17

Joe

Era sábado por la mañana. Las agujas del reloj que colgaba de la pared del salón de mi casa marcaban las 7:35 a.m. Me encontraba apoyado en mis brazos, ante la ventana, contemplando como en el cielo se producía una degradación de colores de azul marino hasta rojo intenso.

De los cables eléctricos que colgaban de las altas torres de madera y acero, se visualizaban dos pájaros, acurrucados, el uno al lado del otro. Quizás tenían frío. Nada más pensarlo, me entró esa misma sensación a mi, así que me abotoné la camisa hasta el cuello.

Me quedé mirando el escenario, y tan pronto como me acerqué al cristal, este se empañó por completo por mi propia respiración. Lo froté con el puño rapidamente para que no dejara marca de suciedad, y al echarme hacia atrás para que no volviera a suceder, un tacto frío me rozó lo nuca.

-¡Ah! - me quejé, girándome - ¡Tienes las manos heladas!

Una sonrisa cálida se dibujó en el rostro de mi madre, quién reía levemente ante mi reacción.

-Cuando tú eras pequeño y te hacía eso, te enfadabas, te cruzabas de brazos y no me hablabas hasta que no te daba un abrazo - rió.

-Ya no me acuerdo - le confesé.

-Mira que eras adorable - sonrió, mientras contemplaba una fotografía mía de pequeño, que había allí en el salón - Y ahora...

-¿Y ahora qué? - la miré con una ligera picardía.

-Aún lo sigues siendo - me besó la frente.

Me abrazó en señal de buenos días. Su corazón latía de forma muy calmada. Me alivió saber que por lo menos se sentía tranquila de vez en cuando. Y no era de extrañar, pues los sábados me pasaba el día con ella, y mi padre trabajaba igualmente.

-Bueno - le sonreí - ¿Dijiste que tenía que ayudarte?

-Sí, creo que deberíamos limpiar un poco la casa - suspiró - ¿Tienes mucho trabajo del instituto?

-No te preocupes, ya tendré tiempo para eso. ¿Qué quieres qué haga?

-El otro día me fijé que hay mucho polvo en el desván.

-No lo digas dos veces - me dirigí escaleras arriba.

Tomé un trapo viejo húmedo, y entré en el desván. Era un sitio algo tétrico, si me preguntaban. Pocas veces había estado allí, nunca había tenido la necesidad. Me dispuse a quitar la delgada capa de polvo gris que cubría las veijas cajas de cartón, llenas de objetos y ropa.

Gran error.

Nada más comenzar con mi tarea, la nariz comenzó a picarme de forma desmesurada, y los ojos se me llenaron de lágrimas. Por muchas veces que me rascara la cara, el picor no cesaba; es más, me atrevería a decir que augmentaba. Todo eso vinió seguido de estornudos. Uno, y otro, y otro, y otro más. Al quinto decidí sentarme en el suelo para no perder el equilibrio.

Realmente me sentía muy confuso, jamás en mi vida me había pasado eso, y era todo muy extraño. Sentía que me iba a arrancar la nariz de tanto rascar, y que tenía la cara ya húmeda de las lágrimas. La verdad esque no quisiera saber qué cara ponía en esos instantes.

-Vaya vaya - se escuchó la voz alegre de mi madre - Parece que alguien es alérgico al polvo.

-Yo no - la miré.

-Ah no - se rió - Que antes no lo fueras no significa que ahora tampoco.

-Pues genial - me crucé de brazos.

-No pasa nada cielo, es de lo más normal - se agachó a mi lado.

Poco a poco fui recuperando el aliento. La respiración se me había dificultado también, por lo visto. Contemplé las cajas que permanecían quietas, en el mismo sitio que hacía años atrás. De una de ellas sobresalía un papel. Lo tomé, y lo saqué de allí. Era una foto. En ella aparecían dos jóvenes, sonrientes, tomados de la mano. Eran mis padres, cuando aún no se habían ni casado, me imaginé. Ambos tenían el pelo castaño, el de mi padre más claro, y los ojos, brillantes y llenos de vida. Los de mi madre azules, los de mi padre grises. De allí salió mi color, azul grisáceo.

-De eso hace mucho tiempo - mi madre contempló la fotografía.

-No me parezco tanto a él como dicen - comenté.

-Eres clavado a tu padre, Joseph - me sonrió con nostalgia.

Ella se sentó de forma que le resultó más cómoda, y tomó la foto de mis manos. La miraba con media sonrisa. Pobrecita, eso debía de afectarle.

-Tu padre era un muchacho muy alegre y gracioso - explicó - En eso sí se diferenciaba de ti. Tú eres más serio y callado. Pero no es nada malo, no lo malinterpretes.

-...

-Era muy similar al padre de David en ese aspecto. Hablando de él, mira eso - señaló la misma caja de la que había salido la foto.

Al sacarla de allí, otra sacó la cabeza. La observamos. Esta vez, los que aparecíamos en ella éramos David y yo de pequeños, cerca del mar. No recordaba ese momento.

-¿Sabes? - llamó mi atención - Me alegro mucho de que aún sigas siendo tan buen amigo de David.

-¿Ah sí? - me extrañó eso.

-Siempre que te veo con él, pareces, no sé, más feliz, más alegre - me sonrió - Tiene algo que te hace ver más contento.

-Sí, puede que sea verdad. David tiene una naturaleza muy risueña, quizás algo se me pega.

-Y es muy buen chico, ha salido a su padre sin duda - se levantó - Vamos, ya me encargo yo de quitar el polvo, que te veo algo incapaz de eso.

-Soy más que capaz de quitar el polvo yo solo - me crucé de brazos, sonriendo pícaramente.

-¿Sin morir en el intento? - me devolvió la sonrisita.

Le di un sorbo al té ardiente. Llovía de nuevo, y después de todo un día de trabajo nos apetecía tomar algo calentito, obervando como las ventanas se empañaban, escuchando los crujidos del fuego de la chimenea y saboreando la infusión con cuidado de no quemarnos.

La ciudad, vista desde las ventanas, lucía una tonalidad azulada, bastante cubierta de niebla y humedad. El suelo de las calles brillaba, anunciando lo resbaladizo que estaba, y cada vez había menos iluminación allí fuera.

Gracias a todo eso, en ese momento mi pequeño hogar lucía un aspecto acojedor y agradable.

-¿Cómo tienes la espalda? - me preguntó mi madre - ¿Y las manos?

-Bien, ya me duelen bastante menos - le sonreí - Pronto me quitaré las vendas. No te preocupes.

-Qué alivio - dijo - No sabes cuanto me dolió verte en ese estado. No me gusta que te interpongas cuando hay problemas con tu padre.

-Y a mi no me gusta cómo se comporta - bebí - Hay que dejarle claro que no le tengo miedo. Bueno, tiene que parecerlo, porque le temo más de lo que me gustaría.

-Cielo, es una locura todo esto, no creo qu-

La voz de mi madre se vio interrumpida por el fuerte abrir de la puerta. Por ella entró un hombre empapado, con la cara rojiza y una expresión poco amistosa. Se fijó directamente en ella. Antes de que pudiera moverse, me puse en medio de su camino. Sabía demasiado bien lo que pretendía, y no iba a permitírselo.

-Aparta - me dijo severamente.

-No me aparto - le respondí, con su misma mirada.

-Es tu última oportunidad mocoso - apretó el puño, se estaba hartando.

-No te tengo miedo - le contesté - Vete y déjanos tranquilos, nosotros no te hemos hecho nada.

-Creo que deberías aprender a cerrar el pico y a hacer lo que te mandan.

-Tú no eres quién para mandarme.

Me fulminó con su mirada. Ya no había marcha atrás, le había retado, y tendría que pagar las consecuencias de ello. Ya todo me daba igual, tenía un claro objetivo, y no iba a cambiarlo.

-Joseph - susurró mi madre - Para porfavor, ya hablo yo con él.

-No - no aparté mi vista de él - Hay que decirle un par de verdades a la cara. Ya estoy cansado de hacer de niño bueno, se acabó.

-Bueno, así que quieres hablar - me sonrió - Será un placer.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo de cabeza a pies. Esa sonrisa me hizo tragar saliva, quizás había ido demasiado lejos. Ya no podía hacer nada para evitarlo, el desastre era inminente.

Quizás debería haber sido más sumiso y no haberme cuestionado tanto las cosas...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top