Capítulo 10: Encuentros Familiares

05 de Junio de 2020 6:47 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

La ventana a sus espaldas le otorgó la luz suficiente para que no tuviera que encender la luz eléctrica de su oficina al leer los reportes que Lilith le entregó. Indagó profundamente en cada uno de los datos mientras ponía los papeles sobre sus muslos completamente concentrada en su lectura. Las manecillas del reloj avanzaron sin que ella se diera cuenta del paso del tiempo, ya que, buscar una explicación para todo lo que sucedió, fue su prioridad desde la última reunión que tuvo a medio día.

Se recargó sobre su silla de cuero y puso los mismos papeles que tenía en sus muslos sobre su escritorio. Observó nuevamente la pantalla de la computadora frunciendo el ceño por el dolor de cabeza que comenzó 15 minutos atrás. Su teléfono vibró repetidas veces durante todo ese lapso de tiempo, Aysel tenía una conversación con Elena por mensajes, la cual estaba más enfocada en lo banal que en lo profesional de sus charlas usuales. El estómago de Ferrara gruñía producto de no haber ingerido alimentos en toda la tarde.

Escondió los documentos entre otras carpetas al escuchar que su asistente golpeó con sus nudillos la puerta para que le permitiera el paso. La mujer se paró frente a ella para hablarle sobre algo, pero fue interrumpida por la asesora.

—Señorita García, ¿Puede ordenar algo de comer por mí, por favor? —pidió amablemente.

—Claro, jefa —contestó—. Por cierto, la señorita Morel está en la sala de espera, llegó hace un par de minutos y solicita verla.

—Hágala pasar —indicó enderezándose y acomodando la camisa celeste con rayas blancas verticales para lucir presentable.

García asintió y salió de su oficina para indicarle a la diseñadora que podía pasar. Elena entró pocos segundos después luciendo una camiseta de manga corta color morado pastel y unos jeans de mezclilla claros. La chica se veía relajada y cómoda usando su conjunto casual. En sus manos llevaba un par de bolsas de plástico blancas cuyo contenido causaba curiosidad en la asesora.

—Pasaba por aquí y quise hacerte una visita rápida —habló antes de que Ferrara pudiera saludarla—. No me quedaré mucho tiempo porque tengo trabajo que hacer, pero te traje comida. Me preocupé cuando dijiste que no saliste a comer.

Puso las bolsas de plástico sobre el escritorio cuidadosamente para no tirar nada y sacó dos recipientes de unicel.

—Elena, no tenías que traerme algo de comer —dijo con modestia—, estaba por ordenar comida.

—Descuida, ya no tendrás que hacerlo. Traje pasta, pollo y ensalada. No sabía que traer, así que escogí algo simple que podía gustarte —contestó Morel—. Me preocupa que te saltes tus horas de comida.

Sus palabras fueron reforzadas por una expresión de obvia preocupación en su rostro. Aysel vio una mueca desanimada en sus labios y no pudo rechazar el gesto que Elena hizo por ella.

—Gracias —contestó con una media sonrisa.

—Hay agua, refresco y jugo en esta bolsa —señaló la bolsa más pequeña—. Por si tienes sed. Ah, también traje un postre, es un flan napolitano.

—¿En serio? —preguntó Ferrara con la mirada brillante y la emoción de una niña pequeña—. Yo amo el flan napolitano.

La reacción de Aysel desconcertó a Elena, quien tardó en procesar su expresión y la energía que le trasmitió en ese momento.

—Sip —confirmó la diseñadora antes de mirar la hora en su celular—. Debo irme, disfruta la comida.

Elena se despidió con un gesto con la mano rápidamente de Aysel antes de darse la vuelta con la vista en su celular y caminar hacia la salida. Se detuvo en seco antes de girar la manija de la puerta al recordar un detalle importante.

—No olvides revisar la tapa donde está el flan.

—¿Por qué?

—Lo descubrirás cuando llegues al postre —respondió para posteriormente salir y cerrar la puerta detrás de ella.

Ferrara se quedó sola nuevamente. Confundida con las últimas palabras de Elena, buscó entre las bolsas un cuarto recipiente de unicel el cual encontró con sin mayores complicaciones. Lo abrió cuidadosamente para no romperlo y encontró en la tapa un mensaje escrito con plumón negro y un corazón.

—Ten un buen día, Ferrara. No olvides comer a tus horas —leyó en voz alta.

Aysel no pudo reprimir una amplia sonrisa. Se sentó sobre su silla nuevamente alegre por el detalle de la diseñadora. Tomó su teléfono y se comunicó con su secretaria.

—García, olvida lo de ordenar comida —habló.

—¿No necesita nada más? —preguntó.

—No, gracias. Puedes retirarte.

Aysel se acercó a su escritorio y abrió cada uno de los recipientes inspeccionando su contenido. La pasta seguía caliente el igual que el pollo empanizado con dos rebanadas de queso panela encima y la ensalada se veía fresca. Su apetito se abrió, tomó los cubiertos de plástico y comenzó a comer disfrutando del buen sabor de la comida.

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09 de Junio de 2020 8:47 pm, Ciudad de México.

Elena Morel Garza.

Sirvió el café caliente dentro de la tasa antes de llevarlo hasta la sala de su departamento, donde una mujer de pelo oscuro, tez morena y vestimenta formal en tonos oscuros, esperaba pacientemente sentada en su sofá.

La investigadora no habló desde su llegada hasta que Morel se levantó a servirle café cuando ella aceptó su ofrecimiento de una bebida.

—Agradezco que se haya tomado el tiempo de recibirme aquí en su departamento, señorita Morel —dijo la investigadora—. Es de vital importancia que tengamos privacidad.

—Me alertó su llamada tan repentina y que optara por una reunión en persona en lugar de mandarme la información de la investigación por correo, como generalmente lo hace —comentó Elena inquieta.

—Temo que lo que encontré en las últimas semanas requiere esta reunión —respondió la detective.

La chica frente a la Elena sacó de su bolsa una tableta. Desbloqueó la pantalla y se la entrego con la pantalla abierta en un documento digital. Morel dio lectura a la información frente a sus ojos, sorprendiéndose más con cada detalle que era narrado.

Los párrafos eran parte de la investigación y especificaban con múltiples menciones a accidentes, operaciones y asesinatos, ajenos al caso de su madre, que tenían un mismo ejecutor, una organización cuya identificación era prácticamente nula para los elementos policiacos que estuvieron vinculados a los casos, pero que encontraron una conexión entre los más de veinte hechos.

—No entiendo. ¿Esto que tiene que ver con mi madre? —preguntó confundida mirando a la investigadora.

—Todos estos casos, aparte de estar vinculados a una agrupación criminal de una u otra manera, también se relacionan en que el avance del caso está detenido por un bloqueo en la información, no se puede encontrar un culpable en específico porque desapareció evidencia, no hay pistas contundentes o los oficiales que fueron los encargados de manejar esto fueron ejecutados de maneras grotescas —explicó a grandes rasgos.

—¿Entonces el caso de mi mamá está vinculado con la organización? —interrogó temerosa con sus manos temblando.

—Sí, quien provocó la muerte de su madre, recibió los servicios o es parte de la organización criminal —confirmó la detective.

—Pero —las palabras se atoraron en el nudo de su garganta— ¿Por qué mi madre? Ella no tenía por qué morir, llevaba una vida normal, jamás hizo algo de riesgo.

Elena fue incapaz del retener las lágrimas que comenzaron a caer imparables, humedeciendo sus mejillas. La detective bajó la cabeza apenada por darle la noticia y preocupada por el estado de Morel.

—Lo lamento, señorita Morel —dijo en voz baja—. No sabemos si su madre llegó a tener algún nexo durante su vida que ameritara su homicidio.

Las palabras de la investigadora la ofendieron por completo, frunció su ceño y paró su llanto para mirar molesta a la detective.

—Usted no conoció a mi madre, no tiene el derecho de suponer cosas como esas —dijo.

—En una averiguación como esta, todo es posible. Jamás conocemos bien a las personas que nos rodean hasta que algo que no esperábamos sobre ellos sale a la luz. No estoy diciendo que su madre sea culpable de algo, ella sigue siendo la víctima aquí, únicamente estoy tratando de encontrar una razón por la cual la organización detuvo su caso —explicó rápidamente.

—¡¿Por qué nadie evitó esto?! —preguntó alterada—. Todos vieron lo que pasaba y no les importó en lo absoluto.

—Señorita Morel, cálmese —dijo la detective—. Esto no estaba en nuestras manos en ese entonces.

—Por la incompetencia de las autoridades hay muchas familias preguntándose que les pasó a las personas que amaban e inesperadamente murieron de una manera horrible —reclamó Elena.

—Elena, el caso de su madre es uno de los pocos que no está ligado al narcotráfico, tráfico de armas, fraudes millonarios, lavado de dinero u homicidios por intereses económicos y políticos —contestó la detective tratando de mostrar un punto—. Esto es anormal y le prometo que encontraré la manera de llegar al fondo de todo. Confíe en mí.

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13 de Junio de 2020 1:23 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Subió las escaleras hasta el piso del departamento de Elena. Aguardó frente a la entrada después de tocar el timbre. Morel aceptó su invitación para salir ese fin de semana cuando la llamó por la mañana de ese mismo día. La puerta del departamento se abrió, pero contrario a lo que esperaba, un niño más bajo que ella le abrió.

Ambos se miraron mutuamente sin decir una palabra. El niño la miraba desde abajo con una expresión curiosa, a sus espaldas, apareció la diseñadora con una mirada preocupada y con notorias intenciones de regañarlo por abrir la puerta, pero se detuvo cuando vio a Aysel.

—Pasa —le indicó a Ferrara—. Luis, ve a acomodar tus cosas en tu cuarto, por favor.

El niño asintió y obedeció a la diseñadora dejándola a solas con Aysel.

—Él es mi hermano menor, Luis. Mi padre y su esposa lo trajeron hace media hora para que se quedara conmigo mientras ellos están de viaje por el cumpleaños de la esposa de mi padre —explicó—. Estaba por llamarte para avisarte.

—Podemos llevarlo con nosotros si gustas. Tenía pensado ir contigo a un lugar turístico de la ciudad, así que no habría ningún inconveniente si viene con nosotros —contestó Ferrara.

—¿Segura que no hay ningún inconveniente? —preguntó Elena.

—Sí, por supuesto, —confirmó la asesora—. Apuesto a que le gustará recorrer la ciudad.

—Bien, le diré que vaya por una chamarra y nos iremos —aceptó Elena.

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Bajaron por el ascensor hasta la planta baja, salieron del edificio habitacional y Ferrara fue en dirección a su auto, un Fiat 124 Sport Spider de color turquesa aparcado a pocos metros. Elena y su hermano la siguieron y ambos se sorprendieron por el vehículo.

—Suban —habló Aysel subiendo al auto.

—Este no es el coche que usualmente usas —comentó Elena.

—No, tuve que usar este porque el otro está en el taller —contestó.

—¿Tienes otro auto genial como este? —habló el niño por primera vez en todo el rato maravillado por el convertible.

—No. El otro no es tan genial —contestó Aysel con una media sonrisa.

El chico subió a la parte trasera detrás del asiento del copiloto donde iba su hermana mayor, Elena. Ambos se pusieron el cinturón, pero Ferrara no arrancó hasta quitar la capota del vehículo para que los tres gozaran del día soleado.

Condujo por las calles de la Colonia Nápoles hasta la Colonia Condesa, donde se incorporó a Circuito Bicentenario para llegar a Avenida Paseo de la Reforma. Pasaron junto a la Estela de Luz y siguieron por la avenida donde Elena no perdió la oportunidad de contarle a Luis la historia que la misma Aysel le contó tiempo atrás sobre el paseo de la emperatriz.

La fuente monumental llamó la atención del niño cuando pasaron junto a ella. Se maravilló con la majestuosidad de La Fuente de la Diana Cazadora, que representaba a la diosa griega Artemisa, cuyo equivalente en la mitología romana era Diana.

Sin embargo, su interés cambió cuando se aproximaron al Monumento a la Independencia, conocido también como El Ángel de la Independencia, una columna honoraria en cuya punta estaba ubicada la estatua de un ángel dorado sosteniendo una corona de laurel y una cadena rota. En el pedestal escalonado se podían encontrar diferentes estatuas e inscripciones que hacían alegoría a la independencia de México.

—¿Es tu primera vez en la CDMX, Luis? —preguntó Ferrara lo suficientemente alto para que pudiera escucharla

—Sí. Solo había visto todo esto en fotos. Es mucho más genial cuando lo ves en persona —dijo el niño.

—¿Le estás dando un paseo turístico por la ciudad? —le preguntó Elena a Aysel.

—Algo así —contestó Aysel—. Quiero que se lleve buenos recuerdos cuando regrese a casa.

—¿A dónde vamos? —le preguntó Luis a Elena.

—No lo sé, Ferrara no me dijo —contestó mirando en su dirección.

—Es una sorpresa, la verán cuando lleguemos —habló Aysel con una sonrisa en su rostro.

Continuaron avanzando hasta llegar a Avenida Insurgentes Sur después de pasar por la Glorieta de la Palma. Elena y su hermano menor supieron cuál era el destino cuando Aysel se dirigió a la Plaza de la República.

El mausoleo y monumento de 67 metros de altura destacaba entre la arquitectura icónica de la ciudad por ser un emblema a la Revolución Mexicana. Estaba decorado por un estilo Art Decó llamativo para los ojos de los turistas y nacionales que visitaban el monumento.

—Ahí está nuestro destino —habló Aysel.

—¿Vamos a subir? —preguntó Luis con la emoción reflejada en sus ojos.

—Sí, subiremos después de estacionar el auto.

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Como lo dijo Aysel, los tres se dirigieron a la entrada del monumento después de estacionar el auto de Ferrara en un estacionamiento público. La asesora fue la encargada de comprar los accesos, los cuales pagó con su tarjeta para dar comienzo al recorrido que daba inicio en la cimentación de la edificación.

La estructura del monumento se sostenía sobre 17 mil pilotes sobre los que se encontraban las grandes vigas de acero que eran el cuerpo del edificio. Cuando llegaron ahí, los encargados marcaron el nivel uno de los brazaletes de papel que les pusieron a los tres cuando compraron los accesos.

Bajaron por las escaleras hasta un pasillo reducido iluminado por luces circulares ubicadas en el techo y rodeado por paredes anaranjadas, parte de la misma estructura del monumento. A lo largo del pasillo se encontraban varios datos sobre la construcción y la historia relacionada, al fondo, se podía observar una fotografía ampliada en blanco y negro del cuerpo del edificio en los años 30's. Siguieron la línea blanca del suelo y fueron guiados por ella a través de un recorrido por los cimientos donde había información y fotografías antiguas.

—Esto se siente como un laberinto —comentó Elena cuando subieron las escaleras para salir de la cimentación.

—Luis, ven —lo llamó Aysel.

El niño pelinegro se acercó a la asesora, quien le dio dos monedas que sacó de su bolsillo, una de un peso y otra de diez pesos.

—Acércate a la máquina y sigue las instrucciones —le indicó—. Es para un pequeño souvenir.

Elena no dejó que se acercara solo, lo ayudó a poner las monedas y girar la palanca en forma circular varias veces para que el mecanismo se accionara. Presionó la bandeja, dio más vueltas a la palanca y la moneda de diez quedó impresa con una imagen del monumento.

—¿Te gusta? —preguntó Ferrara.

—Sí, muchas gracias —respondió Luis con una sonrisa.

Los tres se dirigieron al elevador y miraron en dirección a la plaza cuando subieron. El elevador comenzó a subir lentamente y la vista fue cambiando a cada segundo en el ascenso. Elena sintió sus piernas temblar y los nervios recorrer su cuerpo en un escalofrío. Como un reflejo involuntario, Morel tomó la mano de Aysel.

—¿Miedo a las alturas? —preguntó Ferrara divertida.

—No, según yo no —contestó Elena completamente nerviosa.

Estaba por apartar su mano de la de Aysel, pero Ferrara la detuvo al sostenerla mejor.

—Mejor así —comentó—. Todavía vamos a subir más alto, así que será mejor si tienes un soporte a tu lado para sentirte segura.

Se dieron vuelta para bajar del elevador. Se encontraban a 52 metros del suelo, en el deambulatorio justo debajo de la cúpula. Elena evitó mirar abajo para no sentir sus piernas temblar nuevamente. Su hermano parecía estar más relajado que ella. Bajaron las escaleras reducidas sin poder dar un pequeño vistazo a las vistas que ofrecía la altura de los edificios que rodeaban la edificación.

Cuando llegaron al final de las escaleras, encontraron un café algo concurrido con las increíbles vistas. Aysel les ofreció tomar algo ahí, pero los hermanos se negaron para continuar con el recorrido. Morel ya quería bajarse y Luis quería llegar al mirador de 360°.

Recorrieron todo el mirador al aire libre con vistas muy buenas de los alrededores sin obstáculos más que un panel de vidrio para protección. Al terminar, se dirigieron a una entrada que conducía a unas escaleras metálicas negras y reducidas que llevaban hasta la linternilla. El espacio reducido y la oscuridad de la zona hicieron que Elena se tensara.

—Sube con cuidado, Luis —le dijo a su hermano quien iba delante de ella.

A sus espaldas estaba Aysel.

—¿Estás bien? ¿Quieres parar? —preguntó Ferrara en voz baja.

—No, ya casi terminamos, estoy bien —respondió y continuó subiendo.

—Descuida, voy detrás de ti —habló Ferrara.

En la cúspide del monumento, estaba la linternilla, el último de los miradores con la vista más alta de todo el edificio. Morel se tensó aún más y no fue capaz de avanzar más allá de la entrada para acercarse a la orilla porque cerró sus ojos. Sintió en su espalda la cercanía de Aysel.

—¿Por qué cerraste los ojos? —preguntó.

—Estoy nerviosa —respondió—. Dame un momento.

—Déjame ayudarte.

Ferrara tomó sus manos apegando su pecho a su espalda y ayudándola a avanzar hacia la orilla. Morel no tuvo que abrir los ojos, ya que la asesora la guio sin complicaciones.

—Abre los ojos —habló Aysel cerca de su oído.

Morel abrió despacio sus ojos y pudo observar las vistas de los edificios y como se veían a la distancia. Tenía miedo, sin embargo, tener a la asesora cerca la ayudó a tomar valor, aunque los nervios no desaparecieron, al contrario, aumentaron cuando recordó la proximidad de sus cuerpos.

—Es precioso —comentó disfrutando de la vista.

—Sí, lo es —Aysel le dio la razón.

Luis se acercó a ellas después de recorrer todo y los tres bajaron para terminar con el recorrido. Al volver nuevamente al nivel del suelo por unas escaleras metálicas reducidas como las que subieron anteriormente, Elena se relajó por completo olvidando la tensión de su cuerpo.

Luis no paraba de hablar de lo agradable e interesante que había sido todo, de cómo le gustó mucho la vista y de que volvería a subir con sus padres cuando regresaran a la ciudad. Morel escuchaba con atención a su hermano menor sin soltar la mano de Aysel. Aquel miedo casi insoportable le otorgó un momento agradable junto a la chica a su lado y quería disfrutarlo un rato más.

Ferrara los llevó a comer a un restaurante cercano y se divirtió con ambos hablando de muchas cosas. Del mismo modo, también les compró un helado y algo de beber para posteriormente regresar al auto.

—Gracias por todo —le dijo Elena—. Dime cuánto fue de todo y pagaré lo que corresponda a mi hermano y a mí.

—No te preocupes por eso, yo invito. No sabía que le tenías miedo a las alturas.

—Yo tampoco, pero me ayudó que estuvieras ahí para ayudarme.

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15 de Junio de 2020 10:30 pm, Ciudad de México.

Lilith Romanov Verro.

Terminó de cargar su Desert Eagle y de poner un par de cartuchos adicionales dentro de las bolsas de su chamarra de cuero. Se dirigió a la entrada de su casa cuando recibió el mensaje de Ferrara, indicándole que la esperaba afuera. Aysel se encargó de rastrear al sospechoso de la muerte del secretario y organizar un operativo para su captura en una misión nocturna que ameritaba su presencia.

Romanov abrió la puerta de la calle y se encontró con un Clío Renault 2016 de color gris aparcado y a Aysel al lado del auto esperando por su llegada. Lilith miró el auto con desprecio para después dirigir su mirada hacia su dueña.

—¿Es en serio? —le preguntó a Ferrara—. ¿Un mamá móvil?

—¿Qué tiene de malo? —interrogó Aysel frunciendo el ceño al mirar el auto y luego a Lilith.

—Que parece que vamos a ir a cenar como señoras en esa cosa en lugar de ir a una misión —comentó Lilith divertida—. ¿Qué hice para que vinieras a recogerme en tu mamá móvil? Sí, ya sé que fui un poco grosera al principio, pero tampoco fue para tanto.

—Ya sube —abrió la puerta del auto—. No tenemos tiempo.

—No te enojes, Ferrara —subió del lado del copiloto cuando Aysel quitó el seguro de la puerta—. Solo estoy jugando contigo. Tu mamá móvil servirá por hoy.

—Lo mandé al taller el fin de semana para que lo arreglaran y estuviera en perfectas condiciones —comentó.

—Bueno, por lo menos sé que me estoy subiendo a un auto de señora que está bien arreglado.

—Ey, ya para —se quejó Aysel.

Romanov rio y se puso el cinturón de seguridad antes de que la asesora arrancara. Lilith permaneció en silencio gran parte del camino escuchando la música en la radio que Ferrara puso en un volumen bajo.

—¿Leíste lo que te envié?

—Sí. Revisé tus datos y son correctos —afirmó—. Hay motivos suficientes para que ese hombre matara al secretario, pero no creo que sea específicamente por sus intereses propios, más bien por los de otras personas.

—Pues tuvo el valor de meterse a una fiesta privada llena de altos mandos judiciales para hacerlo, definitivamente recibió por lo menos un par de millones —habló Aysel.

—El mismo valor que tuvimos nosotros. Por cierto, no te veías nada mal en uniforme. ¿Has considerado unirte al ejército?

—No. No es mi terreno. Siempre supe que lo mío no era un estilo de vida tan disciplinado como el que lleva el ejército —contestó sin quitar la vista del camino.

—Te ves como una oficinista normal, pero más homosexual —habló Romanov.

—Gracias por el halago —dijo con una sonrisa.

Una camioneta negra se colocó frente a ellas, Lilith reconoció al instante que pertenecía a la organización.

—¿Nada más pediste una unidad para esto? —interrogó.

—Sí. Victoria autorizó una captura, así que seis personas me parecieron razonables para la operación.

—¿Te aseguraste de que no tenga seguridad?

—Según mi informante, está solo.

—Bien, entonces será sencillo.

Ambas callaron durante un buen rato y dejaron que la música sonara sin dar la oportunidad de una conversación más profunda. Los dos vehículos se adentraron en una zona de mala muerte después de cruzar la ciudad entera. Las casas y los negocios cerca comenzaron a verse descuidados y la iluminación pública comenzó a disminuir a medida que avanzaban. Las luces delanteras de la camioneta eran las que alumbraban el oscuro camino hacia la ubicación.

Disminuyeron la velocidad sabiendo que estaban cerca, Lilith desenfundó su arma como un reflejo inconsciente de años de misiones como esa. Aysel apagó la radio y solo se escuchó el ruido de las llantas de los vehículos avanzando sobre el descuidado pavimento de la calle. No había nada abierto y las luces de las casas estaban apagadas, ni siquiera un perro cruzaba por la zona.

—Estamos muy cerca —dijo Aysel.

Se estacionaron frente a una propiedad de un nivel que parecía estar completamente cerrada, pues hasta las ventanas estaban cubiertas impidiendo que se viera el interior de la construcción. La puerta metálica estaba oxidada y muy descuidada.

Cuatro de las personas de la camioneta negra, bajaron armados una M16 y un chaleco antibalas, cada uno listo para abrir fuego si era necesario. Se aproximaron a la puerta con intenciones de forzarla y entrar a la casa. Aysel y Lilith bajaron con sus armas sin seguro en sus manos, esperando a que hicieran su trabajo.

Un disparo silencioso atravesó la cabeza de uno de los hombres que intentaba abrir la puerta, una lluvia de más disparos provenientes del interior de la propiedad cayó sobre las otras tres personas sin que les dieran la oportunidad de cubrirse. Romanov y Ferrara se ocultaron detrás del vehículo gris para cubrirse mientras devolvían el fuego al jalar el gatillo de sus pistolas.

Los otros dos elementos en la camioneta ya habían bajado y disparaban continuamente sin temor a ser heridos, intentando derribar a varios de los múltiples agresores que no les daban tregua. Lilith se aproximaba disparando hábilmente y aprovechando su perfecta puntería que provocó que un par de sus tiros atravesaran el pecho de cuatro hombres de la parte superior. Por su parte, Ferrara consiguió matar a uno y herir a otros dos de gravedad. Avanzaron cuidadosamente, pero los balazos en la camioneta negra provocaron que explotara.

Romanov sintió el calor del fuego y la ola expansiva aturdirla unos segundos, desorientándola de manera en que perdió el equilibrio y cayó al suelo. Su gente estaba envuelta en fuego gritando desde lo más profundo de su ser al sentir las llamas consumir su piel. Ferrara corrió rápidamente hacia Lilith para ayudarla, pero ella rápidamente se recompuso, sacó una granada del bolsillo izquierdo de su chamarra, le quitó el seguro y la aventó en dirección a la ventana del lugar.

—Cúbreme, necesito recargar —dijo en voz alta

Aysel obedeció, siguió jalando del gatillo estratégicamente para no acabar con sus balas hasta que Lilith pudiera cubrirla para recargar. Ajustó su puntería y logró matar a dos tipos más. Romanov recargó rápidamente y siguió con el fuego intentando acabar con todos.

Sin embargo, una bala en su dirección logró rozar su muslo derecho, haciéndola caer al suelo con el dolor de la herida sangrante presente en su pierna. Ferrara se acercó a ella y la arrastró a un sitio donde pudieran cubrirse durante un breve momento.

—¿Estás bien? —preguntó con la respiración agitada y gotas de sudor en su frente.

—Sí —contestó Lilith con una mueca de dolor en su rostro—. Solo me rozó, estaré bien.

Las detonaciones, en lugar de ir en su dirección, fueron directo al auto gris que, al igual que la camioneta, también explotó. Tres hombres salieron de la propiedad con prisa e intenciones de huir. Caminaron hacia un vehículo en la esquina, cubriéndose mutuamente de los disparos continuos de la asesora.

—Llama a un equipo de rescate, intentaré detenerlos

Ferrara se apartó de Lilith para seguir disparando desde el otro lado de la calle cubriéndose detrás de una pared. Con el paso de los minutos y de los tiros fallidos, se quedó sin balas. Romanov que intentaba hacer una llamada para pedir ayuda, notó la escena desesperada de Aysel ocultándose sin saber exactamente qué hacer. Miró su propia arma en el suelo y pensó rápido.

—¡Ferrara! —gritó antes de deslizar con fuerza la Desert Eagle para que cruzara la calle y terminara cerca de Aysel.

Ferrara la miró directamente a los ojos, entendiendo lo que tenía que hacer, tomó un respiro y con el arma en sus manos, salió de su escondite y apuntó directo a sus atacantes. Le dio un tiro en la cabeza a uno y al otro lo hizo soltar el arma cuando lo hirió en las manos, alcanzó a herir a su objetivo principal en el hombro, pero el tipo logró subir al auto y huir de la escena.

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16 de Junio de 2020 2:22 am, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Todavía podía recordar el olor a quemado de los autos, el sonido de los balazos y a los elementos ardiendo en llamas para después morir desangrados en el suelo cuando las balas atravesaron los chalecos antibalas. Aunque su mente volvió a la realidad cuando Lilith sostuvo su mano para apretarla por el dolor que estaba sintiendo en su pierna. La camioneta gris oscura blindada avanzaba a gran velocidad por las calles en dirección al centro de operaciones de la organización, iba en conjunto con otro vehículo más del mismo tipo frente a ella y otro detrás, custodiando el transporte seguro de Lilith y Aysel. Una chica con conocimientos de enfermería limpiaba y ponía gasas en su herida para detener la sangre.

—¡Duele como el infierno! —se quejó la chica tatuada.

—Dense prisa —apuró Aysel al conductor y al copiloto.

—Haga presión aquí, por favor —indicó la joven.

Romanov hizo presión sobre la herida con una gasa entre su mano y su pierna. Le dolía, pero intentaba soportarlo

—¿Duele mucho? —preguntó Aysel a su lado.

—No sé, wey. Déjame te disparo en la pierna y me dices —dijo molesta.

—Perdón, fue una pregunta estúpida.

La chica preparó una jeringa y la inyecto en el muslo de Lilith con bastante precisión.

—Es un analgésico, dolerá menos —dijo.

Romanov comenzó a sentir alivió cuando el dolor disminuyó, cerró sus ojos y se recargó sobre el asiento. Ferrara seguía a su lado sosteniendo su mano y sintiendo la fuerza intensa con la que la apretaba.

—Mucho mejor —dijo Lilith.

Aysel tomó una gasa limpia y limpió el sudor de la frente de su compañera y ella soltó su mano liberándola del intenso agarre. Ferrara se relajó hasta ese momento y notó el temblor de sus manos que afortunadamente no la afectó en los últimos disparos que hizo con el arma de Lilith que todavía tenía en sus manos.

—Esto es tuyo —le dio la pistola a Romanov.

—Gracias —la pelinegra aceptó el arma y la miró directamente—. ¿Tú estás bien?

—Sí, tengo algunos raspones y quemaduras menores de cuando explotó el segundo auto, pero estoy bien —contestó.

—Lamento lo de tu Renault —comentó Lilith.

—No importa, el motor estaba fallando últimamente —respondió—. Ya estaba pensando en cambiar de auto.

—Lo llevaste al taller el fin de semana para que lo arreglaran, no valió la pena ahora que te quedaste sin tu mamá móvil —Lilith intentó bromear.

—Si bueno, aún tengo el Fiat. De hecho, pensé recogerte con ese auto, pero descarté la idea cuando recordé que íbamos a una zona fea —respondió cabizbaja—. Lo peor que creí que podía pasar es que le quitaran los tapones a mi auto. Hoy salió todo mal, 6 personas murieron frente a mí porque no pude protegerlos y tú terminaste herida. Debí de informarme para prevenir una emboscada.

—No es tu culpa, son riesgos del oficio. Tú sabes muy bien que siempre hay sorpresas en este tipo de cosas. Yo también me informé sobre como vivía el tipo y no sospeché que estaría tan protegido. Además, lograste herir y capturar a uno, él debe de saber sobre el paradero de nuestro hombre.

Aysel le dio la razón, pero no tuvo la fuerza para responder, solo asintió.

—No puedo esperar para interrogarlo —comentó Lilith.

—Hoy no lo harás, cuando te atiendan la herida te llevaré a tu casa —dijo Ferrara.

—Yo puedo irme sola. No puedo caminar bien, aunque todavía puedo conducir.

—Lo sé, pero no quiero que nada más te pase. Prefiero llevarte yo y asegurarme de que estás bien.

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Se detuvo frente a la casa de Lilith cuando llegaron. Su reloj marcaba las 3:30 am, estaba cansada y adolorida, sin embargo, priorizó el bienestar de Romanov. Bajó primero del auto, la ayudó a salir y a caminar hasta la entrada. Ella podía recargar su pierna, aunque todavía sentía dolor.

—Una nueva cicatriz para la colección —intentó animarla.

—Espero que no sea tan fea —respondió Lilith.

Romanov recargó su brazo sobre los hombros de Aysel y ambas se aproximaron a la puerta. Lilith buscó dentro de sus bolsillos sus llaves para abrir, pero la puerta se abrió antes que las encontrara. Aysel alzó la mirada encontrando a un chico alto, rubio, tatuado y de ojos azules, con una expresión seria, la cual cambió al instante cuando la reconoció. La saludó de manera aniñada con una sonrisa en su rostro, sacudiendo su mano en forma de saludo efusivamente.

—¿Por qué no me dijiste que Dmitry estaba en la ciudad? —Ferrara se dirigió a Lilith.

—Porque no lo sabía, Aysel —contestó Romanov.

—¡Cuánto tiempo sin vernos! —dijo Dmitry con ese acento ruso muy marcado. Se acercó para saludar a Aysel, pero se detuvo al notar que la asesora sostenía a Romanov debido a que tenía la pierna herida—. Uy, ¿Qué te pasó, hermanita?

—Larga historia. Déjanos pasar —contestó Lilith.

—Esas no son formas de saludarme después de un chingo de meses sin verme —habló el rubio luchando con su acento y apartándose para que pasaran.

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16 de Junio de 2020 3:45 am, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Recargada sobre el respaldo del sofá de la casa de Lilith, esperó a que Dmitry se acercara con la taza de café que le ofreció después de ayudar a Lilith a subir las escaleras hasta su habitación, donde tomaría un baño para refrescarse y limpiarse la sangre de su pierna.

—Deberías de irte a descansar ya. Te ves muy agotada —comentó Dmitry entregándole la taza de café caliente—. Toma.

—Gracias —la recibió Aysel—. Quiero asegurarme de que esté bien antes de irme.

—Estará bien, ha recibido heridas así antes, no está acostumbrada, pero ya sabe cómo cuidarse —comentó Dmitry—. Además, la sacaste de ahí y la trajiste hasta su casa.

—¿Cómo sabes?

—Ella me contó un poco cuando subimos a su cuarto. Día difícil.

—Yo diría desastre.

Ambos callaron un par de minutos sin saber que decir hasta que el chico rompió el silencio.

—No esperaba verte. Han pasado muchos años desde que visitaste Rusia con ella cuando aún eran... —dijo deteniendo sus palabras—. Lilith no mencionó que volvió a verte o a trabajar contigo cuando la llamé.

—No te dijo por qué no fue algo relevante —respondió lo que Dmitry asumía, pero que no se atrevió a decir en voz alta.

Aysel mostró un poco de tristeza en su rostro que disimuló con cansancio antes de beber nuevamente de su café.

—Ya te quitaron tu lugar, Ferrara. Ese chico colombiano robó el corazón de Lilith como un experto, eh —Dmitry intentó bromear para aligerar el ambiente, pero su comentario no provocó ninguna reacción en Aysel.

—Jonathan la hace feliz. Me alegra que Lilith esté haciendo su vida.

—¿Y tú estás haciendo la tuya? Ya sabes, con alguien que te haga feliz como Jona hace feliz a Lilith —Dmitry trató de animarla comenzando una conversación—. No me sorprendería si ya hay una señora Ferrara esperando por ti en casa.

Su viejo amigo parecía estar usando una y otra vez las palabras equivocadas en sus continuos intentos por animarla, sin embargo, despejó su mente y disimuló su reacción apagada.

—Aún no hay señora Ferrara —dijo Aysel—. No tengo una relación formal y estable con nadie. Me dedico a trabajar en mi consultora y me divierto un poco de vez en cuando.

—Ohhh ya entiendo. Entonces sales con chicas, pero nada formal.

—Algo así. Tengo algunos impedimentos que dificultan tener una relación formal, así que es difícil para mí —habló—. Aunque, creo que ya es momento para sentar cabeza, este año cumplo los 30 y me gustaría llevar una vida más estable dentro de lo que se puede.

—No estaría mal. Quisiera verte feliz al igual que veo a Lilith. Ambas son mis amigas y quiero verlas bien —comentó Dmitry—. Tengo unas primas que puedo presentarte si quieres.

Aysel rio por sus últimas palabras, los dos comenzaron a hablar de temas triviales durante un rato, alejándose de tema por completo. Cuando se aseguró de que Romanov estaba bien, Ferrara se marchó en el auto de la organización que al día siguiente devolvería.

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18 de Junio de 2020 2:50 pm, Ciudad de México.

Julio San Agustín.

La curiosidad de ambos modelos los había llevado hasta la tienda ubicada en la equina de Isabel La Católica y Francisco I. Madero. El logo de la marca visible en la entrada destacaba porque el sol sustituía una de las letras del nombre. Soleil era la marca de Elena Morel Garza, la diseñadora que Julio conoció recientemente por Aysel.

Carina tenía más noción sobre la marca que él, sin embargo, era la primera vez que ella visitaba el local principal. Ambos se adentraron al edificio después de ver los aparadores exteriores con conjuntos para dama y caballero de índole formal y casual.

Siguieron observando todas las prendas acomodadas a lo largo del local por separado, Julio se separó unos pasos de Robbins para analizar a profundidad algunas prendas que llamaron su atención. La tela era de una buena calidad y el diseño era bastante agradable, se notaba el esfuerzo de Elena por ser original sin dejar de lado su sencillez.

Un par de empleados los reconocieron y con visible nerviosismo se acercaron a ellos para hablarles.

—¿Se les ofrece algo? ¿Algo llamó su atención? —dijo una chica frente a él, empleada del local.

—Estoy viendo, gracias —contestó.

—Pueden visitar a la diseñadora si gustan, está en su estudio en este momento —ofreció la chica.

Carina miró a Julio indecisa y luego en dirección a la chica.

—¿Elena Morel Garza está aquí?

—Sí, por supuesto. La señorita Morel está un poco ocupada, pero no creo que tenga ningún problema en recibirlos, ya que ustedes son modelos.

Ambos aceptaron su propuesta y fueron guiados al piso del edificio dónde estaba el estudio de Elena. La chica los dejó en la entrada y ellos fueron los que tocaron la puerta antes de que Elena los dejara pasar. Cuando entraron, notaron que Morel no estaba sola, Aysel estaba con ella mostrándole estadísticas en una laptop frente a ellas. La diseñadora le prestaba atención hasta que los vio entrar.

—Aysel, ¿Qué haces aquí? —preguntó Robbins.

—Trabajar —contestó—. ¿Y ustedes?

—Tuvimos curiosidad sobre el local de Elena cuando pasamos por aquí y decidimos entrar a ver —contestó Julio.

Elena le mostró a Robbins lo que Aysel y ella hacían antes de su llegada, pidiéndole su opinión sobre el pronóstico de ventas y algunas sugerencias. Por su parte, San Agustín encontró la libreta de diseño de Elena y no perdió la oportunidad para husmear un poco. El modelo quedó impresionado por varias de las ideas de Morel, los colores que usaba y las confecciones que combinaba.

—¿Algo llamó tu atención? —preguntó Ferrara a su lado.

—Sí. Hay mucho aquí que podría utilizar.

—Puedes usarlo y te pagaremos por hacerlo —comentó la chica.

—¿Eso es una propuesta del trabajo, Aysel? —interrogó Julio con una sonrisa en su rostro.

—Tal vez. ¿Por qué? ¿Te interesa?

—Nos interesa a ambos —contestó Robbins uniéndose a su conversación—. Podríamos modelar la próxima colección.

—Eso suena perfecto considerando que haremos una pasarela para la segunda mitad del año —dijo Elena colocándose cerca de Ferrara emocionada.

—Entonces cumpliré el deseo de la bella Elena de trabajar conmigo —habló Julio—. Ah, y volver a trabajar con Robbins.

Aysel miró a Elena para que tomara una decisión, ella ni siquiera lo pensó durante mucho tiempo, solo asintió. Ferrara entendió su respuesta y comenzó a pensar en los detalles de los contratos, indicándoles a San Agustín y a Robbins que debían presentarse en su oficina después.

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