14 El sonido de... pisadas furtivas
Decididamente algo malo estaba pasando con su amigo. Cuando Meliodas canceló su viernes de té, pensó que tal vez simplemente tenía demasiado trabajo. Cuando rechazó su mermelada de manzana, pensó que probablemente ya tenía suficiente con las últimas ofertas del supermercado. Le quedó claro cuando huyó de ella al intentar saludarlo antes de ir a correr: la estaba evitando. La rechazaba como si tuviera algo contagioso, y había comenzado a andar de puntitas cuando estaba cerca.
No supo en qué momento su oído se había vuelto tan sensible, pero podía percibirlo. Sus pisadas furtivas, sus pasos ligeros como los de un gato mientras buscaba darle la vuelta. ¿Qué habría ocurrido? ¿Por qué de pronto parecía no querer nada con ella? Ni siquiera cuando recién llegó al edificio había sido tan tímido... aunque tal vez su silencio no se debía a eso. Un mal presentimiento se le asentó en la boca del estómago y, decidida a arreglarlo, se dispuso a esperarlo en las escaleras.
—Meliodas... —llamó cuando lo vio, pero él pasó de largo fingiendo no haberla visto.
«Suficiente», se dijo sintiendo un nudo en su garganta ante esa actitud. «No quería hacer esto, pero...». Era un abuso de confianza. Sabía que el rubio le había dado sus llaves solo para usarlas en caso de una emergencia, pero la situación definitivamente comenzaba a pintar como una, y tenía que hacer algo incluso si aquello no le gustaba. Fue a por el llavero de corazón que había comenzado a usar secretamente y, tras hacer una inhalación profunda, irrumpió en la casa.
—Muy bien —dijo plantándose en frente del pobre rubio—. Meliodas, tenemos que hablar —Él no respondió, se quedó sentado en el banco de su piano con la mirada baja—. ¿Por qué estás huyendo de mí? Dime qué pasa —Apretaba tanto los labios que se habían vuelto una línea fina, y por primera vez desde que se conocieron, tenía el ceño fruncido—. ¿Hice algo? ¿Ocurrió algo de lo que no me haya enterado? —Sus ojos se abrieron mucho de golpe, y así es como supo que había dado en el blanco—. ¿Qué fue lo que pasó? Oh, no... —cayó en cuenta viendo sus temores confirmados—. Acaso... ¿Mael vino a verte? —Su reacción se lo dijo todo. Se encogió, comenzó a tirar de su pelo en todas direcciones, y negó fuertemente con la cabeza.
—No.
—¿No vino, o no quieres decirme?
—No, no, no... —dijo meciéndose. Ella intentó acercarse para poner una mano sobre su hombro, pero apenas sus dedos lo tocaron, él la apartó y le gritó algo que la dejó helada—. ¡No quiero tu lastima!
—¿Qué? —cuestionó cuando por fin le volvió el habla—. ¿Quién dijo...?
—No soy un retrasado —afirmó el rubio con lágrimas de enfado—. No soy un tarado, ni un estúpido. ¡Yo puedo cuidarme solo! —Una ira fría comenzó a apoderarse de la albina mientras veía claramente lo que había pasado. Esas palabras no eran suyas, y ese hijo de perra le había envenenado la cabeza. Estaba completamente furiosa. Sin embargo, aquel no era momento de mostrarlo. Dejó ir sus planes de venganza para luego e, incapaz de contenerse por más tiempo, decidió dejar salir lo que sentía. Tomó a Meliodas por los hombros y acercó los labios a su oído—. ¡¿Qué haces?!
—Te quiero —dijo, y el pobre quedó en shock. Dejó de balancearse para quedar quieto como una roca, y sintió escalofríos mientras Elizabeth frotaba su mejilla contra la suya—. Te quiero mucho.
—No. No es cierto.
—Claro que sí. Eres más que un amigo, la persona más especial para mí —siguió negando mientras trataba de liberarse, pero se sentía cada vez más débil, deseando rendirse a lo que le estaba haciendo. Era la primera vez que lo acariciaba—. Lo lamento. Sé que puedes defenderte solo, pero igual me duele no haber estado ahí para apoyarte. Yo jamás estaría con nadie por lastima, y por supuesto sé que no eres ningún tarado —Las lágrimas se fueron haciendo más espesas mientras se deleitaba con las cosquillas que su aliento provocaba al chocar contra sus delicados oídos, y cerró los ojos percibiendo todo con fuerza, desde su calor hasta sus latidos—. Arreglaré esto. Voy a arreglarlo, Meliodas, solo espera y verás. —Entonces se apartó de golpe, cerró la puerta tras ella, y lo dejó temblando con la respiración agitada.
«¿Habrá dicho la verdad?», se preguntó, sintiendo su propio corazón desbocarse. «¿Y si estaba mintiendo?», sin embargo, ella no le había mentido nunca.
Te quiero.
—No. ¡Basta! —gritó, demasiado temeroso de creerle. Salió corriendo hacia su cuarto silencioso tratando de sacar las palabras en su cabeza, pero apenas lo hizo, fue como si el sonido se amplificara.
Te quiero. Te quiero. Te quiero.
El sonido de esas palabras comenzó a hacer eco por todo su cuerpo, que se contorsionó entre el dolor y el placer, llenándose de un sentimiento que lo abrumaba. El loop solo paró hasta que aceptó que era cierto, y entonces cayó dormido, completamente agotado por la guerra interna consigo mismo. En cambio, Elizabeth no pudo dormir. Había tomado una decisión, y no había marcha atrás.
***
Se vienen algunas determinaciones, fufufu ^u^ Hola a todos, aquí Coco, quien como siempre les desea un maravilloso inicio de semana, y espera puedan recibir con todo esta temporada decembrina >3< Ya estamos más que dispuestos a vivirla, el invierno se acercana pasos apresurados. A partir de la próxima semana todos los capítulos tomaran un carisma navideño, y si todo va bien, esta obra también va a estar recibiendo el año nuevo con nosotros <3 A los que han seguido fielmente esta historia, ¡muchas gracias por estar aquí! Y a los cocoamigos que ya han extendido su espíritu navideño con la Convocatoria, ¡muchas gracias por participar! Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana para más.
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