6. Adiós límite

Un paso adelante tras otro más, y Oliver retrocedía sin mirar a dónde. Supo que debió mirar antes cuando sintió la fría cerámica contra su espalda y unos brazos acorralandolo.

Cerró los ojos con fuerza. Recordó su odio a esa mirada que le devoraba sin pudor. Era una presa fácil, él mismo lo sabía.

No quería. No. Se aseguró de ello cuando sintió ese tacto entre sus labios, desesperado, buscando la satisfacción personal. No de Oliver, sino del príncipe.

Nada de olor a café. El aroma a menta llenó sus sentidos, mientras posaba las manos en el pecho contrario en un intento de alejarlo, mientras sus ojos se aguaban y se negaban a ver lo que sucedía.

Oliver odiaba la menta.

Oliver recordó el olor a canela y café, en el momento en que su labio fue mordido con fuerza, arrancandole un quejido.

Odió sentir como la lengua del príncipe de ojos azúles se introducía sin permiso en su boca. No podía respirar bien, estaba desesperado. Le jalaba de la camiseta con nerviosismo, temblando.

Pero empezó a ser tocado, de tal forma que perdía su fuerza poco a poco, sin dejar de pensar una y otra vez en que lo odiaba. No al príncipe, sino a sus manos, sus manos que tocaban su cuerpo y sus labios y lengua que le besaban solo por necesidad.

Tomó todo el aire que pudo al momento en que sus bocas se alejaron, sintiendo como la ropa poco a poco era deslizada en un ademán de quitarla.

Era demasiado rápido, apenas podía estar consciente de lo que pasaba. Y su vista nublada, como sus sentidos, no ayudaban.

Intentó por todos los medios alejarle, apartar aquellas manos que le despojaban de su ropa sin miedo a rasgarla o arruinarla. Aquellas manos que en algún momento anterior le habían parecido amables y suaves, tocar sin pudor cada rincón de su cuerpo, cada milímetro antes oculto por la ropa y los bóxers.

Cayó al suelo junto a ese rubio, sentado contra la pared, al momento en que éste le arrebató las últimas prendas. Sentía frío y pánico en cada centímetro de piel.

Logró apartarlo de una patada en el estómago al ver una pequeña oportunidad, con la respiración agitada, jadeante, y los ojos nublados por las lágrimas de miedo. Intentó levantarse y huir, sin embargo, su pie fue agarrado con fuerza en mitad de dicha acción, provocando que impactara contra el suelo, sin tiempo de reaccionar antes de sentir un peso aprisionandole contra el frío suelo.

- P...para ¡N..no quiero e..esto! ¡Te... te lo suplico! - rogó. Rogó con la voz temblorosa y en busca del aire que le faltaba. Pero fue ignorado.

Ignorado mientras era agarrado bruscamente y sentado de nuevo con la espalda contra la pared, sintiendo la furia y lujuria ajena. Era tomado de los muslos de tal forma en que nada quedara oculto y el sangre azúl pudiera ponerse entre sus piernas, aunque el agarre era con tal fuerza que dejaría las marcas de sus dedos.

Oliver sollozaba y rogaba, balbuceando preguntas mientras luchaba debilmente por salvarse. Estaba aterrorizado.

Lo peor, es que sabía que no tenía salvación. Porque aunque gritara, nadie le salvaría. Solo empeoraría, como siempre.

Fue obligado violentamente a no moverse tanto, permitiendo que el príncipe se bajara el pantalón y la ropa interior, mostrando lo que desató el verdadero pánico de Oliver al ver a donde dirigía ese pedazo de carne.

¡Su cuerpo no estaba hecho para eso, además, tenía solo catorce años! Pese a que muchos chicos a su edad hacían esas cosas ¡Él era lo contrario!

-No... No po... por favor... ¡No lo hagas! ¡No... No...! ¡N...! - suplicó a gritos, removiendose, sin embargo, nada de eso sirvió.

Solo funcionó para que el príncipe le apresara las manos sobre su cabeza con tal brusquedad que seguro también le dejaría la marca de sus dedos, tomando la cadera del pequeño con la mano libre, dando una embestida tal que lo penetró totalmente.

Gritó. Pero el dolor no se comparaba con eso. Suplicó y rogó que lo sacara, desesperadamente y con las lágrimas deslizandose por sus mejillas como cascadas, pero fue ignorado de nuevo.

Incluso, daba la impresión de que cuanto más sollozara y sufriera, más placentero sería para su contrario.

Mientras el sangre azúl se maravillaba con la exquisita sensación del cálido interior de Oliver, éste se desahogaba a gritos temblorosos y rotos, sintiendo un líquido escurriendose suavemente de su interior.

Su pensamiento fue acertado. Era sangre.

Y no terminó allí. Estuvo un buen rato siendo violado. Una vez, dos veces... Tres veces, y fue por fin liberado, pese a que se encontraba al borde del desmayo y sin voz.

El príncipe, tras haber terminado se saciarse, se arregló y vistió, sonriendo como si nada mientras fotografiaba al pelirrojo con su celular. Se veía muy bien con las marcas de las lágrimas por sus pálidas mejillas, los labios rojos y mordidos con algo de sangre inclusive, la vista perdida con los ojos casi cerrados, su cuerpo marcado violentamente, sangre en el suelo y por sus muslos, junto con la semilla que desbordaba de su entrada.

Dos corridas en su interior y una por su cuerpo. No podía sentirse más asqueroso que en ese momento. No le quedaban más lágrimas para llorar al pobre pequeño.

Una foto perfecta a los ojos del sangre azúl, tomando en cuenta que Oli estaba con su rostro y abdómen manchados con más de esa sustancia blanquecina.

Le tomó de los rojos cabellos para acercar su rostro lo suficiente, mientras el joven intentaba no soltar ningún sonido más. Una última foto y fue soltado para que cayera al suelo, soltando un suave quejido al sentir su cabeza estrellarse.

-Terminamos, la supuesta relación. Ya sabes, eres tú, no yo. Y será mejor que no digas ni una palabra o revelaré éstas fotos ¿Si?- pese a que pudo escucharle, la vista de Oliver se oscureció y perdió el conocimiento por fin, sin lograr contestarle.

Nunca supo si las había revelado finalmente o no.

No volvió a acercarse al olor a menta. Y no dijo nada, viendose en la obligación de ocultar todas las evidencias, con su cuerpo tan adolorido que hasta dar un paso era una tortura.

Fue feliz cuando el príncipe se largó.

Y Oliver decidió largarse también. Por los malos recuerdos que le atormentaban.

Oh, y porque una vez que se le dice adiós al límite, nada vuelve a ser como antes.

Ahora muchos querían probar un trozo del pelirrojo, y éste, sabiendo solo huir, encontró la manera de escapar.

No es que le sirviera de mucho, pero al menos, podría alejarse de aquel lugar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top