Capítulo 7


—¡Maeve! ¡Ya he vuelto! —grité apenas entrando, recién llegada de la residencia donde vivía Ragnar.

—Hola chispita, Maeve no está. —saludó Rhys desde el sofá.

Lo ignoré olímpicamente, y me dispuse a subir hacia mi cuarto y no salir hasta mañana.

Resulta que desde ayer en la noche, tras nuestra pelea, no había vuelto a hablarle. Ni siquiera le había saludado hoy por la mañana; él pensaba que era porque estaba demasiado dormida como para mediar palabra, pero en realidad estaba enojada por cómo me había tratado ayer.

Yo sabía que a veces podía llegar a ser muy molesta, pero en realidad sólo lo hacía con las personas a las que le tenía aprecio y Rhys estaba al tanto de ello. También era de público conocimiento que ambos cargábamos con un carácter muy marcado y fuerte, y que a veces chocábamos. Pero vamos, yo tenía mis sentimientos, mi corazoncito... Me sentía horrible cuando él me gritaba sin razón.

—Hermosa —me tomó de la mano sin dejarme avanzar—. ¿Qué ocurre?

Al parecer ya estaba de buen humor, ¿y como no estarlo? Si ayer cuando llegué de dejar a Ragnar, se oían puros gemidos desde su habitación. Al parecer mi tía le había dado el buen consejo a Rhys y Alana se había estado divirtiendo. No entendía como Maeve lograba dormir así... Si no era Rhys, era yo. Pero al menos llevaba ventaja sobre mi amigo: era, cuando me lo proponía, silenciosa.

—Eres un descarado. ¿Cómo te atreves a preguntarme que me pasa?

Él se rascó la nuca y yo aproveché para liberarme de su agarre y seguir camino hasta mi habitación.

Minutos más tarde, oí un leve golpeteo.

Chispita... Abre la puerta.

—Que te den. —Bufé tirándome en mi cama.

—Lo lamento, preciosa. No quise levantarte la voz, estaba enojado y me desquité contigo. —Se oía amortiguada por la puerta.

Me demoré en contestar. A los minutos de estar recostada en mi cama sin hacer nada, una melodía comenzó a sonar.

Era una guitarra.

Era la canción...

—Jodido Rhys... —Me tapé los oídos.

"And if I say I really know you wellwhat would your answer be...?"

Lo odiaba. En serio, no podía hacerme eso. Su voz se oía lejana, pero no dejaba de sentirse pacífica y melodiosa... Rhys cantaba hermoso.

—¡Estás jugando sucio! —le grité para que me escuche a través de la puerta.

"Well, knowing you, you'd probably laugh an say..." —se calló—. Vamos nena, canta conmigo.

Caminé hasta la puerta y la abrí de golpe.

That we are worlds apart. —respondí secamente.

—No seas dura, quiero oírte cantar... Hace mucho no lo hacemos.

Suspiré y lo miré. Me contemplaba con esos ojos de cachorro pobretón que derretían mi alma como si fuera mantequilla. Desde siempre pensé que si él y yo no nos hubiésemos vueltos como uña y carne, estaría completamente enamorada de este idiota. Porque quizás, muy en el fondo –y esto es algo que jamás le diría– alguna vez pude haber llegado a sentirme ligeramente atraída hacia él.

Ese es un secreto que me llevaría a la tumba.

Rodé los ojos derrotada, y me senté a su lado. Él pasó sus dedos por las cuerdas, volviendo a cantar la primera parte de "Here today", nuestra canción.

Cuando su parte terminó, yo comencé la mía.

"What about the time we metWell, I suppose that you could saythat we are playing hard to getDidn't understand a thing, but we could always sing..." —Entoné despacio.

"What about the night we cried? —continuó Rhys—. Because there wasn't any reason left to keep it all inside... Never understand a word. But you are always there with a smile". —Acarició mi mejilla y yo evité derramar una lágrima.

Este tipo era jodidamente tierno y cursi.

"And if I really love you? And was glad you come along —cantamos juntos—. And you are here today... Here today".

Ambos nos quedamos en silencio mientras él movía sus manos por la guitarra, inventando alguna melodía sencilla.

—Lo siento...

—Lo sé.

Apoyé mi cabeza en su hombro, y comencé a cantar suavemente reconociendo la melodía que tocaba Rhys.

Y es que éramos así. Podíamos pelear por cualquier cosa, desde alguna estupidez hasta la discusión más jodida, pero siempre lo resolvimos cantando. La música nos unía, así había sido desde hace años. Era más fuerte el cariño que la insoportable idea de estar peleados, y ambos lo sabíamos.

—La próxima vez que me hables de ese modo no me enojaré —hablé cuando él ya había guardado la guitarra, y nos encontrábamos preparando algo para tomar—. Solo te daré el puñetazo de tu vida. ¿Comprendes?

—Más claro, imposible —besó mi coronilla—. Te amo, chispita.

—Ya, ya —apoyé mis manos en su rostro, alejándolo—. No seas tan cursi que me das ganas de vomitar.

—¡Familia! He llegado. —Escuché el grito de Maeve desde el salón.

Mi tía se apareció en la entrada, y se acercó hasta darnos un beso sonoro en la mejilla a cada uno.

—¿Has salido? —preguntó olfateando mi cuello.

—Ya te he dicho que no hagas eso, no eres un perro —la aparte—. Sí, he ido a devolverle una cosa a un compañero y he vuelto.

—¿Y por que llevas ese perfume?

Jodida Maeve, peor que novio tóxico.

—¡Yo que se! Porque se me dio la gana ponerme este.

Rodé los ojos y seguí en mi labor de cortar las fresas para la gran malteada que estaba preparando. Ella se entretuvo hablando con Rhys, quien cuando su celular sonó, salió de la cocina dejándome a merced de la  dpseudoetective: Maeve Griffin.

Cuando me dispuse a beber lo que con mucho cariño me había preparado, habló:

—¿Te gusta alguien?

—¿Qué? —Por poco escupo la malteada.

—Que si te gusta alguien. —susurró apoyándose sobre el mesón y acercando cómplice hacia mi.

—No.

—No me mientas.

—Sabes perfectamente que yo no miento.

Ella chasqueó la lengua dándome la razón. Se sentó a mi lado y me robó la malteada.

—Además —le di una mirada de reproche—, no pasaba nada si lo decías delante de Rhys...

—Es que... Quizás podrías sentirte avergonzada —la miré de reojo y ella se palmeó la frente—. ¡Pero que tonta! Si tú eres una sinvergüenza.

Ambas reímos sabiendo que sus palabras llevaban la razón. Yo había nacido con muy poca vergüenza, tenía que ser algo muy grave como para que en verdad me sienta cohibida. Por lo general podía asegurar con total certeza, que eso nunca pasaba.

—No, no. Pero hablando es serio Kye, tú sabes que yo no soy buena en esto de dar consejos amorosos. Pero si quieres hablar de algo, de alguien, de lo que sientes, no prometo volverme tu gurú del amor pero si te escucharé siempre que lo desees.

—Gracias Maeve —toqué su frente con mi dedo y ella rió—. Pero puedes quedarte tranquila, no me gusta nadie, y no me interesa absolutamente nadie. Y espero que no sea así por un buen tiempo.

—¿Por qué lo dices? —curioseó Rhys apareciendo por la cocina.

—Ya saben... —Me mordí el labio e hice un ademán con la mano—. Enamorarse a esta edad es una perdida de tiempo. Estamos más susceptibles a todos, y un corazón roto tarda más en sanar.

—No comparto contigo. Enamorarse es algo hermoso, y más a esta edad donde todas las emociones están a flor de piel, cuando mejor y más profundo sentimos. Somos más pasionales, más entregados, más dispuestos. El amor adolescente es el mejor amor de la vida, es ese que siempre recordarás con una sonrisa en el rostro porque fue el más puro, aquel que hizo que te sientas vivo. Y sí, puede que quizás te rompan el corazón al final, o que tú se lo rompas a alguien... Pero créeme Kye, vale la jodida pena. Además nadie se ha muerto de un corazón roto. —Rhys hablaba con una pasión que me sorprendió. Se lo veía tan seguro, tan decidido, que por poco me hizo dudar de mis palabras.

Por poco.

—¿Cómo puedes hablar desde un lugar que no conoces?

—¿Quién te ha dicho que no lo conozco, chispita?

Lo miré curiosa. No solíamos hablar de temas relacionados a nuestra vida amorosa o cosas de ese estilo. Giré mi cabeza y vi a Maeve muy atenta escuchándonos, como si fuésemos dos filósofos hablando de esas teorías que te freían el cerebro en cuestión de segundos.

—¿Ah sí? ¿Acaso amas a Alana? —cuestioné cruzándome de brazos.

—No.

—Tengo razón entonces.

—Que no ame a Alana no significa que no me haya enamorado nunca. Ella no es la primera mujer en mi vida, y seguro no será la última. —Sonrió él, sacando agua del refrigerador.

Abrí mis ojos con sorpresa.

—¿De quién te has enamorado, picarón?

Rhys me dio una sonrisa ladina.

—Es un secreto que con un poco de suerte, morirá conmigo. —Se dispuso a salir de la cocina, pero antes dejó una zanahoria en frente mío—. Y dime, Kye. ¿Cómo puedes tú hablar de algo que no conoces?

Desapareciendo por la cocina, me dejó con la palabra en la boca. Y bueno, también me dejó pensando dos cosas: ¿Por qué Rhys jamás me dijo que se había enamorado? ¿Y por qué carajos me había dado una zanahoria?

—Amo sus charlas profundas —Maeve se puso de pie—. Vamos nena, tienes que acompañarme a hacer las compras, mañana vamos a la casa del abuelo.

Oh sí... Reí. Mañana sería un buen día.



—¡Las ensaladas, las ensaladas!

Las benditas ensaladas de Maeve.

—No volveré a buscarlas —le avisé—. Estamos a medio camino de la casa de Prince, ya no es momento de regresar.

Conducía en el viejo auto del ex esposo de Maeve, sinceramente no me gustaba para nada, pero aún no había arreglado el Jeep y no quedaba otra. Cinco ensaladas, dos bolsas con postres y tres personas no irían cómodos en una motocicleta por treinta y cinco kilómetros.

—¡Se va a enojar si no le llevo la ensalada de rúcula! —Suspiró mi tía.

—Relájate, compraremos en un supermercado antes de llegar y la armamos allí. Prince no se enojará.

Tras un rato de viaje, aparqué en el único supermercados que parecía estar abierto un domingo, y Rhys bajó a comprar los ingredientes faltantes para las dos ensaladas. Una vez listo, di el último tirón hasta la casa de mi abuelo.

Al llegar, nos recibía como todos los domingos en el pórtico de su casa, con una sonrisa.

Bajamos todo e hicimos los saludos correspondientes. Cuando llegó mi turno, me tomó del rostro.

—¡Hola ojitos! —Besó mi frente.

—¡Hola viejo! —Hice lo mismo. Ese era nuestro saludo.

—Viejos los trapos que tengo en la cocina. —Entramos juntos, viendo desaparecer a Maeve por la cocina—. ¿Se las olvidó otra vez?

—Ya la conoces, es tu hija.

Él río con sorna, y nos sentamos en el sofá a charlar.

Mi abuelo era el mejor sujeto del universo entero. Tenía casi sesenta y dos años, y un humor espectacular. Y sí, su nombre era Prince: Prince Griffin. Se lo había cambiado hace más de treinta años, ya que era un gran fanático de su tocayo, el gran cantante. Además, he de admitir que tenía un aire a él, su tez era casi la misma y su voz... Mierda, mi abuelo cantaba espectacular.

Retrocedamos en el tiempo, un par de ramas antes en mi árbol genealógico. Mi abuela materna se casó con un hombre y tuvo una divina criatura: mi padre. Ese tipo era un real hijo de puta, una basura con todas las letras, un maldito. Hizo de la vida de mi abuela y su hijo un calvario, hasta que ella pidió el divorcio, cosa no tan común para la época del siglo pasado. Se lo otorgaron, el sujeto se borró del mapa dejando a una familia que aunque si bien estaba mejor sin él, no tenía dinero. Mi abuela comenzó a trabajar y ahí conoció a Prince, que en ese momento se llamaba Asher Griffin, y se enamoraron. Se casaron tiempo después y fue rápidamente aceptado por papá. Luego tuvieron a Maeve. Años más tarde, papá se enteraría de la muerte de su padre biológico y realizaría los trámites de cambio de apellido.

Era claramente entendible que no portaría el apellido de un sujeto que había arruinado su vida.

Ellos vivieron como una gran familia, pese a todos los comentarios que recibía mi abuela por estar casada con un hombre de tez oscura. A ella le valió una mierda, amaba tanto a ese hombre que jamás se le cruzó la idea de que ocurriese algo por aquel estúpido desprecio. Así fue hasta el día en que ella murió, y aunque llegué a conocerla me es imposible recordarla, yo era muy pequeña cuando ocurrió.

De todas formas la sentía presente, todas las historias que me contaba Prince sobre ella habían creado una imagen que no se borraba de mi corazón. Él decía que yo me parecía mucho a la abuela, y sentía que no estaba tan errado.

Siguiendo con la historia, papá siempre consideró a Prince como su verdadero padre, nunca le importó que no hubiese sido él quien le hubiese dado los genes. Lo amaba incondicionalmente, y yo también lo hacía. Al igual que él, nunca me había importado los genes, yo conocía la historia y eso solo hacía que lo quisiera siempre un poco más. Después de todo, llevaba su apellido.

Maeve tuvo todo listo demasiado rápido, así que tuve que interrumpir mi charla con Prince e ir a almorzar. Entre risas, anécdotas y karaokes de canciones viejas con la boca medio llena, disfrutamos de la compañía de mi querido viejo al que ya había comenzado a extrañar.

Ah... Si tan solo papá pudiese estar aquí. Estaría tan feliz de vernos así.

Sacudí mi cabeza alejando esos pensamientos, no quería llorar. No hoy, en un día tan bonito.

—Ojitos —me llamó una vez que terminamos el postre y volvimos a los sofás—. Hoy tienes los faroles más brillosos que otros domingos.

—¿Tú crees? —Alcé las cejas—. Pues, quizás es porque estoy más contenta que otros domingos.

—¿Más? ¿Cómo cabe tanta alegría en un cuerpo tan pequeñito? A mi no me engañas, Kye. Algo te traes escondido.

Parpadeé un par de veces.

—Vamos Prince —lo tomé de la mano y lo llevé hasta el piano—. Deja de verme tanto y hagamos lo que mejor nos sale.

¿Cantar?

No.

Ser felices.



Capítulo siete fresquito para ustedes. Narrado por el desastre con pies: Kye.

La canción que cantan Kye y Rhys es Here Today, de Paul McCartney. Les dejo la letra, recomiendo que la escuchen cuando Rhys comienza a cantar, su significado es precioso.

No se olviden que si les gusta SONDER, pueden votar, comentar y compartir la historia. ¡Es gratis! ;) También tienen mi instagram (@ethereallgirl), he dejado un edit de Kye y Ragnar que podría gustarles.

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.

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