21

Joe

Solté un suspiro cansado, a la vez que llenaba mi boca de arroz. Ese día había sido extraño. David y Caleb habían estado en mi casa para trabajar, pero luego entraron mis padres, y, bueno...

Ya estaba agotado de por si, pero eso ya me había dejado por los suelos. En ese instante nos encontrábamos en el comedor, cenando, como si nada hubiera pasado, como cualquier familia normal.

-Joseph - me llamó mi padre - ¿Qué hacían tus amigos aquí?

-Estábamos trabajando - contesté.

-¿Y no había otro sitio que no fuera esta casa? - habló con frialdad.

-¿Y qué problema hay con que vengan aquí? - me quejé - Son mis amigos, no unos desconocidos.

Me dedicó una mirada asesina, de esas que asustan a cualquiera. No me eché atrás, y forcé mi mirada también.

-Te he dicho muchas veces que no me gustan.

-A mi me da igual, me juntaré con quien quiera - le dejé claro.

-Pero aquí mando yo, así que harás lo que yo te dig-

-¡Eres muy detestable! ¡¿No te lo han dicho nunca?! - di un golpe en la mesa con ambas manos, ya harto.

-Me han dicho cosas peores - se estaba conteniendo, lo vi.

-Pienso cosas peores de ti, si quieres te saco la lista, hay para rato.

Ambos nos quedamos callados, manteniendo un fuerte contacto visual. Mi madre estaba nerviosa, podía saberlo sin siquiera mirarla. Le preocupaba que provocara a mi padre.
Ya me daba igual lo que me hiciera, no soportaba vivir con él. Antes podía aguantarlo, pero desde que volvía a casa con un par de copas de más se hizo insoportable. Tanto mi madre como yo lo vivíamos del mismo modo.

-No me provoques - rompió el tenso silencio - Sé un buen chico y termina de comer.

-Ya me he cansado de ser el niño bueno - le dije - Quiero saber por qué haces esto, dime, ¿qué te hemos hecho?

-Cierra el pico - ordenó, con una voz más fría que el hielo.

-No quiero, respóndeme la pregunta.

-Joesph - me advirtió por segunda vez.

-¡Vamos, dime! - le ignoré.

-¡He dicho que te calles! - con el puño dio un fuerte golpe en la mesa.

Sus ojos estaban llenos de rabia, respiraba con fuerza y sus músculos estaban completamente tensos. Me la había jugado, pero alguien debía dejarle las cosas claras. Se levantó de la mesa, y yo le imité. No iba a permitir que me pusiera la mano encima, no iba a ser más ese chico sumiso y obediente, ya era suficiente.

-¡No voy a callarme, esto ya ha llegado demasiado lejos! - le grité yo también.

Con un movimiento rápido me tomó del cuello de la camisa, levantándome ligeramente del suelo, no mucho. Estaba enfurecido, en sus ojos se reflejaba rabia y enfado. Tuve que hacer algo de fuerza con los brazos para compensar mi peso, y que el hecho de que me agarrara de esa forma no me hiciera daño. Era evidente que en fuerza me ganaba él.

-¡Félix, porfavor, déjalo! - mi madre se levantó también.

-¡¿Quién se ha creído que es este mocoso?! - le gritó - ¡Alguien devería enseñarle algo de educación!

-Sí, no ha estado bien - admitió ella, con lágrimas en los ojos - Pero suéltalo, vas a hacerle daño. Félix porfavor, es tu hijo, déjalo.

Soltó de golpe mi camisa, haciéndome tocar bruscamente el suelo con los pies de nuevo. Los tres teníamos el pulso acelerado, al igual que la respiración. Mi madre tenía los ojos totalmente húmedos. Se me acercó y me rodeó con sus brazos temblorosos. Le acaricié la espalda para tranquilizarla, ya todo había pasado.

Él solamente volvió a sentarse para terminar de comer, como si nada. Cada vez las cosas estaban peores, debíamos de hacer algo. El problema era que no sabía el qué. Era todo muy confuso.

Mi madre se sentó de nuevo también, cabizbaja y algo temblorosa aún. Iba a hacer lo mismo que ella, cuando el sonido estridente del timbre resonó por toda la casa, reforzando el dolor de cabeza que me torturba desde hacía ya rato.

-Ve a abrir, Joseph, porfavor- me pidió mi madre.

Asentí, y me encaminé hacia la puerta de entrada. ¿Quién llamaba a esas horas de la noche? Agarré el pomo metálico, y abrí. Lo que me encontré al otro lado no me lo esperaba para nada. Dos agentes de la policía, altos y fuertes, estaban allí plantados, con cara de pocos amigos. Había uno con la piel oscura y el pelo negro como el carbón, y otro con la piel parecida a la mía y la cabeza casi rapada.

-¿Félix King? - dijo el moreno.

-... - señalé dentro de mi casa con el dedo pulgar, con las palabras trabadas, sin decir nada.

Ellos entraron, llamando completamente la atención de mis padres. Se acercaron rápidamente a mi padre, y le tomaron de los brazos, para llevárselos a la espalda y colocarle unas manillas en las muñecas.

-¡Eh! - se defendió - ¡¿Qué se creen que hacen?!

-Nuestro trabajo - dijo el de la cabeza rapada - Vamos a tener una muy larga charla con usted, señor King.

Yo me quedé completamente paralizado, tieso, sin saber qué hacer. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, era una situación muy extraña. ¿Qué rayos estaba pasando?

-¡No te quedes ahí plantado! - me gritó - ¡Ayúdame!

-Deje al chico en paz, creo que ya lo ha controlado demasiado - le advirtió el agente.

-¡Les has llamado tú, ¿verdad?! - sus ojos grises me fulminaron - ¡Estás en problemas, chaval! ¡Ya puedes prepararte!

-Cállese y avance - salieron por la puerta.

En ese momento exacto, en ese segundo concreto, el mundo se me cayó a los pies. ¿Qué había pasado? ¿Se habían llevado a mi padre? ¿Cómo se había enterado la policía? Un pensamiento me aterró. «¿Y ahora que va a ser de nosotros?».

Mi madre se acercó, tan asombrada y asustada como yo. Me abrazó con fuerza, mientras lloraba. Yo no podía ni eso, estaba completamente paralizado.

Dejé de pensar, de ver y de escuchar por unos instantes. Mi mente se quedó en blanco, no entendía nada.

-¡Joe! - la característica voz de cierto pelician me hizo volver a la realidad.

Allí estaba David, delante mio, abrazándome con fuerza. Caleb también estaba, y me tenía agarrado del brazo, consolándome también. Noté como un líquido salado me resbaló mejillas abajo.

Miré a mi madre. Estaba rodeada por los padres de David. Tambien lloraba, y ellos la consolaban.

-¿Qué ha ocurrido? - hablé finalmente.

-Joesph - mi madre vino hacia mi, y me abrazó con mucha fuerza.

-Mamá... - se me rompió la voz.

Ella se sorprendió un poco, y me abrazó de nuevo. No la culpaba de eso, era la primera vez en toda mi vida que la llamaba de ese modo. Siempre la había llamado "madre", creo que reflejaba más el respeto que merecía.

-Ya está cielo - me dijo, con la voz llorosa también - Se ha ido. Nos hemos librado de él. Caleb, David y sus padres han llamado a la policía.

-¿Qué va a ser de nosotros? - pregunté.

-De momento os vendréis a vivir con nosotros - me sonrió la madre de David.

-Y cuando estéis recuperados podréis volver a vivir aquí - ahora su padre - Tu madre va a trabajar para mi a partir de ahora, no debes preocuparte por nada, voy a darle el mejor puesto para su condición.

-¿No es genial, cielo? - me sonrió ella.

Lloré. Lloré como nunca antes lo había hecho. ¿De tristeza? ¿Felicidad? Ni idea, no tenía nada claro. La cabeza me dolía con mucha intensidad.

Hundí la cabeza entre los brazos de mi madre, y ella me dio el afecto que necesitaba. Me consoló, lloró conmigo, y en ningún momento se separó de mi.

La realidad se volvió difusa. Era como un sueño borroso, donde nada quedaba claro. Perdí completamente la noción del tiempo, los sentidos, y la razón. Me dejé llevar, hasta que porfin me dejaron descansar tranquilo, solo, en medio de la oscuridad. Entre lágrimas y dolor agudo en la cabeza me dormí.

Aunque, ni en mis sueños, dejé de sentirme confuso y perdido. Tenía demasiadas preguntas rondándome dentro de la cabeza. Necesitaba respuestas.

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