10
David
Saqué ligeramente la cabeza por la esquina de la puerta, solo los ojos, para comprovar qué ocurría allí. Caleb y Joe estaban en medio del campo, a primera hora de la mañana, hablando a solas. Se suponía que yo debía esperar en el vestuario, pero la curiosidad me pudo, y terminé asomándome, tratando de escuchar la conversación de ambos chicos.
Intenté en todo momento que no se me viera, y paré la oreja.
-Vamos Caleb, ¿tú también estás con eso? - habló el portero.
-No, yo no soy tan pesado como el niño pirata - soltó Caleb, casi haciéndome salir de mi escondite indigando.
-¿Acaso sabes por qué motivo David lleva el parche? - Caleb negó con la cabeza - Entonces no creo que debas opinar.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en mi cara al escuchar como Joe me defendía sin siquiera yo estar delante.
-Solo quiero saber realmente cómo te sientes - dijo el de los ojos esmeralda.
-Estoy bien, de verdad - se excusó Joe.
Con Caleb tampoco decía nada. Era obvio que no iba a cedir tan facilmente. No entendía qué era lo que a Joe le hacía mantener la boca sellada de esa manera, pero estaba claro que algo le afectaba desde dentro, y, conociéndole, no iba a contarlo para no preocuparnos, aunque así solo consiguiera lo contrario.
Decidí salir de allí y reunirme con ellos, igualmente no íbamos a lograr nada de ese modo. Ambos se fijaron en mi, Joe algo sorprendido. Era obvio, él no sabía que esto estaba planeado.
Me planté al lado de Caleb, mirando al portero. Quería ayudarle y para eso necesitaba saber qué le atormentaba, y estaba más que dispuesto a descubrirlo, nadie me ganaba en ser cabezota.
-¿Hasta cuando estás dispuesto a aguantar así? - le pregunté.
-¿Así cómo? - inclinó ligeramente la cabeza.
-A no hablar atontado - soltó Caleb.
-Joe, no pasa nada por contar las cosas - dije, intentando cubrir el comentario de Caleb.
-Pero chicos - sonrió - No me pasa nada, de verdad.
Allí es dónde me quedé colgado. Todo era contradictorio. Sabía que ocurría algo, mi instinto no solía fallarme, pero...
Los ojos azulados de Joe brillaban gracias a los focos que iluminaban el campo de fútbol en el que nos encontrábamos, dándole ese aspecto tan maravilloso que tenían. Sin poder evitarlo, sin siquiera controlarlo, me convenció. Le creí, me fié de sus palabras. La sonrisa tan sincera que me dedicó me hizo dudar de mis sospechas, y en sus ojos se veía que decía la verdad.
¿Cómo lo hacía?
El resto de jugadores de la Royal comenzaron a aparecer en el campo, llenándolo de vida. Se nos había pasado el tiempo.
-¡King! - el entrenador llamó a Joe - ¡Ven un momento!
-¡Voy! - dijo el castaño, corriendo dirección al adulto.
Ambos nos quedamos allí plantados, sin saber muy bien qué hacer. Yo comenzaba a tener mis dudas, ya no entendía nada.
-Está claro que no quiere hablar - rompió el silencio Caleb.
-Quizás dice la verdad - solté, sin desviar la mirada del suelo.
-¿Cómo dices? - se sorprendió.
-No lo sé Caleb - le miré - Pero lo vi en sus ojos, no está mintiendo. Además, esa sonrisa era muy sincera. Ya no sé que creer...
-Ahora que lo dices... - se frotó la nuca con su mano derecha.
Escuchamos unos pasos, y vimos como Joe se acercaba de nuevo hacia nosotros, con una expresión serena, ligeramente tensa para ser exactos.
-¿Qué quería el entrenador? - dijo Caleb.
-Quiere imponerme un entrenamiento especial - habló - Quiere que intente dominar el Colmillo de Pantera.
-¿¡Qué?! - logré sobresaltar a ambos chicos con ese grito - ¡No!
-Escucha David - me puso la mano en el hombro - Está planeado, quiere que haga ciertos ejercicios para fortalecerme y lograr dominar la supertécnica sin que me cause daños.
-¡He dicho que no! - le miré a los ojos - ¿Acaso quieres acabar de nuevo en el hospital? ¿Como la última vez?
-...
-De hecho, no me importa lo que quieras - continué - No quiero que vuelvas a pasar por eso otra vez, no voy a permitirlo.
-David, aprecio un montón que te preocupes por mi, de verdad - me sonrió, con ambas manos apoyadas en mis hombros - Pero voy a estar bien, soy consciente del riesgo que supone.
-...
-Pero si lo logro, las posibilidades de que nos marquen gol van a disminuir considerablemente.
-Que no Joe, vas a hacerte daño, y no quiero - le puse cara de pena, a la vez que de enfado.
Fui a hablar con el entrenador para mostrarle mi desacuerdo con la situación, pero simplemente no quiso escucharme. Tuve que darme por vencido y dejarle hacer su trabajo. Me daba miedo que Joe intentara ejecutar la supertécnica y se hiciera daño por ello, pero a la vez no podía desobedecer al entrenador. Qué mal todo.
-¡Joe! - corrí hacia la portería, empujando con cuidado a los jugadores que me apartaban de mi amigo.
Logré meterme entre ellos y verle, de rodillas al suelo, contemplando sus manos enfundadas en sus guantes color púrpura. Al final todo salió mal, yo ya lo dije.
Me acerqué y me senté a su lado, pasando mi brazo por su espalda.
-Joe - casi susurré con preocupación - ¿Estás bien?
-Sí - se sentó como pudo conmigo - No ha sido nada.
-Te he dicho que esto era una mala idea - le miré a los ojos.
-Debo entrenarme, nada más - regresó la vista a sus manos - Al final voy a lograrlo.
-No, déjalo, esta técnica no es segura - me levanté, tomándole de los brazos - Vamos.
Se puso de pie y me siguió hasta los vestuarios. Allí le quité con cuidado los guantes, pudiendo observar sus manos, rojas como dos tomates. Se había hacho daño, quizás lesionado. Esperaba que no.
-Ven a mi casa - le dije - Vamos a vendarte.
-No hace falta, no me duelen - afirmó.
Le di la mano, sin aviso, como si de un apretón amistoso se tratara. Hizo una mueca de dolor y se apartó de mi, bajando la mirada.
-Bueno - se excusó - Quizás sí un poco.
-Venga, ya hemos terminado por hoy - comencé a cambiarme, a la vez que el resto de jugadores iban entrando en la sala.
Todos nos pusimos nuestros uniformes escolares de nuevo, esos negros con detalles rojos y amarillos, y comenzamos a largarnos del edificio. Nos despedimos de Caleb y el resto y nos dirigímos hacia mi casa.
Caminábamos en silencio y con el paso ligeramente acelerado. Yo solo quería llegar a mi hogar para vendarle las manos para que le hiciera presión y no se lesionara, y hacerle prometer que no volvería a usar la técnica. Estaba algo alterado, debía admitirlo, pero como para no estarlo. No terminaba de entender el estado de ánimo de Joe, y encima, ahora se había hecho daño físico por capricho del entrenador. A veces no terminaba de comprender a ese hombre.
-¿Estás enfadado? - habló finalmente.
-Sí, o no. No lo sé - me quejé.
-Lo siento David - le miré asombrado ante el gesto.
-¿Por qué te disc-
-Sé que me has advertido de las consecuencias, y aún así no te he hecho caso - dijo - A veces soy un poco imprudente.
-No es tu culpa - suspiré - Debería haber persuadido más al entrenador para que se olvidara de la idea. No, de hecho, la culpa es toda suya, el deber de un entrenador es proteger a sus jugadores.
-Vamos a dejarlo correr, no es nada grave - sonrió - Puedo mover las articulaciones de los dedos sin problema.
-Qué alivio...
Continuamos con la marcha. Llegamos hasta esa calle tan inclinada que caracterizaba la zona en la que vivía. Subimos hasta arriba y entramos en el recinto de mi casa. Joe se quedó sentado en el jardín, contemplando como el cielo iba cambiando de color. Yo fui a por el botiquín y le vendé, con sumo cuidado, las manos.
Cuando estuvo, me senté allí con él, encima del blando césped. Siempre, desde pequeños, que contemplábamos la puesta del sol desde el jardín de mi casa. Era como una costumbre, y con el paso de los años jamás nos habíamos cansado de ella.
-¿Qué te ocurre? - me preguntó amablemente - Ultimamente estás extraño. No eres el David alegre de siempre.
-Estoy preocupado - admití - Te he notado muy distante y triste.
-Siento haberte gritado ayer - le miré.
-No importa, sé que fui muy pesado.
Ambos suspiramos. Esos días estaban siendo extraños. Ya no sabía ni como sentirme o actuar. Estaba confuso, para qué negarlo. Joe me lo había asegurado muchas veces, estaba bien, y yo me lo creía; sin embargo, mi instinto me decía lo contrario.
-Hoy ha sido un día muy largo...
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