Capítulo 15


¿Por qué había llevado a Ragnar a ese lugar? ¿Por qué le había mostrado ese espacio tan privado y personal para mí?

Aferré mis manos al volante mientras contenía las lágrimas. Sentía un nudo terriblemente apretado en la garganta, como si un alambre de púas estuviese ahorcándome y desgarrándome la piel por dentro. Lo vi a través del parabrisas: miraba hacia el suelo de pie, sabía que ya había notado la placa.

Se quedó mirando a la nada, hasta que se agachó y puso su mano sobre ella, como si estuviera diciéndole algo. Alcé mis cejas con sorpresa y curiosidad, sintiendo una corriente de electricidad azotarme el cuerpo. Una lágrima se me escurrió. Cerré los ojos con fuerza cuando escuché la puerta de mi lado abrirse y sentí la mano del pelirrojo acunar mi mejilla. Abrí los ojos y lo vía arrodillado a mi lado, tomó mi mano y me hizo salir del coche.

—No se cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mi. —me susurró secándome el hilillo de agua que la lágrima había dejado.

Una explosión de emociones me atravesó el cuerpo.

—No estoy haciendo nada. Solo estoy guiándote a que tú hagas lo que quieres hacer. —Me encogí de hombros sorbiendo por la nariz.

—Lo sé. Pero en verdad me motivas a tener algo de fe. Estar aquí en este lugar —me mostró con su mano el vasto paisaje—, que tanto significa para ti sabiendo que nos conocemos hace casi nada es... Hace que realmente sienta que seré capaz de afrontar este proceso acompañado de personas que no me soltarán la mano cuando más las necesite; me hace sentir que importo.

Lo miré fijo, qué bonitos ojos tenía Ragnar. Parecían dos pedazos azules que se habían escapado del cielo. Llevé mi mano a su mejilla queriendo verlos mejor. Hablar con él así, en susurros, tan cerca, me transmitía una paz que me hacía sentir como sedada, adormilada... Prácticamente abierta a todo tipo de recepción emocional.

Me atreví a decirle algo que jamás pensé que le diría a alguien de forma tan directa. No pude ni quise evitarlo.

—Es que me importas. Tú me importas. No sé... Siento una especie de afinidad hacia ti, hay algo que nos une y no sé qué es. Me siento bien estando contigo. Cuando te acercaste a mi ese día, quise ayudarte porque algo me dijo que era una de las mejores decisiones que podría haber tomado, no sé si sea verdad o no, no se si me arrepentiré o no. No importa, de verdad. No me importa en lo absoluto.

Sentí un peso menos en mi corazón. Decirle a Ragnar que era importante era formalizar una relación que hasta ahora no habíamos aclarado. Amistad.

Que bueno es que lo digas, porque me has robado las palabras de la boca  —sonrió. Mi mano no abandonaba su mejilla y su mano no soltaba la mía

Vi como los ojos de Ragnar bailaban sobre los míos, su rostro se acercó. Tragué seco, ¿qué estaba por hacer? Sentía sus labios tan cerca de los míos, que mi mente se nubló por un segundo.

No Kye, tú no eres así. No lo hagas, no le dejes hacerlo. ¿Que será de ustedes si le dejas besarte? ¿Donde queda ese vínculo de amistad? Molly... no puedes hacerle esto a esa pobre chica... Está enferma. Ragnar es lo único que ella tiene. No lo hagas. Kye. ¡Kye!

—Ragnar yo... —Puse una mano sobre su pecho. Él alzó sus ojos y sonrió. Sus labios se desviaron hasta plantarse en mi frente y ahí se quedó por unos segundos.

Eternos segundos.

Luego de separarse, me llevó de la mano hasta rodear el auto, y me dejó en el asiento de copiloto.

Él condujo colina abajo, ya había visto el recorrido y no era necesario que yo me quedase al mando al volante. Mientras él tarareaba una canción yo solamente podía pensar.

¿Él iba a besarme? Éramos amigos, mierda, se supone que los amigos estás para prestar sus hombros y sonrisas... Debía mantener mi distancia de ese cuerpo bien formado y esos ojos de cielo, porque sino las cosas podrían salir muy mal.

Yo era muy impulsiva, no quería arruinar las cosas con el pelirrojo por culpa de mis hormonas.

—No conocía este lugar. ¿De dónde lo conoces tú?

Me mordí la lengua. Era increíble cuan curioso era este chico.

—Viví aquí.

Él frenó el auto en seco. Casi me di contra el parabrisas si no hubiese sido por qué su brazo me atajó.

—Joder, ¡Ragnar! —chillé.

—¡Lo siento! ¿Tú vivías aquí?

—Sí, maldición. ¡¿Que no escuchas lo que te digo?! No vuelvas a hacer eso. —Me acomodé el cinturón de seguridad.

—¿Por qué se mudaron?

Decidí no responder a eso. Miré la vivienda que se encontraba unos metros delante nuestro. Una casona rústica hecha de ladrillo y ventanales de vidrios con una chimenea de piedra a la vista. Sentí una serie de escalofríos recorrerme la columna vertebral. Recordé los días de campo en el mirador, los almuerzos en el jardín trasero lleno de árboles y enredaderas, recordé las caminatas hacia la laguna y los Halloween en los que el puente de copas verdosas se decoraba con luces naranjas y calabazas talladas. Recordé también hace cuanto no venía aquí... Recordé cuanto me dolía.

—Viví con mi padre.

—¿Y tú madre? —preguntó con timidez.

Un agrio sabor me recorrió la boca.

—No tengo.

—¿Murió?

—Sí —torcí la boca—. ¿Podemos irnos ya?

Ragnar asintió. Parecía que estuviese sorprendido con todo lo que veía y oía de mí. ¿Acaso lo que se reflejaba en sus ojos era compasión? Pues si lo era, no me gustaba para nada. No necesitaba que nadie me tuviese lástima.

—¿A donde quieres ir? —consultó rato después.

—A casa. Podríamos aprovechar que no hemos ido al instituto para comenzar con las tutorías de matemática.

En realidad no me gustaba el plan que yo misma había propuesto; pero necesitaba de alguna forma sacarme ese lugar de la cabeza, y todos los recuerdos que yo misma me había obligado a traer a la memoria solamente para hacerle ver a Ragnar lo afortunado que podía ser en realidad. Las matemáticas no eran precisamente mi modo de distracción preferido, pero al menos me harían doler la cabeza los números y no el pasado.

Al llegar a casa, y poner un pie dentro del salón, el celular de Ragnar comenzó a sonar casi poseído.

—¿Si? —Contestó—. Mamá, sí, hola (...). No, no he ido (...). Porque... —Me miró casi pidiendo ayuda.

—Dile la verdad.

Él pareció aterrado, pero suspiró.

—Porque dejé a Molly y a Kye en sus casas muy tarde (...). Si, esa Kye, y no sé si viste, pero ha nevado (...). Que sí, mamá. La iré a ver apenas termine. Okey, adiós.

El pelirrojo colgó su celular y giró los ojos con pesadez. Guíe mi mano hasta apuntar los sillones de la sala de estar, y subí a buscar mis cosas para estudiar.

Al pasar por una de las puertas del pasillo, pude ver la figura de Heath tirado en la cama.

—¿Tú solo vas a quedarte aquí acostado hasta que llegue el momento de que te vuelvas a desvanecer? Sal a hacer algo, Heath. Eres un gasto más para nosotros. No es justo.

Él se sentó al borde del colchón.

—Pero tú me has dejado quedarme.

—Sí, porque pensé que al menos aportarías algo, pero solo comes, duermes y le jodes la existencia a Rhys. No te dejé quedarte para esto. Si no colaboras, te pongo de patitas en la calle. —Le di un ultimátum.

—Te daré dos mil dólares si me dejas quedarme dos semanas más.

Lo miré con una ceja alzada.

—Lo que sea, con tal de que ayudes.

Seguí mis pasos hasta mi habitación oyendo como Heath bajaba las escaleras. Cuando tuve todo, volví a la sala de estar. No entendía por qué si tenía dos mil dólares para darme así nomas, eligió quedarse aquí en vez de ir a uno de los lujosos hoteles a los que estaba acostumbrado. ¿Qué ganaba estando en casa de Maeve?

Entre los cojines del sofá estaba Ragnar, hojeando sin ganas una de las tantas revistas de diseño que se encontraban desparramadas en la pequeña mesa de café. Me acerqué hasta él, quien al darse cuenta de mi presencia, cerró la revista y la dejó a un costado.

—¿Comenzamos? —Pregunté alzando los libros.

—Claro.



—No, no, basta. Por favor, te lo ruego. Es suficiente. —Lloriqueé.

—Kye, no vamos ni media hora —Ragnar me mostró la hora en el celular. Efectivamente solo habían pasado veintitrés minutos desde que comenzamos a estudiar.

—No me da la cabeza. Lo siento; no me gusta.

—Una vez alguien me dijo que si había algo que no me gustaba hacer, debía esforzarme el doble para obtener los mejores resultados. —Me codeó.

—No es justo que uses mis frases de inspiración a tu favor —me crucé de brazos—. Al menos deja que vaya a buscar algo de comer y seguimos.

Él asintió y yo fui corriendo hacia la cocina. Al revolver entre la despensa me di cuenta de que no había nada de comida, Heath se lo había devorado todo. Me hirvió la sangre.

Rebuscando casi con desesperación, encontré al fondo de unas gavetas una bolsa de palomitas. La tomé entre mis manos admirándola, y la metí en el microondas.

Volví a la sala de estar y me dispuse a esperar hasta que estén listas. Ragnar prácticamente me obligó a meter mi cabeza entre los libros llenos de letras y números. Pasó un buen rato hasta que finalmente pude concentrarme en los cálculos que estaba realizando, el chico pelirrojo se mantenía callado, y cada vez que me equivocaba en algo él marcaba el error con un punto rojo.

Fue sencillo, en realidad. Nunca pensé que diría esto pero tenerlo señalándome cada cosa que hacía mal y explicándome como corregirlo, hizo que pudiese entender mejor todo lo que resolvía.

Pasó más de media hora, ya había hecho tres hojas completas de ejercicios, y Ragnar casi no me ayudaba.

—Mira, aquí hiciste el cambio de va... Kye —el pelirrojo olfateó. Yo estaba demasiado concentrada como para estar al tanto de lo que hacía—. Kye, algo se quema...

Alcé la vista.

—Debe ser de afuera, Ragnar. Yo no he puesto nada para... —Palidecí— Oh, oh...

Lo miré alarmada y él me devolvió la vista. Ambos nos pusimos de pie y corrimos hacia la cocina. Al llegar, el microondas hacia ruidos extraños, y un olor terrible a palomitas quemadas salida de su interior.

—Abajo. —habló él.

—¿Qué? Ragnar para que quieres que...

—¡Que bajes! ¡Está por explotar! —gritó y se tiró sobre mi al tiempo que la puerta del aparato estallaba y miles de nubecitas pequeñas y chamuscadas salían disparadas a montón para todos lados.

—Auch... —murmuré.

—¿Estás bien? —Ragnar levantó la cabeza, separando mi rostro de su cuello donde me había colocado para protegerme. Aunque no es como si fuera a morirme por un ataque de palomitas quemadas, a decir verdad...

Sin embargo, no protesté ante el hecho de sentir la piel de su cuello, sus manos aferradas a mi espalda y mi pecho siendo levemente apretado por el suyo.

No, claro que no. ¿Quién en mi lugar lo haría?

—Sí, solo que prefiero arriba. Ya sabes —hice un gesto sensual—, me resulta más cómodo.

Las orejas de Ragnar se pusieron coloradas. Se levantó de encima mío y me tendió la mano.

—Tienes que dejar de hacer esos comentarios.

—Y tú tienes que dejar de ponerte rojo cada vez que los digo. —Observé el desastre desparramando en la cocina, me acerqué hasta donde se encontraban las cosas de la limpieza y le tendió una escoba a Ragnar y otra tomé yo—. Vamos, dime algún comentario al estilo Kye.

El pelirrojo me miró como si me hubiese salido un ojo nuevo.

—¿Que haga qué? ¿No te parece algo despectivo?

—A ver... —Me froté las sienes—. No estoy diciendo que me lances uno de esos piropos asquerosos y misóginos. Estoy diciendo que intentes abrirte un poco a la experiencia de lo que es un proceso de coqueteo común y corriente para un adolescente de dieciocho años. ¿Cómo le flirteas a una chica?

—Eh... No lo sé —me miró angustiado—. Nunca lo he hecho con ninguna, siempre estuve con Molly. Y a ella no le flirteado porque hemos sido amigos desde niños... Simplemente pasó.

—¿Quieres decir como un mutuo acuerdo? —Puse una mueca ante lo feo que sonaba eso.

—Sí, algo así. Pero no porque yo hubiese querido...

—Te obligaron.

Ragnar me miró sonriendo, como si no le pareciese nada extraño que yo continuase sus frases.

—Lo intentaré.

Asentí.

Él pareció pensar por un buen rato alguna frase sensual y coqueta para decirme. Mientras, yo me encontraba barriendo los restos de maíz y buscando una manera de reemplazar el microondas roto antes de que Maeve se diese cuenta. Sin embargo, no dijo nada. Se mantuvo en silencio un buen rato terminando de limpiar. Di por entendido que no diría nada de nada, que no estaba listo, lo respeté. Intentaba empujarlo de a poco hacia la soltura, a que se descontracture... A veces lo lograba con éxito, otras me costaba pero daba sus frutos, y veces como ésta era difícil hacerle avanzar. Ragnar era como un niño aprendiendo a caminar: asustado de cada paso, pero con una decisión que cortaba la respiración. El miedo no le impedía hacer nada, pero sí lograba detener su andar un poco.

Tras terminar de limpiar volvimos hasta la sala de estar, era casi la hora del almuerzo. Supuse que se quedaría aquí un poco más pero me sorprendió al ver que guardaba todas sus cosas, listo para irse.

—¿No te quedas? Iba a preparar algo de comida.

Él me miró como si lo que le dije hubiese sido una puta broma. Y sí... al parecer no le dio un pelo de gracia mi comentario hacia mis dotes culinarios.

—Lo siento, he estado bastante fuera y no es buena excusa justificarle a mi novia la verdadera razón por la cual no volví . Y mejor pide comida... A ver si quemas la casa y no estoy aquí para rescatarte. —Ambos nos acercamos hacia la puerta.

Puse una mueca, el ánimo se me desinfló un poco. ¿Acaso yo era tan mala compañía que Ragnar debía esconderme de aquel plagio de Barbie que tenía como novia? ¿Por qué?

—Como sea...  —Me mordí el labio apoyándome en el marco de la puerta de entrada.

Sus ojos se clavaron como fuego en los míos, me miró de una manera en la que no necesitaba inventarse ninguna jodida frase de coqueteo. Ragnar seducía con la mirada, o al menos yo lo apreciaba así. ¿Por qué otra razón me miraría de esa forma tan... Tan...

Tan indescriptible.

Iba a volverme loca.


Y su creadora, al paso que vamos, también. ¡Sonder llegó a los 1.4k de leídos! ¡Y superó los 400 votos!

Muchísimas gracias a todos, no puedo creer como esto avanza a pasos agigantados... ¡Soy tan feliz! <3

No olviden votar, comentar y compartir esta historia si les gustó. Pd: Les dejo también mi Instagram por si quieren seguirme <3 @ethereallgirl

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset

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