34. Encender la Oscuridad.


Advertencia:
capítulo con contenido sexual explícito.

❛Valtaria no era solo el arte y la elegancia, sino la corrupción y la decadencia❜.

Valtaria se tambaleaba.

Mi reino en juego.

El rey Aeto Sinester se debatía en la línea entre vivos y muertos.

Nuestros enemigos presionaban las fronteras para exterminarnos como si fuéramos demonios.

Y su gobernante no era capaz de brindarles un heredero.

Sabía que mi posición era delicada, y que mi desaparición podría perjudicar aun más a Valtaria, sumarle a la presión de la guerra una rebelión por usurpar el trono.

Lo ocurrido con el Alto Karsten era un buen recordatorio de lo que podría ocurrirme de no estar alerta.

Para tomar consciencia de que no podía permitirme más descuidos, ni dejar nada librado a la avaricia de los crueles.

Firmé el pie de la carta, dejando por sentado que en caso de que me sucediera algo, Eskandar tomaría el mando como capitán del ejército y rey de Valtaria.

Feryal había crecido rodeada de la presión asfixiante de su padre, y los miembros del Consejo se lanzarían sobre ella como cuervos.
En la carta dejaba sentado también que, como condición para acceder al mando, Eskandar debía desposar a Feryal como reina de Valtaria, solo de esa forma conservaríamos la corona, tanto de Valtaria como de Val Velika.

Recordé la marca en mi espalda, alas negras que marcaban mi pacto con Astra, dejé escapar el aire, abrumado por la forma en las que las sombras habían acudido ante la sola mención de su nombre.

Fue Eskandar quien me alejó de mi ensoñación, dejando caer una bolsa de cartas, una a una, sobre el ébano de mi escritorio.

Enarqué una ceja en busca de una respuesta.

──Ela juntó las cartas que le dejaste a Astra, lo hizo antes de que alguien más las encuentre y sí decida leerlas.

──¿Es un reclamo?

La acusación en sus ojos pálidos me indicó que sí.

──Le entregaste su mano a Raelar enfrente de toda tu Corte, bien sabes que no tienes ningún futuro con ella.

Eskandar solía encontrar, en su tono histriónico, una forma divertida de enloquecer a todos, pero cuando hablaba en serio lo hacía con la misma rotunda frialdad del hielo.

──Si te importa, si la aprecias siquiera, vas a olvidarte de ella ──Apoyó ambas manos en mi escritorio──. ¿Quieres tenerla cerca como un recuerdo de que no puedes permitirte tocarla? ¿La quieres para observar cómo formas una familia? ¿Para ser la institutriz de tus hijos?

Me reincorporé, apoyando los codos sobre la madera, sin retroceder ante sus palabras.

──¿Vas a hablarme tú sobre eso, Eskandar?

Sus dientes salieron a relucir como los colmillos afilados de un lobo.

──Puedes meter a todos los hombres y mujeres que quieras a tu habitación, Eskandar, y eso no borra todas las veces en las que tus ojos se desvían a ella, ni el hecho de que mataste a uno de mis soldados por protegerla.

──No la involucres ──El mismo tono de rabia de una fiera protegiendo lo suyo.

──Entonces así será ──lo corté con hastío──. Tomaré tu consejo, Eskandar, hazte un favor y síguelo tú también.

Habla con tu hermano.

Quería hacerlo, y sin embargo, hablar con Eskandar a veces era tan difícil y agotador como adentrarte en las partes feas de tu mente, como descubrir todos los rincones a los que no querías llegar.

Para los demás, nosotros éramos contraste, para mí, Eskandar siempre había sido mi otra mitad.

Mi reflejo.

Extendió su mano hacia mí, dudé un largo momento al tomar su tregua, que todavía tenía el aire cargado como una pelea.

──Los dos seremos miserables y aceptaremos que ninguna de ellas nos necesita cerca. Acepta mi trato.

No sujeté su mano, pero acepté su propuesta de salir a beber, y guardé la carta de sucesión antes de irnos.

El lugar estaba abarrotado, un escondrijo oscuro cerca del sur, al lado de las murallas de la ciudad.

Para mí era más fácil camuflarme entre la multitud, si actuaba fuera del rol de gobernante; Eskandar y su pelo plata lo tenían más difícil, por lo que ocultó su identidad bajo una ridícula boina.

El ambiente estaba viciado, por gritos, maldiciones y el olor agrio de la cerveza derramada.

Por fuera, el lugar era solo una posada más, no de las más prestigiosas, con paredes de un tapizado rojo deslucido, al fondo del local, tras un par de puertas dobles de la madera oscura del blar, se escondía todo un mundo diferente.

Repartidos en cabinas, ocultos tras cortinas de colores y envueltos en el olor dulce y embriagante de los seanes, sabía que varias de las personas que concurrirán eran miembros de mi Corte, pero ambos fingiríamos no saberlo.

Cuando nos sentamos en los sillones púrpuras, un cuenco de seanes ya estaba quemándose en el centro de la mesa.

No encontraba especial atractivo en los quemadores, pero debido a su anonimato y discrecionalidad, eran lugares excelentes para el resguardo de secretos.

──¿Qué te sirvo, cariño?

La mujer deslizó sus dedos entre las hebras de mi cabello, las sombras sisearon, pero sabía que ella no podía escucharlas si yo no lo requería.

──Tomaré un vaso de vino, el más añejo que tenga, y por favor no vuelva a tocarme.

──Una jarra de cerveza estará bien ──interrumpió Eskandar──, y no hagas caso de mi hermano, la guerra lo arruinó, si lo vieras, no ha logrado una erección desde entonces.

Aplasté su pie con fuerza, él dió un respingo, pero igual se ganó una sonrisita de la morena, cuando la joven se retiró para disponerse a su labor, Eskandar me observó con una sonrisa dubitativa en los labios.

──No puedes dejar de actuar como un rey un momento.

──He hablado completamente normal.

──No lo has hecho ──me imitó, pareció más a un carterista cuando su boina cayó de lado.

Fue una jornada sin más preámbulos, Eskandar evitó sacar a colación nada relacionado con Astra, y decidí que tampoco quería usar el tiempo en debates políticos, sin embargo, no pude evitar que esos temas no salieran a colación en el bar.

De soslayo, a través de los hilos de la cortina, observé a tres hombres que parecían estar recogiendo sus cosas para irse.
No los reconocí a simple vista, por lo que podrían ser mercaderes de la zona.

──Si la vieras también le propondrías matrimonio, yo la he visto bajar al pueblo varias veces ──espetó la voz pesada del borracho──. Es una preciosura, es bueno saber que si nosotros no, al menos nuestro rey sí come bien.

La risa de otro brotó con desfachatez.

──Es que no la viste, es una tala y una bruja. Dicen que llegó como la esclava de unos tipos y el rey mató a este, el de Serranta, para quedarse con ella, así de buena es.

──Pues como sea es una bruja, yo mismo la ví levantar un ejército de muertos ──aseveró el otro, para despertar la risa histérica de sus compañeros──. Aquí, a las puertas de la ciudad, sabrá la Madre lo que haría de llegar a la corona.

──El Comandante Raelar se casará con ella, así que al menos sabemos que no es estúpida ──murmuró el primero──. Igual no le llega a los talones a la reina Feryal, esa sí que es una verdadera dama.

──Es que ella fue criada por el Karsten, viene de buena educación ──concordó su compañero──. Si yo fuera rey nunca le haría falta nada, esa es de las mujeres que sí vale la pena tener en casa.

Humedecí mis labios, presionando mis puños, conteniendo la ira y la idea que brotaba con una facilidad tentadora. Quería verlos ahogarse en sus palabras, ver la sangre brotar de sus ojos y boca con la misma facilidad que habían soltado toda esa porquería.

Las sombras me brindaron una lista variada de ideas para comenzar con la tortura, abriendo su gran repertorio para el sadismo.

Los susurros se envolvieron unos con otros, ensordecedores, hasta que debí enderezarme, obligándolas a repelerse.

Eskandar apoyó su mano en mi hombro.

──Olvídate de ellos, son un montón de viejos borrachos, no vale la pena.

Pero su expresión era igual de vacía cuando dirigió una mirada al lugar desde donde venían las voces.

«Lo hacen porque la pones en la mira y la señalas con cañones».

Valtaria no era solo el arte y la elegancia, sino la corrupción y la decadencia.

Raelar tenía razón, había sido imprudente en la forma en la que permití que los rumores se formaran en torno a ella. Me cegué sin pensar en el juicio que le caería, apenas podía recordar cómo se había sentido el toque embriagante y fugaz de su piel, suave y tersa contra mis dedos, el susurro ahogado de su voz con sus labios rojos soltando mi nombre.

Y si alguien se enteraba de eso, ella sería la única condenada.

Para nuestra suerte, Mérega volvió en reemplazo de su compañera, con dos jarras de vino y la información que necesitábamos.

iii

El sol todavía no se había ocultando cuando volvimos al palacio, pero se encontraba en las horas más frías previas al anochecer, sus rayos tenues jugaban con los contornos de las figuras sobre la superficie ébano del palacio.

La molestia anidó en mi pecho, al notar la silla vacía cuando Anya convocó a una reunión.

Astra. Astra. Astra.

Tuve que manejar mi temple, controlar a las sombras que la llamaban en ecos desesperados.

──Nuestra doncella está ocupada con los preparativos de la boda ──se burló Lectar, en su usual desinterés.

──Pero se comprometieron apenas ayer ──insistió Ela.

──Nuestro querido hermano estará ansioso por contraer nupcias ──Sonrió Eskandar, pero su humor fue incómodo y forzado.

El resto de la junta no logré mantener mi mente en un punto, solo se dispersaba hacia caminos que terminaban en el asiento vacío. A Astra, a su forma de sonreírme, como si supiera que por ella entregaría un reino.

O los ojos cristalizados con los que me había mirado cuando la ví comprometerse con otro hombre.

Creí que el final del día me daría un descanso, cuando Feryal convocó una reunión de té en la gran sala.

Al llegar, me encontré con los sillones acomodados en círculos y hacia las puertas dobles que daban a la habitación contigua.

También noté que, pese a ser una reunión de té, la mesa en el centro ya había sido abastecida con una botella de vino y tres vasos ya tenían restos de ravén.

Escuché murmullos al otro lado de la sala, la doncella de Feryal, Mert, salió desde la habitación de puertas dobles.

Me saludó con una leve reverencia.

──Mi saerev.

Me sacudí su solemnidad de manera incómoda.

──Dime, Mert, ¿a qué se debe esto?

Sus ojos brillaron con la pregunta.

──Pues es la prueba del vestido, mi saerev, la señorita Astra estuvo probándose algunos, pero todavía quedan más ──explicó──. La sirayzta invitó a varios miembros de la Corte para ayudarla a elegir.

──El Primer Comandante...

──Él encuentra encantador todo en su prometida ──Sonrió con candidez──. Como ve, no sería de mucha ayuda si nos limitasemos a su criterio.

Estaba claro que Raelar haría un espectáculo de cada aspecto de su boda.

Esa había sido la idea desde un primer momento.

Valtaria necesitaba una distracción mientras realizaba los preparativos.

──Mert, hazme el favor de llamar a Ela, la Guardia terminó sus labores por hoy, y estoy seguro de que a la señorita Astra le haría bien contar con su compañía.

──Como desee el saerev.

Mert se despidió con otra leve reverencia, y yo fingí mi camino hasta el salón desde donde provenían los murmullos, hasta que vi a la doncella desaparecer tras la puerta y entonces me reencausé hacia Astra.

Al entrar, coloqué el seguro detrás de mí.

Su pelo negro caía a un costado de sus hombros, mientras ella se inclinaba para acomodar su vestido, se paralizó ante el ruido de mis botas.

Había escuchado historias sobre Rella, la diosa de la oscuridad, la luna y las criaturas que servían a ambas, en todos sus retratos se trataba de una mujer con una belleza magnética, atrapante, de suspicaces ojos desprovistos de luz y con una invitación a unirte a ella.

En ese momento, Astra era la representación clara de todas esas imágenes, con su largo vestido negro y su cabello cayendo como una cascada de bruma azabache por sus hombros.

Me exigía que le rindiera pleitesía.

Pero cuando me contempló, sus ojos brillaron por las lágrimas retenidas, el cansancio, o ambas cosas.

Toda esa expresión nostálgica fue rápidamente abatida por la bravura de un huracán, se encendió como un cerillo para arder con furia en su rostro.

──¿Quiere ayudarme a probar el vestido, rey Sinester? ──No intentó ocultar el desprecio.

──Entiendo tu enojo, Astra.

El anillo brilló en su dedo anular, como la prueba de algún delito por el que todavía no había iniciado la condena.

──La marca no me dió ninguna señal, así que supongo que no me traicionaste.

Un peso se liberó de mi pecho ante la seguridad de su voz.

──Confía en mí.

Negó con vehemencia ciega, me acerqué hasta que mis botas casi pisan el dobladillo de su vestido, hasta sostener sus manos.

Astra alzó su rostro hacia el mío, su mentón inclinado con esa soberbia encantadora, exigiendo.

Decidí que no quería que tuviera el anillo en ese momento.

Me llevé su mano a los labios, como me había invitado a hacer la noche anterior, y tomé la sortija con mis dientes, Astra tembló apenas, sus labios separados, mejillas en un leve carmín, cuando me encontré con sus ojos.

Alejé el pelo que caía molesto sobre mi frente, dándome tiempo a pensar, por el momento guardé la joya en mi bolsillo.

──Sabes que es lo correcto.

──¿Para ti? ¿Para callar tu reputación?

Mantuve mi mirada en la suya, en sus ojos grises y tormentosos, en su expresión regia y decidida.

Desearla siempre me había resultado doloroso, inhalaba entre momentos que morían en anhelos, en fantasías buscaba deslizar mis manos entre los mechones de su pelo, separar sus labios para probarla, y escucharla pronunciar mi nombre como un mantra.

──Haría cualquier cosa por ti, Astra, incluso dejarte ir.

Ella volvió a mirar su mano como si ahí hubiera tenido sujeta una cadena.

Levanté su mentón para apreciarla de mejor forma, sintiendo las ansias, el miedo, la adrenalina, dejándome mareado, ella observó mis labios un momento y tragué con fuerza, poniendo todo de mí para no besarla.

──¿Y eso es lo que quieres, Lysander?

Su voz se deslizó tan suave como la seda, cautivante, provocó una presión que no hizo más que aumentar el calor en mi piel, sabía que debía mantenerme sensato y explicarme.

Sabia que no debía tocarla, sin embargo, solo podía imaginar cómo se arqueaba para recibirme, mientras yo respondía a sus gemidos como si fueran órdenes.

──Lysander.

Su voz en un suplicio fue todo lo que se necesitó para romperme.

Tomé su rostro entre mis manos, delineando sus labios con mi lengua, sufriendo hasta que ellos me permitieron probarla; fueron suaves contra los míos, y quise morderla hasta cansarme.

Supe que lo hice, en el momento en que Astra gimió contra mi boca, mi pantalón se apretó, queriendo saber si ese sería el mismo sonido que soltaría cuando estuviera muy dentro de ella.

Su lengua me acarició con suavidad, y me recordé ir despacio, bajé mis labios hasta su oído, dándole tiempo para asimilar nuestra cercanía.

──Permíteme tocarte, Astra ──Un pedido en el tono urgente de una exigencia.

Ella me respondió con un beso efímero, luego suspiró cuando sujeté su nuca para probar la piel delicada de su cuello, su puño se aferró a mi espalda, por un momento me sentí mareado.

Igualmente caí y cedí, enredandome, tocando la montaña de sus senos, apenas lo que asomaba sobre el corset.
Astra me respondió subiendo sus labios hasta la línea de mi mentón, sus besos calientes y húmedos, me relamí los labios en un intento vago por controlarme.

Siempre había sido así, controlar, apagar, reprimir cada sensación, porque las voces siempre sonarían más fuerte.

Busqué su boca para volver a deleitarme, cuando nos separamos Astra respiraba agitada, sus ojos de un gris brillante, pero no me importaba nada más.

──¿Estás segura?

Si nos deteniamos a pensar un momento, podrían salir a flote todas las razones por las que eso no era buena idea, pero estaba demasiado embriagado y perdido bajo la bruma, como para escuchar algo que no fueran los pedidos de Astra.

──Sí.

──¿Si qué, Astra?

Verla sin un muro era cautivador, hipnótico, podía sentir su deseo a través del vínculo, como algo palpable, una ola embriagante.

──Sí a lo que quieras ──pidió, sus ojos demandantes──. Solo follame.

Lo dijo de forma tan simple y desvergonzada, que mi erección se presionó contra mis pantalones.

──Vulgar ──la reprendí.

Eso solo me ganó una sonrisa en su rostro descarado.

──¿No te gusta?

Enarqué una ceja, intentando mantener mi mente en la charla, cuando estaba muy dispersa pensando en enterrarme dentro de ella.

Astra me siguió mientras me coloqué entre sus piernas, sosteniendo sus glúteos para levantarla y retenerla contra la chimenea.

El agarre de sus manos en mi nuca no hizo nada por aplacar mis ganas de follarla.

──Abre la boca ──ordené.

Astra asintió, siguiendo mis ojos como una cazadora cuando introduje dos dedos en su boca, en el mismo momento que la distraía para deslizar otros dos en su interior.

Su lengua me acarició, pero evité que pudiera soltar algún gemido.

Estaba húmeda y apretada, exhalé al pensar cómo sería tener mi verga dentro de ella, poder observar la cara que haría mientras se abriera para recibirme.

Por la posición no podía moverse, pero solté un gruñido cuando me mordió.

Reemplacé mis dedos con mi boca, y ella tomó el cambio con gusto, respondiendo al beso hambre.

Esperé un momento y continué, con caricias, dando círculos y observando lo que le gustaba.
Trabajé al evitar el gemido, acarciando su lengua, disfrutando la sensación de tenerla presionando mis dedos, tan empadada como para deslizar otro sin dificultad.

Un sollozo escapó de sus labios, y la retuve cubriendo su boca con mi mano, sus ojos lagrimeaban mientras daba círculos, muy lento, intentando llevarla donde quería.

Solté una maldición cuando sus paredes me apretaron más fuerte, me relamí los labios, y su respiración fue pesada sobre la mía.

──Lysander.

──Lo sé, amor.

Astra exhaló, de forma profunda, sabía que estaba tratando de contenerse, por un momento su respiración fue pausada, pero antes de que pudiera liberarse en mi mano, retiré mis dedos de su interior.

Ella me lanzó una mirada de recelo, sus ojos aun brillantes de lágrimas.

Sonreí, pero su rostro me aseguró que pagaría por eso después.

──Puedes gemir solo para mí, ¿entiendes?

Astra asintió, y volví a dejarla en el piso, para penetrarla de mejor forma, abrí sus pliegues, delineandolos antes de volver a cerrar mis dedos. Dejó salir un gemido que hizo latir mi erección de forma casi dolorosa.

Enarqué una ceja hacia ella, sus mejillas enrojecidas por el esfuerzo en contenerse.

──Te odio.

Arqueé dos dedos en su interior, Astra tembló contra mi cuerpo.

──Seguro que sí ──susurré en su oído.

Ella reprimió cada gemido entre sus exhalaciones, amortiguó sus jadeos en mi cuello, mi sangre bombeó más fuerte en mis pantalones, con cada cosquilleo de su aliento contra mi piel.

Era hermosa y no quería que tuviera que contenerse, pero choqué nuestras bocas para aplacar sus ruiditos.

Le pregunté si quería un respiro, sus ojos eran vidriosos cuando negó y continúe muy despacio.

Besé sus labios una vez más, antes de arrodillarme frente a ella, luché contra la necesidad de romper el vestido, conforme con amontonarlo en su cadera.

Mantuve sus muslos separados, a la vez que mi boca buscaba el calor entre sus piernas,
mi aliento se escapó en una exhalacion baja, pesada, mi lengua trazó el mismo camino que mis dedos, hundiéndose en ella lo suficiente como para hacerla suspirar.

La traté con la única devoción que merecía.

Astra acarició las hebras de mi cabello, usándolas de soporte, soltó otro jadeo cuando mi lengua se introdujo para probarla nuevamente.
Usé mis labios y dientes, cuando la sentí volver a contraerse, me detuve; luego decidí alejarme, volviendo a su altura, lamiendo su humedad de mis labios.

Astra me observó suplicante.

──Lysander, te odio.

Pero le dí un beso rápido en sus labios rojos, antes de pegar mi frente a la suya.

──No tienes idea de lo hermosa que luces ahora.

Lejos, creí escuchar el eco de un golpe en la puerta.

──Señorita Astra, los señores ya están listos para ver cómo le queda el vestido.

Pero ella ni siquiera apartó la vista de mi mirada, tomando mi muñeca para guiarme de vuelta a su interior, la penetré con dos dedos, tan excitada y mojada como para deslizarme con facilidad, tuve que ahogar las ganas de llevarme los dedos a la boca.

──Querida, entiendo los nervios de la boda, pero por favor abre y déjame ver el vestido.

Pero ignoramos todo, los golpes en la puerta, las personas al otro lado, solo nos concentramos en la boca del otro, su lengua cálida contra la mía, los ruidos de nuestros labios al chocar, el crepitar del fuego en la chimenea, y cada gemido que reprimía cuando la tocaba.

Continué incluso después de sentirla contrayendose, con su líquido goteando de mis dedos y su boca buscando aire.

La miré cautivado.

Hasta entonces caí en cuenta de lo que hice, cuando su pelo era un desastre, su respiración eufórica y ella me besó como si le perteneciera. Lo hacía.

Volví a colocarle el anillo de compromiso, como una sentencia para los dos.

──Quiero ser egoísta, contigo, tener la certeza de que puedo despertar a tu lado todas las mañanas.

La confesión escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla, Astra no se vió menos sorprendida que yo por eso. Evitó mirarme, pero dejé otro beso en su mejilla.

──Ven a hablarme cuando estés lista.

La puerta se sacudió con el siguiente aporreo, tardé un momento en separarme y toda mi fuerza de voluntad para no volver a ella.

Cuando la puerta se abrió ni siquiera me molesté en echar un vistazo, Astra no volvió a mirarme cuando Ela la ayudó a recomponer su apariencia en el espejo.

Eskandar me sentó en el sillón, con tanta brusquedad como si quisiera darme una bofetada, fue entonces que Ela se dirigió a abrir la puerta contraria, con su mejor sonrisa gentil.

Raelar puso de su parte en el teatro al correr hacia su prometida.

El vestido de Astra era terminado en capas desordenadas, sus mejillas todavía estaban sonrosadas y su respiración era levemente más rápida, pero nadie más pareció notarlo, o fingieron no hacerlo.

Me escabullí lejos de la habitación, sabiendo que estaba siendo egoísta, odiándome por eso.

Sin tener el valor para volver a mirar a Astra, ni a Feryal a la cara.

El día siguiente lo pasé atrapado entre el escrutinio del Consejo, Raelar y Astra no volvieron a la ciudad hasta muy entrada la noche.


Tanta tensión tenía que liberarse ig.

Acá uno de los grandes cambios de la novela, en la versión anterior sus sentimientos eran más platónicos (por lo menos hasta que Feryal se entera ejem).

Esto cambia muchas cosas, y obviamente traerá peores consecuencias cuando todo salga a luz👀

INSTAGRAM | nofarahway.
TWITTER | nofarahway.
TIKTOK | nofarahway.




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top