23

Joe

-¿Vas a estar bien? - el moreno me dijo con una preocupación palpable en sus palabras.

-No te preocupes David - le sonreí, abriendo la puerta - Solo voy a ir un rato, necesito pensar.

-Bueno - las comisuras de sus labios se alzaron - Entonces nos vemos luego.

-Adiós - salí por la puerta.

Cerré a mis espaldas, y dejé que la brisa me saludara. Me removió el pelo. Sí, ella también me daba su apoyo. Comencé a caminar, siguiendo su dirección. Sonreí. Era como si me hablara, como si su silbido sordo me rozara el oído y me dijera: «sígueme».

Caminaba hacia un punto en concreto, pero sin un trayecto fijo. Me dejé guiar. Por primera vez desde... desde siempre, me sentí libre. Sentí que era yo quién decidía qué hacer, qué decir, qué pensar... El hecho de no haberme de preocupar por tener a mi padre cerca de mi fue lo más notorio de esa nueva libertad.

«¿Dónde debe de estar él ahora? ¿Qué estará haciendo? ¿Se habrá dado cuenta de lo que pasaba?». A pesar de ya no tenerle cerca, no podía dejar de pensar en él. Cierto que no era el mejor padre del mundo, ni por casualidad, pero, en el fondo, seguía siendo el único padre que tenía.

Solo el hecho de imaginarme que mi padre, antes del accidente ese, era una persona muy graciosa y energética, que nos quería mucho a mi madre y a mi, me hacía sentir vacío. Sabía que no era algo que debía hacer, pero siempre había tenido la costumbre de pensar, no en lo que es, sino en lo que podría haber sido. Solo eso me hacía sentir mal.

De todas formas nunca lo había llegado a conocer de otra forma que no fuera la de ahora, así que tampoco tenía mucho de lo que lamentarme. Las cosas estaban como estaban, y había que aguantarse. Uno siempre debe pensar que podría estar peor, y vaya que si era verdad.

Llegué a ese parque, de hierba y árboles verdes, agua brillante, pájaros cantando y una enorme torre metálica en la parte de más arriba. Fue allí hacia dónde me dirigí. Subí por la escalera, y llegué a la plataforma que colgaba de ella. Desde ahí se veía la mayor parte de la ciudad.

La brisa me acompañó, y desde allí me acarició la cara. Me dio un ligero escalofrío. Hacía frío.

Apoyé mis brazos contra la barra metálica que evitaba que te cayeras. La verdad es que desde ahí había una buena caída, si se saltaba de la forma correcta se podía acabar de forma fatal. Fui ejerciendo fuerza con los brazos, para levantar mi cuerpo hacia el vacío.

La brisa me hizo cosquillas en la oreja. Solté de golpe la barra de metal, y me eché atrás, asustado. Me senté, alejándome de la caída, temblando. ¡Iba a hacerlo! ¡Ni siquiera lo controlaba, iba a hacerlo sin yo darme cuenta! Los ojos se me humedecieron.

¿Qué hubiera pasado, si solamente llego a abalanzar mi cuerpo ligeramente hacia delante? ¿Qué hubiera pasado? ¿Habría terminado todo? Quizás mi subconsciente hacía tiempo que quería hacer esto, y por ese motivo mi instinto me había llevado hasta allí.

No, eso no iba a suceder, prometí ser fuerte, no podía dejar a mi madre sola. Yo era la única familia que le quedaba, debía luchar por ella. Respiré hondo para recuperar la calma de antes.
Decidí bajar de la torre para no hacer locuras y me tumbé sobre el césped.

El viento creaba pequeñas olas con las briznas verdes de hierba, y en seguida mi pelo se sumó a ese vuelo lento y suave. Debía mantenerme sereno y no perder la cordura, no ahora que todo comenzaba a mejorar.

-¿Estás nervioso? - me preguntó el pelician.

-No te lo voy a negar - admití.

-No te preocupes, estoy seguro que todo irá bien - me sonrió.

Tanto mi madre como los padres de David habían ido a juicio. Sí, se tenía que decidir qué hacer con mi padre. Mi peor temor en esos instantes era que no lo culparan de nada y le dejaran marchar. Enronces estaríamos en problemas. Él estaba enfadado conmigo, se pensó que fui yo quién llamó a la policía.

-¿Y qué va a pasar si le declaran inocente? - bajé la mirada.

-Nada - me sonrió - No estáis solos Joe. Nos tenéis a nosotros. Te juro que no va a volveros a poner la mano encima.

-Gracias David - le ofrecí una sonrisa tímida.

-De nada - dijo alegremente - ¿Quieres un té? Seguro te ayuda a calmarte.

-Vale - me levanté.

-No - se levantó él también - Lo hago yo, siéntate.

-¿Seguro?

-He dicho que te sientes - ordenó, con aires de autoridad.

-Vale - reí - Lo que usted ordene señor pingüino.

Me sacó la lengua con una sonrisa.
Mientras David preparaba un par de infusiones en la cocina, yo, ya inconscientemente, miré la ventana. Realmente adoraba ver la puesta del sol. Siempre había sido más fanático de los amaneceres, pero eso no le quitaba lo hermoso.

Todos esos colores rojizos y amarillentos, creando añiles entremedio, mezclados, formando capas con degradaciones en el firmamento. Qué maravilla de la naturaleza. Ver eso, junto a los árboles otoñales del momento, era un espectáculo de colores cálidos y vivos. Me recordaban al color del ojo de David.

Comencé a relajarme. Me entró el sueño de golpe, pues al no haber dormido, y al haberme relajado, al final se me había acumulado. David era alegre, pero sabía guardar muy bien los momentos de paz y calma, era algo que me gustaba mucho de él.

Hablando del pelician, este se presentó de nuevo en el salón, con dos tazas con infusiones ardientes en las manos. Me acercó una, y me sonrió tranquilamente.

-Ya verás como esto te ayudará a relajarte - me dijo.

-Ya estoy mejor - señalé la ventana, dónde aún relucían los colores de la puesta de la gran estrella.

-Ohh - él se sorprendió - Hoy no hay nubes, qué bonito.

No pude evitar reírme ante su reacción. A veces parecía un niño pequeño. Volví mi mirada a la taza, y comencé a tomarme con cuidado la bebida.

Ahora que estábamos solos, y muy tranquilos, creo que era el momento indicado de contarle lo que había pasado en la torre. Yo mismo sabía que no era algo muy exagerado, pero le prometí que le contaría todo lo que sucediera, ya que él sabía ver cuando algo pasaba.

-David - rompí el silencio.

-Dime - bebió.

-Tengo que contarte algo - me llevé la mano a la nuca.

-Claro - sonrió, pero la borró inmediatamente de su cara al ver la mia - ¿Qué sucede...?

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