Capitulo 26
Existe un momento en la vida de toda persona en el que siente que se está hundiendo. No importa cuando sea, no importa la circunstancia, ni la edad, ni las personas que te rodean, ni la madurez mental que puedas tener. A todos nos pasa. Y a todos nos cambia.
El sentimiento es el mismo. Caes. Caes a un abismo oscuro que no ves, pero sabes que tiene un fin. El aire desaparece de tus pulmones, sientes una opresión en el pecho, un malestar en la boca del estómago y un nudo hecho con alambre de púas alrededor la garganta. Te recorre una electricidad mortificante que se extiende por todas tus extremidades, que quema... Que lastima. Te asfixias.
Algunas personas se pasan toda su existencia cayendo por ese abismo, cuyo final nunca llega sino hasta que ya es demasiado tarde. Otros tocan fondo y se quedan allí, sin intenciones de salir. Algunos con la esencia más fuerte, empujan los pies y entienden que ahora solo queda ir hacia arriba de nuevo, cueste lo que cueste. Y muchos otros, ven asomarse una mano que alguien les tiende, y son salvados justo antes de tocar fondo.
Ese era yo, y la mano que me estaba salvando era la de Kye.
Aquella fiesta se fue al caño cuando mi padre hizo su entrada deslumbrante. Y se jodió más cuando la pelinegra abandonó la sala con unos modales que nos dejaron boquiabiertos a todos. Mi padre comenzó a gritar que no quería a nadie allí, que la reunió había terminado. No le importó ni el prestigio, ni el dinero, ni lo que diría la Élite por la mañana del día siguiente.
Y yo me quedé en la boca del lobo. Pero estaba tan impresionado con todo lo que había pasado que ni siquiera los gritos y los insultos de mi padre me hicieron algo. Si él estaba cabreado, yo estaba furioso... Y por primera vez me sentí dueño de mis acciones y mis palabras. Me alcé contra él y salí de aquella casa con un solo objetivo en mente. Kye.
Me sentía totalmente responsable de lo que había pasado esta noche. Y eso me ponía peor al recordar cómo la había dejado irse sola. Tendría que haber ido corriendo tras ella, sin embargo me quedé en medio de ese desmadre, parado como idiota. Pero ahora eso ya no importaba, porque estaba aquí, porque había llegado a ella. Porque estaba haciendo lo que más quería en el mundo justo ahora.
Estaba besando a Kye.
Yo estaba besando a Kye. Ella me estaba besando. Nos estábamos besando. ¿Pueden creerlo? ¡En realidad nos estábamos besando!
Había besado algunas chicas en mi vida. Pocas, quizás tres sin contar a Molly. Pero... ¿Habían sido besos? Porque si esos se consideraban besos, ¿qué era esto que estaba haciendo con Kye, que ni siquiera se asemejaba a algún otro contacto similar que hubiese tenido antes?
Sus labios eran suaves, tiernos, delicados. Llevaba restos sutiles de aquel labial que al parecer era un brillo con aroma a fresa, y sabía delicioso cada vez que mi lengua bordeaba su labio inferior. El deje de sabor a alcohol que tenía le daba el toque de frescura indicado, me gustaba como se sentía, me gustaba demasiado. La había tomado de la cintura en un agarre fuerte pero delicado, la otra mano que tenía libre la había alzado hasta posarla en su cuello, justo bajo su oreja. Al principio temí que pudiese mandarme al diablo: que me empujaría o me gritaría que no fuese tan idiota... Pero para mi buena suerte, ella me aceptó. Podría jurar que casi con la misma intensidad con la que yo había buscado su boca. Besos, lamidas, mordidas, tirones, jadeos...
Joder. Me sentía en el puto paraíso.
Mis manos inquietas bajaron a sus caderas, e intenté acercarla más a mi cuerpo para sentir cuan caliente se encontraba su piel... Y demostrarle cuan cerca deseaba que estuviera.
—Oye... Vaquero —susurró en medio de aquel momento—. No quiero interrum... No qui... Rojo...
Me separé con una risa pequeña, notando que comenzaba a irritarse porque no la dejaba hablar.
—¿Si, Kye? —murmuré sin alejar mis manos de ella.
—Odio interrumpir, pero por más caliente que estemos nosotros, aún es invierno. Y al menos yo, estoy en una ligera blusa mangas cortas.
—Vamos dentro. —Pasé mi brazo sobre sus hombros y caminamos hacia al garaje.
Una vez protegidos, ella cerró la enorme persiana y se sentó sobre el capó de un viejo Ford Edsel del cincuenta y ocho, todo destartalado, que pedía a gritos un arreglo de chapa y pintura. A su lado, el Jeep cj7 del ochenta y cuatro acaparaba toda la atención dentro de aquel garaje.
—¿Y esto? —pregunté señalando al Ford que hace varios años pudo haber sido turquesa, y ahora era, con suerte, en partes gris y en partes un verde envejecido.
—Es del ex de mi tía. Es una mierda con todas las letras. No se si dejarlo en un desguace para que se pudra, o venderlo. Seguro que no vale más de quince dólares. Nadie querría un Edsel.
—En eso estoy de acuerdo. ¿Pero por que lo conservas?
—Sirve como vehículo de auxilio en casos de emergencia, como estos días. El Jeep tenía una falla en los alternadores, así que hasta que tuviese tiempo de arreglarlo, nos manejamos lo justo y necesario con esta chatarra.
—Y el tiempo de arreglarlo era justo ahora, a las dos de la mañana.
—¿Qué decirte? Necesitaba distraerme, pero ahora que haz llegado no tengo intención de seguir. Es más, como que me ha agarrado sueñito. —suspiró, dando un sorbo a una botella de tequila que se encontraba al lado de una enorme caja de herramientas. Sonreí, mirando los restos de hamburguesa y...
—¿Eso es marihuana?
—Efectivamente. —Comenzó a guardar las cosas que estaban fuera de su lugar. Acomodando el desastre del garaje.
—¿Fumas?
—Sí, a veces. Cuando tengo que quemar algo de adrenalina contenida en exceso. Ya no lo hago tanto, antes solía ser peor.
—¿Te has drogado? —murmuré, ayudando con lo que podía.
—Y no estoy orgullosa de ello, para nada. Son esos momentos de tu existencia en los que sientes que mueres, ¿sabes? Y aunque parezca que hay otras opciones... A veces no podemos verlas.
Claro que lo sabía, yo sentía que caminaba en una cuerda floja justo sobre ese abismo al que ella se refería.
Ambos nos quedamos en silencio... Ella porque estaba ocupada ordenando, y yo, porque simplemente no encontraba las palabras adecuadas para expresarme. Solo entonces, oí una melodía intensa que antes había pasado desapercibida para mi.
—¿Y eso?
—¿Qué? ¿Te refieres a la música? —Ella se giró.
—Si. Me suena... ¿Es nueva? Está buena.
Kye pareció haber adquirido un leve tic nervioso en el ojo derecho, pero quiso disimularlo al respirar profundo y sonreír.
—Es de Pink Floyd, rojo. Young Lust. Voy a enseñarte un poco de lo que es música alguno de estos días. —Me tomó de la mano y salimos del garaje, rumbo a lo que reconocí como el vestíbulo. Caminamos a lo ancho de la casa hasta llegar a la cocina—. ¿Tienes hambre?
—No. Me compré un burrito antes de venir. Odio la comida que se sirve en las reuniones de mis padres.
—Ya decía yo que nadie podía llenarse con esos platos gourmet... —rió, sacando un poco de agua del refrigerador.
—¿Estaba rica la hamburguesa? —Rememoré los restos de comida del garaje. Ahora entendía a que se debía, al parecer ambos compartíamos eso del buen apetito.
—¿Cómo osas creer que mi apetito se llena con una sola hamburguesa? Espérame un segundo que iré a apagar los estéreos. —me avisó y salió disparada hacia la derecha.
Ya que no podía mantener mi nariz quieta un segundo, y todo lo quería saber, la seguí. Me encontré con la sala de estar donde habíamos estudiado matemáticas aquel día, solo que recién en ese momento reparé en la enorme biblioteca que se encontraba a la derecha, toda llena de cd's, discos de vinilo, fotos y dos tocadiscos.
—Increíble...
—¿Te gusta? —habló sin girarse, mientras guardaba el vinilo en su lugar —. Era la colección de mi padre, la fui agrandando a media que los años pasaban y mis gustos musicales se expandían.
—Me encanta... —sonreí y caminé hasta quedar a su lado.
Me puse a leer algunos de los discos acomodados minuciosamente. The Doors, Paul McCartney, Amy Winehouse, Led Zeppelin, Pearl Jam... Incluso pude observar un par de obras de Mozart y Vivaldi.
—Es una mina de oro...
—Lo es. Mi tesoro material más preciado, si no es el único que tengo.
Ambos volvimos por el camino andado, rumbo a la cocina, cuando de repente nos topamos con Rhys.
—Vaya. Qué sorpresa.
—Hola, Rhys.
—Novak, ¿todo bien? ¿La cena estuvo linda? —formuló con un tono que me resultó algo irónico.
—Rhys... Déjalo. —Pidió la pelinegra.
—Nena, ¿podrías subir? Ragnar y yo debemos hablar de un par de cosas...
—No me jodas, Rhys. No lo dejo contigo a solas ni aunque me lo pida el mismísimo Papa.
—Ve —sonreí—. Deberías ducharte, tienes grasa de auto en todos lados.
Ella nos miró a ambos, indecisa. Finalmente, rodó los ojos.
—Ustedes sabrán.
La vimos subir las escaleras. Luego, nos miramos por un par de segundos.
—¿Gustas cerveza? —preguntó el peliazul, y sin esperarme, se giró y caminó hacia la cocina.
—Oye, Rhys. Lamento que Kye haya pasado por esto hoy. No era mi intención que...
—Llegó con el rímel del ojo derecho corrido, y me pidió tequila. Kye odia el tequila porque su olor le rememora a su primer borrachera, de la cual no recuerda prácticamente nada. Y luego me hizo poner el vinilo número treinta y y siete... El jodido disco favorito de su padre. Dime, Ragnar, dime qué pasó antes de que te pierda el respeto y te rompa la cara.
—Mi padre la encontró fumando y se volvió loco. Con lo poco que la conocía, no le agradaba, y ahora menos. Le dijo cosas horribles... —suspiré tomando la botella pequeña de cerveza que él había dejado para mí sobre la encimera—. Y ella le plantó cara. La hubieras visto, mandó a la mierda a mi padre con la mayor elegancia que alguna vez le he visto a alguien utilizar. No sabía que eso podría haberla hecho sentir tan mal; siempre pensé que era más fuerte que todos nosotros.
—Y lo es. Pero también es humana. Es la persona más humana que conozco, la de sentimientos más puros y emociones más apasionadas. Y tiene un pasado muy jodido, y una cabeza que aguanta demasiado, y a veces hasta las pequeñeces más insignificantes, como lo es tu padre, la desbordan. Y necesita sacar toda esa mierda fuera porque si no se lastima, y yo no quiero que se lastime. Kye es mi amiga, mi mejor amiga...
—También es mi...
—Pero no la conoces, Ragnar. No sabes lo que ha vivido. No tienes ni puta idea. Si Kye sufre, yo me cago en ti, en tus padres, en lo que sientes y en tu puto mundito de mierda. Me cago en todo, ¿entiendes? En todo. Porque a ella le debo mi vida, mi futuro, mi integridad y sobre todo mi salud mental. No me alcanzará la existencia para devolverle lo que ha hecho por mí en estos cuatro años. Está por sobre mí, por sobre ti y por sobre todo el jodido universo. La tengo en un puto pedestal y si a ella le sucede algo, si algo la hiere, voy a hacer que arda todo. Solo te lo diré una vez, ¿comprendes? Si tú, o tu familia, o algún elitista de mierda la lastima, no la cuentas. Voy a destrozarte tanto la cara que ni siquiera podrás reconocerte en el jodido espejo.
Me había quedado en blanco frente a las emociones del peliazul. Su respiración estaba acelerada y su ceño demasiado fruncido. Me miró sin decir nada, y luego suspiró.
—No soy tonto. Sé que te pasan cosas con ella. Lo que menos deseo es pelearme con Kye por un tipo, así que por más que no me parezca el hecho de que le andes rondando, no voy a meterme. No estaré en medio, y te trataré como siempre lo he hecho, porque eres un buen tipo, y pese a todo... Me agradas. Pero estas advertido. Un paso en falso y estas fuera de juego.
Asentí, suspirando y él asomó una sonrisa. Se acercó nuevamente a la nevera y me arrojó dos latas de cerveza.
—¡Venga, hombre! Cambia esa cara de funeral, que seguro nuestra joyita está esperándote arriba, y ya sin oler a gasolina y aceite para motor. Nos vemos en la mañana, que pasen buena noche.
Sin más, pasó por mi costado izquierdo y subió silbando las escaleras.
Luego de más o menos dos minutos, inmóvil en mi silla sin saber que carajos acababa de pasar, sacudí la cabeza y me dispuse a subir también las escaleras. Al llegar a la puerta de la pelinegra, toqué.
—Pasa.
Ella se encontraba sentada en el alfeizar de la ventana, vestida con un pijama de cuadritos en rojo y azul, y el pelo húmedo sobre la espalda.
—De parte de Rhys. —Alcé las latas en mi mano.
—No voy a preguntar, pero si traes cerveza, supongo que está todo más o menos en orden.
—Lo está.
—Bien —ella salió de la ventana y se tiró a su cama, cual pluma ligera—. Abre las latas... Esta noche no vamos a dormir.
Sonreí y me acerqué hasta ella, dejando un pequeño beso en sus labios.
Y por supuesto, esa noche no dormimos... Ni un poco.
Tres puntitos suspensivos... Estoy amando estos capítulos, la honestidad ante todo. Hoy, nueva dedicatoria para el Sol de mis días (lofiu, nena)
¡Llegamos a los 2k de leídos! No lo puedo creer <3 ¡Muchas gracias a todos aquellos que vienen apoyando esta historia desde hace 26 capítulos y muchas semanas atrás, y para los nuevos lectores, sean bienvenidos a este hermoso proyecto!
Con respecto al maratón, no lo subiré hoy, sino el día sábado. Esto mas que nada se debe a que acabo de iniciar la segunda mitad de año en mi universidad, y esta semana soy el caos en persona. Los capítulos están, pero el tiempo para editarlos y subirlos no :D
¡No se olviden de votar, comentar y compartir esta historia si les gusta! Eso me haría muy feliz.
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset
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