3. Confianza

Sloan era un desastre. Admitió de forma voluntaria que por eso mismo lo mandaron allí. Pese a su constante indiferencia e irritación, este no era su problema. Solo era la parte más visible de su personalidad, una clase de pared que sobreponía a sus otras facetas.

Reprobaba las mayoría de las materias. Era muy malo en casi todo lo que hacía. En deporte era muy violento, en biología, demasiado curioso y eso llevaba a experimentos que salían mal. Matemática, se olvidaba las formas de resolver las ecuaciones.

Las materias que no se le daban mal, eran lingüística y artes. El resto... muchos insistían en que se diera por vencido de una vez, apenas aprobaba las cosas. Obtuvo bastante ayuda como para no repetir ningún año hasta ese momento, pero sus padres ya estaban hartos.

La primera semana fue complicada, tanto para el pelirrojo como para el castaño. Uno se ponía nervioso por cada pequeña cosa y el otro tenía cosas más importantes por las que preocuparse antes de un niñato casi mudo. Pero eso cambió tras la primera entrega de notas. En ese internado entregaban las notas tres veces por año, y esa era la primera.

Por simple curiosidad, Sloan husmeó entre las cosas de su compañero mientras éste dormía, y no era la primera vez que lo hacía, pero esa vez se encontró con las calificaciones de éste. No tardó en destapar de un tirón al menor, tras leer cada una de sus notas. ¡Eran calificaciones perfectas! En todas las materias exceptuando deporte, ahí sus notas eran aprobadas al menos. Pero eso solo significaba una cosa.

Había encontrado a alguien para que le enseñara.

Y pasaron unos meses, en los cuales Oliver se esforzó por ser un buen maestro particular, sorprendiendo bastante a Sloan, puesto que a pesar de que el pelirrojo era menor que éste, comprendía perfectamente los temas que le daban al mayor. Y, para colmo, los explicaba con una precisión digna de halago, si no fuera por sus constantes tartamudeos y momentos silenciosos ¿En serio solo tenía once años ese niño?

Y así llegaron las segundas calificaciones, y la terceras, y el cambio de año. Sloan estaba realmente agradecido con su compañero. Gracias a él, sus notas habían mejorado notablemente, aunque las del pelirrojo habían bajado un poco. Nada de qué preocuparse, de todos modos.

Ya se cumplía un año desde que eran compañeros de cuarto. Y el de ojos almendra lo buscaba por todo el establecimiento, gritando de vez en cuando su nombre, aunque sabiendo que no contestaría. No tardó en encontrarlo en el patio, sentado tranquilamente en una de las bancas que había, con la sombra de un árbol resguardandolo del potente sol que podría quemar su blanca piel porcelana. Estaba dormido.

-Oliver - lo llamó suavemente, sentándose a su lado mientras le movía con cuidado tomandolo del hombro, despertandolo finalmente - Hay algo que quiero preguntarte.

El menor se frotó suavemente uno de los ojos, mirándolo ya sin rastro de miedo, solo una leve vergüenza fácilmente notable. Dio un asentimiento silencioso con la cabeza, para indicarle que podía preguntarle lo que quisiera. El menor era muy fácil de leer, eso a Sloan le facilitaba las cosas, pero no le gustaba que no le dirigiera la palabra a menos que fuera totalmente necesario, como al explicarle alguna materia.

Soltó un pequeño suspiro antes de subir su almendrada vista hacia el brillante cielo.

- ¿Siempre estás solo? Ya sabes, le rehuyes a todos menos a mí ¿No tienes amigos?- fue directo y claro, no era de los que se iban por las ramas antes de inquirir algo. El menor no tardó en bajar la vista hacia sus piernas, mientras jugaba con sus manos y vendas sobre su propio regazo. Bajar la vista hacia su contrario y ver ese gesto fue suficiente pasa saber que no, no tenía amigos. Que estaba solo - Lo supuse.

Desde ese momento, ese banco fue su lugar especial. Eso fue lo que a Oliver le gustaba pensar, pero su compañero y nuevo amigo solo lo veía como un lugar donde encontrar al pelirrojo. Y así pasó el tiempo. El pequeño creía firmemente que con Sloan a su lado ya no le ocurriría nada, que estaba a salvo. Pero se equivocó.

Lo agarraron en el patio, al atardecer, un grupo de chicos mayores que él, compañeros de curso del castaño, quien, ya que lo mencionamos, estaba tomando su siesta rutinaria en el cuarto. No les gustaba ver a un chico tan popular, como llegó a serlo el quinceañero en el poco tiempo que estaba allí, con una escoria, como lo era el pobre pelirrojo de doce años.

Tras deliverar un poco, lo obligaron a arrodillarse, para luego meterle la cabeza en un balde con agua que prepararon algunos del grupo, sacándola por segundos para volver a hundirla con odio, repitiendo la misma acción constantemente, llegando al punto de casi ahogarlo.

Una vez que los demonios son tentados a aparecer, detenerlos es difícil. Eso, debió de haber sacado en conclusión antes. Pero no, no lo hizo.

Y por ello el pelirrojo intentaba detener esa agonía, porque sentía que en un descuido lo matarían. No sabía aguantar correctamente la respiración, por lo que su nariz se llenaba de agua, como sus pulmones, y luego no podía tomar aire. Era horrible, sentía un ardor en sus pulmones y nariz, la desesperación nublaba los sentidos que le quedaban...

Alguien pateó con furia el balde, liberando al pequeño para que éste pudiera tocer todo lo necesario con tal de sacar el agua de su sistema respiratorio, retorciéndose levemente en el suelo, sin poder enterarse de lo que ocurría a su alrededor. Solo en el momento en que lo obligaron a levantarse con brusquedad, siendo agarrado del brazo con tanta fuerza que le dolían las cicatrices de quemaduras, pudo notar esos cabellos cafés mal recortados y ondeantes al viento que veía todos los días.

La voz no le salía, ni siquiera cuando llegaron al cuarto que compartían y el mayor lo empujó contra la pared, apresandole los brazos contra ésta para que el confundido y alarmado pelirrojo no intentara escapar.

Sus ojos almendrados parecían de fuego en ese momento. Podía sentir como esa mirada fulminante le quemaba y derretía. Tenía miedo. No sabía que ocurría, y el mayor no tardó en alzar la voz, mostrando su enfado.

- ¡¿Acaso no confías en mí?! - exclamó, provocando que Oli intentara encogerse contra la pared, empezando a sollozar por el dolor en sus brazos. Sloan siguió hablando - ¡Me tienes cansado, Oliver! ¿Por qué nunca me hablas? ¿Por qué no te defiendes y te dejas hacer? No has intentado apartarme... Ni a ellos ¿Es que te gusta que te lastimen?

Oliver negó rápidamente con la cabeza, tembloroso e intentando soportar el dolor en sus brazos.Sabía que era en vano intentar que le soltara ¿Para qué herirse más?

-¡¿Entonces porqué?! - el pequeño no comprendía porqué estaba tan alterado, y se encontraba sollozando. Sloan apretó inconscientemente el agarre, provocando que el pelirrojo soltara un quejido, removiéndose.

-M... me duele... - fue lo primero que logró susurrar el menor, en un tono suplicante.

El castaño se mordió el labio. Ese niñato se veía muy bien de ese modo. No sabía si lo que pasaba por su mente, aquellas cosas para mayores de edad, eran causadas por la vista que tenía enfrente, o por sus hormonas revolucionadas gracias a la adolescencia.

Pero él no caería ante eso. No. Por que él siempre había dejado a la vista a sus demonios, no como el resto, que los ocultaban en lo profundo de su ser. Él dejaba sus demonios a la vista. Él podía ignorar todo lo que quisiera, como sus deseos o pensamientos.

Hizo más presión en los brazos de su ajeno, sacandole algunos gimoteos de dolor y súplicas balbuceadas y sin mucho sentido. Los sollozos seguían allí, y sus mejillas estaban empapadas tanto por la situación anterior como por sus lágrimas.

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