25
Joe
Las 4:21 de la madrugada. Qué buena hora para despertarse; para despertarse si te quieres quedar dormido en clase. Supongo que ya estaba acostumbrado. La verdad es que en esas situaciones echaba de menos leer un libro, se habían quedado todos en mi casa.
David dormía placidamente. Comenzaba a sentirme incómodo allí tumbado, y por mucho que cambiara de postura, la cosa no mejoraba. Decidí levantarme, y salí de allí. Quería que me diera el aire, así que bajé las escaleras y, una vez en la planta baja, salí por la puerta que daba al jardín de la casa.
Nada más salir el frío implacable del viento me golpeó de lleno. La verdad es que había refrescado, y yo llevaba puesto un pijama de manga corta. Ya daba igual, tampoco era para tanto. Me tumbé en el blando césped, y coloqué mis manos detrás de mi cabeza, quedando de cara contra el cielo.
El firmamento relucía lleno de estrellas, brillantes y majestuosas. La luna llena tampoco pasaba desaprecibida, ya que brillaba y teñía el cielo de su color blanco. Lejos de las luces de la ciudad, era un espectáculo. A simple vista, el oscuro y desconocido cosmos tenía mucho que ofrecernos. Era como un manto azulado, lleno de puntos brillantes, de distintos colores, de distintas intensidades, cada uno con sus constelaciones y leyendas. Tan pequeñas y lejanas, pareciera que pudieras tomarlas entre tus manos.
Siempre me hubiera gustado ser como ellas, nadando a la deriva en un mar sin final, despreocupadas y tranquilas, sin prisa ni objetivo alguno. Quizás era muy ambicioso para mi pensar eso, pero siempre me habían transmitido esa idea de libertad y apatía hacia todo lo de su alrededor.
Realmente podría haberme quedado tumbado mirándolas hasta que la noche se hubiera hecho día, no era difícil enamorarse de la vista y quedarse contemplándola por más tiempo de lo deseado. Me gustaba demasiado ese escenario de luz que goteaba por todas partes, en un mundo oscuro y lúgubre.
Hubiera sido capaz de decir y pensar muchas más cosas sobre lo que mis dos pequeños ojos observaban, si no hubiera sido por el escalofrío que me recorrió de pies a cabeza. Sí, hacía mucho frío, ya ni me sentía las puntas de los dedos de los pies. Me levanté y volví a entrar en la casa de los Samford. Cerré la puerta, y me senté en el suelo de madera con las piernas cruzadas, envolviendo mis pies con ambas manos. Los tenía helados.
Pero me sentía feliz. Eso era, sí. Mientras había estado contemplando con admiración algo que amaba, el frío no me había resultado una molestia. Así funcionaba todo: si uno se quedaba con lo que realmente le hacía feliz, los problemas no deberían afectar de forma severa. Qué fácil era comprender las cosas cuando uno se lo tomaba con calma.
-Pst, eh, Joe - susurró David.
-¿Qué? - levanté la cabeza, observando el otro lado de la classe, de dónde venía su voz.
Él no dijo nada, y señaló hacia dónde se encontraba el profesor de matemáticas, cerca de la pizarra. Vi que me estaba mirando fijamente, me puse nervioso. Debía de haberme visto medio dormido como estaba, sin prestar demasiada atención a su clase.
-¿Todo en orden, King? - preguntó amablemente.
-Ah, sí señor Allen, disculpe - me froté la nuca
-¿Comprendes esto? - señaló la pizarra, llena de números y operaciones.
-Sí señor.
-Bien - dijo, sin nada más que añadir.
Tanto David como yo nos sorprendimos hacia su comportamiento. Ambos sabíamos de la ruda y estricta personalidad del señor Allen, jamás me había tratado tan bien por no prestar atención en su clase, ni una sola vez.
Ese día me había dado cuenta de que los profesores estaban muy calmados y amables conmigo, y, la verdad, no entendía por qué. ¿Acaso sabían todo lo ocurrido? Solo esperaba que no, era algo que quería mantener en secreto, y tanto David como Caleb eran conscientes de ello. ¿Entonces? Ni idea, quizás solo era cosa mía y los profesores eran los de siempre.
Qué pesadilla, hiciera lo que hiciera, el tema de mi padre siempre invadía mis pensamientos. ¿Por qué no podía olvidarme de eso un rato? Como lo había hecho esa madrugada obervando el cielo. ¿Acaso nunca iba a dejarme dormir tranquilo?
Esa misma tarde me tocaba ir al juicio y hacer de testigo. Mi madre y los padres de David me dijeron que estuviera tranquilo, que solamente iban a hacerme preguntas y yo debía contestar con sinceridad. ¿Y qué iba a decirles? ¿Qué iban a preguntarme? Me inquietaba más de lo que me hubiera gustado.
Decidí no centrarme en todo eso y prestar atención a la clase. Tomé un bolígrafo y comencé a tomar apuntes sobre lo que explicaba el profesor. Seguramente David iba a nacesitar ayuda con todo eso, debía de entenderlo bien para poder explicárselo.
Las horas fueron pasando, al igual que las nubes en el cielo. Estuve mucho rato fijándome en ellas, sobretodo en la clase de lengua, que no me interesaba lo más mínimo. Me relajaba mucho ver su suave andar en el firmamento gracias al empuje de la brisa.
Las clases habían terminado, ahora había recreo para comer y después debíamos ir al entrenamiento.
Me encontraba en el pasillo, esperando a ver si localizaba a mis dos amigos. Yo recién salía de la clase de geología, mientras que ellos de la de literatura. Les vi al fondo del pasillo, y levanté la mano para que me vieran. Se acercaron y nos dirigimos hacia el patio trasero del instituto.
Era más pequeño que el de adelante, pero había menos gente y árboles, lo cual me gustaba. A ellos dos no parecía importarles dónde ir, así que muchas veces comíamos allí.
Me froté los ojos, veía algo borroso a causa del sueño, y los párpados me pesaban. Quizás si me hubiera quedado en cama y no me hubiera levantado me hubiera dormido de nuevo. Ya daba igual, pasado pisado. Lograba seguir la conversación entre David y Caleb a trozos, a veces perdía el hilo, y me sumía en mis profundos pensamientos.
-Qué mal me cae el profesor de lengua - dijo Caleb - Me trata de tonto.
-Por algo será - soltó David.
-No, no es justo, siempre me regaña a mi.
-Quizás si dejaras de hacer garabatos en la mesa o de robarle los bolígrafos a la gente te trataría mejor - le conté.
David se rió, y a Caleb no pareció haberle hecho mucha gracia. Era la verdad, si Caleb hacía el tonto en clase era normal que el profesor lo regañara.
-Pero tú no has prestado atención, y a ti no te ha dicho nada - replicó.
-Dijeron que mirarían de no presionarle mucho por unos pocos días - comentó el pelician.
-¿Como? - me sorprendí - ¿Por qué?
-Ya sabes, por todo lo que ha pasado con tu padre.
-¿Se lo habéis contado? - me puse serio - Chicos, os dije que no lo hicierais.
-Lo siento Joe, pero aún no estás bien. Cuando te sientas mejor ya estará.
Recosté la espalda en el tronco de uno de los árboles del lugar. Como odiaba que no me hicieran caso. De todas formas ya no podía hacer mucho, así que lo dejé correr.
Me preocupaba lo que iba a pasar esa tarde.
Tenía miedo, aún no sabía de qué, solo que me angustiaba volver a reunirme con el hombre que nos hizo tanto daño. Debía de ser fuerte, mi madre lo había sido, yo no iba a ser menos.
«Volveremos a vernos las caras, aunque no de la misma manera».
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