40. La Hermandad del Sae.
XL:
La hermandad del Sae.
❝El arte era el único refugio seguro para escapar de la guerra❞.
ASTRA
El gran salón estaba preparado para inaugurar la magnánima noche del Festival de la Luna de Sangre.
Las notas caían sobre el salón con la delicadeza de los copos de la primera ventisca de invierno, dejando a los presentes atrapados en la escena onírica que no coincidía con lo que se vivía fuera de los muros.
Como siempre, el arte era el único refugio seguro para escapar de la guerra.
Lysander estaba sumido en pura concentración, metido en el trance que solo se permitían los mejores artesanos.
Las sombras se despejaron de la escena en rastros de humo, liberando a Ela para permitir que su voz vagara por la habitación como una brisa cálida en el deshielo de primavera.
Si acaso eso tenía sentido con las notas crudas y frías del piano, en el anonimato, el violín comenzó a seguirlos, marcando los tiempos de la sonata siniestra.
La voz de Ela sonaba suave y guiaba la nostalgia a través de las palabras de la vieja canción en un idioma perdido.
¿Me oyes llamando tu nombre?
Vivo en una vieja montaña,
en la marea alta del mar,
en la parte más blanca de la nieve,
en la torre más alta.
¿Me oyes cantando tu nombre?
Vivo en el bosque,
en un palacio de obsidiana,
en un enorme prado blanco.
¿Me oyes llamando tu nombre?
Llevo un vestido rojo,
y ardo mientras
tocan las campanas.
No existe tiempo,
pasado o ahora,
no existe eternidad,
donde vas,
no hace falta que me esperes,
porque puedes encontrarme,
en veinte o trescientos años.
Estaré más allá del prado, solo dime.
¿Me oyes gritando tu nombre?
Cuando la canción terminó, los aplausos llegaron calmos y relajantes, como los repiqueteos de la lluvia contra los tejados, justo antes de que la tormenta calmara.
──Espero mi prometida la esté pasando de forma excepcional.
Raelar se acercó a mí de forma prudente.
──De hecho, hasta este entonces.
Intenté irme, pero él me interceptó al tocar mi brazo.
Como nada sucedió, supuse que el trato estaba referido a situaciones más específicas. Tenía sentido.
Mi encantador prometido llevaba un traje de un verde tan oscuro como para combinar el borgoña intenso de mi vestido de terciopelo, y el más oscuro de mis labios.
──Deberíamos dar un buen espectáculo para no poner en riesgo esa linda cabeza tuya.
──Imagino lo mucho que le preocupa, mi señor ──Forcé una delicada sonrisa.
Igual me vi en la obligación de aceptar su mano y permitir que me guiara hasta la pista de baile, que en ese momento estaba atiborrada de trajes y vestidos pomposos.
Hice mi mejor intento por poner mi cara de mejor prometida abnegada, aunque solo terminé mareada entre títulos y la disparidad entre nombres y apellidos de distintas regiones.
──Tienes definitivamente un encanto ──comentó él, después de pasearme como una monedita reluciente por el salón.
Todavía sentía el ojo de la Corte sobre mí, miles de cuervos en guardia de su propio festín, sus ojos ávidos de cualquier información que pudiera servirle para comedero después.
──No creo en ninguna de tus palabras ──advertí──. El paseo del otro día no comprueba nada.
Podía escuchar sus cuchicheos como los siseos de un nido de serpientes.
──No esperaría menos de ti, mi querida prometida ──Sonrió bajando su oscuro ojo a los míos──. No serías hija de tu padre.
El parche negro en uno de sus ojos, le agregaba cierto misterio a su aire distinguido, dotándolo de un magnetismo propio de un buen cazador.
──Deberías agradecerme ──se lo señalé.
──Mejor aún, quizás te lo compense ──Alzó su copa en mi dirección.
Sabía lo que hacía, cómo trataba de desgarrarme otra vez, hacerme tambalear frente a esa multitud de aves de rapiña.
Le sonreí, disfrutando de la malicia de la que quería hacerme cómplice.
Encontré a Lysander en medio de la multitud, sus ojos negros en una advertencia clara, bebiendo de la astucia en mi rostro.
Observé a Raelar bajo todos esos ojos atentos, su atención todavía era una correa en tensión que yo sostenía.
Con cuidado, me acerqué hasta rodear el cuello del ilustrísimo Primer Comandante, saboreando la tensión de sus músculos mientras guiaba mis labios hasta su oído.
──Nunca tuve ningún problema en adueñarme de todos los títulos que me arrojaron ──le dije al oído, tan bajo como un secreto, clavando mis uñas en su cuello para evitar que se alejara──. La puta del rey, el soldado silencioso, la delicada doncella, una bruja temible o... La hija del Cuervo.
Raelar todavía parecía intentar darle significado a mis palabras, cuando planté mis labios sobre los suyos, apenas un beso para sellar el acuerdo de la muerte que le daría.
Todos los presentes ahogaron su suspiro de exaltación, podría ser la Corte valtense la más liberal de este lado del mar, pero seguían teniendo sus partes remilgadas.
──Lo malo de arrancarle todo a alguien ──susurré sobre los labios de mi prometido──. Es que ya no tienes ninguna soga por donde sostenerlo.
La música no tardó en crecer hasta convertirse en una sinfonía alegre de tambores, flautas y amables violines, intentado aligerar el ambiente como los mejores anfitriones.
Me alejé de Raelar Sinester, previendo el momento en que la multitud se acercaría a su gran comandante, lo dejé ahí, listo para que empezarán su festín.
──¿Qué se supone que hiciste ahí?
Lysander me arrinconó en una esquina detrás de unas columnas de mármol, suficiente oscuridad como para ocultarnos a los dos.
──Dar mi espectáculo de tierna y adorable prometida.
Enarcó una ceja, de esa forma soberbia que lo hacía ver como el imponente gobernante que era.
Mi espalda clavada en la pared mientras él no parecía tener ninguna intención de darme más espacio.
Alcé una mano para jugar con las hebras de su cabello, pero él detuvo mi muñeca en la resolución de un reñido debate que todavía refulgía en su rostro.
──Eres cualquier cosa menos tierna y adorable.
Sonreí ante el cumplido.
──No se supone que nuestro honorable rey deba arrinconar a su dulce cuñada en un lugar oscuro.
Él me observó con la barbilla en alto, no muy convencido de mi excelente impresión.
──Astra.
Invertí nuestras posiciones, dejándolo contra la pared, luego posé mis labios sobre su cuello, primero en besos suaves, después permití que mi lengua probara la piel pálida de su cuello, embriagada por la fragancia adictiva de su fuerte colonia.
Lysander sujetó mi muñeca con más fuerza, pero no me alejó, y continué dejando leves mordidas por su cuello.
Debía darle crédito por la forma en la que intentaba mantenerse firme.
──Si nos ven será un desastre ──acertó a decir, pero su voz ronca no denotaba ningúna intención de dejarme ir.
Al bajar mi mano, desabroché la cremallera de su pantalón, en busca de aliviar el bulto que crecía entre sus piernas.
Atrapé su labio inferior entre mis dientes, para a continuación pasar mi lengua húmeda por el mismo lugar, disfrutando cómo se estremecía contra mi cuerpo.
Lysander se aferró al rebuscado peinado en el que estaba preso mi cabello, miembros del Consejo habían asesorado que me veía más como la imagen de una dama delicada con el cabello recogido y perlas en las orejas.
Su rey no debía opinar lo mismo, porque su puño tiraba de mi pelo como si quisiera usarlo como agarre mientras se enterraba en mi garganta.
──Astra...
──Me deseas, Lysander ──susurré sobre su boca──. Aun sabiendo que no deberías, aun cuando tienes esposa, cuando eres un rey en deber con su reino, incluso cuando estoy prometida a tu hermano.
Esa pareció ser la mecha que encendió su rabia, Lysander me giró para clavar mi espalda a la pared.
──No vuelvas a mencionarlo.
Asentí, aceptando sus labios en recompensa, disfrutando la forma en que su lengua acariciaba la mía, por un momento solo fue eso, un sueño.
Terminó con la rapidez de uno.
Cuando nos separamos, sus ojos parecieron más adormilados que de costumbre, su pecho bajando y subiendo contra el mío.
Podía ver el debate cruzando sus ojos, la idea de que solo podíamos ser eso, besos rápidos y caricias en la oscuridad.
Me mordí los labios con fuerza, contemplé a Lysander poniendo mi esfuerzo en retener las lágrimas, luchando contra el ardor en mis ojos.
──¿Qué sucede, Astra? ──ahuecó mi rostro con suavidad.
──No quiero verte con ella ──dije con las mejillas ardiendo.
Tenía que acoplarme a la idea, fuimos egoístas una vez y todo terminó en un desastre, ese era el momento de arreglar las cosas.
Lo único que importaba entonces era recuperar la seguridad de Valtaria, y lo seguro era que el pueblo viera a sus reyes como un frente unido.
Había pasado meses viéndolos actuar como una pareja, mientras lidiaba con lo que sentía y me convencía de que ver a Lysander con otra no me cortaba como una daga afilada.
No debería hacerlo, no debería importarme, porque lo correcto era seguir el plan, aceptar a Lysander con Feryal porque era lo que Valtaria necesitaba.
Pero yo no era abnegada como él, era egoísta, había buscado venganza por razones personales, para saciar la ira y el rencor que me carcomían.
Y deseaba a Lysander con la misma fuerza que había buscado el primer objetivo, simplemente no podía aguantar la idea de verlo con otra, de soportar que alguien más tuviera el derecho a tocarlo.
──Sé que tienes que volver con ella ──apunté mis ojos a los suyos──. Sé que te dije que debías hacerlo, pero odio que tengas que estar con alguien más, la idea de imaginar que nadie más te toque me enferma.
Lysander me contempló de forma larga.
──¿Estás celosa? ──Su voz fue un pozo profundo amenazando con ahogarme.
El calor se había esparcido, dejando que el aire frío erizara mi piel. El rojo furioso tomando mis mejillas.
Yo era más de pensar en la parte racional, calcular los pros de mis acciones y objetivos, querer a Lysander de la forma en la que lo hacía, dejar que los celos me gobernaran así, no era lógico sino contraproducente con mis planes.
Pero Rella podía estar segura de que no me importaba.
──No te quiero cerca de ella ──siseé, dejando que mi voz lo envolviera como una orden.
Él frunció el ceño como si tuviera que darse el tiempo de reparar en cada palabra, se mordió el labio, conteniendo las palabras, sus ojos negros brillando como agua bajo la luna.
──Repitelo.
──No quiero verte con ella ──pedí como si fuera un secreto entre nosotros──. No antes, ni ahora.
Lysander abrió los ojos, la fascinación pintándose en su rostro como la última cincelada que volvía una obra perfecta.
Me observó como si yo fuera el resultado.
Contuve el aire, mirándolo a través de las pestañas húmedas, con la sensibilidad dejándome desarmada.
Sostuvo mi mentón para alzarlo hacia él, sus labios susurrando contra los míos, su voz ronca deteniéndose en cada palabra.
──No te haces una idea de lo mucho que me gustas, Astra.
Negué con vehemencia, mordiendo mis labios hasta hacerlos sangrar, a la vez que observaba a Lysander detrás de un reflejo de agua.
Lysander siempre sería solo eso, un retrato para observar de lejos, un rey al que adorar y rendir pleitesía en secreto.
Sus labios se posaron en el dorso de mi mano, con suavidad, levantando un cosquilleo en mi pecho, luego no agregó nada más.
El silencio se adueñó del espacio entre nosotros.
Solo entonces fui consciente del ruido de los pasos.
Lectar se paró frente a nosotros, si hubo algún indicio por el que sospechó de nuestra cercanía, no dio muestras de ello.
──Las Hermanas del Sae la esperan en el salón.
Los pisos de mármol blanco y negro, un círculo rodeado por columnas de piedra, y paredes con grabados que parecían llegar desde batallas ancestrales.
En una claraboya, a más de treinta metros, entraba la luz pálida de la luna en invierno.
Y en el centro de la habitación, una fila de tres soldados de la Guardia Delheit, el rey Lysander Sinester y una mujer por completo de rojo, con un vestido de encaje al cuerpo, y un delicado retazo de tul cubriendo su rostro como una máscara, dejando solo sus labios pintados de un fuerte color negro.
La siraytza Feryal aguardaba ya en la sala, luciendo un pesado vestido de terciopelo negro con falda ampona y un escote imperio que dejaba la atención en el collar de perlas de su cuello.
Altiva y fiera, lista para una batalla.
Evité pensar en sus palabras la vez que su padre el Alto Karsten la traicionó. Justo como lo hacíamos Lysander y yo debajo de sus narices.
Enderecé mi espalda, y Lysander me observó al otro lado de la habitación, hermético.
El aire de la habitación era tan denso que ni la más diestra daga podría atravesarlo.
Contemplé a Ela, que iba en escolta de la reina, trajeada con el uniforme negro clásico de la Guardia Delheit.
También fue la primera en adelantarse, se inclinó frente a la mujer vestida de rojo, como no la había visto hacerlo con miembros de la nobleza y ricos comerciantes.
──Per na etszera.
──Set no eztra, Ela ──Ella deslizó las hebras de pelo oscuro entre sus largas uñas──. Es un gusto volver a verte.
──Astra Vak indér ──realicé una leve inclinación──. Señora.
──Ella es antra Verena, es sacerdotisa de la Hermandad del Sae ──la presentó Feryal──. Ha venido tras mi invitación.
──Y para deleite del rey, haremos buenas alianzas, moi saerev.
Él asintió, pero cuando tenía el ceño fruncido y esa expresión regia, era difícil sacarlo de su postura.
──Creí que venían desde Kaeser.
La sonrisa se ensanchó en los labios de la mujer, pese a su extravagante atuendo y su enigmática presencia, se las arreglaba para irradiar una sensación afable.
──Muchos no aceptan nuestro... modo de ver las cosas ──señaló en voz áspera y lenta──. Es una forma extravagante, pero es la única que nos garantiza el anonimato de todas y la protección de quienes ejerzan nuestra fe.
──Lo imagino.
──Creo que sería prudente que vuelvas al salón con nuestros invitados, Lysander ──ordenó Feryal──. La gente quiere ver a su honorable rey.
Él le respondió con un leve asentimiento que evité contemplar, el rojo subió por mis mejillas, ardiendo más que las llamas de las velas que nos iluminaban.
──Mucho mejor ──anunció antra Verena con la partida de Lysander──. Los hombres solo sirven para causar discordia, ¿no les parecen?
Le dediqué una mirada rápida a la reina, ella pareció captar las palabras como una flecha al vuelo.
Esperé que no fueran solo otro nudo a la soga en mi garganta.
Ciara la primera en correr a recibirme.
No salí del pasmo hasta que tuve que detenerla de sacar todo el aire de mis pulmones.
──¿Qué haces aquí, Ciara?
──Astra, Astra, nunca leíste la estúpida carta.
Entonces fui yo la que la abrazó con fuerza, un nudo presionó las palabras en mi garganta.
──Lo siento.
Por la carta, por apartarte, por asesinar a tu padre sin que me importara.
──No tienes nada por lo que disculparte.
──Sí lo tengo ──Hacerlo sin mirarla fue mezquino, pero mucho más fácil──. Lo que pasó con el rey Saverio.
──No, no lo tienes ──Se apresuró a detenerme, al mirarme sus ojos estaban desbordados pero ninguna lágrima salió──. ¿Serías capaz de perdonarme?
Estaba demasiado confundida como para llorar, por lo que fue Ciara quien volvió a presionarme en un abrazo. Esa vez, dejé que su calidez me abrigara.
──Tengo muchas cosas que decirte, pero no tenemos mucho tiempo.
──El capitán Lysander tiene controlados a todos los miembros de la Guardia ──avisó Anya──. Y será capaz de venir a buscarnos solo al saber que te traje a una taberna. No tenemos mucho tiempo.
Ciara asintió, con rapidez, posando un beso rápido en los labios de Anya, quien ocultó su rubor al sentarse frente a nosotras.
──Tuve que insistirle mucho a Anya para que te trajera.
──¿Cómo? ──mi cabeza intentaba juntar las partes que no había sido capaz de descifrar.
¿Cómo había podido leer tan mal el tablero?
──No te culpes ──concedió Anya──. Ellas tienen años funcionando así, desde que comenzaron con la Vark Kalena, nadie sabe de dónde vienen.
──¿Por qué? ¿Siempre fuiste parte...?
──No ──se apresuró a aclarar──. Leí sobre ellas en Dellare, desde siempre, no quise decirte porque no quería meterte en problemas, hablé con una de ellas solo al llegar a Valtaria cuando... Una de ellas se acercó para contactarme.
──¿Quién?
Negó en disculpa.
──No puedo revelar la identidad de ninguna de mis hermanas.
──Entiendo ──dudé──. La nota que me diste, esa chica, Raelar dijo que iba a matarme en el bosque.
Ciara volvió a negar, escondiendo el temblor de sus manos.
──Puedes verlo, todo lo que quieras, ella sí fue intercambiada por ti, esa noche, una facción que era fiel al Cuervo te llevó a otro lugar, con los Dellare para que esa chica ocupará tu puesto.
Maldije a Rella por haberlo permitido, por todas las noches que pasé con los Dellare y porque hubiera preferido ser criada en una corte de asesinos.
Ciara me limpió las lágrimas con suavidad, dándome tiempo a estabilizar mi respiración.
──Ella fue criada como una de las nuestras, antiguas fóreas ──apretó mis manos con amabilidad──. Ella estuvo esperando ahí, viviendo un tiempo hasta que leyeras mi mensaje, tienen muy controlada a Anya.
──Pero Raelar llegó primero...
Ella asintió, más lágrimas nublando sus ojos, Anya le tendió un pañuelo que ella aceptó con la mirada perdida.
Quería saber cómo había surgido esa unión entre ambas, y cómo fui tan ciega como para no verlo a simple vista, cómo no reconocía al contacto que había metido a Ciara en el Círculo del Sae.
Limpié las lágrimas de mis mejillas.
──Astra, debes escuchar todo lo que te digo con claridad porque no estás segura en ese palacio, no puedes confíar en nadie ahí.
Ciara debía estar ahí, oculta bajo alguno de esos velos rojos, su aura era dorada y brillante, la señaló detrás de una de las fóreas a la derecha, siete en total.
Siete espías en la corte de Valtaria.
Entonces lo entendí, la noche que Kaeser atacó Valtaria, cuando contemplé a Feryal romperse en el templo cuando ella siempre fue un mar en calma.
──Eres tú, el contacto de Ciara ──la señalé de forma directa──. La razón por la que Ela te cuide, no solo por ser la reina de Valtaria.
Feryal me sonrió, tan suave como una pálida flor con sus pétalos descubiertos al Sol.
Como un seane, quizás.
──Te alegrará saber que no estamos en lados contrarios después de todo, querida reshira.
Me ruboricé ante la implicación de la palabra.
──Yo… no entiendo.
──¿Sabes por qué los Sinester están tan ansiosos por tenerte en su familia? ──indagó antra Verena.
──Supongo que no me creerán si les comento lo encantador que fue mi prometido en el cortejo.
Ninguna de ellas parecía encontrarme muy hilarante.
La sacerdotisa mayor extendió su mano y eso bastó para que otra de ellas colocara un gran libro de cubierta gris al alcance de sus dedos, las largas uñas rojas se cerraron sobre la portada de cuero, luego me lo tendió como una ofrenda de paz, o una advertencia.
──Raelar está obsesionado con antiguas leyendas, como todo Sinester ──me explicó──, el último capítulo escrito por el Máster Abdem habla de la representación de los dioses y su función en la tierra.
Seguí lo que me indicaba, pero todas las palabras estaban en el aessi antiguo que alguna vez fue habitual en el extinto Escar.
──¿Esto qué quiere decir?
──Se cree que cada uno de los dioses fue alguna vez representado en la tierra, la Madre en la vark Morrigan ──continuó──, en Kaeser creen que si pudieran acabar contigo, entonces ya no estarían atados a la maldición de Rella.
──Pero las cosas no funcionan así ──intenté darles una razón sensata para no matarme en ese momento.
También podría ir por la más fácil, y decirle que no creía que la representación de ninguna diosa despertara con jaqueca después de dos botellas de alcohol, pero no creía que fuera el argumento que esperaban.
──Los Sinester tienen una maldición sobre ellos, juraron lealtad a Rella a cambio de protección ──me interrumpió antra Verena──, cuando fueron conquistados por Escar renegaron de ella y desde entonces la familia está pereciendo, todas las derivaciones de esa familia desaparecieron, por eso el rey Aeto nunca se casó y tuvo a sus hijos como bastardos, por eso Raelar abdicó su derecho al trono.
»Por eso ningún embarazo de la siraytza es capaz de llegar a término.
Feryal agachó su mirada, evitando mostrarse afectada, fallando siempre en ocultar sus sentimientos.
Volví mi mirada hacia la antra Verena.
──Pues no creo que matar a su… reencarnación le devuelva el favor de ninguna diosa.
──Él no quiere matarte ──indicó──, el matrimonio es real, supongo que cree que es una forma de restaurar la unión.
──Pero… él no es el heredero.
──Lo será cuando Lysander no esté en su camino ──respondió Feryal.
──¿Y qué es lo que busca Lysander? ──pregunté en contra de mi buen juicio.
──Solo él lo sabe ──concluyó la sacerdotisa mayor──, pero si te buscó por tantos años… quizás cree que puedas ayudarlo a contrarrestar la maldición del Karsenak.
Un Raguen del nivel de Lysander nunca podría permitirse a utilizar todo su poder, no sin arriesgarse a ser consumido por él.
Recordé cómo me llamaban sus sombras, y cuando me dijo que los daka eran más propensos a ser atraídos por un poder como el mío.
──Quizás… ──musité, cerrando el libro para mirarlas a los ojos escondidos detrás de velos──. Ahora, quizás podríamos hablar de lo que buscan ustedes conmigo.
Esa vez fue Feryal la que tomó la voz.
──Si eres tan importante para ellos, no podemos dejar que te tengan ──concedió──, por otra parte, la Gran Protectora Kurban confía en que debemos… ponerte a resguardo, es suficiente motivo para nosotros.
No sabía quién era ella, o por qué querría mantenerme a salvo, pero decidí que tomaría cualquier ayuda que pudiera, y confiaba en ella si Ciara lo hacía también.
Seguí el brillo del aura de la única que había sido mi compañía durante años, reconocí su mirada detrás del velo escarlata, entonces asentí.
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