Capítulo 37


Siempre me sorprendía de, aún, seguir viva, o lo que es peor, medianamente cuerda. También admiraba mi capacidad para atraer situaciones conflictivas y poco decentes a mi vida, dañando así mí poca —pero no inexistente— vergüenza. Y, aunque en muchos casos, siempre había logrado salir airosa de ellos, era asombroso ver cómo aún intentando dejar un pasado tortuoso atrás, los recuerdos se esforzaban por aparecer uno tras otro, para contentarse con el sencillo y para nada difícil hecho de cagarme la existencia.

Miré a Magnus después de casi cuatro años, y, sacando las dreadlocks y la ropa ancha, no había cambiado nada. Observé, luego de salir de mi trance, a Ragnar. Y luego lo recordé.

—Joder. Son hermanos.

¡¡Eran malditos hermanos!!

—¿Alguien podría, por favor, explicarme que carajos sucede aquí? —El chico pelirrojo se separó de mi lado y nos enfrentó a ambos, expectante.

Magnus me miró, ambos supimos que sería calamitoso volver a hurgar aquel pasado –que, inevitablemente, compartíamos–, pero debíamos hacerlo. Ragnar se merecía una explicación de por que yo conocía a su hermano.

—Deberíamos... Sentarnos —Magnus opinó—. Supongo que la cena demorará un poco.

Hice memoria y, mientras tomaba asiento, evoqué con molestia las andanzas de una Kye de catorce años.

—Nos conocimos en Reachmond, bueno, en una fiesta de Reachmond. En ese entonces yo tenía catorce y Magnus rozaba los dieciocho, si las matemáticas no fallan. Le había insistido a Rhys para ir, al fin y al cabo era la última fiesta de la temporada de Lacrosse... 


—¿Maeve duerme? —le pregunté a Rhys entre las sombras, su cabello, en ese entonces oscuro y largo hasta los hombros, se movió indicándome una afirmación inmediata.—Bien, vámonos.

Salimos, como cada fin de semana, por el jardín trasero de la casa de mi tía, y nos escabullimos hasta llegar a la vereda. De allí comenzamos una caminata de dos o tres cuadras, dónde en teoría nos buscarían unos conocidos para llevarnos a la fiesta de los de último año. No queríamos levantar sospechas, manteníamos una buena racha ocultando nuestras escapadas nocturnas, no íbamos a cagarla ahora.

El calor era insoportable a esas alturas del año, se palpaba en el aire la llegada pronta y furiosa del verano. Yo odiaba el verano. El vestido rojo y corto que tenía se me pegaba en la espalda, que comenzaba a sudar, al igual que el espacio entre la cara interna de mis muslos. Las sandalias sin tacón eran cómodas para caminar, pero siempre preferiría mis tenis blancos.

Recuerda, Kye. A las tres, como tarde.

Asentí, rodando los ojos. Íbamos tomados de la mano, a él le gustaba protegerme mucho; yo me dejaba cuidar porque me gustaba la calidez de su mano rodeando la mía y la sensación que me producía saber que siempre estaría para mí, protegiéndome.

Llegamos a la esquina de la cuadra contigua a la nuestra, y esperamos sentados hasta que una 4x4 roja se apareció con los parlantes reproduciendo alguna especie de música pop-rap, lo suficientemente fuerte como para aturdir a la manzana entera. Los bonitos ojos rasgados de Kang me observaron apenas subí al asiento trasero de la camioneta. Me robó un pequeño beso en los labios antes de dejarme siquiera saludar.

—¿Lo traes? —susurré sin dejar de mirar al frente, sintiendo como el motor arrancaba.

—¿Qué me darás a cambio, linda?

—Una patada en los huevos si no cumples con lo que me prometiste, Kang. —Dejé el dinero en el bolsillo de su playera hawaiana.

Él suspiró y me tendió una bolsita transparente pequeña.

—¿Al menos vas a bailar un poco conmigo? —Puso su mano en mi flacucho muslo desnudo.

—Claro —me incliné hacía la parte delantera del coche, entre Rhys y Marco, aminorando el bullicio que salía de los parlantes—. Bájale, italiano, que además de idiota te volverás sordo.

Él dejó un beso en mi hombro y río.

—Dios, Kye, que zorra eres. —se quejó Rhys, a medio camino entre la broma y el enojo.

Y tenía razón, a mí me gustaba jugar este juego. Había aprendido que se me daba de maravilla, todos obteníamos lo que queríamos, era un ganar-ganar.

Cuando llegamos, todos bajamos dispuestos a ingresar a la gran casa de alguno de último año. No sabía quién era, yo solo iba a divertirme, o pretender que lo hacía.

—Vi lo que te dió Kang —Marco me tomó de la muñeca—. No te pases de lista.

Lo miré de arriba a abajo, llevé mis manos hasta su pantalón y metí la mano en su bolsillo. Él se removió incómodo, pero no me alejó. Para su infortunio, mis manos solo atraparon la cajetilla de cigarrillos. Tomé uno y acerqué mi rostro para que lo encendiese.

—Kye... —Sus ojos me imploraron, me sacaba casi cabeza y media en ese entonces. Sin embargo, pese a la súplica, sus manos encendieron el cigarro.

Di una calada, sin alejarme de su rostro.

—No me digas que hacer.—Expulsé el humo y me alejé rumbo a la fiesta.

Al ingresar, las luces neones y el humo artificial me dieron una bofetada. Caminé sola entre el gentío, buscando con mis ojos a la única persona por la que había venido hoy. Al no encontrarlo fui por Rhys, quien, al verme, me tendió un vaso rojo.

—Cuba libre. Nada de tequila.

Asentí; los vicios, los males. Yo los tenía todos.

Nos quedamos en un rincón por largo tiempo, charlando, bebiendo y fumando. Kang reclamó finalmente su baile, y no se lo negué. Nos besamos un par de veces, me susurró al oído cuánto me deseaba, y cuando comenzó a volverse pesado lo alejé de un empujón.

—No.

—Vamos, Kye. ¿Hace cuánto llevamos así? Semanas, por dios. Quiero estar contigo. —Volvió a acercarse.

—Te dije que no, Kang.

—Se que lo quieres, preciosa. No puedes hacerte la difícil siempre.

Cuando Kang quiso besarme a la fuerza, una mano lo detuvo.

—Si una persona te dice que no, es no. Eso significa que te retractas de tus acciones, pides perdón y vuelves derechito por dónde apareciste.

Volteé mi cuello; un brazo no tan musculoso, bronceado y lleno de vellos rubios detenía al jipón furioso. Más arriba, un rostro de muñeco, rodeado de rizos dorados y ojos oscuros me sonreía con tranquilidad.

—Como sea —escupió Kang—. Tampoco eres la gran cosa. Una adolescente depresiva, fácil y drogadicta. Lo único salvable de ti es ese cuerpo que tienes, y aún así también lo estás arruinando.

Salió del lugar a empujones, seguramente maldiciéndome a mí y a todos mis ancestros. Allí iba el último dealer de Reachmond que aceptaría venderme algo de drogas sin hacer tantas preguntas.

—¿Novio difícil?

—No necesitaba tu ayuda —sonreí—, y tú no necesitas que responda a esa pregunta.

—Tienes tu punto, no me interesa. Admito que me gusta hacerme el héroe a veces —sonrió de lado, regalándome la vista de un hoyuelo en la mejilla derecha—. Soy Magnus.

—¿Por qué sigues aquí?

—¿Tomarías algo conmigo? —Me hizo dar un giro en mi lugar y luego bajó mi espada sosteniéndome en aquella posición de baile dónde su rostro quedó muy cerca del mío—. Prometo no enloquecer como ese de allí.

Una risa baja me brotó de la garganta. Su sentido del humor me hizo aceptar la oferta.

—Kye.

—¿Que?

—Mi nombre es Kye.


El resto de la noche, Magnus y yo estuvimos hablando, bebiendo y bailando cada tanto. Ya recordaba de dónde lo había visto: era un jugador de lacrosse, el capitán, para ser exactos. Mi boca casi se salió de su lugar cuando me enteré de que era de último año, y seguramente la suya quedó por el piso cuando supo que yo aparentaba más que mis estúpidos catorce años. Y aún así yo supe que iba a jugar todas mis cartas esa noche, e iba a ganar. Mi premio iba a ser él.

—Me gustan tus ojos, Kye... Dicen que cargas con bastante mala fama —habló, fumando un cigarro de marihuana—. Dicen por ahí que prendes la llama y dejas que el incendio arrase.

—Dicen muchas cosas... —Dejé mi bebida a un lado, y me senté a horcajadas sobre sus piernas—. Y todas ellas son ciertas. ¿Tú piensas esperar mucho para descubrirlo?

Su sonrisa ladeada fue lo último que vi antes de que sus labios besasen los míos de una forma voraz. Nunca me habían besado así, después de todo, nunca había estado con alguien más grande que yo, o al menos no tan grande. Le dejé disfrutarme a su gusto, en ese entonces aún no sabía que era lo que quería, así que cualquier cosa que me hiciese olvidar, para mi estaba bien. Me ofreció ir a una habitación, asentí. Después de todo, cuanto más prohibido fuese el asunto, más me gustaba retarlo.

Camino a una de las habitaciones, los ojos de Rhys se posaron sobre los míos. Leí sus labios desde donde estaba.

"Me llamas".

Asentí, sonriendo, y subí con Magnus. Cuando entramos a la habitación, saqué del pequeño sobre de mano la bolsita transparente.

—¿Quieres? —Le ofrecí.

—No deberías jugar con eso, bonita. Una mente inestable siembra el caos cuando encuentra un complemento.

—No soy inestable. —Regué  el contenido en la mesa de luz. De ahí, no supe que más hacer, a la cocaína nunca me le había acercado.

Magnus volvió a besarme, me dejó sacar su camiseta y volvió a recorrer mi cuerpo con sus manos. Cuando quiso bajar el cierre de mi vestido, lo detuve.

—El vestido no.

—La mente es tu peor enemiga. Juega contigo creyendo que tienes el control pero nunca es así. Lo peor es cada vez que quiere volverse en tu contra, juega sucio y cuando menos lo necesitas... —su mano viajó por mi muslo y apretó unos doce centímetros sobre el final de mi vestido, arrancándome un gemido de puro dolor—. No voy a ser yo quien te haga cambiar de idea, Kye. Soy todo menos un príncipe. No pienso juzgar lo que haces, pero el vestido sí se va.

Lo miré preguntándome de dónde carajos había salido este sujeto, y quejándome interiormente del ardor en el muslo. Parecía que conocía el lugar justo donde más me dolía.

—Enséñame como me meto eso en el cuerpo, y yo me saco todo. Incluído el vestido.

Yo era una completa desesperada. En todos los sentidos.

Él se aproximó a la mesa, sacó de su cartera una tarjeta dorada y separó el monto blanco en cuatro perfectas líneas finas y derechas.

—Dos para ti y dos para mi.

Me mostró como proceder, aspiré lo suficientemente fuerte como para hacerlo pasar, pero no con tanta dureza como para lastimar las paredes de mi nariz.

Luego de eso tuve que cumplir con mi parte. Solo llegué a quitarme el vestido cuando él comenzó a devorarme, y supe que se encargaría del resto. Me dejé llevar, el alcohol me tenía relajada, pero a medida que los besos y las caricias subían de tono yo me sentía más eufórica, deseosa y extasiada por la repentina forma en la que el tacto de Magnus comenzó a sentirse diferente en mi piel.

Esta mierda era jodidamente maravillosa.

—Magnus —lo detuve—. Soy virgen.

Sí. Carajo, era virgen, muy virgen. Pero más segura del conocimiento de mi virginidad, sabía que no me iba a ir de aquí aún siéndolo. Era, a fin de cuentas, para lo que había venido: drogarme y acostarme con cualquiera en la mejor fiesta del año.

—¿Entonces sí o no?

—¿Tengo cara de arrepentida?

—Estas drogada, Kye. Tienes cara de drogada.

Tomé su cabello entre mis manos, en un puño, y lo hice bajar hasta mi entrepierna.

—Quiero que me folles, Magnus. ¿Así o te lo explico con manzanas?

—Estas jodidamente loca. —susurró, más no se negó a mi orden.

Así, medio ebria, con mis primeras dos líneas de cocaína encima, una venda medio ensangrentada en mi muslo y mis ganas incontrolables de desconectarme del mundo, dejé que Magnus me tomara a sus anchas aquella noche.

Las águilas de Reachmond festejaban qué habían vencido en el último partido de la temporada, pero la gloriosa copa de la victoria me la había llevado yo...


—Nos acostamos durante casi todo ese verano, antes de que él se fuera a estudiar —volví a abrir los ojos, desconectando mis recuerdos—. Luego, simplemente no lo volví a ver, hasta hoy.

Ragnar se puso de pie, casi aturdido.

—¿¡Te cogiste a mi hermano!?

Asentí.

—¿¡Por qué te lo tomas con tanta calma!?

—Porque yo no sabía que tenías un hermano, y menos, que era él. Y aunque lo hubiese sabido, ¿las cosas habrían sido diferentes?

—Podrías habérmelo dicho, Kye. Es mi hermano.

—Yo no tengo por qué darte explicaciones de con quién tengo sexo, Ragnar. Y menos si es alguien de mi pasado. No confundas las cosas.

Sus ojos desorbitados, me observaron con una expresión de enojo evidente. Luego, miró a su hermano.

—Vete. La cena se cancela.

—Esta es mi casa. —Magnus refutó, tranquilo.

—Quiero hablar con Kye, y no lo haré si estás aquí.

El chico de rastas cerró los ojos, evitando perder la paciencia ante su hermano menor, y se puso de pie. Tomó su chaqueta y caminó hacia nosotros.

—No hagas ninguna estupidez, Ragnar. Esto no debería afectar el hecho de que ustedes tienen algo, serías un idiota si te dejas llevar por eso. Kye es un buen recuerdo de mi pasado, la única cosa que nos une, además de eso, eres tú —se giró a verme—. No haz cambiado ni un poco, ¿eh?

—Te sorprenderías —le sonreí.

—Fue bueno volver a verte, Kye.

—Adios, Magnus.

Él le dio un último vistazo a su hermano, y salió por la entrada.

—¿Qué? —espeté, sintiendo su pesada vista sobre mí—. Habla ya, suéltalo.

—¿Eres consciente de que te acostaste con un chico mayor que tú? Es ilegal. ¿Cocaína? ¿Cigarros? ¿Alcohol y quién sabe que más?

—No puedes juzgar una historia que no conoces, Ragnar.

—Creo que oí bastante. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te lastimas así?

—Tenía catorce años, estaba ahogada en un duelo que no podía superar. Mi única familia era un adolescente de mi edad con más problemas que yo, y una chica de treinta años recién divorciada inmersa día y noche en su trabajo para evitar ver a la miniatura de su hermano muerto, y no lidiar con un ex-marido infiel. Dime tú, Ragnar, ¿que solución tienes para eso? Porque aunque sé que había otras alternativas, mi mente inmadura no pensó lo mismo.

—Y aún así seguiste haciéndolo, no te detuviste, no pediste ayuda.

Lo miré con cólera, me estaba impacientando.

—No sabía cómo pedirla.

—¿Eso es todo lo que dirás? ¿Esa es tu excusa? —Se tomó los cabellos.

—¡Yo no me estoy excusando, Ragnar! No le debo explicaciones ni a ti ni a nadie, ¡es mi vida! Te dije que me drogaba, sabes lo que ocurrió con mi padre, ¿que es lo que te sorprende? Tu hermano me salvó de muchas maneras, y eso nunca voy a olvidarlo.

—Si, claro. Le llamas salvarte a cogerte y drogarse contigo. Es lo más hipócrita que he oído.

Me acerqué hasta él y lo abofeteé secamente.

—¿Me llamas hipócrita a mí? Tú, que le eres infiel a tu novia enferma, que engañas a tus padres, que juegas un papel que no te queda, y aún así pides ayuda para salvarte de todos esos monstruos con los que comes cada noche en la misma mesa y a la que llamas familia —rugí con furia—. Yo no niego mi pasado, ni lo que hice. Gracias a ello soy quien soy y aprendí de cada golpe y caída. Si no puedes cargar con el hecho de haberte enterado de eso, no es mi problema. Si no aceptas que esto es lo que soy, no es mi problema. Si no entiendes que está es mi vida y yo decido como la vivo, no es mi problema. No soy perfecta, ni mental ni físicamente, estoy herida en ambos sentidos. Sigo aprendiendo, me sigo equivocando, hay muchos demonios con los que lucho todos los días, y aún así mi pasado no define mi presente. No vivo en él. Me acosté con tu hermano, supéralo. Me gusta el sexo, me gusta ser como soy, me gusta vivir libre. Si tú no puedes aceptar esto, entonces deberías volver a tu vida de porcelana podrida por dentro, y dejarme en paz.

Tomé mis cosas, dando por sentada la velada caótica de hoy, y salí de la casa de Ragnar dando un portazo. Él no me siguió, no me llamó para hacerme volver, en el fondo quizás lo esperaba, pero yo no era así.

Me sentía patéticamente dolida. Allí, caminando sola en el medio de veredas vacías, supe que había bajado la guardia de una forma que nunca antes lo había hecho.

Y sin querer, se me abrieron heridas viejas, por golpes nuevos, y así volví a sangrar dónde un día dolió... Ahí me di cuenta de que en realidad, no éramos tan fuertes como pensábamos.



Madre santa, como me gusta el salseo. ¿Cómo están? ¿Qué les pareció el capítulo de hoy?

Increíblemente estoy escribiendo, lo se, ni yo me lo creo. Un sábado más aquí compartiendo SONDER con ustedes.

¿La noticia de hoy? Llegamos a los 2.7k de leídos *inserte sticker de algún michi bailando*

Les recuerdo que pueden votar, comentar y compartir esta historia si les gusta, eso me hace muy feliz <3

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.


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