Capítulo 20: Solsticio de Arrepentimientos

16 de Septiembre de 2020 11:40 am, Ciudad de México.

Carina Robbins.

Sus ojos tenían el pesar del cansancio y la cruda le estaba cobrando a su cuerpo toda la diversión del día anterior. La única persona que gozaba de no enfrentar los efectos del alcohol de la noche pasada, era la madre de Aysel, quien tenía genuina curiosidad por saber lo que pasó anoche, aunque nadie se lo dijera directamente. Ferrara se sentó a su lado en el sillón visiblemente frustrada después de pasar más de media hora escribiendo mensajes y llamando a un número que no le respondía.

Robbins comenzó a rememorar lo sucedido cronológicamente el día anterior. Sus ojos se abrieron con sorpresa después de recordar el beso con Dmitry, el rubio que no paraba de mirarla mientras ponía los platos en la mesa, miró a Aysel desconcertada buscando confirmar lo que recordaba.

—Dime por favor que no hice lo que recuerdo anoche —habló rápido y en voz baja para que nadie las escuchara.

Aysel la miró desconcertada, no sabía de lo que estaba hablando.

—¿Podrías ser un poco más específica? —preguntó Aysel—. Hiciste muchas cosas anoche.

—Besé a Dmitry —dijo sin rodeos la pelirroja.

—-Ah, sí —confirmó Aysel con una sonrisa—. Eso no lo vi venir de ti después de todo lo que dijiste que pensabas de él.

—Fue un beso de peda, Aysel —la interrumpió Carina.

La chica se quedó confundida borrando la sonrisa de su rostro y frunciendo el ceño extrañada.

—No tiene por qué significar nada —dijo Carina convenciéndose a sí misma.

Ferrara suspiró, acomodó su pelo para atrás y se recargó sobre el respaldo del sillón.

—Bueno, si lo crees así, está bien —dijo Aysel—. Pero no descartes la idea, ¿Vale?

Robbins asintió agradeciendo que Ferrara no indagara más allá y solo aceptara su respuesta. El ambiente cambió cuando apareció Lilith usando la camisa que Aysel usó el día anterior mientras dejaba algunos complementos para el pozole.

—Uy, ¿Y eso? —habló Carina refiriéndose a Lilith.

—No es lo que piensas —dijo Ferrara—. No pasó nada entre nosotros.

—Ahora que lo recuerdo, ¿Por qué Elena se fue? —cuestionó la pelirroja con curiosidad.

—Por la misma razón por la que no me responde los mensajes ni las llamadas —dijo Aysel—. Discutí con ella antes de que se fuera.

—Déjame adivinar, por lo de Lilith —habló Carina.

—Sí —confirmó Ferrara—. ¿Cómo sabes?

—Fue demasiado obvio desde el principio. Y lo fue mucho más ayer porque cuando te emborrachas, dejas de cuidar tu comportamiento y se vuelve más impulsivo —habló Carina—. Esta vez estoy del lado de Elena, sí te pasaste de la raya.

Aysel cubrió su cara con cansancio, sintiéndose culpable de sus descuidos e impulsos de la noche anterior.

—¿De verdad te gusta Elena? —preguntó Robbins—. Lo pregunto porque te veo actuando cariñosa con ella, considerada como siempre, pero no percibo en lo absoluto esa atracción o chispa que lleve tus ojos a ella, incluso si no es voluntario.

—Elena es mi novia, Carina —dijo Aysel.

—Eso no significa que sientes amor por ella.

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La llegada de Julio con una botella de suero para cada uno fue oportuna. Los efectos de la resaca hicieron que se arrepintiera de haber bebido tanto, aunque se le olvidara aquello después. Tomaron asiento en la mesa con Ana María en la cabecera, Marco a su izquierda y Aysel a su derecha. Al lado de Marco estaban Julio y Carina mientras que del lado de Aysel estaban Dmitry y Lilith.

—Estuvo buena la borrachera que agarraron anoche —Ana María soltó un comentario que se sintió como regaño.

—Honestamente, lo volveríamos a repetir —dijo Aysel a punto de comer una quesadilla.

—Pero espero que no sea pronto porque dudo que mi hígado soporte algo así de nuevo —se quejó Marco.

—Te hace falta salir, hermanito —habló Ferrara—. Eso y tener vida social.

Durante la corta conversación y los comentarios de Ana María, que buscaban levantar el ánimo de todos los presentes, Kozlov sufría en silencio con los ojos llorosos, lamentando el haberse pasado con el chile en su pozole.

—¿Estás bien? —preguntó Lilith con notoria preocupación.

—Sí —dijo el chico tratando de hacerse el fuerte a pesar de que su cuerpo no mentía en sus expresiones.

El resto del desayuno transcurrió de manera tranquila hasta que el reloj marcó medio día. Julio fue el primero en irse junto con Marco, quien se ofreció a llevarlo a su casa. Por su parte, Lilith y Dmitry se alistaron para irse después de que Kozlov convenciera a la señora de intercambiar contactos para pasarse recetas e invitarse a comer de vez en cuando.

Carina tenía planeado quedarse un rato más antes de volver a su casa y Aysel seguía demasiado cruda como para manejar su propio auto y volver a su departamento, así que optó por quedarse en casa de su madre hasta la noche.

Romanov se despidió de la señora, de Aysel y de Robbins antes de salir por la puerta de la casa para encender el auto, sin embargo, Kozlov le pidió que esperara un momento afuera en lo que se despedía de Ana María y Aysel. Cuando madre e hija se retiraron al interior de la casa, Robbins y Dmitry fueron los únicos que se quedaron en el patio.

—Lo que pasó anoche... —Kozlov se sintió nervioso, de manera en que su acento se hizo más notorio—. Podríamos salir a comer o cenar pronto si tú quieres, para conocernos un poco más y quizás intentar algo...

—Lo qué pasó fue un beso de peda —concluyó Carina sin darle la oportunidad de continuar—. No confundas las cosas. Solo fue un impulso de la noche.

La sonrisa del rubio disminuyó de a poco, al igual que el brillo de su mirada al escuchar aquello. Kozlov intentó que su desilusión no se hiciera más notoria de lo que ya era.

—Bueno, entonces, supongo que tengo que irme —habló con un tono de voz apagado—. Cuídate, Carina.

—Igual tú —contestó de manera indiferente Robbins.

Dmitry se dio la vuelta y caminó rápidamente hacia la puerta, alejándose de aquella sensación de desánimo. Carina sintió una punzada en su pecho, pero se convenció de sus propias palabras para dejar de lado la tristeza que sintió por el joven. Robbins tenía una inquietud interior, sin embargo, creer que estaba en lo correcto era más fuerte que cualquier otra cosa.

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17 de Septiembre de 2020 9:40 am, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Tomó un profundo respiro antes de entrar al local de Soleil con un pequeño pastel en sus manos al cual le escribió "perdón" con chocolate ella misma después de comprarlo en una pastelería que vio de camino. Aquella mañana, tras sentirse completamente revitalizada sin la resaca del día anterior, tomó la decisión de ir a ver a Elena directamente a su trabajo, con la esperanza de que para entonces el enojo de Morel hubiera disminuido lo suficiente como para tener una conversación sin la necesidad de discutir.

Si bien, la noche anterior la diseñadora contestó sus mensajes, todavía percibía la tensión en su forma de tratarla. Elena esperaba que no hablando del suceso todo se olvidaría y regresaría a la normalidad, sin embargo, para Aysel era diferente, no podía estar tranquila sabiendo que se encontraba peleada con su novia.

Subió el último escalón de las escaleras que llevaban al estudio de Morel. La chica castaña de ojos azules se veía concentrada en el trabajo al lado de un par de ayudantes que la apoyaban en lo que necesitara. No notó la presencia de Ferrara hasta que quienes la rodeaban saludaron a la asesora cordialmente.

—Buenos días, señorita Ferrara.

—Buenos días —contestó Aysel—. ¿Podrían dejarnos un momento a solas? Por favor, tengo que hablar con la señorita Morel sobre algo privado.

Los ayudantes asintieron y se retiraron inmediatamente. Elena ni siquiera volteó a verla.

—¿Qué quieres? —le preguntó ajustando el tamaño de la tela.

—Hablar contigo. ¿Podrías mirarme un momento? —contestó Ferrara.

Morel se dio la vuelta fastidiada y miró a Aysel, a unos pasos de ella, sosteniendo un pequeño pastel en sus manos.

—Quiero pedirte una disculpa. Ese día no actúe de buena manera y me porté mal contigo —habló la chica trajeada desde su posición—. Estuviste en todo tu derecho de enojarte y debo admitir que sí me merecía esa bofetada.

—No lamento en lo absoluto eso —dijo Elena con los brazos cruzados.

Aysel se acercó para dejar el pastel sobre la mesa en un lugar donde no le estorbara. Morel no hizo ningún gesto ni dijo ninguna palabra. Ferrara se acercó, le dio un beso en la mejilla y luego se alejó de ella.

—No tienes que perdonarme si no quieres, pero por lo menos considéralo —habló Aysel—. Mi línea directa estará siempre disponible para recibir una llamada tuya.

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18 de Septiembre de 2020 10:15 am, Ciudad de México.

Lilith Romanov Verro.

Suspiró antes de entrar por las puertas dobles cuando el asistente de Velazco le indicó que podía pasar. Antes de que pudiera tomar las manijas de las puertas para abrirlas, Hugo salió del cuarto con una sonrisa satisfactoria. Romanov tuvo el presentimiento de que de sus labios saldría alguna tontería.

—¿Ya te despediste de Ferrara? Porque no creo que la vuelvas a ver.

Lilith maldijo al tipo en su interior. Evitó mirarlo siquiera y pasó a su lado sin decirle nada. Cerró las puertas a sus espaldas y esperó en su posición con las manos detrás de su espalda a que Victoria le dijera algo.

—Lilith —pronunció Velazco con su típico tono carente de emociones.

—Buenos días, señora —saludó.

—Buenos días —habló la mujer con una expresión seria—. Toma asiento.

Lilith asintió y acató sus órdenes sentándose en una de las sillas frente a su escritorio.

—Tengo entendido que el entrenamiento de la señorita Ferrara terminó y que presentó su examen de evaluación hace aproximadamente dos semanas —habló Velazco.

—Así fue, señora —confirmó Romanov.

—El consejo y Hugo presentaron su deliberación y fue aprobatoria, aunque aún falta que usted dé el visto bueno por ser su entrenadora —explicó Victoria—. Si usted le considera lista, entonces dejará sus labores con Ferrara y volverá a estar a disposición de misiones especiales en el extranjero de forma permanente.

Lilith dudó de la respuesta que iba a darle a Victoria, pero tomó el valor de responderle.

—Está lista —habló Romanov—. Cumple con todos los requisitos de capacitación.

—Perfecto. Entonces usted queda relegada de protegerla. Ordenaré que usted sea trasladada a África para que se haga cargo de un par de misiones.

—En realidad —la interrumpió—. Deseo declinar el traslado y solicitar que me asigne permanentemente como jefa al mando de la unidad que le corresponde al negociador principal.

Victoria pareció confundida por la petición de Lilith, uno de sus elementos más valiosos que acostumbraba trabajar sola.

—¿Por qué razón? —cuestionó Victoria.

—En mi opinión, es más práctico que permanezca cerca de la negociadora principal para verificar su progreso y asegurarle a usted los resultados esperados —respondió sin titubeos.

La mujer de mediana edad, frente a ella, meditó sus palabras, analizó cada uno de sus movimientos tratando de penetrar en su mente para adivinar sus pensamientos.

—Bien —Lilith sintió alivio al escuchar su afirmativa—. Pero, la unidad será reestructurada con personas más capacitadas a disposición de Ferrara y usted.

—De acuerdo.

—El joven Estrada Silva las supervisará periódicamente para informarme a mí de su avance. Su equipo será renovado, tendrán acceso a más recursos como transporte y armamento.

—¿Podemos elegir a quien conformará el equipo? —preguntó Lilith.

—No. Esa no es su decisión. Lo sabrán cuando los conozcan —habló Victoria—. ¿Entendido?

—Por supuesto, señora —contestó Lilith—. Gracias por aceptar mi solicitud.

—La acepté esperando que cumpla bien con su trabajo y que no cometa ni un solo error, señorita Romanov —amenazó Velazco—. Téngalo muy presente. Retírese.

Romanov se levantó de su lugar con la mirada baja, acomodó su silla y salió de la oficina de su jefa después de hacer una pequeña reverencia. Al salir, se encontró a Hugo recargado en la pared a un lado de la puerta, probablemente escuchando su conversación con Victoria.

—¿No te enseñaron que escuchar las conversaciones ajenas es de mala educación? —habló Lilith.

—Solo quería asegurarme de que te quitaría del camino, pero al parecer encontraste un motivo para seguir en México —comentó Hugo—. Y yo un motivo para molestarte.

—Será mejor que cuides tus palabras y tus acciones, sino quieres que yo te dé un motivo para que desees nunca haber nacido —amenazó Lilith.

Romanov lo miró con aquella aura asesina, proyectándose en su cuerpo para intimidarlo. La sonrisa de Hugo desapareció, al igual que Lilith quien se dirigió al ascensor para irse.

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18 de Septiembre de 2020 1:30 am, Ciudad de México.

Julio San Agustín.

Bajó del auto en compañía de Ferrara frente a uno de los variados clubes de la zona después de que Robbins los llamara a ambos para invitarlos a tomar algo y a hacerle compañía después de que Carina se pusiera sentimental. Su amiga Aysel se opuso desde que recibió una llamada a media noche, sin embargo, terminó aceptando por Carina y por la compañía de Julio.

—Creo que llevamos toda la semana crudos —comentó Aysel.

—Ya sé —habló Julio—. Pero no creo que estemos de fiesta hoy. Supongo que será algo tranquilo.

Ambos cruzaron la calle y entraron sin problemas gracias a que el cadenero reconoció a Julio. Robbins decidió salir horas antes a divertirse con uno de sus tantos prospectos en los cuales no se sentía precisamente interesada, sin embargo, al parecer no salió bien, porque cuando la divisaron entre el mar de gentes que bebían y bailaban, la pelirroja estaba sola en la barra.

Se le acercaron rápidamente y la saludaron con un beso en la mejilla. Carina se notaba feliz de verlos y alegre por no tener que pasar un momento más sola. Julio notó el olor potente a alcohol en su aliento que suponía que Carina bebió mucho más de lo que acostumbraba.

—Tan guapos cómo siempre ustedes dos —dijo con una sonrisa.

—¿Qué te pasó? —preguntó Ferrara.

—Vine con Joan a tomar algo y bailar, luego me acordé de tu amigo, el ruso de ojos azules y me deprimí, Joan se enojó y me dejó aquí —contestó sosteniendo su copa antes de beberla.

Aysel miró a Julio completamente confundida, sin saber a quién se refería cuando mencionó el nombre de Joan.

—Mencionaste a Dmitry, ¿Qué tiene que ver él con todo esto? —habló Julio.

Carina tomó su tiempo para procesar el cuestionamiento de su amigo.

—Es que fue demasiado lindo conmigo a pesar de que lo rechacé, se supone que solo fue un beso de peda, pero desde entonces no dejo de pensar en lo que pasó y de sentirme culpable por haberlo tratado así —tropezaba con sus palabras al pronunciarlas.

Julio y Aysel se miraron mutuamente confirmando lo que ya suponían desde días atrás. Cuando retornaron sus miradas a Robbins, esta tenía náuseas y hacía su mejor intento para evitar vomitar ahí.

—Llévala afuera, yo pagaré la cuenta —dijo Aysel.

El modelo asintió, puso uno de los brazos de Carina sobre sus hombros y la guio hacia la salida mientras la chica se tambaleaba.

—Espera —Robbins se detuvo fuera del club para recargarse en la pared.

—¿Qué pasa? —preguntó Julio desconcertado.

Carina se encorvó y entonces pasó lo que Julio no quería que pasara. La pelirroja comenzó a vomitar sin darle la oportunidad a Julio de apartarse. Los zapatos del chico quedaron manchados, miró sus pies completamente asqueado.

—Eran zapatos exclusivos de esta temporada, Carina —se quejó el modelo.

—Pagué como 4,000 pesos de tu cuenta, Carina —apareció Aysel y miró la escena—. ¿Qué pasó?

—¿Tú qué crees? —Julio señaló sus zapatos.

—Perdón por eso —se disculpó Carina—. Te compraré...

Robbins no tuvo oportunidad de terminar de hablar porque volvió a vomitar, pero esta vez Julio se apartó y Ferrara agradeció tener reflejos rápidos.

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19 de Septiembre de 2020 5:30 pm, Ciudad de México.

Lilith Romanov Verro.

Mantuvo la mirada al frente desde que Ferrara subió a su auto para que ambas fueran al campo de entrenamiento nuevamente. Aysel le contó lo acontecido el día anterior con Carina y manifestó preocupación por cómo se encontraba Dmitry después de que Carina le contara todo lo que sucedió sin que se diera cuenta, Lilith respondió que Dmitry estaba bien, ligeramente desanimado, pero no dejaba de mantener sus esperanzas altas. Eso tranquilizó a la asesora, quien temía que su amiga hubiera sido demasiado dura con Kozlov.

El Mitsubishi Lancer morado de Romanov llamaba la atención en las calles atrayendo algunas miradas curiosas y otras conocedoras que halagaban el vehículo e incluso deseaban tener uno. Lilith estaba cómoda frente al volante disfrutando del trayecto escuchando Blue World de Mac Miller. Fue en dirección a la carretera para desviarse del camino en un punto ciego del trayecto e ir directo al campo de entrenamiento. La lluvia de la tarde la obligó a conducir con cuidado para prevenir los posibles accidentes.

—Por cierto. Hugo dio el visto bueno en tu evaluación, Victoria te considera capacitada y dijo que yo podía regresar a mis antiguas labores en lugar de protegerte —habló Lilith.

—¿Y lo harás? —preguntó Aysel con un tono triste, temiendo su respuesta.

Romanov observó de reojo a Aysel, le gustaba torturarla con el silencio de no dar una negativa, pues la asesora se veía consternada por su respuesta. Cuando el semáforo se puso en rojo, volteó a verla a los ojos, ya que ella seguía esperando una respuesta.

—Victoria quería transferirme a África un tiempo —habló haciendo mucho más larga la tortura de su compañera—. Pero después le dije que no, porque quería evitar que te mataras tú sola.

—¿Eso le dijiste? —habló Aysel confundida.

—Algo así —dijo Lilith con una sonrisa—. Por eso y porque sé que extrañarías mis comentarios ingeniosos siempre que estamos trabajando.

Ferrara sonrió. No dijo nada, pero Lilith sabía que tenía razón. Aysel se miró por el retrovisor unos segundos y algo pareció llamar su atención de sobremanera, pues su expresión cambió al instante.

—¿Será muy descabellado pensar que nos siguen? —preguntó la asesora.

Lilith miró por el retrovisor, al instante identificó una camioneta negra que detonó una punzada en su instinto poniéndola alerta. Si bien, podía ser simplemente su imaginación, decidió comprobarlo para descartar la posibilidad. Aceleró y comenzó a avanzar entre los autos alejándose de la cercanía que compartían ambos autos, la camioneta hizo lo mismo con el afán de alcanzar el auto igualando la velocidad que llevaba Lilith.

Observó como la camioneta se emparejó con su auto, la ventana del copiloto bajó en cuestión de segundos y como el cañón de una M416 se asomó. Lilith frenó evitando que las primeras balas terminaran en el cofre de su auto, rápidamente se incorporó detrás de la camioneta para aprovechar su punto ciego. Sin embargo, la camioneta frenó chocándolas.

El auto quedó entre el otro y la barrera de contención, el golpe fue suficiente para aturdirlas unos segundos. Ferrara recobró el sentido más rápido y sacó su Glock 18.

El tránsito de la carretera se hizo un caos y los autos comenzaron a avanzar más rápido para evitar el conflicto. Romanov quitó el seguro de su Desert Eagle antes de bajar del auto, al igual que Aysel. No le dieron la oportunidad de bajar a los tipos que iban en el otro vehículo, pues comenzaron a disparar y acercarse con cautela.

Las balas atravesaron las puertas y rompieron las ventanas. Cada disparo penetraba en el auto estratégicamente acorralado a sus objetivos. Abrieron las puertas y le apuntaron a los dos tipos en el interior, obligándolos a soltar sus armas y a bajar del auto.

—Espero que tengan una buena razón para haber chocado mi Mitsubishi, porque si no los haré beber su propia sangre —amenazó apuntándoles con su arma bajo las gotas de lluvia que la estaban empapando.

Ferrara los registró, encontró un par de navajas en sus bolsillos, cartuchos y armas pequeñas que dejó en el suelo, de igual forma, encontró sus billeteras y celulares que Aysel comenzó a revisar. Romanov les indicó que pusieran las manos sobre el cofre de la camioneta y los golpeó detrás de las rodillas, haciendo que cayeran al suelo y se golpearan contra la defensa, quedando inconscientes.

—Lilith —escuchó la voz de Ferrara llamándola.

—¿Qué? —volteó a verla.

—Son italianos y creo que ya sé por qué nos seguían —habló Ferrara enseñándole la pantalla del celular de uno de ellos.

Lilith leyó los mensajes, sus ojos se abrieron con sorpresa.

—Tenemos que irnos —habló Romanov alertada—. Y los vamos a llevar con nosotras.

Aysel asintió y comenzó a levantar los cuerpos para ocultarlos en la parte trasera de la camioneta, le costó trabajo moverlos por el peso, sin embargo, la urgencia era demasiada y el tiempo poco. Lilith subió a su auto y lo alejó hasta el otro lado de la carretera, donde le disparó en el tanque para que explotara. No quería dejar evidencia alguna y una pérdida así podía reponerla con facilidad.

Regresó a la camioneta con Aysel quien para entonces inmovilizó a sus rehenes con los mismos instrumentos que iban a ser para ellas si lograban capturarlas. La pelinegra encendió el motor y esperó a que Aysel subiera del lado del copiloto.

—Habrá muchas preguntas de la policía y hubo muchos testigos, ¿No deberíamos encargarnos de eso también? —cuestionó Aysel.

—Lo haremos, pero no ahora. Utilizaré mis contactos para que oculten esto del ojo público, por ahora, tenemos que ponernos a salvo.

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20 de Septiembre de 2020 9:06 pm, Ciudad de México.

Elena Morel Garza.

La diseñadora bajó del auto de color gris después de darle un beso corto a su novia en los labios. Las cosas entre Aysel y Elena se arreglaron con el paso de los días, después de que Elena le regresara la llamada a Aysel esa misma tarde y salieran a cenar para hablar las cosas y dejar todo en claro, evitando las confusiones.

Morel se sintió feliz al gozar de su atención y cariño en privado durante los siguientes días. La asesora pasaba a recogerla sin importar lo ocupada que se encontrara para dejarla en su casa o cuando no podía verla la llamaba por las noches, cuando sabía que su horario de trabajo había terminado.

Subió a su departamento tras despedirse de Aysel y tomar sus cosas. Abrió la puerta con sus llaves y dejó su bolso sobre el sofá del recibidor al dirigirse a su habitación.

Las inquietudes abrumaron sus pensamientos al sentirse completamente sola en el interior de su departamento. Se quitó los zapatos y se dejó caer sobre el colchón de la amplia cama matrimonial. Cerró sus ojos y soltó un suspiro al sentir su espalda, acomodándose e incluso liberando un pequeño crujido.

No pudo evitar pensar en su madre cuando vio las gotas de lluvia en la ventana, pues a ella le encantaban los días lluviosos y especialmente el cómo las gotas de lluvia resbalaban por las ventanas de los autos o de las casas. Tomó su teléfono y buscó entre sus contactos el de su padre. Marcó y esperó dos docenas de segundos hasta que tomó la llamada sabiendo que estaba por hacer lo que tanto evitó.

—Hola, querida —saludó Héctor, alegre—. Que sorpresa recibir una llamada tuya.

—¿Estás ocupado?

—Para ti no, cariño. ¿Por qué? ¿Necesitas algo?

—Hablar contigo —contestó insegura Elena.

—¿Sobre qué? —preguntó el hombre con curiosidad.

—Mi madre —habló—. ¿Alguna vez recibió una amenaza de alguien o se metió en problemas?

—No. Irina era muy tranquila y agradable como para caerle mal a alguien.

—¿Alguna vez tú... —Morel titubeo antes de decirlo— la golpeaste?

La diseñadora recibió un frío silencio de su padre. Sus miedos llegaron a la punta del risco de sus emociones.

—Me ofende que pienses eso. Jamás le hice daño a tu madre —dijo Héctor—. Y si en algún momento lo hice, ten por seguro de que lo arreglé. Ella no querría que me preguntaras esto, Elena. Así que deja pensar y preguntar estupideces.

Su padre colgó tajantemente sin darle la oportunidad a Elena de procesar sus palabras y mucho menos de darle una respuesta. El tono de la llamada se escuchó durante algunos segundos que se sintieron eternos y que dejaron una inquietud creciente en el interior de Elena, pues nunca antes su padre la había tratado de esa manera ofensiva. Se arrepintió de haber preguntado algo así tan directamente, pues desperdició su oportunidad más valiosa para intentar armar el rompecabezas que era el misterio sobre la muerte de su madre.

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21 de Septiembre de 2020, 7:04 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Se miró frente al espejo de la antesala previa al gran salón donde tenía lugar el evento, un lugar privado donde se detuvo antes de salir a reunirse con sus padres y su hermano en el gran festejo del aniversario de Los Gorriones, la cadena de restaurantes fundada por su familia tres décadas atrás.

Jugueteó con el anillo de su índice, el que fue regalo le Lilith, mientras admiraba su reflejo, más específicamente como le quedaba el traje de cruzado de color negro, junto con una camisa blanca y una corbata del mismo color del traje. Usó el reloj que fue regalo de su novia para tenerla presente, a pesar de que se negara a acompañarla por ser un evento muy público.

A sus espaldas, visualizó a su padre juzgándola en silencio a diez pasos de ella.

—Enderézate bien y camina derecha —dijo en un tono demandante—. Tienes que sonreír en las fotografías de esta noche, no lo olvides. No quiero recibir comentarios sobre tu apatía como el año pasado.

—Descuida, no me quedaré después de las fotos. Te dejaré disponible mi ración de atención para que puedas sentirte cómodo, padre —habló Aysel.

—No tienes mi permiso para irte —contestó Leonardo.

—No te lo pedí —dijo Aysel volteando para encararlo.

—Me estás cansando —se quejó Leonardo notoriamente irritado.

—Y tú a mí desde hace mucho tiempo.

Ferrara pasó de lado ignorando a su padre para salir del cuarto, incorporándose a los muchos invitados al aniversario de la cadena de restaurantes en busca de su madre. Ana María lucía feliz siendo la anfitriona y recibiendo las felicitaciones de todos los presentes por su largo trabajo durante décadas, a su lado, estaba Marco, quien le hacía compañía a su madre en todo momento.

Algunos conocidos notaron la presencia de Aysel y se acercaron a saludarla y recordarle que debería de sentirse orgullosa por el esfuerzo de sus padres por construir un legado familiar tan amplio y rentable. La chica reía en su interior al escuchar los comentarios que alababan a su padre como un hombre entregado a su familia y a su camino de rectitud en sus negocios.

Cuando estuvo libre, pudo acercarse a su madre.

—Que bueno que ya estás aquí, ¿Has visto a tu papá? —habló su madre—. Solamente falta él para las fotos familiares.

—Lo vi hace un rato, pero no sé dónde está —contestó sin darle importancia.

—Por cierto, mija. ¿Por qué no vino Elena? —preguntó Ana María.

—Estaba ocupada —se limitó a responder—. Iré a buscar a mi papá para la foto y volveré en un momento.

—Eso no será necesario, mi vida —le habló su padre con fingida dulzura—. Ya estoy aquí.

Los cuatro se acomodaron en una línea frente a las cámaras que estaban ansiosas por actualizar la foto anual de la familia, que era el modelo de muchas, una que logró alcanzar el éxito sin perder su unión familiar. Una idealización que Aysel sabía que era mentira, pero de la que era partícipe.

La asesora se acomodó entre su hermano y su madre, Ana María a su lado izquierdo y Marco a su derecha, junto a Leonardo.

—Damas y caballeros, mi mayor orgullo, mi hijo —dijo Leonardo poniendo una de sus manos sobre el hombro de Marco con una sonrisa.

Aysel observó de reojo sus acciones e ignoró lo que sucedía a su alrededor cuando los flashes comenzaron a deslumbrarla, aturdiéndola con la creación de una ilusión perfecta, una obra en la cual sonreía como la mejor actriz para evitar que el mundo que su madre amaba, se viniera abajo.

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22 de Septiembre de 2020 6:30 pm, Ciudad de México.

Elena Morel Garza.

Con el teléfono entre su hombro y oreja, continuó cocinando para sí misma siguiendo las instrucciones de Aysel después de que esta la convenciera de probar una receta nueva para que saliera de la monotonía de sus acostumbrados platillos que por lo menos se repetían dos veces a la semana. Su sesión de cocina fue interrumpida por el sonido del timbre, le colgó a Aysel diciéndole que continuarían después y fue directamente a abrir la puerta.

Alzó la mirada de a poco, encontrándose con un hombre alto, encorvado y delgado, cuyo cabello estaba completamente cano y su barba tupida lucía considerablemente descuidada, aunque sus ojos conservaran aquella pena eterna con la cual lo conoció.

Bonjour, Soleil —dijo con su tono rasposo y grave producto de las innumerables cajetillas de cigarros que solía fumar.

Elena se quedó estática frente a su abuelo, el hombre que expiraba cansancio por cada uno de los poros de su piel. Años de trabajo encorvaron sus hombros y las tristezas le robaron el brillo de vida a sus ojos azulados.

—Abuelo...

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Su plan de una tarde noche tranquila se frustró por la llegada sorpresiva de Pierre a México. Elena se sentó frente a él en la mesa de la cocina, observándolo comer y toser cada tanto. La situación de sus pulmones empeoró desde la última vez que lo vio y sé veía mucho más fatigado.

(Conversación en francés).

—No esperaba que vinieras a México —habló Elena nerviosa.

Fue una sorpresa y también un asunto urgente —contestó Pierre limpiando sus labios con una servilleta.

Se enderezó con dificultad y miró a su nieta a los ojos.

Sé que quieres descubrir la verdad sobre tu madre y que incluso has avanzado más que nadie en la investigación, sin embargo, debo advertirte de la razón que evitó que yo continuara con la misma búsqueda que tú estás haciendo.

—¿De qué hablas? —preguntó Elena.

Pierre apartó la mirada, tomó aire y un poco de agua para aclarar su garganta y hablar sin interrupciones.

Yo también quise saber lo que pasó con mi hija, no podía asimilar que me quitaron la luz de mis ojos y uno de mis motivos para vivir —explicó—. Los primeros años fueron duros, sin saber dónde buscar y a la vez cuidar de ti cuando veía el reflejo de su niñez en la tuya. Al encontrar un camino, fue más fácil avanzar hacia el punto que yo deseaba, sin embargo, aquel intento de homicidio en mi contra, me detuvo.

¿Qué? —salió de los labios de la chica sin que fuese consciente de ello.

La semana que tuve uno de los datos más claros sobre Irina, fue la misma semana en que provocaron el accidente automovilístico en el que casi muero —explicó el hombre con calma—. En mi recuperación recibí una llamada donde me dijeron que, si yo seguía buscando la verdad, ellos no se equivocarían otra vez al chocar mi auto con otro.

La diseñadora no podía dar crédito a las palabras que su abuelo decía con tanta seguridad. Recordaba vagamente la ausencia de su abuelo por un tiempo con el motivo de un accidente automovilístico dónde casi pierde la vida.

Por eso, te pido que te detengas. Mantenerte a salvo es más importante que cualquier otra cosa. No quiero que intenten matarte, mucho menos que lo consigan hacer —Pierre le dijo antes de poner su mano sobre la suya encima de la mesa—. Sé que lo que te pido puede ser complicado, pero el valor de la vida no se compara con nada.

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