28
Joe
El cielo ya lucía oscuro. Los colores vivos del atardecer ya se habían reducido a unos pocos de rojizos que decían adiós por el horizonte. Ya era practicamente de noche, y los Samford aún no habían llegado. ¿Dónde debían estar?
Estuve toda la tarde sentado en ese sofá, acompañado en todo momento por mi madre, la cual iba comprovando mi temperatura corporal y con su dulce voz me iba dando ánimos.
En ese tiempo habíamos hablado de un montón de cosas. Sobre el futuro que nos esperaba y de como irían las cosas. También hablamos del pasado. Mi madre me contó un montón de historias graciosas y bonitas que había vivido con los señores Samford cuando tenía más o menos mi edad. Qué genial debía ser crecer con los mismos amigos de la infancia. Esperaba poder permitirme lo mismo.
-Parece que la cosa ya mejora - sonrió ella con su mano en mi frente - ¿Cómo te sientes?
-Me encuentro mejor - dije para que se tranquilizara.
Verla tan intranquila por mi culpa me partía el alma. Siempre me recorría el mismo pensamiento por la cabeza. Ya tenía suficiente, solo faltaba yo para angustiarla más. Y aunque ella me decía que yo no tenía la culpa de nada, no podía evitar sentirme culpable. Me miró con sus ojos azules, e intentó expresar un semblante alegre, que no logró dibujar del todo. Intenté calmarla también con la mirada. Sentir compasión por el otro era algo extraño.
Me besó la frente y se puso de pie. Tanto rato sentado no era cómodo, yo tenía el pie dormido, por ejemplo. La casa lucía tan tranquila en comparación a como era normalmente. Teniendo en cuenta que allí vivían David y su padre, que eran animados y risueños. Su madre era algo más tranquila, pero era muy alegre también.
Hablando de los Samford, estos entraron porfin por la puerta. Todos tres juntos, curzaron el portal con una enorme sonrisa en la cara. ¿Y eso?
David corrió hacia mi, y casi se me lanzó encima de un abrazo. Le devolví el gesto amablemente, mientras centraba mi atención en la señora Samford, que precía querer hablarnos.
-Bueno - dijo sonriendo ella también - Tengo buenas noticias.
Se me iluminaron los ojos. Solo deseaba una cosa con todas mis fuerzas. Tenía que ser eso.
-Félix ya no podrá haceros nada - dijo alegremente - Se lo han llevado a un sitio dónde podrán estudiar lo que le pasó en el accidente que tuvo. Ya no tenéis que preocuparos más.
En ese momento el tiempo pareció detenerse. Solamente pude expresar una cara de sorpresa. Mi madre sonrió, y rápidamente lágrimas brillantes brotaron de sus ojos. Eran de pura alegría. David me miró igual de sonriente, y cuando porfin reaccioné, le levanté del suelo y lo sujeté muy fuerte entre mis brazos. No me estaba creyendo lo que ocurría.
Era algo que llevaba mucho tiempo queriendo escuchar, y finalmente se había hecho realidad. Dejé a David en el suelo de nuevo, y me acerqué a mi madre, la cual me abrazó con la misma fuerza. Al fin éramos libres, ya estaba, nada podía detenernos.
-Bueno - dijo el padre de David - Esto habrá que celebrarlo, ¿no?
-Sí - asintió mi madre - Si no os imoporta, mañana regresaremos a casa. Hay mucho que hacer - me miró.
-Pues enconces prepararemos una buena cena de despedida, ¿eh?
Todos asentimos ante su idea. Al fin volveríamos a casa, y sin ese miedo horrible que era costumbre pasar en el lugar.
No sabría describir cómo me sentía. Estaba feliz, trsite, desconcertado... Eran un montón de cosas que daban tumbos en mi cabeza. Pero eso ya no importaba. Lloré, pero al igual que mi madre, no de tristeza.
La abracé tan fuerte como nunca antes lo había hecho. Tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta angustia... Ya está, se habían esfumado, como si nunca hubieran estado presentes.
Ella lucía la misma expresión que yo, confirmándome que no era el único que se sentía de esa forma. Fue un día para recordar.
El aire nocturno de octubre era gélido. El jardín de David era un sitio donde la tranquilidad reinaba, y pareciera que nada podía interrumpirla. Nos encontrábamos los dos solos, sentados el uno al lado del otro bajo la luz del cielo estrellado. Ni una nube osaba cubrir el bonito resplandor de los astros esa noche.
No podía quitarles la vista de encima. Siempre me pasaba, me quedaba maravillado observando las constelaciones que mi mente dibujaba, recordando las leyendas de cada una de ellas. Siempre me habían gustado, eran como cuentos dónde todo era posible.
¿Hacía cuánto tiempo que no me tumbaba a examinar el cosmos con la cabeza libre de torturas, sin preocupaciones ni problemas? ¿Hacía cuánto? Quizás desde siempre, ni siquiera tenía la noción. Qué genial momento.
Finalmente, como tanto había ansiado, las heridas del pasado cicatrizaron. Encontré gente en quién sabía que podía confiar plenamente, y podía respirar en paz sin ahogarme en mis problemas.
-¿Cómo estás? - me preguntó el pelician.
-Jamás antes había estado mejor que ahora - le respondí - Y es todo gracias a vosotros.
-Bueno...
-David - me miró entre la oscuridad - Muchas gracias, eres el mejor.
Él sonrió, tanto con los labios como con la mirada. Eso era muy propio de él.
Ambos nos tumbamos encima del blando césped. Me era imposible quitar la vista del hermoso firmamento.
Por primera vez en mucho tiempo me sentía lleno, no sabría como describirlo, pero era una sensación maravillosa.
Sonreí yo también. No sabía por qué: si la situación en general, si el hecho de que la de David fuera contagiosa o por estar contemplando tan hermoso firmamento. Quizás un poco de las tres.
Si no hubiera sido por el pelician, en esos instantes lo más probable es que estuviera en casa, metido de nuevo ante la feroz y fulminante mirada de mi padre. Quizás aún podría ver los nudillos de sus manos tornarse blancos de la tensión, ver su mirada de animal salvaje, ver sus blancos dientes crugir de rabia...
Cerré los ojos con fuerza. «Olvídate de todo eso, es pasado, ya no existe». Pero, realmente, todo lo que había vivido era lo que me había hecho ser quién era ahora. ¿Debería ser algo bueno o algo malo? Quizás ambas.
Todo era tan distinto y tan igual a la vez. Había pasado muy rápido, y mi cabeza parecía una montaña rusa de emociones. Sentimientos que se cruzaban, ahora de una forma y ahora de la otra. Era tan simple y tan complejo a la vez. Me imaginé que se me pasaría con el tiempo.
Ahora todo iba a cambiar. En casa pasaríamos a ser dos. Quizás las cosas iban a ser difíciles al principio, pero estaba seguro que, al final, merecería la pena.
El futuro no parecía un lugar tan lejano y oscuro después de todo. Todo era cuestión de perspectiva. Porfin podría comenzar desde cero.
Dirigí mi vista al moreno, que yacía igual de sosegado que yo a mi lado izquierdo. «Gracias».
-David - dije.
-Dime - contestó con su naturalidad de siempre.
-¿Sabes? He estado pensando en algo - contemplé hacia arriba.
-...
-La otra noche, esa que nos despertamos en la madrugada y estuvimos hablando.
-Sí - dijo finalmente.
-Dijiste que me querías, que odiabas verme mal y que querías ayudarme - recordé ese momento.
Pude notar como él asentía.
-Bueno... - dudé un poco - Quiero que sepas que yo también te quiero mucho.
Cayó una estrella. Ambos la miramos con asombro, no me hizo falta girar la mirada para saber que el ojo de David brillaba con la misma intensidad que el astro. Pide un deseo. Probablemente las estrellas no concedían deseos. Pero quizás, para que se cumplieran, el primer paso era tenerlos. El futuro era brillante, brillante como esa estrella, que relucía en un mar lleno de ellas en un mundo oscuro y frío.
Había algo que había comprendido. El futuro es como el firmamento nocturno. Incierto y desconocido, por eso le tememos, pero es brillante y esperanzador, las cosas pueden mejorar cuando uno no reluce solo.
Todo iba a estar bien mientras la luz del cosmos no se detuviera, y siguiera guiando nuestros caminos, noche tras noche, año tras año, vida tras vida.
FIN
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