación.
La habitación se sentía más fría de lo acostumbrado y no había sonrisas en sus rostros, solo serias expresiones que apenas se miraban la una a la otra.
La inquietud de Ferrara se manifestaba en los cinco cigarros que fumó esa misma noche antes de sentarse sobre el colchón a esperar su llegada. Para Romanov no fue una sorpresa encontrarla inquieta, perdida dentro de su mente y su mundo.
Lilith dejó su arma sobre el tocador y comenzó a ponerse cómoda para dormir hasta que notó en el espejo a Aysel intentando disimular el temblor de sus manos y su comportamiento anormal.
—¿Todo bien? —le preguntó a su pareja.
Romanov se dio la vuelta para mirarla fijamente en lugar de sólo percibir su reflejo. Caminó hasta la cama dónde tomó asiento a su lado. Los ojos claros apagados eran la evidencia de una preocupación que la carcomía viva.
—Estoy bien —le restó importancia—. Solo es un poco de estrés por el trabajo.
El tacto que Lilith puso en su mejilla la distrajo, Romanov le dio una caricia cálida y amorosa que evaporó sus preocupaciones en un instante. Por otro lado, Lilith observó las expresiones de Aysel intentando leer algo en ellas que le diera alguna pista de su estado real.
—¿Es por lo que está pasando con tu familia? —intuyó.
—Algo así —contestó—. Estoy preocupada de no poder lograrlo y que...
—Shhh, calla. Estás pensando demasiado y te estás torturando —la interrumpió con un tono suave.
—No puedo evitar pensar en el fracaso —dijo con una expresión desanimada en su rostro.
—¿Por qué? —preguntó Lilith.
—Porque si yo fallara o cometiera un error, eso significaría que tú... —detuvo sus palabras para mirarla a los ojos.
—¿Qué yo...?
Ferrara se rehusó a completar sus palabras y guardó silencio. No dijo nada más allá de eso, pero fue suficiente para que Lilith entendiera a que se refería.
—Te mataría a ti y a tu familia —habló Lilith descifrando lo que quería decir.
Romanov se levantó de su lugar y se alejó de ella indignada. Cruzó sus brazos dándole la espalada un momento para calmarse antes de volver a verla cuando se dio la vuelta.
—¿Vale la pena? —pronunció con la voz apagada.
—¿Qué?
—¿Vale la pena arriesgarlo todo para salvar al hombre que te dio la espalda? —habló segura—. ¿Vale la pena desconfiar de mí después de que te he demostrado una y otra vez que no te haría daño?
Las palabras de Romanov fueron lanzadas como flechas directas a Ferrara. Lilith sintió por primera vez el distanciamiento entre ambas y el vínculo que construyeron derrumbándose en un instante.
—No lo hago por Leonardo, lo hago por mi madre y mi hermano. Ellos no merecen pagar el precio de los errores de mi padre —dijo en voz baja.
—Tú estás pagando por algo que no te corresponde —comentó Lilith e hizo una pequeña pausa para tratar de controlar su molestia—. Solo dime una cosa, Ferrara.
La nombrada esperó expectante a que continuara hablando.
—¿Crees que te mataría a ti y a tu familia si tengo que hacerlo?
Aysel apartó la mirada indecisa sobre que responder. Lilith lo comprendió cuando ella no lo negó. Romanov supo que eso solo significaba una cosa para ambas.
—Eso basta —Romanov endureció su expresión—. Ya tengo mi respuesta.
—Lilith, yo —intentó explicar.
—No. No digas nada —la interrumpió—. Ya no confías en mí, Aysel.
—No es eso, es solo que...
—¿Qué? ¿Qué ya no puedes manejar esto? —respondió alterada.
—¡Qué tengo miedo! —alzó la voz—. Miedo a seguir sintiendo que puedes ser tú quien termine con mi vida y con la de mi familia. Tengo miedo a tener que verte como una amenaza.
El rostro de Ferrara expresaba a la perfección lo alterada que estaba. Sus últimas palabras le dolieron a Lilith quien se sintió herida al saber que la persona que amaba comenzó a verla como una amenaza.
—Si soy un peligro para ti, entonces vete y mantente a salvo —declaró—. Dijiste que la confianza era un pilar fundamental para una relación. Tú perdiste la confianza en mí y yo perdí las ganas de estar contigo.
Todos esos amargos recuerdos retornaron a ella con la simple nota que sostenía en sus manos, la última que ella escribió antes de que se separaran aquella noche. Sus ojos evitaron cristalizarse y se convenció de que no la afectó cuando hizo la hoja una bola de papel y la tiró al cesto de basura.
—Honey, ven preciosa. Vamos a dar un paseo —golpeó sus muslos llamando a su perrita rottweiler.
.
17 de mayo de 2020 8:30 pm, Ciudad de México.
Elena Morel Garza.
Se paró orgullosa junto a sus compañeros para la foto de la noche. Sonrió ampliamente mirando a la cámara y luciendo un vestido de noche de color negro.
Se reunió en un pequeño círculo cerca de la entrada con todo el equipo de trabajo y conversó poco más de 15 minutos en los que no apartó la vista de del acceso al sitio por donde todos los invitados tenían que llegar. La diseñadora esperaba pacientemente a su acompañante de esa noche.
—¿No ha llegado tu acompañante, Elena? —preguntó una de sus compañeras a su lado.
—No, aún no. Pero no tardará en llegar —contestó amable.
—Por curiosidad, ¿A quién invitaste? —interrogó la misma mujer a su lado—. ¿Es guapo?
—Invité a mi asesora y sí, es linda —respondió con una media sonrisa.
En la entrada, una solitaria figura buscaba con la mirada a Elena sin tener muy en claro en donde se encontraba. Morel visualizó a Ferrara a lo lejos mientras intentaba evadir la conversación con su compañera. Se disculpó antes de retirarse para dirigirse hacia la chica de traje azul marino y cabello recogido.
Aysel acomodó su pelo de forma que su rostro quedó descubierto completamente haciendo lucir sus rasgos faciales dentro de los cuales destacaban sus ojos claros.
—Buenas noches, Ferrara —dijo acercándose a ella.
—Buenas noches —saludó casualmente y besó su mejilla—. Te ves preciosa.
—Igual tú —halagó tímida—. Te ves increíble. Gracias por venir y acompañarme en un evento como este.
—No me lo perdería por nada, me alegro de que todo haya salido bien en el proyecto —respondió Aysel—. ¿Cómo te sientes hoy?
—Emocionada y tal vez un poco ansiosa —Elena tomó su brazo y ambas comenzaron a caminar hacia donde estaban sus compañeros—. Ahora puedo enfocar mi atención en mi propio trabajo. Ven, te presentaré.
Elena llevó a la asesora hasta el pequeño círculo dónde convivían sus compañeros quienes notaron que se acercaba en compañía de una chica que voltearon a ver con curiosidad.
—¿Debo de preocuparme? —susurró Ferrara—. Nos miran de una manera rara.
—Te miran a ti porque eres demasiado hermosa —se atrevió a decir—. Solo se agradable como siempre y les caerás bien.
Aysel asintió y miró hacia el frente con una expresión relajada y amigable. Los compañeros de Morel analizaron a la chica de pies a cabeza a medida que la distancia se acortaba.
—Les presento a Aysel Ferrara Ávila —habló Morel con seguridad—. Ella es mi acompañante esta noche.
Aysel saludó a cada persona en el círculo con un apretón de manos cuando se presentaron individualmente. Ferrara no tardó en unirse a la conversación sin poder evitar algunas preguntas curiosas con respecto a ella. Elena se apartó un momento de los demás para ir por algo de beber para ambas. Sin que se diera cuenta, la misma mujer con la que habló antes de la llegada de la asesora la siguió hasta la barra.
—Oye, Morel —la llamó aproximándose a su posición.
Elena volteó y le prestó atención.
—Espero no ser indiscreta al preguntarte esto, pero —hizo una pequeña pausa—, ¿Tu acompañante está soltera?
Elena no supo cómo tomar esa pregunta y mucho menos como dar respuesta a ella.
—Es una chica linda y me gustaría acercarme a ella para hacerme cercana y... Tú entiendes —siguió hablando.
—Creo que está saliendo con alguien —contestó para que parara de hablar.
—¿Es serio?
—No lo sé, pero ella parece estar muy comprometida en su relación —mintió.
—De casualidad... ¿No eres tú con quien está saliendo o sí?
Morel se petrificó al no saber qué responder. La chica frente a ella analizó sus reacciones intentando descubrir algo en ellas, sin embargo, fue interrumpida por la llegada de Aysel.
—Elena, te estaba buscando —habló Aysel rompiendo con la tensión del momento.
Ferrara se incorporó del lado de Elena y notó que Morel estaba teniendo una conversación con una chica a la que no ubicó anteriormente y se disculpó por interrumpir.
—Perdón por ser inoportuna, mi nombre es Aysel Ferrara Ávila —se presentó con la chica extendiendo su mano en su dirección.
—Un gusto, soy Mariana Huerta —dijo la otra chica tomando su mano—. Descuida, justo estábamos hablando de ti.
—¿De mí? —Ferrara frunció el ceño con confusión viéndolas a las dos sin entender a que se referían.
—Nada importante —Elena tocó su hombro sutilmente—. Ven, tengo que mostrarte algo. Fue un gusto hablar con usted señorita Huerta, hasta luego.
.
18 de mayo de 2020 8:23 pm, Vancouver, Canadá.
Carina Robbins.
Su corta estancia en la ciudad canadiense había sido motivo suficiente para que sus ocupados padres optaran por cenar con ella la noche anterior a su partida. Carina arribó el día anterior a Vancouver para recoger algunas de sus pertenencias antes de volver a México dónde pasaría una larga temporada.
La cena en la casa de sus padres se volvió incómoda cuando todos en la mesa guardaron silencio durante un largo rato. Robbins se enfocó en comer de su plato, ignorando las constantes miradas de su madre y los comentarios de su padre.
(Conversación en francés).
—Dile, Leopold —habló su madre en un tono moderado.
—¿Estás segura de que es el momento? —contestó el hombre en un susurro.
—Sí, es momento.
—¿Decirme qué? —interrumpió Carina mirando a sus padres a los ojos.
—Sobre tu próxima boda —habló con naturalidad.
—¿Mi qué? —salió de sus labios con sorpresa y confusión.
—Carina —dijo su madre comprensiva—. Estás por cumplir 31 años, es una edad perfecta para sentar cabeza, casarte y comenzar a tener hijos.
—Mamá, con todo respeto. No es algo que yo quiera en este momento, ni siquiera tengo una relación formal con alguien —contestó inexpresiva.
—Eso puede solucionarse, podríamos buscar posibles pretendientes que sean lo mejor para ti y para la familia —dijo su madre.
—Anna, espera —la detuvo Leopold—. No insistas tanto con el tema, aún hay tiempo y ella no está segura de tomar una decisión así.
—Solo quiero lo mejor para ella —dijo en respuesta.
—Lo mejor para mí es que dejen de intentar tomar el control de mi vida. Ya no soy una niña y yo tomo mis propias decisiones —alzó la voz Carina—. Los aprecio y los respeto como padres, pero me rehusó a que tomen decisiones por mí.
La chica pelirroja se levantó de la mesa y dejó a sus padres a media cena sin importarle los llamados continuos de Leopold ni las insistencias de su madre Anna. Robbins se encerró en su cuarto y se dedicó a empacar sus maletas para irse nuevamente a México.
Aquella noche estuvo llena de muchos pensamientos junto con un par de sueños frustrados y alegrías cumplidas. Carina despejó de su mente lo ocurrido en la cena viendo fotografías viejas de su niñez.
Las memorias de su vida en Europa y en Canadá estaban congeladas en las fotografías del álbum grande de cuero negro. Los años pasaron para ella y para todos en su vida de manera en que los estragos del tiempo se vieron reflejados en sus rostros. Sus padres, por ejemplo, poseían arrugas en la frente y junto a sus ojos mientras que ella lucía un rostro jovial lleno de belleza.
Al pasar las páginas, se encontró con múltiples fotografías de su primera visita a México. Aysel aparecía en unas cuantas de ellas junto con su hermano Marco y Julio. Las sonrisas en los jóvenes eran algo característico en ellos cuando estaban juntos, ya que se permitían ser ellos mismos sin restricciones.
Robbins comenzó a extrañar la sazón de Ana María, la hospitalidad de Leonardo, las conversaciones con Aysel, los comentarios ingeniosos de Marco y la intuición de Julio. En ese instante, mientras navegaba entre el pasado y el presente, pudo notar que su futuro y su hogar estaba en México.
.
21 de mayo de 2020 11:47 am, Ciudad de México.
Leonardo Ferrara.
Inhaló el aroma suave de los minerales de fruta oscura en el color rubí de la bebida de sabor intenso. El vino tinto que su paladar degustaba provenía de Toscana de una cosecha de las uvas Sangiovese y Merlot realizada completamente a mano.
Acompañó su tarde relajada en su galería privada junto con un par de copas de vino que aligeraron la tensión en sus hombros.
—Pareces estar gozando de la buena vida, Leonardo —dijo la mujer pelinegra lacia de mediana edad acercándose a él.
Sus piernas temblaron al reconocer a la mujer que lo saludaba como un viejo amigo. El hombre se dio la vuelta encontrando a Victoria, aproximándose a él inexpresiva, analizando cada uno de sus movimientos.
—Solo es un pequeño gusto, señora Velazco —contestó sin más—. ¿A qué debo su presencia aquí hoy?
—Tranquilo, solo vine a hacerte una pequeña visita de cortesía.
Velazco dirigió su mirada al frente para mirar con detenimiento la escena de dos hombres en la pintura, uno de avanzada edad y otro más joven. El viejo vestido de negro, estaba arrodillado sosteniendo al joven en sus brazos con una expresión horrorizada mientras intentaba parar el sangrado de la cabeza del personaje menor con una de sus manos. Más de cerca pudo observar con claridad una lágrima en el rostro del joven que palidecía y moría en los brazos del hombre mayor.
—¿Qué es esto? —preguntó Velazco con intenciones de iniciar una conversación.
—Es un óleo sobre lienzo pintado en 1885 por el artista ruso Ilía Repin, la obra se llama Iván el Terrible y su hijo —contestó Leonardo con exactitud—. Esta es una copia exacta de la pintura que está en la Galería Tretiakov en Moscú.
Leonardo terminó su copa de vino para agarrar valor para continuar hablando.
—La figura anciana es el primer zar del Imperio Moscovita, Iván IV el Terrible y a quien tiene en sus brazos es su primogénito, Iván Ivanovich.
—¿Por qué su hijo tiene una herida en la cabeza? —interrogó Velazco.
—Porque su padre lo hirió en un ataque de cólera cuando intentó herir a su esposa embarazada por usar ropa poco ortodoxa. Su hijo se enfrentó a él y recibió el fuerte golpe en la sien que terminó con su vida —explicó—. Al ver lo que había hecho, el zar abrazó a su hijo y con una mano intentó obstruir el flujo de sangre de la herida en su cabeza.
Victoria observó nuevamente a detalle la obra en silencio, imaginando la escena pasando frente a sus ojos y culminando en la imagen plasmada en el cuadro.
—Es curioso —sonrió—. Esto me recuerda a ti.
—¿Por qué?
—Porque tu hija se parece al hijo del zar —dijo tranquila—. Me refiero a su actitud. Ella eligió sacrificarse para que tus errores no afectaran ni a tu esposa ni a tu hijo.
Leonardo no supo como reaccionar ante su declaración. Simplemente, la miró expectante y temeroso.
—No me lo tomes a mal, Leonardo. Me alegro de que tu hija sea de utilidad y de que sea mucho más competente que tú, pero no descartes la idea de que tengas que vivir en carne propia lo que ahora admiras en una pintura en el caso en que tu hija muera por esto. Por ahora, siéntete orgulloso, Aysel es mi negociadora principal.
Leonardo enmudeció. Las palabras se atoraron en su garganta y sus pensamientos se congelaron.
—¿Ella aceptó el puesto? —preguntó al recuperar el habla.
—No tuvo elección —contestó—. Descuida, ella estará a salvo mientras sea útil.
Victoria se alejó de él y se dirigió a la salida. Leonardo escuchó sus tacones hacer eco en toda la galería y los seguros de la puerta siendo colocados nuevamente. Él se quedó inmóvil analizando una y otra vez el rostro horrorizado del zar. Aquella expresión que no quería ver en su propio rostro.
.
25 de mayo de 2020 7:48 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Tocó la puerta con sus nudillos antes de escuchar la voz de su amigo, permitiéndole la entrada a su oficina. Abrió despacio la puerta y asomó su cabeza y parte de su cuerpo antes de entrar. La mirada de Daniel se levantó para verla.
—¿Necesitas algo? —preguntó.
—¿No es un poco tarde para que sigas aquí? —dijo Aysel en respuesta cerrando la puerta detrás de ella.
—Tengo unos pendientes que terminar, eso es todo —dijo si apartar la mirada del documento frente a él.
—Si, pero es tu cumpleaños, podías retirarte temprano o ausentarte hoy para festejar —comentó Aysel tomando asiento frente a él.
—No tengo muchos ánimos de hacerlo, prefiero utilizar mi tiempo en algo más productivo.
Aysel asintió a sus palabras y no dijo nada durante unos minutos.
—¿Podemos hablar? —interrogó Aysel cautelosamente.
—Adelante, te escucho —contestó sin parar de firmar los documentos en su escritorio.
—Quiero que olvidemos lo que pasó en la reunión pasada y podamos reconciliarnos —Ferrara fue directo al grano—. Ambos tenemos nuestras diferencias y eso está bien. No quiero estar peleada contigo, así que te ofrezco una sincera disculpa.
—No —habló Torres—. No tienes por qué disculparte, tú no tienes la culpa de lo que pasó. Yo lamento haberte tratado como un idiota ese día y haber permitido que te ofendieran,
Daniel fue honesto con sus palabras y su sentir frente a Ferrara, quien se quedó sorprendida por la manera directa en que lo dijo.
—Aysel. Fui injusto contigo ese día y tardé en darme cuenta de mi error —Daniel hizo una pequeña pausa—. Lo siento.
La nombrada aceptó las disculpas de su amigo y se levantó de su asiento para abrazarlo por su cumpleaños. Torres correspondió a la acción gustoso.
—Vamos a festejar tu cumpleaños —dijo Ferrara—. Yo invito.
—Pero es lunes —se quejó Daniel—. Mañana tenemos que trabajar.
—Tranquilo, no hay problema si mañana faltamos, yo soy la jefa.
.
La terraza estaba casi repleta de clientes que no paraban de divertirse y de beber como si no hubiera un mañana. Daniel se perdió entre la multitud disfrutando de su cumpleaños con muchos desconocidos que ni siquiera sabían su nombre.
La música lograba escucharse hasta la avenida, donde varios autos estaban atorados en el congestionamiento habitual de la ciudad. Las risas y la euforia de todos en el bar eran contagiosas para todo aquel que cruzara las puertas del establecimiento.
Ferrara se apartó de las personas un momento para tomar un respiro y se fue a una parte más despejada a fumar un cigarro mientras disfrutaba de las vistas que el edificio le otorgaba. La noche avanzó rápidamente desde su llegada hasta ese pequeño momento a solas en el que se dio cuenta de que llevaba un par de horas con Daniel en el bar.
Dejó de lado el tiempo y respiró profundamente, gozando del ritmo de Lobo Hombre en París de La Unión. La sensación de vitalidad invadió cada uno de los rincones de su cuerpo y experimentó una extraña alegría combinada con libertad.
Por un momento, ella pareció estar fuera de su realidad, como un despertar inusual o una experiencia nueva. Se tambaleó un poco, pero se mantuvo de pie en su posición, disfrutando de cada pequeña y gran parte de ese par de minutos a solas.
—Aquí estás —dijo Torres a sus espaldas.
—¿Dónde más podría estar?
—Pensé que estarías ligando con una chica o algo por lo parecido —comentó caminando en su dirección.
—¿Ese es el concepto que tienes de mí? ¿Soy una casanova imparable para ti? —bromeó Aysel.
—Algo así —Daniel sonrió—. Tienes pinta de que lo eres.
—No soy así —respondió Aysel antes de llevar el cigarro a sus labios para darle una calada—. Es más complicado de lo que crees.
—¿Complicado?, a mí me parece que disfrutas bastante el estilo de vida que llevas —habló Daniel a su lado bebiendo de su trago—. Mujeres hermosas, estabilidad económica, una familia amorosa y las habilidades suficientes para ser destacable en el trabajo. Quisiera tener tu vida.
—Daniel, hay mucho más detrás de todo eso que lo que se ve a simple vista —dijo Ferrara volteando a verlo—. Estoy corriendo a todas partes todo el tiempo, siempre necesito un descanso, un impulso para continuar.
—Déjame adivinar, lo que necesitas es... —dijo de manera burlona— ¿Amor?
—No. Paz es lo que necesito —habló—. Me gustaría encontrar la paz y el equilibrio que siempre he querido en mi vida.
—¿Y qué te detiene? —preguntó su amigo—. Te he visto alcanzar tus más ambiciosas metas durante diez años, ¿Por qué no lo has conseguido aún?
—Porque me ha costado lidiar con mis miedos y las complicaciones de mi vida —dijo en respuesta—. No es sencillo encontrar el equilibrio.
—Suenas como una anciana.
—Calla que tú envejeces más pronto que yo —sonrió—. ¿Acaso ya olvidaste que hoy es tu cumpleaños?
—Aysel, nacimos el mismo año, tenemos la misma edad —contestó Daniel con cara de fastidio.
—Soy meses más joven que tú, calla abuelo.
—Ey, respeta a sus mayores —se quejó Torres divertido.
.
26 de mayo de 2020 1:04 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Las yemas de sus dedos recorrieron la piel al descubierto de su espalda con delicadeza, explorando con su tacto lo que sus ojos no podían ver, ya que la chica sentada en sus piernas cubría sus ojos.
Aysel la sostuvo por la cintura mientras ella con sus brazos rodeó su cuello y acarició su pelo. Su mirada llena de lujuria tenía un efecto más fuerte sobre Ferrara gracias a las luces verdes parpadeantes del lugar en donde se encontraban, rodeadas de algunas personas que al igual que ellas estaban en su propio mundo.
Percibió sus labios sobre su cuello cuando lo besó y lo marcó con ganas. Ferrara luchaba entre mantenerse cuerda o ceder por la seducción de esa mujer que nublaba sus sentidos y bajaba sus defensas.
Acarició su pelo rizado y la vio fijamente a los ojos, perdiéndose en la profundidad de su mirada oscura y enigmática. El vestido que cubría su cuerpo resaltaba su preciosa figura y también era llamativo para todas las pupilas que se enfocaban en ella por la sensualidad con la que lo portaba.
—Cierra los ojos —dijo en un tono dulce.
—¿Por qué? —preguntó Ferrara con una sonrisa.
—Hazlo, quiero intentar algo —respondió.
Aysel accedió a cerrar sus ojos un momento, la mujer se acomodó mejor sobre sus piernas y se acercó a su rostro sin que sus labios se tocaran, únicamente experimentando el roce de sus alientos al estar a pocos centímetros de distancia. Ferrara tomó su rostro y la acercó un poco más a ella para sentir su cercanía. Ella vio sus labios e intentó contener las ganas de llevarse por sus impulsos demandantes.
—¿Puedo...?
—¿Intentarlo? —habló Aysel.
Aysel asintió, ella tomó su rostro y la acarició con ternura antes aproximarse a sus labios para intentar besarla. En ese instante, ni la música fuerte, ni las luces parpadeantes, ni el resto de las personas a su alrededor importaron más que ese momento.
Cuando abrió sus ojos, encontró esa misma mirada oscura y enigmática viéndola con desconcierto y no como momentos antes lo había hecho.
—Lilith —pronunció levantándose un poco desorientada.
—Tus reflejos están mejor de lo que creí —dijo Romanov—. Estaba por despertarte, pero abriste los ojos antes de que lo hiciera.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ferrara alterada sentándose en el sofá
—Bueno, por lo menos ahora no preguntaste como entré a tu departamento —dijo Lilith—. Vine por ti porque tenemos trabajo por hacer, pensé que estarías en tu habitación, pero cuando entré estabas dormida sobre el sofá.
—Ah, sí. Me dio pereza subir a mi habitación —respondió—. ¿Qué tenemos que hacer esta vez?
—La planeación y ejecución de una operación importante. Te diré los detalles en el camino —dijo Lilith—. Espero que hayas dormido lo suficiente porque necesito que estés alerta.
.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top