Capítulo 5: Un Respiro de Aire Fresco

20 de Abril de 2020 6:30 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

El sabor de su propia sangre estaba presente en su paladar, la sensación metálica y el dolor de su cuerpo opacado por sus sentidos alerta, la mantuvieron consiente a pesar de la pesadez de sus ojos y de su debilidad. Escupió la sangre de su boca y tosió al casi ahogarse. Intentó desatar sus manos, pero falló en el intento de hacerlo.

A lo lejos, escuchó cadenas cayendo al suelo y bastantes pisadas aproximándose. No tardaron en aparecer las detonaciones de armas de fuego arremetiendo contra sus captores. Una explosión ensordeció sus oídos y la hizo contraer fuerte su cuerpo temiendo lo peor.

Sentada en una pequeña habitación asegurada, con las manos y piernas atadas y los ojos cubiertos, empezó sentir que le faltaba el aire y a experimentar un fuerte mareo. Supo que forzaron la puerta cuando escuchó dos balas arruinar la cerradura. Descubrieron sus ojos, pero su vista estaba demasiado nublada para distinguir la silueta oscura frente a ella.

—Traigan al equipo médico —dijo una voz familiar—. Los demás, busquen y maten a todos los que encuentren, sin prisioneros.

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Despertó adolorida en una camilla en el hospital. Sus ojos no enfocaban las imágenes de su entorno y se sentía asfixiada por la mascarilla de oxígeno. Miró sus manos, notó sus nudillos rojos con pequeñas heridas producto de sus intentos por defenderse. Quitó la mascarilla de su rostro y comenzó a analizar su alrededor. Cuando miró a la puerta, una mujer alta de pelo oscuro rizado entró. Ferrara se quedó petrificada al reconocerla. Su rostro fino y sus ojos apagados lucían más hermosos que la última vez que los vio.

Lo único que pudo hacer al verla, después de seis largos años, fue enmudecer.

—Les diste buena pelea Ferrara —le dijo con una expresión seria—. Hubieras podido escapar si no te hubiesen inyectado un tranquilizante para animal.

—Lilith —pronunció su nombre con una sensación extraña en su interior—. ¿Cómo llegué aquí?

—Te trajimos al hospital después de rescatarte del secuestro. La droga está fuera de tu sistema, sin embargo, tus heridas tardarán algunos días en sanar —respondió con simpleza.

—Entonces fueron ustedes quienes me rescataron.

—Sí —dijo sin expresiones—. No debía ser una misión de rescate, pero mis hombres me notificaron que desapareciste cuando los envié a protegerte por órdenes de Velazco.

—¿Por qué me secuestraron? No estoy en servicio activo para ser tan importante —comentó Aysel.

—La situación está tensa, Ferrara. El negociador principal de Victoria se fue después de dos décadas de servicio. Los enemigos de Velazco están capturando y asesinando a sus posibles sucesores para debilitar su posición y ganar terreno —explicó parándose frente a ella.

—¿El negociador murió? —preguntó.

—No. Se retiró.

Aysel comprendió lo que dijo y guardó silencio un momento. Lilith avanzó unos pasos hasta la ventana dónde comenzó a observar hacia afuera.

—Supongo que Victoria ya tiene varias opciones para suplirlo.

—No tiene opciones —volteó a verla—. Ya tomó una decisión. Tú eres la sucesora, por eso la urgencia de rescatarte antes de que te mataran.

—¿Qué? —dijo completamente preocupada por sus palabras—. Eso no puede ser posible.

—Lo es. No olvides que eres hábil y útil para ella. Era de esperarse que eso sucediera —Lilith se dio la vuelta para encararla—. Eres importante pero también peligrosa, así que asegúrate de tomar las decisiones que te mantengan viva.

Tras decir aquello, caminó hacia la puerta dispuesta a salir, pero la voz de Ferrara la detuvo.

—Lilith —dijo—. Me alegro de verte.

Salió del cuarto ignorando sus palabras, dejándola sola. Aysel observó su mano y pudo liberar la tensión en su cuerpo después de que ella se fue. Miró el temblor de su mano y respiró hondo al saber de las implicaciones a las que se afrontaría a partir de ese momento.

Se levantó de la cama y caminó por su cuarto hasta el baño, encendió la luz y se vio al espejo. Su rostro estaba herido en varias partes, su labio tenía una pequeña herida al igual que su ceja, su nariz estaba roja y su pómulo derecho inflamado.

Sus nudillos la hicieron recordar los múltiples golpes que esquivó y dio para defenderse, pero que habían sido en vano cuando aquellos hombres la inyectaron con una sustancia en el cuello. Verificó su cuerpo encontrando más moretones consecuencia de los golpes recibidos. Tendría que pensar en una buena excusa para que sus amigos y familiares estuvieran más tranquilos. No podría ocultar sus heridas y también debía retornar a su trabajo al día siguiente.

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21 de Abril de 2020 3:00 pm, Ciudad de México.

Elena Morel Garza.

El edificio ubicado en la esquina Francisco I. Madero e Isabel la católica, llamaba la atención entre las edificaciones a su alrededor. Una planta baja, tres pisos y una terraza, eran bastante espacio para ella, se dijo Elena en el interior. Morel quedó maravillada con el estilo neoclásico de la tienda y el reloj en la parte superior resguardado por leones de piedra y otras esculturas del mismo material.

Personas entraban y salían constantemente acondicionando el lugar y asegurándose de que todo fuese funcional. Ninguna de esas personas la reconocía ni tenía idea de que la diseñadora que estaba parada frente al lugar, era la que pronto comenzaría a trabajar ahí.

Un rostro conocido apareció en la entrada, las heridas en su cara fueron bastante visibles a los ojos de Morel quien se preocupó por el estado de la mujer que se aproximaba hacia ella. Aysel tenía la ceja herida al igual que el labio abierto y varios hematomas en la zona del rostro.

—No estoy tan mal como se ve —dijo Ferrara dándose cuenta de que Elena estaba desconcertada por verla en ese estado.

—¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —le preguntó con interés.

—Sí, estoy bien. Solo me asaltaron y golpearon ayer, afortunadamente solo fue eso —explicó restándole importancia para cambiar de tema después—. ¿Y bien? ¿Le gusta la tienda?

—No sé qué decir. Siento que el costo fue excesivo por el tamaño del edificio y la ubicación... —miró el edificio—. Pero, me gusta y bastante. Aunque no sé cómo voy a utilizar tanto espacio.

—Descuida, conseguimos la tienda a un buen precio, la valuaron varias veces y pagamos lo justo por ella. Además, he visto el pronóstico de tus ventas y con la campaña publicitaria irán en aumento un 200% —dijo con media sonrisa—. Considéralo una inversión

Ferrara suspiró observando su entorno. Tomó la muñeca de Elena y la guio al interior del lugar.

—Venga, quiero mostrarle los interiores.

El espacioso lugar sería ocupado por varios estantes con distintas prendas de varios tipos y estilos que se encargaría de distribuir después.

—Considerando el inventario disponible en este momento y el que está en producción, solo podremos usar la planta baja como zona de venta al público. Si las cosas marchan bien, habilitaremos el primer y segundo piso, el tercero puede ser de oficinas y su estudio de diseño.

—¿Y la terraza? —preguntó.

—Eso no lo pensé mucho, la verdad, tal vez una sala de juntas o un espacio de convivencia.

Elena respiró profundamente, fue incapaz de contener una amplia sonrisa y su felicidad. La emoción recorrió su cuerpo y fue difícil para ella creer lo que estaba sucediendo.

Aysel se alejó de ella un momento debido a que debía de checar algunas cosas con los empleados, antes de irse le indicó que podía subir a la terraza si quería. Morel aceptó y subió por las escaleras hasta la terraza del edificio, pasando por todos los pisos para observar los interiores. Los escalones se sintieron más ligeros a medida que llegaba arriba, la terraza estaba despejada y no había más que un par de empleados ahí.

Elena se acercó a las ventanas y observó parte del centro histórico y de las múltiples personas que caminaban por las calles aledañas. Al mirar hacia abajo, notó a algunos rostros curiosos observando todo el movimiento que había dentro de la tienda.

—¿Es un buen momento para celebrar? —escuchó a sus espaldas.

Se dio la vuelta y se encontró con Aysel con dos copas en su mano y una botella de champagne en la otra. Morel sonrió a medida que su acompañante se acercaba.

—Sí, lo es —contestó ayudándole a Ferrara con las copas.

—Un segundo, abriré esto.

Posicionó la botella a 45° grados con la etiqueta hacia arriba, rompió hábilmente el recubrimiento, removió el pequeño alambre ubicado en cuello de la botella, colocó su pulgar sobre el corcho y con el alambre dio 6 medias vueltas. Agarró la botella de abajo y con su otra mano aplicó un poco de fuerza para moverlo despacio hasta que se destapó.

—Creí que saldría volando —comentó Elena.

—Aprendí de mi mamá como abrir una botella después de que rompí la lámpara de la cocina.

Sirvió un poco en ambas copas y esperó a que bajara la espuma para servir nuevamente. Ambas mujeres tomaron una copa y se acercaron a las ventanas para disfrutar de la vista.

—Brindo por ti y por el éxito que tendremos juntas en el futuro.

Ambas chocaron sus copas y bebieron el líquido frío contenido por el cristal. Era el comienzo de muchas cosas.

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22 de Abril de 2020 12:40 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Ferrara esperó pacientemente dentro de su auto afuera del departamento de su hermano. Miró su reloj un poco molesta por los cuarenta minutos de retraso del hombre que tardó en bajar bastante. Lo vio salir del complejo de departamentos por la puerta principal y buscar el auto con la mirada, fue rápido al encontrarlo y al acercarse. Abrió la puerta del lado derecho para sentarse en el asiento del copiloto y colocarse al instante el cinturón de seguridad.

—Disculpa la demora, tuve que hacer unas llamadas en la mañana y me atrasé un poco... —la observó con detenimiento—. ¿Qué te pasó?

—Me asaltaron y me golpearon el otro día, pero estoy bien, no te preocupes —contestó encendiendo el motor.

—¿Qué? ¿Por qué no me avisaste antes? —preguntó acercándose a su rostro para checar sus heridas—. ¿Ya te revisaron?

—Marco, estoy bien, en serio. Solo fueron algunos golpes, no es nada grave. El doctor que me revisó dijo que estaba bien —alejó a su hermano mayor de ella y tomó el volante.

El hombre la observó durante algunos instantes, percibió sus nudillos rojizos y con heridas en ellos, todo apuntaba que ella golpeó a sus atacantes.

—¿Te peleaste con los ladrones?

—Intenté defenderme cuando me empezaron a atacar.

—Aysel, eso fue estúpido, pudieron traer un arma blanca o una de fuego y hubiera sido tu fin.

—Pero no lo traían. Todo está bien.

—¿Cómo estabas tan segura?

—Eso no importa, solo lo supe.

Marco suspiró. Aysel era terca y no le gustaba que él insistiera tanto con su bienestar. Resignado a no discutir con ella, guardó silencio un par de minutos.

—¿Te lastimaron en otra parte? —preguntó más calmado.

—Tengo algunos moretones en el torso y en los muslos, pero estoy bien.

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Ambos hermanos buscaban por todos lados un regalo bonito que pudiera agradarle a su madre, su búsqueda llevaba poco más de una hora dónde ninguno de los dos estaba convencido de escoger algo a pesar de estar rodeados de tiendas con múltiples objetos. Aysel cargaba varias bolsas de tiendas comerciales en sus manos, mientras que él seguía vagando por todos lados.

—¿Un nuevo juego de cuchillos tal vez? —habló Aysel.

—No. Papá ya le compró uno en Navidad —dijo y siguió caminando.

—Vamos, Marco. Yo ya tengo los regalos para mi mamá, solo falta que decidas tú.

—Es más difícil, ya que agotaste mis opciones —contestó—. En un inicio pensé en joyería, pero tú ya le compraste dos collares y un anillo. Aparte de eso, le vas a dar un abrigo, un vestido y una chamarra. Me dejas sin opciones, hermana.

—¿Por qué no le regalas unos zapatos? Hay buenas tiendas por aquí.

Marco se detuvo y miró a su hermana. Le dio la razón y empezó a caminar en la dirección contraria para mirar a través de los ventanales de las zapaterías los modelos disponibles.

—Aysel. Quiero preparar la comida de su cumpleaños y voy a necesitar ayuda, así que despeja tu agenda ese día.

—Si vas a cocinar, definitivamente voy a supervisarte, no quiero que nada salga mal como la otra vez que preparaste algo —bromeó.

—Pero que dices, si mi sazón es mejor que el tuyo.

—No mientas —dijo Aysel con una sonrisa.

Ambos se adentraron en una tienda y esperaron para ser atendidos. La menor de los Ferrara se quedó observando a su alrededor, mientras que su hermano mayor intentaba decidirse por alguna de las múltiples opciones. Entre las personas logró ver una cabellera oscura que le pareció bastante familiar. Le restó importancia y se aproximó a su hermano.

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23 de Abril de 2020 12:45 pm, Ciudad de México.

Alejandra Bernal.

El olor a pintura fresca era perceptible desde la entrada del estudio. Bernal estaba acostumbrada a esos olores junto con el polvo presente en el suelo de lugar, producto de las múltiples esculturas que hacía continuamente. Entre el mármol blanco, la piedra labrada y los caballetes, se desplazó en su dirección una silueta conocida, quien parecía tener especial interés en una escultura de afrodita.

—¿Buscabas algo, Ferrara? —le preguntó detrás de ella.

—A ti —respondió con una sonrisa coqueta, acercándose a saludarla con un beso en la mejilla.

—Que sorpresa encontrarte en este ambiente, pensé que estarías ocupada. Hace tres semanas que no me llamas —lo último lo expresó como una queja.

—En realidad sí estoy ocupada, pero vine a visitarte por algo importante —contestó ignorando su queja por completo.

—¿Qué es eso tan importante que amerita una visita tuya? —contestó poniendo las manos en su cadera.

—Un trabajo. Quiero encargarte un par de cuadros.

—Te cobraré —declaró.

—No esperaba que me los regalaras. Es tu trabajo y estoy dispuesta a pagar su valor.

Alejandra analizó su expresión calmada y la relajación de su cuerpo a comparación con la tensión con la que solía verla usualmente. Soltó aire y se acercó más ella con intenciones de conversar un poco.

—¿Qué es lo que quieres que pinte? —sonrió—. Si es a ti desnuda, te haré un descuento.

—Eso fue ingenioso, pero no —hizo una pequeña pausa—. Lo que quiero es un cuadro que represente las estaciones del año y otro los elementos de la naturaleza. Puedes pintarlos como tú gustes, lo que es indispensable es que tengan lo que te pedí.

—¿Puedo saber por qué es tan necesario?

—Es un sentimentalismo mío nada más —contestó con simpleza—. ¿Puedes hacerlo?

—De acuerdo, ¿Algo más, señorita Ferrara? —habló Bernal.

Aysel se detuvo a analizar la escultura que vio minutos atrás, se concentró en el rostro de esta. Ferrara hizo un ademán de querer decir algo más, pero se detuvo. Alejandra la miró sin entender, esperando a que dijera algo.

—Su rostro se me hace familiar...

—Sí, es afrodita, todos la conocemos —se burló.

—No, no es por eso, es solo que —se calló unos segundos—. Nada, olvídalo.

Alejandra admiró su creación y entendió a lo que se refería, pero que no dijo en voz alta. Ella sabía perfectamente que los rasgos de afrodita plasmados en el mármol, no eran iguales a las descripciones históricas y representaciones anteriores, más bien, Bernal dejó su sello en su obra con el rostro de la persona que no paraba de mirarla, debatiéndose si era un pensamiento vago de su cabeza o la realidad.

—¿Son urgentes los cuadros? —habló Alejandra rompiendo con el silencio.

—No. Puedes tomar el tiempo que necesites.

El sonido de su celular hizo eco en la habitación. Ferrara no tardó en contestar usando el mismo tono neutral y profesional que usaba siempre que eran asuntos de trabajo. La llamada fue rápida y la partida de Aysel inminente.

—Debo irme por ahora, me dices si necesitas más detalles sobre el pedido y me informas del costo.

Miró la pantalla del aparato en sus manos y comenzó a teclear sobre ella con sus pulgares mientras avanzaba a pasos lentos y cortos hacia la salida. Ella la miró alejarse de a poco, retornó su mirada al mármol y meditó un poco sus acciones. La musa se alejaba de la artista sin importarle más allá de lo que ya estaba dado por sentado.

Bernal sabía que no era tan importante para Ferrara y eso no le afectaba la mayoría del tiempo, sin embargo, cuando llegaban sus arranques de inspiración en las tardes solitarias, todo lo que no era capaz de expresar con palabras, tomaba forma en los lienzos o cuando sostenía el cincel y el martillo.

—¡Hey, Ferrara! —alzó la voz.

La nombrada se dio la vuelta y quitó la vista del aparato en sus manos para prestarle atención.

—Te haré un descuento si salimos la próxima semana.

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25 de Abril de 2020 2:55 pm, Ciudad de México.

Elena Morel Garza.

Su celular sonando insistentemente la sacó de sus labores usuales en su lugar de trabajo. Tomó el dispositivo y salió a la terraza de las oficinas para poder contestarlo. No revisó el número ni nada, simplemente respondió.

—Elena —dijo la voz cariñosa y suave de su padre.

—Hola, papá —dijo alegre—. Hace mucho que no llamas. ¿Qué sucede? ¿Todo está bien?

—Por supuesto, todo va bastante bien, bonita —contestó—. Te llamo para darte una buena noticia.

—Ohh, dime. ¿Qué es? —alentó a su padre a hablar.

—Me retiraré pronto de la docencia y tendré más tiempo libre —habló entusiasmado—. Tal vez podría ir a visitarte pronto. Luis tiene muchas ganas de verte.

Morel sonrió al recordar a su hermano menor.

—Ha estado preguntando mucho por ti las últimas dos semanas —añadió su padre.

—¿En serio? —interrogó con una media sonrisa—. Dile que pronto lo veré. Tal vez yo los visite después, ahora estoy un poco ocupada con el trabajo.

—¿Tienes mucho por hacer, bonita?

—Algo así. No he tenido el tiempo de contarte a profundidad, pero sé puede decir que estoy cumpliendo mis sueños, tal vez pronto tendrás noticias mías cuando tenga éxito.

—Eso suena como un proyecto muy grande, estoy curioso por saber de qué se trata.

—Todo a su tiempo, papá —contestó calmada—. ¿Cómo han estado Laura, Luis y tú?

—Mucho mejor, mi retiro nos ha ayudado a convivir más, me gusta pasar el tiempo libre con Luis —respondió Héctor—. También me gustaría pasar más tiempo contigo, bonita. Sé que hemos pasado mucho tiempo separados, pero me gustaría recuperar todos esos años perdidos.

Elena guardó silencio sin saber que responder a su comentario, simplemente no supo que decir o como decirlo. Sintió unas profundas ganas de llorar que intentó reprimir.

—¿Estás ahí, bonita?

—Sí. Aquí estoy. Lo siento, aún no me acostumbro de a esto —explicó—. Perdón.

—No te preocupes, yo lo entiendo. Es raro para ti que sea cariñoso cuando estuvimos muchos años sin hablar tanto —Héctor optó por cambiar de tema—. ¿Cómo ha estado tu abuelo?

—No he hablado con él desde que me vine a vivir a México.

—¿No te ha llamado ni una sola vez?

—No, supongo que está un poco dolido porque me fui de su lado y... ya sabes.

—Lo entiendo. Sabes, tu madre también discutió con él antes de que nos casáramos. Ella sonaba justo como tú, decaída, aunque en el fondo sabía que tenían un vínculo fuerte, que tarde o temprano retomarían ambos —contó él recordando que el pasado.

—Papá.

—¿Mhh?

—¿Mi madre en algún momento intentó reconciliarse con mi abuelo?

—Sí. Todo el tiempo, pero Pierre fue muy terco en ese entonces y no aceptó hablar con ella. Fue cuando tu madre murió, que volvimos a saber de él —comentó—. ¿Por qué la pregunta, bonita?

—Curiosidad —se limitó a contestar.

Héctor y Elena permanecieron en silencio. Ninguno supo cómo continuar la conversación por un par de minutos, hasta que Elena tomó la iniciativa de preguntar algo más.

—Oye, ¿Recuerdas si antes de que mi mamá muriera ella o alguien más te dijo que el deterioro de su salud fue provocado?

—¿Qué? ¿Quién te dijo eso?

Elena notó el cambio de actitud de su padre.

—No es nada, simplemente lo pensé y quería preguntártelo.

—Elena. Sé que en ocasiones tienes mucha curiosidad sobre tu madre, pero te aconsejo que no busques las partes de su vida que son dolorosas. Ella no querría que lo hicieras.

La actitud autoritaria de Héctor se manifestó de manera fuerte, fue perceptible para Elena al otro lado del teléfono. La atmósfera se hizo un poco pesada, lo que provocó que Elena colgara después de una corta despedida.

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26 de Abril de 2020 2:00 pm, Ciudad de México.

Carina Robbins.

Sostuvo entre sus manos el ramo compuesto de rosas de color rosa, lilys blancas y alstroemerias junto con una caja cuadrada negra antes de bajar de su camioneta. Tocó el timbre de la casa y revisó el ramo de flores mientras esperaba a que le abrieran. Para su sorpresa, Marco no tardó en abrir la puerta y recibirla con una sonrisa.

—¿Dónde está tu mamá? —le preguntó.

—En la sala con Aysel.

—Shhh, no digas nada. Quiero sorprenderla.

Robbins avanzó cautelosamente por el patio, intentando no hacer ningún ruido que delatara su presencia. Cruzó la entrada del recibidor y Aysel la miró. Ana María le estaba dando la espalda, por lo que todavía no se había percatado de su llegada.

—Mamá, date la vuelta —indicó Ferrara.

Ana María se dio la vuelta a un ritmo lento, encontró frente a sus ojos a la pelirroja con un ramo voluminoso de flores y una pequeña caja en su otra mano que contenía una pulsera de oro.

—Feliz cumpleaños —pronunció con emoción en su rostro.

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Carina tomó asiento al lado de su amiga para la comida, conversaban casualmente por ratos. Ana María estaba feliz, rodeada de las personas que consideraba familia, incluyéndola a ella, una chica que logró entrar al núcleo familiar de los Ferrara Ávila, quienes la abrazaron y le dieron el cariño hogareño que siempre necesitó.

Entre risas, conversaciones tranquilas y comida deliciosa, Carina se congeló en ese momento, se dejó llevar por la sensación de hogar que creaban ellos a su lado. Marco con su buen sentido del humor, Aysel con su empatía, Leonardo con su hospitalidad y Ana María con su cariño. La soledad de cada mañana era opacada por las tardes alegres.

Al terminar la comida, Leonardo puso música y se acercó a su esposa ofreciéndole su mano para bailar. Ana María, tímida, aceptó aquella invitación y ambos despejaron el espacio antes de unir sus manos. Piel Canela de Eydie Gormé y Los Panchos sonó fuerte a través del equipo de música al mismo ritmo en que ambos comenzaban a bailar armónicamente, enamorados y juntos.

Que se quede el infinito sin estrellas

O que pierda el ancho mar su inmensidad

Pero el negro de tus ojos que no muera

Y el canela de tu piel se quede igual

Si perdiera el arcoíris su belleza

Y las flores su perfume y su color

No sería tan inmensa mi tristeza

Como aquella de quedarme a sin tu amor

Sus ojos verdes presenciaron a dos almas enamoradas con las miradas conectadas sonriéndose mutuamente. Leonardo le cantaba la letra de la canción en un tono bajo para que solo Ana María pudiera escucharla, como si un secreto de ambos se tratara, un momento no tan privado que querían guardar para sí mismos.

—Quisiera tener esa conexión con alguien un día —comentó—. Sería bonito compartir mi vida con alguien que me ame tanto como sus padres se aman el uno al otro.

—No te desanimes, Carina. Estoy segura de que puede haber una sorpresa para ti en el futuro —el ánimo Aysel.

—¿Me presentarás a alguien, Ferrara? —preguntó bromeando.

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28 de Abril de 2020 11:00 am, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Ascendió en el elevador con Daniel a su lado, las puertas de acero no tardaron en abrirse en cuanto paró en las oficinas principales del corporativo millonario. Torres respiraba nervioso, mientras que Aysel permanecía calmada a su lado. Fueron guiados por las oficinas a una sala de juntas con grandes ventanales que les otorgaron una vista buena de Santa Fe. El consejo directivo aguardaba por ellos sentados en las sillas alrededor de la amplia mesa.

—Buenos días —saludó amablemente Ferrara.

—Usted debe de ser Ferrara, hemos escuchado mucho de usted y de sus habilidades.

Aysel levantó la mirada, pero el hombre mayor, canoso y con rostro serio, no se refería a ella, él miraba directamente a Daniel. Por las miradas de los pocos integrantes del consejo conformado únicamente por hombres, dedujo que no sabían quién era ella.

—No, señor Mendoza. Yo soy Daniel Torres —explicó señalándose a sí mismo y después a su amiga—. Ella es Aysel Ferrara.

—Ah, disculpa. Pensé que era tu secretaria —miró a los hombres a su lado y habló en un tono no tan bajo—. Ahora sabemos por qué son tan buenos, ella consigue los contratos con sus "habilidades".

Los presentes soltaron una pequeña risa. Aysel se sintió molesta en ese momento, pero mantuvo la compostura y se sentó junto a Daniel.

—Bueno, señor Torres, anteriormente le hemos informado de la situación de nuestro corporativo y el plan que tenemos para hacerlo crecer, nuestros internos dicen que cubre bien todos nuestros requerimientos, aunque nos gustaría conocer una opinión profesional externa como la de usted —dijo otro de los señores dirigiéndose a Daniel.

—Discúlpenme, yo no chequé los detalles a profundidad, fue Aysel —contestó nervioso—. Ella es la que evaluó el trabajo.

En sus viejos y arrugados rostros se notó el fastidio.

—Señorita Ferrara, ¿Qué opina? —se vio obligado a pedir su consejo.

Aysel se relajó antes de hablar, tomó un poco de aire y revisó mentalmente los detalles del proyecto.

—Está bien estructurado para funcionar a corto plazo, sin embargo, tiene muchas deficiencias para manejarlo a un plazo mayor a un año —explicó—. Si ese fuese el caso, el corporativo experimentaría pérdidas que se harían progresivamente más grandes hasta llevarlo a la bancarrota.

Todos se miraron entre sí preocupados. No dijeron nada, simplemente se comunicaron por miradas.

—¿Cómo está tan segura, señorita Ferrara? —interrogó Mendoza—. ¿Revisó todos los detalles con cuidado y sin distracciones?

—Por supuesto —contestó con una mirada seria.

—¿Qué opina usted, señor Torres?

—Lo mismo que ella —Daniel la respaldó.

—No podemos confiar plenamente en lo que dice, señorita Ferrara. Pueden ser suposiciones en lugar de hechos fundamentados, tal vez pudo equivocarse en su diagnóstico y...

—Con todo respeto, señor Mendoza —lo interrumpió—. Sé cómo hacer mi trabajo, considero todo docenas de veces antes de dar mi opinión profesional. Comprendo si no me quiere dar veracidad porque no cree que sea capaz de trabajar en algo como esto, si es así, yo ya no tengo nada que hacer aquí.

Se levantó de la silla, caminó hacia la salida, tomó la manija de la puerta y salió al recibidor principal. Sintió un agarre fuerte en su brazo, deteniéndola a la mitad del pasillo.

—¿Qué carajo haces, Aysel? No puedes irte, es un proyecto por el que nos pagarían millones —dijo molesto entre susurros.

—No voy a soportar que esos tipos duden de mi trabajo solo porque tengan dinero. No sé si no lo notaste, Daniel, pero ninguno de ellos confía en mí solo porque soy mujer —se quejó retando a Daniel con la mirada—. Únicamente asumieron lo que les dije cuando tú me respaldaste, se dirigieron a ti antes que a mí y me consideraron tu secretaria nada más, no tengo nada en contra de eso, ya que es un buen trabajo, pero evidenció que no esperaban que yo tuviera los conocimientos para hacerme cargo.

—¿Entonces tienes celos de que confíen más en mí que en ti? —preguntó Daniel enojado.

—No, no tengo ningún problema con que te hagas cargo. Lo tengo cuando dudan de mí por algo como mi género.

—Aysel, no seas tan paranoica. Volvamos a la sala de juntas, arreglaremos esto —trató de convencerla.

—No. No volveré ahí —Aysel soltó el agarre de Daniel con fuerza—. Puedes quedarte con la comisión, yo estoy fuera de esto.

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