11

Joe

Las farolas de la calle se encendieron, devolviendo la luz al lugar. El sol ya ni siquiera estaba presente en el cielo, ya se había escondido tras el horizonte, sumiendo la ciudad en la oscuridad de la noche. El firmamento se había ido nublando, hasta terminarlo por completo.
David caminaba a mi lado, tranquilo. Ya se había calmado, después de lo de ese día estuvo toda la tarde bastante cabreado, pero parecía que ya se le había pasado, o por lo menos la mayoría del enfado.

Yo no podía dejar de pensar en la cara que pondría mi madre al ver mis manos vendadas. Seguramente se asustaría, pobrecita. Y mi padre... Quizás le daría igual, no importaba demasiado de todas formas.

-¿Estás seguro que deberías acompañarme? - rompí el silencio.

-¿Y por qué no? - me miró con sus ojos curiosos. Bajó la mirada - Me siento mal por lo de esta tarde.

-Lo digo porque luego no te dé miedo volver solo - le di un golpecito en el brazo - Además, no ha sido culpa tuya.

-Lo sé, pero siento que podría haberlo evitado - suspiró.

-No te preocupes - sonreí para tranquilizarle.

-Vale - sonrió con ternura - Y, ahora que lo pienso, sí que me asustan un poco estas calles por la noche, pero no creo que pasa nada.

Asentí. Llegamos hasta una calle larga, con varias casas, algunas bastante grandes. La mía se encontraba en el otro extremo.

De golpe, sin previo aviso, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Un muy mal presentimiento comenzó a apoderarse de mis pensamientos. «Mierda» pensé.

-Entonces no te hago andar más - le dije a David con algo de nerviosismo - Ve, ya nos veremos mañana.

-Pero Joe estamos cerc-

-De verdad, esque ya podía haber vuelto yo solo. Regresa, no te preocupes.

Me miró con una expresión algo extraña. No parecía del todo convencido con mi tan mal planteado argumento, pero bajo presión no era capaz de pensar como debía. Levantó los hombros y sonrió con su naturalidad de siempre. Qué alivio.

-Vale, entonces ya nos veremos mañana - me dio un abrazo.

Le correspondí el gesto y levanté la mano para despedirme, al igual que él. Le vi marcharse calle abajo, y entonces yo me dirigí hacia mi casa. Tenía los nervios a flor de piel, el pelo se me erizaba y me daban escalofríos. Eso solo podía significar una cosa.

Escuché algún ruido al estar ya bastante cerca de mi casa, y no pude evitar correr hacia ella. Me acerqué a la puerta, metí la llave y abrí. Mis ojos observaron todo.

-¡Madre! - corrí hacia ella.

-Agh - solté una ligera queja de dolor.

-Perdona... - la voz llorosa de mi madre contestó.

-Tranquila - le susurré.

La espalda me escocía como nunca antes lo había hecho. No me esocía, me ardía, quemaba. El paso delicado de las manos de mi madre junto con lo que fuera que me estaba pasando por la espalda me lo aliviaba mucho. Era como una crema que refrescaba.

Era obvio que mi padre volvió a enfurecerse. Yo intervení nada más ver eso, y terminé recibiendo. Pero no me importaba, con tal de proteger a mi madre lo que fuera.

-Qué espanto - soltó ella - Debe de doler mucho. No debes hacer esas locuras Joseph.

-¿Y dejar que se descargue contigo? Lo siento pero no - le respondí - Pero sí que ultimamente está más agresivo. Creo que sé por qué.

-Tú también lo has notado, ¿verdad? - dejó de frotarme la espalda - Me temo que no va del todo sobrio.

-Me lo imaginé...

Escuché un sollozo, y giré mi mirada bruscamente. Había cosas en esta vida que no me gustaban, pero lo que más odiaba en el mundo era ver a mi madre llorar, sobretodo si era culpa de mi padre.
La tomé de las manos, la levanté del suelo y la llevé entre mis brazos en un cálido abrazo. Ella simplemente lloraba, no se atrevía a abrazarme para no hacerme daño, ni en la espalda ni el las manos.
Cuando nos separamos sonrió ligeramente.

-Ponte la camiseta, vas a tomar frio - su voz estaba completamente rota.

Le hice caso, y le agarré las manos con delicadeza.

-Creo que deberías volver a la cama - dije con calma - Seguramente sigues con fiebre.

-Eso no es lo importante ahora - me apartó el machón de pelo que cubría mi cara y me besó la frente - ¿Te sigue doliendo tanto?

-Yo estoy bien, soy indestructible - me reí ligeramente.

Me dedicó una sonrisa cálida, que rapidamente se convirtió en lágrimas. Estaba destrozada, había soportado demasiado y ya no podía aguantarlo más. Y yo no sabía qué hacer por ella.

-Lo siento mucho - habló como pudo - Perdóname Joesph, de verdad que lo siento.

-¿Por qué? ¿Qué dices? - la llevé hasta el sofá para que se sentara - ¿De qué hablas?

-Este no es el tipo de vida que hubiera querido darte, no te mereces todo esto - la pobre no podía ni frenar sus lágrimas.

-Pero... Tú no tienes la culpa de nada.

-Pero sigues siendo mi hijo - secó sus ojos, para que volvieran a humedecerse - Siento que tengas que haber crecido tan rápido cielo.

-... - me quedé mudo ante sus palabras.

-Desearía que no te hubieras visto obligado a madurar a tan temprana edad - continuó - Lo siento de veras.

-Venga déjalo, esto no te va a llevar a ninguna parte - la tranquilicé - Ya todo da igual, el pasado no se puede cambiar.

-Lo sé pero... No te mereces esto, yo...

-Y tú tampoco, y aún así solo piensas en mi - la interrumpí, con un intento de sonrisa - Ya te dije que debes de mirar por tu bienestar también, y aquí no tienes de eso. Y perdóname tú también, pero ambos sabemos que no tengo el coraje suficiente como para cambiar las cosas.

Me abrazó con delicadeza y fuerza a la vez. Le devolví el gesto. Ambos sentíamos compasión por el otro, era algo extraño, pero real. La quería más que nada en este mundo, y estaba más que dispuesto a protegerla. Pero el coraje que mostraba ante nuestros problemas era el que me faltaba para poder solucionarlos.

«Si tuviésemos suficiente voluntad casi siempre tendríamos medios suficientes»

Era obvio, y es que yo no contaba con esa voluntad. El miedo es un impedimiento muy grande que puede frenar a cualquiera. Sí, debía admitirlo, le tenía miedo. Mucho.

Debía ir a ver al señor Hillman, debía decirle que había comprendido sus palabras, pero que no era capaz de llevarlas a la práctica. Ojalá las cosas fueran distintas.

-Por cierto, ¿qué te ha pasado en las manos? - me las tomó preocupada, frotando cuidadosamente las vendas.

-Intenté realizar el Colmillo de Pantera - contesté tranquilamente.

-¿Otra vez? - me miró con unos ojos vidriosos - Cielo, la última vez terminaste en el hospital.

-No tiene punto le comparación - le aseguré - No me duelen tanto.

-Bueno - su mirada azul se dirigió a mis manos de nuevo - Mañana no deberías entrenar.

-Estoy bien, tranquila - le sonreí.

Un suspiro traicionero salió de su boca. Sabía que estaba haciendo un esfuerzo tremendo para no volver a llorar de nuevo. Recosté mi cabeza en su hombro, y ella se acercó más hacia mi también. Creo que ambos necesitábamos algo de afecto. Todo eso era de locos.

Sentía la impotencia de no ser capaz de poner solución al problema, me sentía un estorbo más que nada. Mi madre necesitaba a alguien que le diera fuerza en esos momentos, y yo casi nunca estaba en casa. Qué egoísta.

-¿Sabes? - rompió el silencio - He estado pensando en buscar trabajo.

-¿Crees que deberías? - le pregunté, aún con la cabeza en su hombro.

-Es la única forma de poder separarme de tu padre.

Mi madre no trabajaba por el simple hecho de que padecía una enfermedad inmunodeficiente, y casi siempre se ponía enferma, así que no podía asegurarse de asistir siempre al trabajo. Siempre estaba bastante débil, así que a nadie le interesaba contratarla. Si esque todo eran problemas.

-Estoy seguro de que encontraremos una solución más viable - solté.

-Yo no lo tengo tan claro - susurró.

-Las cosas cambiarán - la miré, y acercándome a ella le susurré - Te lo prometo.

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