4
David
Vaya que sí se le veía con ganas esa tarde, nada comparado con el día anterior. Con su mirada azulada calculaba la dirección del balón, y se lanzaba a él sin vacilar, para acabar siempre entre sus dos manos, enfundadas con dos viejos guantes color púrpura. En su rostro destacaba la seguridad y la confianza, y sus ojos añiles resplandecían de felicidad con cada disparo que lograba detener.
Las clases habían terminado por ese día y nos encontrábamos entrenando. Como en verano no había partidos y el instituto estaba cerrado, el equipo dejaba de entrenar con todos sus miembros, y la descoordinación reinaba los primeros días de curso. Era taera mía, el capitán, hacer que el equipo regresara a su orden de siempre y se mantuviera todo en su sitio.
No era lo que mejor se me daba, pero desde que Jude se fue al Raimon me tocó a mi hacer de organizador y "líder" del equipo. Según Joe lo hacía bien, que solo era cuestión de tiempo que me acostumbrara y lograra sacar todo mi potencial. Él era una persona sagaz, así que tenía total fe en sus palabras y hacía mis mejores esfuerzos para que todo saliera según lo planeado.
El entrenador me pidió que dirigiera yo el primer entrenamiento. Pensé en no comenzar de lleno y hacer algo suave. Decidí que los delanteros practicaran el tiro a puerta, a la vez que Joe los intentaba detener, y los centrocampistas jugaran contra los defensas, para practicar tanto el regate como el bloqueo. Y así fue, todo el mundo realizó el ejercicio que le tocaba. Ni siquiera Caleb opuso algún tipo de resistencia.
La mayoría del equipo había mejorado considerablemente, pero sin duda, el que más lo había hecho había sido Joe. No se dejaba intimidar, y ni un solo tiro logró entrar dentro de la portería, ni uno solo. Se le veía en plena forma y con más ganas que nunca. La verdad es que me alegré mucho.
-Joe está que no para - le comenté a Hatch, el otro delantero titular aparte de mi.
-¿Esque no te has enterado? - me dijo, causando que le mirara confuso.
-¿Enterado de qué? - le pregunté.
-Desde que el Inazuma Japón venció al Neo Japón, Joe se ha estado entrenando día sí y día también. No sabemos cual ha sido su motivación, pero salta a la vista que el entrenamiento ha dado sus frutos.
Me fijé bien en él con asombro. Sí que se le veía ligeramente más delgado, y con unos brazos fuertes. Joe tenía muy buen aspecto, y esque aparte de entrenar duro se había cuidado muy bien. Esbocé una sonrisa en mi rostro, preparándome para chutar el balón hacia él.
Lo paró sin problemas, y mi alegría se le contagió, logrando que las comisuras de sus labios se levantaran un poco.
De vez en cuando iba desviando la mirada hacia los defensas y centrocampistas, para asegurarme de que todo estuviera en orden. Todo marchó bien, fue un primer entrenamiento muy agradable y recomfortante, todos se veían con ánimos.
-Venga chicos, vamos a hacer un pequeño descanso - anuncié elevando la voz - En el banquillo hay agua, toallas y demás.
Todos fueron rápidamente hacia allí, estaban bastante cansados. Yo también tenía la frente algo húmeda, pues aún hacía calor suficiente como para sudar facilmente.
-¿Ves como lo haces bien? - Joe se me acercó - Eres un buen capitán.
-Supongo que todos nos hemos acostumbrado ya - subí los hombros - Tú también has estado genial, has mejorado un montón.
-No creas, tampoco es para tanto - se excusó.
-Venga, deja de hacerte el modesto - me reí - No pasa nada porque te halaguen.
-Anda, vamos a sentarnos - rió también.
Fuimos hasta el banquillo y recogimos un par de botellas con agua. Joe apretó con fuerza su botella, y un fuerte chorro de agua lleno su sedienta boca. Después se la hechó en la frente para refrescarse. Yo simplemente bebí, no estaba demasiado cansado, de todas formas solo había chutado el balón, nada más.
Joe se tumbó en el suelo, contemplando el metálico techo del campo de fútbol, para luego cerrar los párpados. Tomaba aire y lo dejaba ir lenta y delicadamente. Parecía un poco estresado.
Distraído no, pero seguía reflejando ese aire de tristeza. Mientras entrenábamos no me fue posible darme cuenta de ello, pero ahora que se le veía tan tranquilo, era notoria su falta de ánimo y energía. Delante mía se encontraba, tumbado en el suelo, un chico castaño cansado y desanimado.
Él me había asegurado que todo estaba bien, que nada le sucedía, y que no debía angustiarme por eso. Y le creí, o almenos lo intenté, pero algo me seguía dando tumbos por la cabeza.
Contaba con unas ligeras ojeras moradas bajo sus ojos, dando a entender que el sueño no había acudido a él, quizás, un par de noches. Siempre había sido así, de descansar poco, y tenía días en los que estaba muy distraído. Pero hacía falta destacar que esos últimos días habían sido bastante más exagerados de lo normal. Me preocupaba que algo le atormentara y no quisiera contármelo.
Me acerqué a él, ocasionando que sus párpados se levantaron de nuevo. Esas orbes azuladas me miraron, y no pude evitar sonreír al sentirme observado tan de cerca. Él me devolvió el gesto, y contempló con curiosidad mi mano derecha extendida hacia él.
-Venga, arriba - me hizo caso y aceptó mi ayuda para ponerse en pie.
Le estiré hacia mi, y se levantó de ese duro suelo. Ahora era alto, bastante más que yo.
Miré el equipo. Todo el mundo se había recompuesto, y en sus caras se les veía la emoción del acontecimiento. Dejé la botella en su sitio, y comencé a caminar dirección al terreno de juego.
-Regresamos al entrenamiento - comuniqué sin alzar demasiado la voz.
Todos asintieron, y siguieron mis pasos hacia mi lugar de destino en el centro de ese campo verde dónde tantas veces nos habíamos caído y levantado.
Joe soltaba pequeñas carcajadas al escucharme protestar, y yo solo podía mirarle con desgana. Habíamos salido ya del entrenamiento, y como siempre, nos íbamos caminando a casa juntos. Nos habíamos puesto a hablar del día, y al salir un tema en concreto se creo esa situación.
-¿Por qué te ríes? A mi no me ha hecho gracia - me crucé de brazos, sacando morro ligeramente.
-David, se te ha rebentado el bolígrafo a media clase - siguió sonriendo - Mira tus manos, aún las llevas sucias. Es la broma del siglo, no me lo niegues.
-Estúpido Caleb - no detuve la marcha - Esta se la voy a devolver, el doble de fuerte. Quién ríe último ríe mejor.
-Pero tampoco te pases, que te conozco - después de eso se puso serio.
Nos detuvimos antes de cruzar. Los coches frenaron para dejarnos paso por delante de ellos. Cruzamos la calle, mientras mi amigo levantaba su extremidad superior a los conductores, mostrándoles su agradecimiento hacia ese gesto.
Las calles concurridas de la ciudad no nos dejaron caminar de lado como hasta el momento, y tuvimos que avanzar uno delante del otro. Joe iba en cabeza, ya que era más alto y más fácil de ver entre la mutitud.
Alguien pasó entre nosotros, empujándome hacia atrás. Cerré los ojos por instinto, y cuando los abrí, el castaño ya no estaba a la vista. Mucha gente iba arriba y abajo, de aquí para allá, y yo perdí la orientación por completo.
Comencé a mirar por todos lados, en busca de esos ojos azul grisáceo tan fáciles de reconocer en la lejanía. Empecé a ponerme nervioso al no detectar rastro de ellos, y el hecho de ver a tanta gente en movimiento a mi alrededor no me ayudó a saber como actuar. Me quedé quieto, buscando con atención entre la multitud.
Un agarre en mi muñeca me sobresaltó, y al ver a cierta persona a mi lado de nuevo me sentí más calmado.
-¿Estás bien? - Joe me miró ligeramente preocupado.
-Sí - asentí - Lo siento, me empujaron.
-Es difícil caminar con tanta gente - me agarró con firmeza de la muñeca que tenía ya entre sus manos - Vamos, así no vamos a perdernos.
Joe comenzó a caminar de nuevo, y yo le seguí, guiado por su agarre decidido. Él caminaba con buen ritmo, y tenía que esforzarme para seguirle bien sin tropezar con nadie.
Finalmente, después de tan agobiante tramo de recorrido, llegamos a una calle menos concurrida, dónde por fin pudimos caminar sin la preocupación de perder de vista al otro.
Nos acercábamos ya a mi casa, que quedaba más cerca de la Royal que la suya. Quedaba una calle cuesta arriba. Él se despidió de mi justo antes de la subida, y se dirigió hacia el este.
Le dije adiós con una sonrisa, y me dispuse a caminar hacia arriba.
No era un tramo muy largo, pero sí inclinado, así que te dejaba algo cansado. Llegué al portal de mi hogar, lo traspasé y saqué una llave de mi bolsillo. De nuevo en casa, por fin...
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