Capítulo 51

N//A: esta canción es el motor de SONDER. Fue elegida desde mucho antes de comenzar a escribir este libro, y he esperado cincuenta y un capítulos para poder escribir este momento. Cuando vean los (**), denle play. No se arrepentirán <3

Los días se habían vuelto eternos para mí. No sabía muy bien qué era lo que estaba sintiendo, pero no me gustaba. Esto ya lo había pasado antes, cuando mi padre murió. La sensación era la misma: sentir que estaba viviendo en automático.

Desde hace una semana no asistía a Reachmond.

Desde hace una semana sentía que todos allí me habían traicionado.

Desde hace una semana sabía que estaba pisando un limbo tenebroso entre el suelo firme y un abismo.

No quería caerme de nuevo...

Ya no dormía, había descubierto que podía expresar mis sentimientos componiendo canciones y la verdad me había desahogado. Solo un poco.

Mi malestar había llegado tan lejos que incluso había cometido la estupidez de no ir el domingo pasado a la casa de mi abuelo, rompiendo con la tradición de ambos. También había faltado a mi sesión de terapia, y estaba pensando seriamente si retomarla o no.

Para ser honesta quería irme de aquí, quería escaparme muy lejos. Quizás por esa razón una idea había empezado a rondar en mi cabeza hace un par de días, y cuánto más reparaba en ella mejor me parecía...

Llorar de a ratos, comer en exceso, dejar de comer, componer, bañarme, volver a la habitación. Esa había sido mi rutina, y era deplorable. El sentimiento se repetía... Mi corazón le lloraba a Ragnar Novak, y mi cabeza le odiaba a rabiar. Y yo, lo que sea que fuese en ese momento, me encontraba justo en el medio del tironeo mente-alma que cada día me dejaba más y más agotada.

Maeve ya no sabía que hacer, y en el fondo no quería que hiciese nada por mi. Era un jodido corazón roto y si bien no sabía si alguna vez lo podría superar, al menos iba a aprender a vivir con esa herida latente que con el tiempo se iría haciendo más y más pequeña hasta volverse simplemente un leve pinchazo al costado de mi pecho.

Joder, ¿qué mierda me habían hecho? ¿Por qué había bajado así la guardia?

Yo no era esto...

Un golpeteo en mi puerta y el rechinido al ser abierta, descarriló el hilo de mis pensamientos y me llevó a quitar los dedos de la guitarra que tenía apoyada en mi regazo.

La famosa México Deluxe... El dolor nos había hecho cercanas.

—Ha llegado un correo, chispita. No lo he abierto aún, pero parece importante. Es del instituto.

Rhys quiso entrar del todo a mi cuarto, más se echó hacia atrás con una mueca.

—Por dios, Kye... Apesta aquí. ¿Sabes? Mejor te espero abajo.

Tampoco era para exagerar... Quizás un poco de culpa la tenía los restos de comida bajo la cama, pero yo al menos me bañaba.

Él también había estado irritable. Desde todo lo sucedido con Brett apenas si había querido mediar palabra respecto a lo que había pasado entre ellos, aunque yo hubiese hecho lo posible por intentar que hablase conmigo de ello. Yo le había vomitado todo lo que sentía respecto a Ragnar, que no era ningún secreto bien guardado, pero él se había mantenido mudo. El único atisbo de reacción que le había visto desde el baile, había sido los nudillos morados con los que llegó hace unos días. No tuve que hacer muchas conexiones para deducir quién se había llevado ese golpe. Más no hice dije nada, una parte de mí estaba orgullosa de mi mejor amigo.

Bufé levantándome de la cama, y bajé a desgano rumbo al estar. Ahí tomé asiento al lado de Rhys, que me tendió la laptop y me dejó abrir el mensaje.

Una felicitación por los graduados. Una fecha, la graduación. Ajá, sí. Y eso era... ¿una lista?

"Nuestra honorable camada 2022"

El aire no me llegó a los pulmones, pese a que repasé esa lista más de siete veces.

—Kye. —Rhys intentó en vano contenerme.

—No voy a graduarme...

Decirlo era peor. Decirlo lo hacía más verdadero, lo traía desde ese estúpido mail hacia mi realidad. Porque una cosa era la advertencia, la posibilidad de que fuese así. Otra era saber que, pese a haberlo intentado, de todas formas no había funcionado.

No había sido suficiente, una vez más.

No iba a graduarme. No lo había logrado.

Deslicé la laptop suavemente hasta mi mejor amigo, que me miraba con el rostro quebrado por la pena y dejé escapar por segunda vez en lo que iba del día mis lágrimas.

—No voy a graduarme, no voy a graduarme, no voy a...

Sus brazos me rodearon con fuerza mientras yo seguía repitiendo esas palabras una y otra vez.

—Podemos hablar con Herworth, Kye. No tienes que tirar la toalla.

En ese momento tuve un déjà vu que me transportó inmediatamente a la tarde que le conté al pelirrojo que repetiría el año.

—... ¿Puedo sugerirte algo? —preguntó, arrancando el auto nuevamente.

—Puedes.

—Creo que deberías dar lo mejor de ti este tiempo que queda antes de los exámenes. Demuéstrales que sí puedes con ello. Tirar la toalla ahora y volver en agosto es demostrarles que Kye Griffin se ha dado por vencida.

¿Qué más daba? Al final había perdido muchas cosas más que solo el año escolar...

—Ya no quiero seguir intentándolo. Me rindo, Rhys. Ya no quiero volver a Reachmond, voy a cortar por lo sano porque ese instituto y toda su puta gente me va a matar. —murmuré despacio entre sus brazos.

El aflojó su agarre y tomó mi rostro entre sus manos.

—Está bien, eso haremos. Buscaremos estos meses un nuevo instituto, lo prometo. No me iré de aquí sin que resolvamos eso, ¿de acuerdo?

Otro baldazo de agua fría en el que no había reparado. Él notó el cambio de gestos en mi rostro.

Rhys se mudaría en un par de meses a Australia.

—Kye... No, no, chispita. Lo siento.

—¿Por qué toda la gente que amo me abandona? —susurré dejando correr más lágrimas—. ¿Por qué tienes que dejarme?

Mi mejor amigo no supo que responder. Mi lado racional me gritaba que estaba haciendo preguntas estúpidas, que estaba dejando a la tristeza hablar por mí. Pero él no encontró la manera de manejar esa situación, y fui capaz de notarlo. Lo había herido también con mis palabras, habían sonado a acusación. Y yo no quería herirle porque sabía que él no me estaba abandonando. Por eso le dejé soltarse de mis brazos y lo vi subir por las escaleras, marcando algo en su móvil.

Menos de media hora más tarde el timbre sonó, y nadie bajó a atender así que yo tuve que hacerlo. Por un segundo temí de lo que me encontraría al otro lado, pero al abrir solo me llevé una sorpresa.

—Abuelo.

—Hola, Kye. Entra, tú y yo nos debemos una charla.

La última vez que yo había hablado de esta forma con Prince fue hace tres años, luego de mi última sobredosis. Ni siquiera quería traerla a la memoria, había sido una charla muy dura. Habíamos expuesto muchas verdades sobre la mesa que nos había dolido oír, pero que nos merecíamos volver a recordar y no dejarlas perdidas en el pasado.

Ahora, tres años más tarde, volví sentirme igual de pequeña y herida que entonces.

—Lamento lo que ocurrió con Ragnar.

Me encogí de hombros.

—Lamenta mejor el hecho de que no voy a graduarme... —hablé con algo de ironía.

—Ambas son importantes, Kye. Rhys me ha llamado, ha dicho muchas cosas que sinceramente me preocupan. Sobre todo si le sumamos que no has ido a casa el domingo.

Serví agua caliente en las dos tazas que había preparado para el café. Una le tendí a mi abuelo, que me agradeció con una sonrisa.

—Estoy bien. Solo será esta semana. Luego volveré.

—No. Lo siento, pero no. Estás actuando de la misma forma que aquella vez, ojitos. Y yo no puedo permitirte que vuelvas a hundirte. —Sus ojos me perforaron el alma, viendo a través de mi.

—¿Que quieres que te diga, Prince? Ya no me queda literalmente nada más por perder. Nada. Perdí la plaza en Reachmond, perdí el año, perdí al sujeto del que me enamoré como una idiota. Perdí la seguridad en mi misma, el control, la confianza. Perdí tiempo, perdí amigos, perdí a papá... Perdí una madre también. Perdí más cosas de las que puedo recordar en este momento, y aún así Rhys, Maeve y tú seguían estando pero ahora... Ahora él también se va a ir. Y hay que ser honestos, la cotidianidad no puede sostenerse a través de una maldita pantalla, abuelo. Así que discúlpame si ya no deseo hacer más nada por mi, el problema es que no estoy pudiendo encontrar suficientes razones para no rendirme, y ya me estoy cansando de aferrarme a una rama que amenaza cada día un poco más para quebrarse. Ya no quiero.

—Alístate.

¡¿Que?!

—Escucha bien lo que te diré —me tomó de los hombros y me hizo mirarlo fijamente—. Tú eres más que todas las cosas que te han pasado. Nadie te ha abandonado, Kye. Ellos eligieron irse. Y es hora de que madures y entiendas que cada persona es libre de elegir y hacer su camino. La única persona que podría haber llegado a abandonarte fue tu padre, y ambos sabemos que no tuvo intenciones de hacerlo. ¿El resto? El resto no importa, cielito. Deja de mendigar atención a personas que te están gritando en el rostro que no desean dártela. Ragnar, Sienna, Heath, la gente de ese estúpido instituto al que vas —negó—. No lo valen. Y pantalla o no de por medio, Rhys siempre será tu hermano, tu mejor amigo. Y Maeve y yo no nos iremos de tu lado ni aunque nos ofreciesen todo el dinero del mundo... Por más tentador que eso suene.

Solté una pequeña risa, sorbiendo por la nariz.

—Ahora ve a darte una ducha, ponte más bonita de lo que siempre sueles estar porque iremos al bar del Lou. Tomaremos algo, cantaremos un poco y nos sentaremos a planificar un viaje pequeño tú y yo, para este fin de semana. Y llamarás a tu doctor para avisarle que mañana mismo recuperarás la sesión perdida. ¿Estamos de acuerdo?

No. La verdad no tenía ganas. Pero Prince era Prince. Y como ya había manifestado tiempo atrás:

Él era la única persona a la que yo nunca le discutía nada...

Asentí y marché escaleras arriba. Me demoré varios minutos, tenía que admitir que quizás estos días no me había bañado con la normalidad que solía hacerlo usualmente. Al salir, un poco más despejada, oí mi celular sonar en el mesón del lavabo. Últimamente había estado desperdiciando mi tiempo en él. Tenía redes sociales y esas mierdas, y sinceramente eran bastantes adictivas... Instagram era una linda mentira de la vida para entretenerse con ella.

El ringtone lo reconocí de inmediato, así que no dudé en atender.

—Hey... Apareciste, maldita. —intenté sonar alegre.

A Venus no le había contado absolutamente nada de lo que había ocurrido con Ragnar. No sabía cómo decírselo, o si debía hacerlo. Éramos... ¿amigas? Sí, creo que sí lo éramos. Pero nuestro nivel de confianza no estaba al cien.

Kye —Su voz seria me puso en alerta—. Tienes que venir, urgente. Ahora.

Me vestí velozmente con el teléfono apoyado entre la oreja y el hombro, pidiéndole explicaciones.

—¿Estás bien? ¿Te lastimaste? ¿Volviste a escaparte de St. Hill? —consulté mientras me colocaba un par de tenis blancos.

Es Ragnar. —Detuve mi andar en eso apenas oí ese nombre—. Kye, se va a casar...

Se me resbaló el teléfono de la mano nada más oír aquello.

No lo pensé dos veces, corrí escaleras abajo y tomé las llaves del Jeep. Prince asomó la cabeza desde la cocina preguntándome a dónde iba tan rápido, y le grité que luego le llamaría, que debía resolver algo urgente. Mientras me montaba en la camioneta lo vi salir e intentar detenerme, pero no surtió efecto. Antes de que el llegase a terminar de pronunciar las tres pobres letras de mi nombre, yo ya había echado a andar.

Se iba a casar. Y eso solo significaba una cosa...

Algo en su plan había salido mal.

Entonces... Entonces él...

Sí me amaba.

Iba a impedir esa jodida boda a como diese lugar. Entendí lo que quiso hacer Ragnar, pero él iba a comprender ahora que yo no era una princesa que necesitaba ser salvada.

Yo no quería ser salvada. Lo quería a él.

Y ese maldito de Marcus Novak...

Tenía una mezcla de sentimientos que me estaban a punto de volver loca. En mi mente había memorizado la dirección que Venus me había murmurado por el celular, y hacia allí me dirigía. Planeaba hacer hasta un escándalo si era necesario, pero no me iría de allí sin hablar con el jodido amor de mi vida.

No podía perderlo...

Nada más dejar el Jeep en el parking de lo que parecía ser un restaurante, divisé el rostro de Venus preocupado esperándome más cerca de la entrada. Bajé corriendo y cuando la vi, la abracé.

—Estás del asco, voy a matar a ese hijo de puta por haberte hecho sufrir. No sé lo que pasa pero...

—Llévame con él. Ahora.

Ella asintió, tomó mi mano y me hizo entrar.

El lugar sinceramente era precioso, y estaba tan bien ambientado que hasta a mi me dieron ganas de casarme. Dentro de aquel bonito salón encontré a bastantes rostros conocidos. Estudiantes de Reachmond, el legado de la élite. Esos que continuarían el camino de sus padres, alimentando aquella sociedad hermética que odiaba y, paradójicamente, con la que me había vinculado bastante.

Miré para todos lados obviando la existencia de todos los presentes. Yo tenía un único objetivo, el resto podría desaparecer y yo ni me daría por aludida.

—Joder... Estaba aquí recién, te juro que lo vi. Yo...

—¿Qué haces aquí?

Una mano en el pecho me frenó en seco mientras le prestaba atención a mi amiga. La observé: pálida, pulcra, recién salida de un salón de belleza, las uñas perfectas y un increíble anillo dorado con un diamante en el centro de su dedo anular.

La alejé casi como si su tacto me quemase viva. Luego respiré hondo e intenté tranquilizarme y comportarme.

Ella no sabía nada, ella no tenía la culpa.

—Quiero hablar con Ragnar. —le pedí a la rubia, aunque en el fondo de mi mente una voz me gritó que yo no tenía que pedir nada, y menos a ella.

—Kye, estamos en medio de algo...

—No soy estúpida, Molly. En mi diccionario mental si está el concepto propuesta de matrimonio. Llevemos la fiesta en paz, por favor.

La novia de Ragnar volvió a levantar su mano, y me mostró una habitación al fondo de un pasillo. Prácticamente volé hacia allí, sin embargo cuando entré no había nadie. La habitación resultó ser el lugar donde los camareros se vestían; el mismo parecía tener una salida trasera hacia el parking ubicado en la entrada. Ella entró segundos más tarde y cerró la puerta tras de sí. Me lleve una mano a la frente, comenzando a impacientarme.

—Te he dicho que...

—Yo lo que me dijiste. Pero Ragnar ahora no puede, ni quiere atenderte. No es justo que llegues aquí como Juan por su casa y hacer el numerito en frente de todos nuestros invitados solo porque deseas hablar con mi prometido. —Su voz sonaba a reclamo, y su mueca lo confirmaba.

Su prometido. Quería vomitar, está situación era demasiado para mi. La veía a la cara y lo único que podía sentir era pena. Y nadie se merecía un sentimiento así.

—No entiendes, Molly. Esto va más allá de un simple compromiso, hay un trasfondo demasiado turbio que...

—¡¿Por qué no puedes hacerte a un costado, Kye?! ¿Por qué quieres arrebatarme el lugar que me pertenece? —Sus ojos se aguaron—. ¿Por qué no me dejas disfrutar de este momento, de estas experiencias, de mi amor?

Mis ojos repasaron los suyos, varias veces.

Furia.

Enojo.

Reclamo.

Aquellos ojos verdes no me estaban reclamando nada más que tiempo. Esa era la mirada de alguien que guardaba un secreto.

Un secreto a voces.

—Lo sabes... —me golpeé con la realidad.

—No se de qué me estás hablando —su cuerpo se tensó, aferrando sus manos a los pliegues de su bonito vestido amarillo pálido.

Me llevé una mano al pecho, retrocediendo hasta quedar sentada. El corazón se me hizo un nudo, no podía creerlo. En sus ojos la culpa se arremolinaba a pasos agigantados, dejando salir las lágrimas que venía conteniendo.

—Lo has sabido todo este tiempo.

—Un año, Kye. Regálame un año, solo eso deseo. No quiero seguir perdiendo tiempo.

—¿A qué costo, Molly? —murmuré sintiendo en mi garganta el ardor del llanto y las lágrimas recorriendo mi rostro.

Ella tomó el picaporte de la puerta y lo abrió, secándose sutilmente las mejillas empapadas. Me miró una última vez y volví a leer el ruego en sus pupilas. Me sonrió tristemente y salió de la habitación dejándome destruida entre esas cuatro paredes.

Un año...

Venus me encontró aún en el piso, varios minutos más tarde. Yo no había encontrado las fuerzas para levantarme y seguir buscando al pelirrojo, así que seguía aquí, con las rodillas pegadas al pecho y la vista fija en la puerta.

—Kye, ponte de pie. Ya todo el mundo se está yendo... Vamos, te llevaré a casa. 

La dejé ayudarme y sacudir mi ropa suavemente.

—¿Lo viste?

—No. Chris me arrastró al parking para hablar apenas tú desapareciste de mi vista, cuando volví a entrar ni Molly ni Ragnar estaban en el salón. Y de a poco todos fueron retirándose. ¿Por qué no me dijiste nada, Kye? —Ella pareció dolida ante lo que le había estado ocultando, y que se había tenido que enterar por el mejor amigo del pelirrojo.

—No había confianza entre nosotras, Venus. Tú me caes realmente increíble, pero hay cosas que no pueden simplemente decirse así nomas. Además no es asunto mío, no me correspondía ir por ahí contándolo.

Mi amiga asintió lentamente, comprendiendo mi punto, y abrió la puerta para cruzar el salón ya vacío y volver al Jeep.

—Tú y yo somos de la misma madera, nena. Me alegra tenerte en mi vida. ¿Estarás bien? Puedo conducir yo hasta la casa de tu tía y luego volver aquí por mi auto.

—Lo que quieres es probar mi precioso Jeep, no me engañas. —Intenté asomar una sonrisa cómplice, que me salió más como una mueca—. Descuida, conducir, cantar y fumar son mis mejores terapias, y planeo hacer las tres hoy. Vuelve a St. Hill, y no des muchos problemas.

La abracé por segunda vez en el día, deteniéndome unos segundos para susurrarle un tenue gracias, y me monté en el coche playero. Mientras la observaba marchar, encendí uno de mis cigarros armados que tenía guardado en la guantera, y envié un mensaje a Rhys, Maeve y el abuelo para que nos encontrásemos en el bar de Lou.

Hoy el plato fuerte sería catarsis.

Conduje en silencio mientras escuchaba algunos temas de la radio, que a esta hora se decantaban por clásicos románticos. Fruncí el ceño y cambié de estación: hoy no.

A pocas cuadras de estacionar frente al bar, sentí un tirón suave en mi pobre y maltratado corazón. Un Audi azul noche quería pasar desapercibido con luces tenues y bastantes metros de distancia, pero no lo logró.

Un Audi azul noche nunca pasaba desapercibido.

Estacioné el Jeep intentando mantener el control de mis emociones y no salir corriendo a sus brazos. No podía verlo desde donde estaba, pero me ponía frenética la sola idea de pensar que estaba aquí por mi, porque se había enterado de que había estado en su cena de compromiso. 

Ingresé en el bar tentada a mirar por sobre mi hombro, más no lo hice. Saludé al abuelo, a mi tía y a Lou, y me acerqué a abrazar a mi mejor amigo, que metió su cabeza en mi cuello y me presionó contra él.

—Te extrañé —me susurró—. Hueles a mota.

Reí suavemente y agité su cabello con mi mano derecha.

—Lamento lo que dije hoy, azulito, no quería lastimarte. Y sí, efectivamente huelo a mota.

—No te preocupes, nada que disculparte. ¿Quieres cenar y luego subimos al escenario?

Asentí y nos dirigimos a nuestra mesa de siempre. Me mantuve callada la mayor parte de la cena, observando de reojo hacia la puerta.  Solo cuando terminamos las dos rondas de pizzas que pedimos, Rhys encendió el último cigarro de la noche y me hizo señas para subir al escenario.

—No —lo detuve con una mano cuando quiso ir conmigo—. Hoy lo haré sola.

Suspiré, moviendo mi mano para indicarle a Lou que atenuase las luces del bar. Una vez que las luces violáceas y azuladas llenaron el lugar, me senté en el taburete contemplando al público.

—Porque hoy tengo el corazón roto —alcé el pitillo y los presentes alzaron sus copas—. Porque hoy tengo que ser mi propio héroe. 

(**)

Comencé a entonar los primeros acordes de la canción que el corazón había elegido para hoy, suave y lentamente. Mantenía mis ojos cerrados, no quería abrirlos porque temí respecto a lo que podría encontrarme si llegaba a hacerlo. A mi mente volvió el recuerdo de todos estos meses vividos, de cada uno de los momentos que ahora guardaría en mi recuerdo para siempre. 

Me di cuenta de que estaba agotada. Amar de la forma en la que yo amaba a aquel chico pelirrojo, y haberme dado cuenta tan tarde de ello estaba absorbiendo cada átomo de energía. Había una parte muy grande de mi alma que estaba quebrada, y que necesitaba sanar. Me vi a mí misma y no me reconocí. Era una mezcla furiosa de sentimientos y emociones que me estaban llevando por delante, que ya no podía controlar.

Y entonces, me dije, por última vez yo debería abrir los ojos.

Y lo hice.

Will you come running when I scream your name?

The wolves are out hunting and they're coming for me

Tell me, do I need to be my own hero? 

Will you come running? I need to know

An army of two, or am I all alone?

Tell me, do I need to be my own hero?

Él no debería haber estado ahí, en la puerta de aquel bar a las once de la noche. Él no debería haber entrado a mi vida, porque yo había sido antes de su llegada, y seguiría siendo cuando el ya no estuviese aquí. Él no debería haber descubierto esa parte tan brutal en mi, tan capaz de amar hasta enloquecer, hasta arriesgarlo todo y no tener miedo de perderlo. Cuando sus ojos azules chocaron con los míos, se mataron. 

Nos gritamos.

Nos lloramos.

Nos reímos a carcajadas.

Nos besamos hasta que se nos desgastaron los labios. 

Nos amamos una última vez.

Would you lay your life down?

Would you give an arm or a leg?

Are we gonna fight now?

'Cause baby, it's the world we're against

Is it our time now, right now

Or is it just me in the end? 

Hicimos muchas cosas en esa efímera mirada de dos almas rotas. Así amábamos quienes estábamos heridos, entendí de repente. Amábamos de la misma forma en la que nos habíamos construido: con lo que quedaba de nosotros, con lo que otros habían dejado esparcido en partes. Amábamos con todo, porque no podíamos medirnos. Habíamos probado tan poco de esa fugacidad arrolladora que nos había enceguecido, que habíamos querido más y no supimos poner límites para evitar perdernos en ella. Todo en exceso era malo, incluso el amor. Comprendí viendo su rostro desolado por la letra de la canción, que nosotros teníamos demasiado amor. Algo así nos condenaría, porque yo jamás dejaría de serlo todo para él, y él jamás dejaría de serlo todo para mi. Y en el afán de querer salvarnos el uno al otro, nos terminaríamos dañando. Ya lo habíamos hecho, y no era justo. Nos habíamos hundido por querer sanar entre nosotros el daño que otros habían hecho, y un amor nacido del dolor siempre, en el fondo, dejaría una herida abierta. 

Volví a recordar las palabras de Molly Andrews, oyendo las melodías finales de la canción. Un año no era mucho tiempo, ciertamente. Ella podía quedárselo; con todo el tiempo que en algún momento estuve dispuesta a entregarle a aquellos iris océanos que ahora me estaban desarmando. Nos habíamos prometido demasiadas cosas que no íbamos a ser capaces de poder cumplir, porque ni el tiempo ni esta vida estaba de nuestro lado. 

A veces, cuando uno más eterno desea ser ante los ojos del otro, más efímero se vuelve. Y nosotros habíamos sido fugaces.

Tell me, do I need to be my own hero...?

Una parte de mi se quedó guardada en el te amo que me gritaron esos ojos azules. Una parte de mi se fue con él cuando entendió que esta era nuestra despedida.

Fugaces, sí. Que bonita palabra, tan esperanzadora como feroz.

Tal como nuestra historia de amor.


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