5. Doble amor

Vio como el avión despegaba para alejarse, desapareciendo de su vista finalmente. Se alejó del gran ventanal donde otras personas lamentaban alejarse de sus seres queridos, deteniendose tras unos pasos, mirando al suelo.

Solo en ese momento, tocó sus propios labios, rozandolos suavemente con las yemas de los dedos mientras intentaba recrear el momento en su mente. El olor a café, el movimiento de sus labios, el tacto en su nuca...

No le fue difícil aceptar que le gustaba un chico, y que su primer beso había sido con uno. Lo difícil fue aceptar que ese beso fue una clara despedida, y que Sloan era quien le gustaba. ¡Sloan, por Dios! ¡Ese chico que no sabía despejar la x sin que se lo recordaran cada año!

Sus mejillas recobraron ese notorio color rojo que hacía competencia contra su cabello, al tiempo que se tapaba la boca y cerraba los ojos con fuerza.

Demasiadas emociones. No podía creerlo, le gustaba Sloan, y ahora ya no podría despertarlo cada mañana, compartir el desayuno con él en la única mesa marginada del comedor -que era su mesa-, ayudarle con sus estudios, descansar a su lado en aquel banco del patio...

Su primer amor, y recién se daba cuenta. ¿Volvería? Aunque regresase, dudaba que le fuera a buscar. Doce años y de repente era como una hormonada chica enamorada. Bueno, diferencia no había, tal vez el hecho de que había nacido hombre. No sabía que hacer, si su cabeza estaba exagerando los hechos o el primer amor era tan cruel.

Regresó al cuarto que ahora tendría para él solo, hasta que viniera alguien a ocupar el lugar del castaño, lo cual esperaba que no sucediera. Gastando lo poco que quedaba de sus ahorros en el viaje de vuelta. Y en una gaseosa, necesitaba algo con azúcar y fue lo primero que se le ocurrió.

Desde ese día, hizo caso omiso a su revuelto estomacal y empezó a dormir en la litera de arriba, donde anteriormente Sloan descansaba. Se obligó a borrar la costumbre de revisar los temas que daban en grados superiores, y empezó a ocultarse de todos otra vez.

El olor a canela que despedían las sábanas del mayor, fue mezclandose con el aroma a vainilla que poseía el pelirrojo. La esencia que se formó le encantó, pese a que no duró demasiado impregnada en esas sábanas anaranjadas. Tarde o temprano, tuvieron que lavarlas. Y un horrible olor a lavanda sustituyó a la mezcla.

Al menos le quedaba el recuerdo acanelado y el sentimiento con olor a café.

Si que lo aceptó bastante rápido, se había enamorado del único chico con el que alguna vez se llevó bien. Del chico del cual nunca más se animó a decir su nombre de nuevo, porque creía que se enamoraría más y más, hasta simplemente, no poder superarlo.

Su amor creció en secreto, y fue revelado con una rapidez espeluznante. No sabía cómo hacerle frente.

Enmudeció. Pero esta vez, fue una medida de defensa para no enamorarse de alguien que ya no estaba a su lado. Para arreglar lo que era.

Sloan lo había dicho. Todo era su culpa. Algo podría hacer para arreglar eso.

Pero pasó el tiempo. Un año. Un año y ya nadie recordaba al castaño de cabellos mal cortados que había ganado algo de popularidad. Sloan había sido uno entre tantos otros que entraban y salían del internado, por lo que ya había sido sustituído.

Y Oliver ni siquiera recuerda quien fue su compañero de cuarto en esa temporada. Porque algo le nubló la vista.

Alguien, mejor dicho. Un chico, mayor. Dos años, no como el de ojos almendras, que le llevaba tres años. Solo eran dos.

No era popular, pero era conocido. Tras su llegada, pareció ser el centro de atención un par de semanas, hasta que los exámenes se volvieron una prioridad. Pero Oliver, con sus notas perfectas o rozando la perfección, se tomó la libertad de distraerse con ese chico de quince años.

A distancia, claro. Vio esos cabellos bien cortados rubios, esa sonrisa de publicidad sacada de quien sabe dónde, esa risa que resonaba tanto en el comedor como en la cancha...

Esos ojos azules. Sangre azul, así empezó a llamarlo mentalmente el pequeño. Porque parecía un príncipe. Porque lo era.

Pero los príncipes solo existen en cuentos de hadas.

Un noble, que cada vez que pasaba a su lado, le miraba con ojos de cazador. Eso, no solo incomodaba al de cabellos rojizos, sino que le hacía huír. Esa mirada no le gustaba, pero el resto le cegaba.

No voy a mentir, unas hormonas alteradas en un chico de trece años que descubrió su inclinación sexual un año antes, además de que había aprendido a investigar su propio cuerpo, como cualquier chico normal, es fácil de manipular.

Más si se trata de Oliver.

Se enamoró del sangre azúl. O eso creyó. Pero no, solo se enamoró de su amabilidad, porque éste estuvo muy atento por un buen tiempo. Se hicieron amigos, el sangre azúl lo protegía...

El sangre azúl le pidió salir. Esperó solo un año más, y se lo pidió. Y Oliver aceptó. Como un tonto y cegado por palabras bonitas, aceptó.

Catorce años. Y el sangre azúl, diesiséis.

No fue buena idea.

Pero decidiedon ser una pareja. No del todo seria, pero Oli era feliz con eso. Su inexperiencia no le permitió percatarse de que estaban haciendo algo mal. De que había mentiras azúles flotando en el aire, porque salieron de la boca del príncipe.

Incluso él sabe bien, que no debió entrar a aquel baño. El sangre azúl le pidió, con el mismo tono que siempre empleaba frente al pelirrojo, que le acompañara al baño. No le dio ninguna razón, pero Oliver dijo que sí y lo siguió.

Ni siquiera se percató de que los alrededores y el interior del baño público estuvieran extráñamente vacíos.

Amablemente, y con esa sonrisa enceguecedora, el mayor los encerró allí. Y su mirada de depredador hambriento volvió, provocando un sentimiento de nerviosismo en el menor.

Mierda.

De nuevo era su culpa que le sucediera lo que iba a suceder.

Un doble amor falsificado. Porque no se amaban. No se querían, ni se gustaban. Uno quería una amabilidad inexistente, y el otro un placer que había anhelado desde que vio esos cabellos rojizos en contraste con esa piel porcelana.

Oliver seguía pensando en Sloan.

Mala combinación.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top