Capítulo 4: Los Recuerdos que el Viento Trae
10 de Abril de 2020 5:00 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Se obligó a tomar las llaves de su auto y conducir hasta el departamento de su amigo al recibir una llamada de su parte que la alertó de sobremanera. En todo el trayecto por las calles de la ciudad, en plena madrugada, no pudo quitarse de la mente la voz llorosa de Daniel y su casi suplica para verla sin importar las altas horas. Conocía la dirección de memoria, el camino hasta ahí y el tiempo en que tardaba en llegar, así que no fue sorpresa para Torres cuando Aysel tocó su puerta.
Daniel abrió la puerta después de retirar los seguros y ella se acercó a él para abrazarlo con fuerza. Notó inmediatamente el decaimiento de su amigo reflejado en sus ojos y la falta de sueño evidenciada bajo ellos. Ferrara cerró la puerta detrás de sí y siguió a Daniel, quien la guio hasta la sala.
—No pensé que llegarías tan rápido —comentó.
—Sabes que nunca te dejaría solo en una situación como esta —contestó Aysel—. ¿Cómo te enteraste?
—Mi hermano llamó para avisar —hizo una pequeña pausa para sentarse sobre el suelo—. Se escuchaba deprimido, dijo que le avisaría a nuestra madre que mi padre había muerto, aunque dudo que ella vaya a sentir pesar por la noticia, no la culpo.
—¿Y tú cómo te sientes? —preguntó sentándose a su lado sobre el suelo.
—No sé cómo sentirme. Por un lado, siento la ira que he guardado por tantos años y por el otro, pesar.
—Es comprensible, era tu padre.
—Sí, pero eso no significa que era alguien bueno —contestó en un tono frío.
—Nunca dije que fuera bueno. Sé que no lo fue, ni contigo, ni con tu hermano, mucho menos con tu madre.
Torres suspiró y se recargó sobre el hombro de Aysel. No pudo retener su llanto al sentir la comprensión de su amiga y su consuelo al abrazarlo fuerte contra su pecho.
—Mi madre lloró cuando se fue, cuando dejó de preocuparse por nosotros para comenzar una nueva vida junto a otra persona. Jamás la vi sufrir tanto como en ese momento.
Ferrara acarició el brazo de su amigo para calmarlo, tratando de transmitirle en consuelo que necesitaba.
—Mis padres se enfocaron más en pelear y desgastar su relación que en cuidar de mi hermano y de mí —dijo con la voz rota—. Yo lo único que quería para mi hermano era que no viviera de la misma manera infeliz que yo, por eso me he preocupado por darle todo lo que yo no tuve, incluyendo cariño.
—Lo hiciste bien, Daniel. Lo mejor que pudiste, no tienes nada que recriminarte —contestó Ferrara en voz baja.
Daniel dejó salir sus lágrimas de coraje y dolor al sentir la ausencia de su padre y el dolor por su muerte. Él estaba lleno de culpabilidad por creer que no debía de sentir tristeza por su muerte. El ambiente silencioso y vacío del departamento se convirtió en el lugar de desahogo y consuelo.
—¿Quieres que te acompañe al funeral? —preguntó Aysel.
—No. Sé que tienes cosas por hacer y yo no debería de quitarte el tiempo con este tipo de cosas.
—No tengo ningún problema con acompañarte, pero entiendo si no quieres que esté ahí —Aysel hizo una pequeña pausa—. Me haré cargo personalmente de tu agenda, tómate unos días y si necesitas compañía, no dudes en llamarme.
—Aysel —habló—. Gracias por estar aquí y por comprender.
—Descuida, no estás solo, yo voy a estar contigo cuando lo necesites —palmeó su espalda suavemente.
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12 de Abril de 2020 5:55 am, Ciudad de México.
Elena Morel Garza.
Las llamas ardientes de la leña en la chimenea permitían la sensación de calor y la iluminación del lugar, de la pequeña sala de la residencia amueblada con dos sillones con dos plazas y uno de una sola que solía utilizar su abuelo por las noches para leer. Pero sus manos huesudas no sostenían un libro como solían hacerlo, esta vez sostenían un vaso de cristal a la mitad de su contenido y una carta que poseía únicamente una frase.
Elena se acercó cuidadosamente temiendo llamar su atención, pero no lo hizo, su abuelo parecía estar en un trance con la mirada fija y triste en algún punto de la habitación. Sus ojos lloraban sin pestañear, las lágrimas rodaban por sus mejillas, siendo las gotas que se derramaron de una pesada vida de tristeza.
Morel pudo divisar desde su posición el contenido de la carta en sus manos, una sola frase que había derrumbado por completo a su abuelo y entonces entendió por qué.
—La muerte de Irina fue provocada —leyó en voz baja.
Pierre escuchó sus susurros. De su mano cayó el vaso y se hizo trizas al llegar al suelo, se dio la vuelta y miró a Elena petrificada en su posición.
—Soleil —dijo en su francés—. ¿Qué es lo que haces aquí?
—Abuelo, eso es...
—No. No es nada importante —el hombre mayor le restó importancia.
—¿Ella no murió por una enfermedad? —alzó la voz y retó a su abuelo con la mirada—. ¡Dime la verdad!
Pierre miró en sus ojos la desesperación de Elena, por lo que se giró levemente y estiró su mano para que la carta tocara el fuego al caer. La verdad se consumía en las llamas haciéndose ceniza.
—¡¿Qué haces?! —gritó Elena desesperada.
—Protegiéndote —contestó con un rostro triste—. Como debí protegerla.
Su pecho agitado y la falta de aire la hizo despertar. Miró a todas partes alterada, se abrazó a sí misma temerosa y llena de dudas al recordar aquella noche acontecida hace tiempo atrás.
—Debo recordar —dijo para sí misma en voz baja.
Se levantó de la cama. Las plantas de sus pies tocaron el suelo frío de su habitación, encendió la luz y caminó hacia su estudio con urgencia. Sus pupilas viajaron inquietas por todo el lugar intentando recordar el paradero de los documentos que logró quitarle a su abuelo con los años.
Tiró las cosas inservibles al suelo en su búsqueda, no le importaba nada más allá que lo que buscaba, una caja llena de cartas dirigidas a su abuelo desde México. Su dedo índice ardió al sentir el borde de la hoja cortando su piel y provocando la salida de sangre inmediatamente. La pequeña herida la hizo entrar en razón y detenerse un momento para observar su sangre.
Sus recuerdos aparecieron en su mente como flashes brillantes, aturdiendo su sentido de realidad y la hicieron tambalearse en su lugar. Al ser incapaz de mantenerse de pie, cayó al suelo sin cuidado y sintió el dolor de su cuerpo contra el duro piso al estrellarse. Sus manos sintieron la textura del suelo, su cabeza aturdida daba vueltas mientras que se sentía débil e incapaz de levantarse.
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14 de Abril de 2020 8:30 am, Ciudad de México.
Carina Robbins.
La chica pelirroja fue paciente al esperar en una de las sillas de la mesa ubicada en la terraza de la cafetería por la llegada de su viejo amigo que se retrasó por el alto tránsito en la zona. A pesar de que no le gustaban las reuniones mañaneras, accedió después de las constantes insistencias del hermano mayor de los Ferrara para verla.
—Disculpa la demora —dijo Marco agitado tomando asiento frente a ella.
—No hay problema —contestó amablemente—. Espero que no te moleste que ya haya ordenado.
—No, para nada. Nuevamente, me disculpo por los inconvenientes, se me hizo un poco tarde y ayer mi turno me dejó agotado —explicó Marco.
—Se nota —sonrió—. Tienes más ojeras que ojos.
Robbins soltó una pequeña risa mientras que Marco la miraba intrigado.
—¿Tan mal me veo? —preguntó ofendido.
—Solo un poco —respondió Carina divertida—. Tranquilo, te recomendaré algunos productos que harán menos notorias tus ojeras.
—Mejor recomiéndame otro trabajo —comentó antes de llamar al mesero para ordenar.
—Te daría un trabajo como modelo, pero Julio ya tomó ese puesto.
Robbins notó el cuerpo de Ferrara tensándose después de escuchar ese nombre. Antes de que Carina pudiera decir algo, el mesero llegó y los atendió. Marco actuó de manera errática, evitando ver fijamente a los ojos a Carina. Sus nervios se hicieron notorios con el paso de los minutos.
—¿Sucede algo? —interrogó Carina.
—No. Nada —contestó de forma simple.
—Pareces un poco distraído, pero hace unos minutos parecías estar bien —dijo convencida de que algo le estaba pasando.
—Es solo que ya sentí la falta de cafeína en mi sistema —se justificó—. Es eso y que me siento un poco más cansado de lo normal. ¿Qué era lo que me decías antes de que llegara el mesero?
—Ah, hablaba sobre Julio —habló observando las reacciones de Marco—. Ayer hablé con él por teléfono, me dijo que espera reunirse pronto con nosotros.
—¿Vendrá a México?
—Sí. A él también le vendrían bien unas vacaciones lejos de los reflectores y cámaras con las que siempre trabajamos —explicó—. Eso me dijo ayer.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi —dijo nostálgico.
—Siete o seis años, ¿No?
—Sí —acompañó su respuesta con un asentimiento—. ¿Ha cambiado mucho?
—¿No has visto sus fotografías? —exclamó Carina con impresión a lo que él negó con la cabeza—. Déjame mostrarte.
Robbins sacó su teléfono, tecleó durante algunos segundos sobre la pantalla y después la colocó sobre la mesa a la vista de Marco. Deslizó el aparato en su dirección para que él pudiera verlas. Tomó temeroso el celular y observó una a una las fotos. Carina observó una pizca de tristeza en sus ojos.
—Se ve bien —se limitó a contestar.
—Se ve más guapo —añadió Carina—. Ha estado trabajando mucho, así que no lo he visto. Creo que comparte el mismo hábito que Aysel.
—¿Qué hábito?
—El de priorizar su trabajo encima de todo lo demás —habló—. Parecen adictos.
—Una intervención a ambos no les vendría nada mal eh —dijo más relajado.
—Estoy de acuerdo —Carina sonrió—. Aunque será difícil convencerlos.
Marco le dio la razón. Después de esa pequeña conversación llegó el mesero con lo que habían pedido. La primera comida del día era una de las más importantes para Carina, quien estaba feliz de poder compartir un pequeño momento a solas con su viejo amigo de su juventud.
—Marco, ¿Recuerdas cuando me dijiste lo que sentías por mí? —Carina inició la conversación.
—Mi madre se ha encargado de que no lo olvide —bromeó.
—¿Tan mala fui?
—No, de hecho, fuiste bastante directa y amable. Aunque me costó un tiempo entender que lo que no está destinado a darse, simplemente no se da —explicó antes de llevar el vaso de jugo a sus labios—. Mi hermana me hizo entender muchas cosas y Julio me demostró otras cuentas.
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14 de Abril de 2020 2:00 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov Verro.
El sabor a tabaco combinado con sandia seguía presente en su paladar, caminó de forma relajada desde la terraza del edificio hasta las oficinas principales de los altos cargos. Su apariencia no era algo común de ver por esos ambientes, así que llamó bastante la atención de varios empleados que sintieron curiosidad por ella a pesar de saber perfectamente bien quién era.
Rápidamente, a sus espaldas le siguieron dos hombres que estaban a su disposición, elementos suyos que obedecían sus órdenes sin cuestionar más allá de lo necesario.
—Señorita —habló una secretaria—. La señora Velazco la recibirá en un momento.
Lilith asintió. Optó por vagar por las oficinas del edificio de los pasillos sola después de dejar a sus empleados aguardando en la recepción de la oficina principal.
—Hey, Lilith —escuchó a sus espaldas, por lo que se dio la vuelta.
—Hugo —dijo sin entusiasmo.
—Hace mucho que no te veía por aquí, no me digas que estuviste perdiendo el tiempo con tu local de tatuajes.
—No. No estaba perdiendo el tiempo, estaba encargándome de limpiar todo el desastre que hiciste el mes pasado al ser demasiado imbécil como para hacer tu trabajo —contestó.
—Eso sonó muy ofensivo de tu parte —habló Hugo—. No deberías de comportarte así conmigo, en especial cuando soy la mano derecha de Victoria
—Hugo, no importa si eres su mano derecha o su pie izquierdo, tú y yo sabemos que podría ponerte una bala en la cabeza antes de que tuvieses tiempo de procesarlo —amenazó irritada—. Si fuese tú, dejaría de decir estupideces.
—Okay, okay —intentó aligerar el ambiente—. Tranquila, yo no quería molestarte, solo venía a saludar.
—Bueno, en ese caso, ya no tienes nada que hacer aquí —pasó de él.
Desvío su mirada a otra parte y siguió avanzando por el pasillo de regreso sin importarle nada. Metió la mano a su bolsillo y encontró una pequeña bala en el. Con sus dedos comenzó a jugar con ella mientras que miraba la ciudad desde la altura del edificio.
Por estar distraída no se dio cuenta de que chocaría con un hombre mayor que venía en la dirección contraria. Ambos chocaron con fuerza, pero ninguno se tambaleó lo suficiente como para caer al suelo.
—Disculpa, yo iba distraído... —el hombre se petrificó ante ella—. Lilith.
—Que sorpresa encontrarte aquí, Leonardo —dijo en un tono frío, sin preocupación alguna.
El hombre mayor no respondió, solamente se quedó sin palabras. Ella pudo leer en sus ojos miedo, se sentía intimidado por su presencia, por lo peligrosa que la consideraba y el rencor que sabía que le tenía.
—Señorita —la llamó una voz femenina cortésmente—. La señora Velazco aguarda por usted.
Lilith ignoró a Leonardo y siguió a la secretaria hasta la oficina principal, donde una mujer de mediana edad de pelo oscuro y rostro imponente la esperaba sentada en su escritorio.
—Bienvenida, Lilith —dijo amablemente—. Toma asiento.
Ella acató lo que dijo y se sentó en una de las dos sillas frente a su escritorio. Victoria se levantó y comenzó a caminar por su oficina pensando.
—¿Sucede algo, señora?
—Estoy preocupada. La seguridad de los miembros más importantes de la organización corre peligro, es por eso que te llamé. Necesito que comiences a reclutar y entrenar a más elementos para que la seguridad de mis socios aumente.
—¿Puedo saber a qué riesgo nos enfrentamos?
—Rivalidad. Nuestros enemigos están buscando maneras de debilitarnos para ganar terreno y hacernos caer —explicó brevemente—. No podemos perder control, al contrario, tenemos que ganar más.
—Okay, lo entiendo. Me encargaré de reclutar nuevos elementos y de entrenarlos para que cumplan con sus labores lo antes posible —habló a punto de levantarse para irse.
—Espera, aún no te vayas —Victoria la miró fijamente—. Hay algo más de lo que debes hacerte cargo, pero primero necesito que la señorita Ferrara se reúna conmigo lo antes posible, ambas deben de estar aquí para recibir órdenes.
—¿Por qué es tan importante que ambas estemos presentes? —preguntó respetuosamente, dejando de lado que escuchar ese nombre le provocó más interés en lo que mencionó.
—Lo sabrás a su tiempo —contestó Velazco en un tono serio—. Retírate.
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16 de Abril de 2020 9:00 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Observó en la pantalla de su computadora los detalles que debía plasmar sobre las hojas de la libreta. Escribió tranquilamente con el bolígrafo de tinta negra las cuentas y las claves necesarias para acceder al sistema.
El timbre de la entrada de su departamento interrumpió sus labores, abrió su cajón y presionó el fondo de este, abriendo un pequeño compartimiento donde colocó la libreta y la aseguró antes de levantarse de su escritorio. Salió de su estudio y bajó las escaleras rápidamente, no tardó en abrir la puerta principal al recordar que se trataba de su hermano mayor. Marco esperaba afuera cargando varias bolsas en sus manos.
—Buenos días —saludó con entusiasmo al ver a Aysel.
—Llegaste más temprano de lo que esperaba —dijo Aysel apartándose para dejarlo pasar.
—Sí, mi turno se adelantó, por lo que me iré pronto —contestó dirigiéndose a la cocina del departamento.
Aysel acompañó a su hermano a la cocina para ayudarlo a sacar las cosas de las bolsas y ponerlas sobre las encimeras. Ferrara abrió un paquete de unicel con curiosidad sobre su contenido, de inmediato percibió el olor de salsa verde en los chilaquiles.
—Supuse que no querrías cocinar —comentó Marco—. ¿Dónde están los platos?
—En la alacena de allá —señaló—. En realidad, no tenía ningún problema con cocinar, estaba esperándote para que preparáramos algo juntos.
—Tal vez en otra ocasión —dijo antes de vaciar el contenido de los recipientes sobre los platos y llevarlos al comedor.
Aysel tomó una cuchara para llevar a la mesa el queso rallado y la crema. Ferrara terminó por abrir la bolsa de papel estraza para sacar un par de bolillos, posteriormente fue a la alacena por dos tazas y finalmente acercó la cafetera a la mesa.
—¿Vas a ir hoy a la oficina? —preguntó su hermano ayudándola a servir el café dentro de las tazas.
—Sí, en la tarde, para una junta —hizo una pequeña pausa—. Puedo llevarte al hospital en mi auto si quieres.
—Pensé que no te gustaba manejar —dijo su hermano antes de empezar a comer.
—No es algo que me desagrade —contestó sentándose junto a Marco—. Simplemente, no acostumbro a hacerlo a menos que sea necesario o tenga ganas de manejar. Además, no quiero gastar mucho en gasolina.
—No seas payasa. Literalmente eres la directora de una consultora, inversionista en pequeños negocios y ganas bastante bien por tus asesorías. Dinero, no te falta —dijo Marco ofendido—. Sumado a eso, es probable que nuestros padres te dejen el 50% de todos los bienes.
—No, eso no. Mi papá me desheredó —dijo en un tono serio.
—¿Qué? —Marco miró fijamente a su hermana y dejó de ingerir alimentos—. ¿Es en serio?
—Sí. Hace siete años cambió el testamento, fue cuando salí del closet —explicó de manera serena—. En realidad, no importa mucho, soy joven, tengo una empresa que sigue creciendo y me va bien, con un buen fondo de ahorro podré retirarme cómodamente cuando sea más grande.
—Pero es injusto —se quejó—. Es como negar que eres su hija.
—Sigo siendo su hija, Marco. También soy tu hermana y por eso te pido que lo olvides, no vale la pena que te molestes con él por algo tan insignificante como esto —habló intentando calmar a su hermano.
—¡¿Insignificante?! —alzó la voz—. Eso fue cruel y desconsiderado de su parte, jamás debió de hacer eso.
—Hey, tranquilo. No estoy molesta con él y tú tampoco deberías de estarlo. Entiendo sus razones, aunque sean injustas y las respeto —miró fijamente a su hermano—. No voy a forzarlo a que me ponga dentro del testamento nuevamente.
Su hermano frunció el ceño completamente irritado. Aysel siguió comiendo mientras esperaba que su hermano se relajara un poco.
—¿Mamá lo sabe? —preguntó.
—Sí. Se molestó al igual que tú, pero le dije lo mismo que te estoy diciendo ahora. No importa si aparezco en su testamento o no, sigo siendo su hija y ambos ya reparamos nuestra relación después de eso.
El hombre soltó un suspiro y desvío la mirada como producto de la frustración que sentía. Tomó su tasa y bebió de su contenido para quitarse el mal sabor de boca que le noticia le dejó.
—Aysel —la nombrada lo miró esperando a que hablara—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Sí, adelante.
—¿Cómo fue que mi padre se reconcilió contigo después de todo lo que pasó?
Ferrara meditó la pregunta un par de minutos intentando formular una respuesta que no revelara demasiado, pero que fuese lo suficientemente creíble y contundente para su hermano.
—Digamos que él me perdonó y me buscó cuando la situación de la familia mejoró.
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17 de Abril de 2020 4:00 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Fue recibida por los brazos amorosos de su madre, rodeándola en un abrazo cálido y reconfortante. Su fragancia dulce la hizo sentir en casa y sus manos suaves sostuvieron su rostro con ternura.
—Llegué, mamá —dijo con una sonrisa.
—Justo a tiempo, hija —contestó Ana María.
Ambas atravesaron el patio de la casa a pasos lentos que hacían poco ruido contra la losa de piedra del suelo. Las prisas no la perseguían, por lo que disfrutaría de su tranquilidad y el tiempo de estar junto a la mujer que le dio la vida. Ana María la tomó el brazo para que se dirigieran juntas a los adentros de la propiedad.
—¿Ya has pensado en el regalo de tu padre? —le preguntó en un tono moderado.
—No, aún no. Es difícil decidir, ya que es un hombre con gustos diversos —contestó.
—Tal vez podrías pedirle ayuda a tu hermano para decidir.
—Lo hice ayer cuando lo llevé al trabajo después de desayunar con él. Ninguno de los dos pudo decidir —dijo sentándose junto con su madre en los sillones frente a la chimenea de la casa.
—Un reloj, un traje o incluso un abrigo sería buena opción —sugirió.
—¿Pueden ser las tres opciones? —Aysel dijo con una media sonrisa en el rostro.
—Pues quieres mucho a tu padre para regalarle todo eso —dijo.
—Te quiero más a ti —se inclinó un poco para ver más de cerca a su madre.
Las arrugas en su rostro fueron la marca del tiempo en ella que ser formaron después de contener en su interior tantos recuerdos y experiencias. Sus manos delicadas y cansadas, aún poseían la energía y el toque culinario que seguía maravillando a toda una ciudad con sus platillos. De alguna manera que Aysel no podía explicar, Ana María logró concentrar la sensación a hogar en cada una de sus ingeniosas creaciones.
—Entonces espero el doble de regalos en mi cumpleaños —dijo bromeando.
—Puedo comprar el triple si es por ti, mamá —contestó Aysel siguiéndole el juego.
—Shhh, no te vaya a escuchar tu padre, se va a poner celoso —habló en voz baja.
—No importa si me escucha —susurró.
Ana María se divirtió con su hija, la más pequeña de sus hijos, que solía hacerle compañía siempre que se lo pedía.
—Me alegro de que te hayas reconciliado con tu padre. Desde que regresaste a la casa cuando él te trajo se volvieron más unidos —comentó la mujer mayor con nostalgia—. Ahora que lo recuerdo, nunca te pregunté dónde estuviste todo ese tiempo en el que no tuvimos contacto contigo.
—Bueno... estuve viviendo con amigos de la universidad y trabajando —contestó un poco nerviosa.
—¿Y no estuviste saliendo con alguna chica en ese tiempo? —preguntó entrecerrando sus ojos como queriendo descubrir algo.
—Eh —salió de sus labios antes de que pudiera procesarlo—. No sé qué responder a eso.
—Ay hija, a mí no me engañas, cuando regresaste parecías tener mal de amores.
—¿Qué? —preguntó con una risa nerviosa—. ¿Por qué lo dices?
—Porque tu mirada estaba apagada cuando llegaste en ese momento —explicó de manera breve—. Pensé que era por lo que había pasado con tu padre, pero parecía ser un pesar diferente. Con el tiempo te volví a ver sonreír.
Aysel analizó las palabras y las expresiones de su madre. Ella se había dado cuenta a pesar de que creyó que lo ocultó correctamente en su momento. Ferrara no podía negar que, en cuanto mencionó el tema, su mente fue directamente a pensar en Lilith, la chica que conoció y amó más que a cualquier otra.
—Hubo alguien. Fue muy importante para mí —dijo con la mirada perdida.
—¿Cómo era ella? —interrogó con interés.
—Preciosa. Tanto por fuera como por dentro.
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18 de Abril de 2020 3:00 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Sintió el ardor del alcohol raspar su garganta al beber un trago rápidamente para aligerar la tensión de sus hombros. Revisó su ropa frente al espejo, intentando lucir cómoda e impecable. Salió de la casa para abrir la puerta principal de la propiedad, donde recibió a Carina y a Daniel con un par de regalos que dejaron en la sala para después saludar a Leonardo.
—Feliz cumpleaños, señor Ferrara —pronunció Torres y lo abrazó palmeando su espalda amistosamente.
Sintió a sus espaldas la presencia de su hermano mayor, no fue sorpresa para ella notar que Marco seguía molesto por la conversación que tuvieron, él estaba en todo su derecho de estarlo, pero de igual manera no permitiría que él le dijera algo a su padre.
—Compórtate, Marco —susurró cerca de su oído—. Todo está bien.
El nombrado solo asintió, aligeró su expresión y se dirigió directo a saludar a su padre y a felicitarlo por su cumpleaños. La madre de ambos miraba como ternura a su marido, sus hijos y los amigos de su familia que se encontraban presentes. Se sumió en el encanto de la paz que la atmósfera desprendía y disfrutó de ese secreto pacto pacífico.
Aysel comió y bebió de manera regular, como si se encontrara en modo automático intentando esconder algo o al menos no hacerlo tan evidente. Miró hacia la sala donde tres cajas de distintos tamaños decoradas de la misma manera esperaban a ser abiertas por su padre. Respiró hondo antes de volver su vista a su plato. Su comportamiento despistado y algo indiferente no pasó desapercibido por un par de miradas que la acompañaban en la mesa.
—¿Sucede algo? —preguntó Carina a su lado al ver en su rostro pequeñas gotas de sudor.
—Sí, solo estoy un poco nerviosa por los regalos de mi papá. Espero que le guste lo que le compré —susurró en respuesta.
Robbins asintió y continúo comiendo al mismo tiempo en que se unía a la conversación que tenía el resto de la mesa. Ferrara bebió agua y se levantó del comedor cuidadosamente para ir a tomar un respiro de aire fresco en el patio. Pasó algunos minutos ahí, perdió la cuenta de ellos cuando se perdió en el color del sol iluminando las hojas de las plantas de su madre.
—¿Estás bien? —preguntó Leonardo a sus espaldas.
—Sí, papá —respondió sin pensar mucho su respuesta.
—Sé que sigue siendo difícil para ti, pero esfuérzate un poco más hoy para mantener las apariencias —habló en un tono bajo acercándose a ella—. Estás actuando de manera evidente y tu madre podría darse cuenta de que algo no está bien.
—Estoy haciendo lo mejor que puedo, no me presiones —respondió de manera fría.
—Aysel, escucha —la tomó de los hombros—. Ambos tenemos mucho que perder, es mejor que cooperemos el uno con el otro antes de que...
—No, tú tienes más que perder y yo solo quiero proteger a la familia —lo interrumpió de manera tajante. Apartó su tacto de su cuerpo retrocediendo un par de pasos.
—Aysel —la llamó.
—Feliz cumpleaños, papá —dijo antes de pasar a su lado para volver a la fiesta.
Aysel lo dejó solo en el patio y volvió al interior de la casa. Ana María, Carina, Daniel y Marco convivían armoniosamente en el comedor. A los pocos segundos entró Leonardo con una expresión más relajada, aparentando que nada había pasado. Ella suspiró y llenó su vaso de alcohol antes de volver a beber de el.
Se sentó en uno de los sillones de la sala junto a la chimenea apagada y miró al suelo, perdida en los recuerdos que aparecieron como el polvo en sus ojos cuando el viento es muy fuerte. Una docena de amargos momentos vinieron a ella sin que estuviera preparada para afrontarlos.
Robbins tomó asiento a su lado y la removió ligeramente tocando su brazo.
—¿Estás bien? —preguntó—. Te he visto muy distraída últimamente, como si algo te estuviera pasando.
—Estoy bien —dijo restándole importancia—. No está pasando nada.
—No intentes ocultarlo, Aysel. Te conozco bien y sé que algo sucede —dijo Carina en un tono serio.
—Estoy bien, lo juro. A lo mejor he estado actuando así sin darme cuenta.
—¿Pasó algo?
—Nada fuera de lo normal. Solo tuve muchas retrospecciones del pasado —contestó.
—¿Sobre Maite? —preguntó Carina con curiosidad.
—No, sobre alguien más de quien aún no te he contado —dijo en voz baja.
Antes de que pudiera decir algo más, su padre apareció junto a ellas.
—Aquí están. Las estaba buscando.
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18 de Abril de 2020 11:45 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov Verro.
Observó la curvatura de su espalda inclinada, mientras que sus ojos claros miraban hacia el suelo intentando detener las lágrimas que salían desesperadas de sus ojos. El silencio le permitía escuchar sus bajos sollozos desde la puerta de la habitación. Lilith se preguntaba internamente que era lo que cruzaba su mente, lo que la hería de tal manera que se aisló sola en la habitación que compartían durante horas después de enterarse de que su familia estaba en peligro.
En el borde de sus dilemas y de la cama donde encontraba la paz, estaba Aysel, y a unos metros detrás de ella, Lilith, quien la miraba preocupada sosteniendo la perilla de la puerta de su habitación. Respiró antes de avanzar en su dirección para acercarse a ella con cautela, temiendo inmutar más su estado con el ruido de sus pasos.
La mujer que siempre la miraba orgullosa, feliz y con cariño, ahora estaba vulnerable a escasos centímetros de ella, abrazándose a sí misma e intentando protegerse de algo que no entendía o no podía manejar. Sintió presión en su pecho al percibir el dolor de Ferrara por la situación.
—Aysel —pronunció su nombre, pero no alzó la mirada o dijo algo—. ¿Puedo acercarme?
Ferrara solo asintió levemente. Lilith se aproximó a ella con más cuidado y se puso de rodillas para poder mirarla a los ojos. Acarició con suavidad sus manos y las tomó antes de hablarle.
—No debí decírtelo —pronunció con pesar—. Estarías más tranquila sin saberlo.
—Eres honesta —sus ojos rojos y llorosos la enfocaron a ella. Aysel habló con la voz débil—. Es algo que siempre he amado de ti y no lo cambiaría por nada.
—Desearía poder protegerte de todo esto —susurró.
Su cuerpo sintió la necesidad de abrazarla, pero su mente la detuvo cuando recordó que a Aysel no le gustaba ser abrazada cuando se sentía triste. Ferrara la vio con detenimiento sin saber qué decir ni que hacer. Pareció comprender los pensamientos de Lilith cuando tomó su mano con fuerza.
—Abrázame, por favor —suplicó desde su posición con sus ojos al borde el llanto nuevamente—. Te necesito.
Rodeó con sus brazos el cuerpo de Ferrara y la atrajo hacia su pecho, donde ella podía escuchar perfectamente los latidos dolidos de su corazón al ver a la persona que amaba en ese estado. Aysel se apegó a ella como si fuese su único soporte, con una necesidad silenciada que reprimió durante tanto tiempo que cuando la liberó salió de ella como un instinto arraigado a su propia alma.
Su respiración anormal y el peso de su cuerpo la alertó. Ferra se desvaneció en cuestión de segundos en sus brazos, rindiéndose a lo que sentía y lo que la hacía sufrir internamente en grados incomparables con otras situaciones en su vida.
—Aysel —la removió asustada—. ¡Aysel!
Alzar su tono de voz no sirvió de nada, ella no reaccionaba. Lilith revisó su pulso y lo sintió débil. Entonces supo lo que ella experimentaba minutos antes, a su mundo a punto de derrumbarse y convertirse en un miserable polvo de olvido y muerte. Siguió insistiendo continuamente para ayudarla a recobrar la consciencia, pero Aysel no respondió.
No le faltaron fuerzas para levantarla y llevarla escaleras abajo hacia el garaje hasta uno de los autos para llevarla al hospital. Comenzaba a temer lo peor a medida que bajaba con cuidado cada uno de los escalones, contando los segundos en plegarias para que nada malo le estuviera pasando.
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