16. Un Aliado en la Venganza.

❛No te tengo miedo, porque no tengo nada que ganar o perder, no hay nada que puedan usar para amedrentarme❜.

Llevábamos una hora metidos en su estudio, sin lograr obtener nada del medallón grabado que había quedado atrás de los cuerpos destrozados en la masacre de Vestra.

──Vamos, haz un esfuerzo.

Para ese momento estaba físicamente cansada y mi mente no podría concentrarse. No podía ver nada a través de lo que suponía era una placa de reconocimiento. Usualmente no funcionaba bien con estos, era capaz de acceder a recuerdos incluso de personas finadas, pero con objetos era descifrar claves de una bóveda en una lengua muerta. Debían estar cargados de mucha energía para que fuera posible, ser artefactos de toda la vida o directamente tratarse de los lugares donde ocurrían atentados.

──Mientras más me agotes, menos podré hacerlo ──Clavé mis ojos en los suyos.

El rey Lysander me sostuvo la mirada un largo momento, iniciando un pequeño duelo, gané cuando se alejó para dirigirse al escribano que había estado ahí para testificar y transcribir los hechos.

──Puedes retirarte, dile a Eskandar que organice una reunión en la sala de la guardia y los veré ahí cuando todo esté listo.

──Nadie sabe dónde está Eskandar, mi saerev.

──En ese caso, me serviría que lo busquen.

Le abrió la puerta para que se marchara, el hombre menudo realizó una reverencia antes de irse a cumplir con su tarea.
No sin antes dedicarme un último vistazo.

El hecho de estar encerrada con el rey en una habitación hasta altas horas de la noche, debía ser suficiente para entretener a la corte de Valtaria.

Me puse de pie, cambiando el peso de un pie a otro.

Al volver, Lysander se mantuvo acomodando los libros sobre los estantes caoba, como si no pudiera ver que todos estaban perfectamente alineados, el ambiente se aplacó sofocante con la dilatación del silencio.

──Creo que sería mejor que me fuera, mañana debo levantarme temprano.

──Por favor, concédeme un momento, tengo un asunto al que referirte.

──De acuerdo, mi saerev.

El rey Lysander se mantuvo quieto un momento, luego, fuera del trance, pareció encontrar el libro que buscaba y lo llevó hasta mí. Lo dejó caer sobre la mesa. Se pasó la mano para fregarse los ojos, me miró sin decir nada, se recostó en su escritorio. Metódico.

──¿Volvimos al trato formal?

──¿De qué otra forma podría tratar al saerev?

La diferencia de altura entre nosotros no era grande, pero cuando me observaba con el mentón levemente alzado, lo hacía lucir como si fuera de tres cabezas.

──¿Por qué siento que lo formal que eres conmigo va en paralelo al desprecio que sientes por mí?

Porque quizás era cierto.

──¿Encontraste algo con los soldados? ──Intenté alejar la tensión del ambiente.

──Usaban armas de satro ──comentó Lysander──. Los únicos que las usan son los Raguen, desde que solo se combatía con cobre.

El satro era un metal muy valioso, de fácil extracción pero imposible de conseguir fuera de lo que fue el extinto Imperio de Escar, se lograba una alienación diez veces más resistente y flexible que el acero, de un negro oscuro y profundo.

──¿Entonces piensas que fue Kaeser?

──Pienso que alguien quiere culpar a Kaeser, que miremos en su dirección, cosa que quizás no sería tan equivocada.

──Ya.

──Astra, ¿cómo es que estableces esa... conexión con las demás personas?

Su tono apático y grave, la forma en la que sus ojos se oscurecían o el hecho de que estuviera recostado mirándome como si fuera algo para contemplar.
Como si no pudiera apartar los ojos y a la vez la sola idea de limitarse a hacerlo lo disgustara.

Debía ser la persona más complicada que conocía, lo que claro era difícil porque eso me incluía a mí misma.

──¿Quieres saber si lo usé en ti?, ¿si te obligaría a perder la cabeza?

No lo dijo, pero me contempló de forma tan larga como para asumir su recelo.

──No puedes, Astra.

──No puedo, porque lo que hago no es crear órdenes, es decir, puedo hacerlo ──comencé──, pero es más fácil hacer que las personas obedezcan órdenes que ya tienen establecidas. Puedo hacer que la cocinera me dé el último panecillo que queda, no puedo hacer que un rey me entregue su reino. Aun así, las matices para romper la voluntad de alguien son infinitas.

──Entiendo.

Lysander se enderezó, y lo imité, esperando el momento para irme con su permiso, porque salir corriendo no parecía una opción muy sensata.
Miré la puerta casi con anhelo.

──¿Ocurre algo malo?

Me sobresalté al notar que Lysander había captado mi mirada y el curso que siguió hacia la salida.

──Es tarde, eso es todo.

Él inclinó su cabeza en un gesto sutil, sin acercarse, como si pudiera descubrir qué andaba mal solo con mirarme, acaricié el frío de la daga en mi muñeca.

Se mantuvo erguido de forma casi dolorosa, acomodando un mechón hacia atrás, que cayó en su frente un momento después.

──Necesito que, ¿podrías entrar en la mente de alguien inconsciente?

No sabía qué había esperado que me dijera, pero no era eso.

Por otro lado, lo que me pedía era algo difícil en muchas personas, pero especialmente peligroso cuando se trataba de alguien en el estado del rey Aeto, que supuse era el mencionado en esa pregunta, podía quedar atrapada junto con él.

──Sería arriesgado.

──Entiendo.

──Si ya no me necesita… ──me apresuré antes de que me detuviera.

──Astra.

Muy tarde.

──Sobre lo que ocurrió el otro día.

Me enderecé antes de cruzar los brazos sobre mi busto, madame Vania solía decir que era un gesto vulgar en una joven.

──Estaba ebria y le agradecería que lo olvidara.

──No me trates de usted ──advirtió.

──¿Y cómo lo trato, mi señor?

Caminó hasta el otro lado de la habitación, luego volvió como si hubiera ido a juntar paciencia.

──¿Podrías escucharme sin sacar conclusiones? ¿Sin enojarte?

Le sonreí con calidez aprendida.

──Desde luego, su majestad.

──Quería explicar el motivo por el cual te llamé a mi habitación.

Intenté no rodar los ojos.

──Pensé que si teníamos este trato yo podría ayudarte también ──concluyó──. Y quiero hacerlo, estoy intentando, y conseguí algo de información sobre tus padres.

Aplané los labios para aplacar la rabia. ¿Con qué derecho?

──Mis padres están muertos, mi señor, y no deseo saber más sobre eso.

──¿Por qué actúas como si fuera el enemigo? ──refutó con irritación.

──Disculpe, majestad, ¿cómo debería tratarlo?

Sonrió con ironía, con la misma marca de odio y cansancio que había usado para callar a Eskandar.

──Eres realmente increíble.

──Y pensé que yo era quien adivinaba a las personas.

──Estás siendo ──Se calló un momento antes de continuar──. Trato de ayudarte, y no pareces verlo.

──Y se lo agradezco, mi señor.

──No uses ese tono conmigo, Astra ──avisó.

──¿Y qué tono uso, mi señor? ──remarqué las palabras con un tono meloso.

El rey Lysander caminó hasta mí, y lo recibí con una sonrisa.

──De un paso más y verá de lo que soy capaz, mi señor.

──Justo ahora, de ser muy exasperante.

Desvié mi vista hacia otro lado, porque necesitaba buscar alguna razón por la cuál todavía no estaba volviendo agua los recuerdos en su cabeza.
Claro, porque no podía.

──Eres mi soldado, no quiero disputas entre nosotros.

Cuando lo miré otra vez fue con puro rencor, verlo era siempre estar bajo su escrutinio, esperando bajo la maquinaria de tortura, y me hacía sentir tan mal como si quisiera hacerlo hasta hartarme.
Desvié la mirada hacia el piso.

──No me gusta estar a solas contigo, detesto que me retengas y deba obedecerte porque eres un rey, ¿querías escuchar eso?

Lo observé tensarse, las venas trazando un camino en su cuello como si necesitara un esfuerzo especial por contenerse.

Me obligué a mirarlo, solo para encontrarme con la rabia serena de sus ojos oscuros.

──¿Esa es la razón por la cual te enojaste cuando envié por ti?

──Pasé toda mi vida escuchando los murmullos a mis espaldas ──expliqué──. Sin ser más que el juguete del rey, nada más que su mascota, o su puta en el mejor de los casos. Y no voy a volver a eso. ──Clavé mis ojos en los suyos──. No voy a dejar que vuelvan a susurrar sobre mí.

Lysander pareció luchar su propia guerra, pero no ocultó su mirada en ningún momento.

──Jamás haría nada para lastimarte, jamás te trataría como él.

──No, claro que no lo harías ──le advertí.

Quise sonar amenazante, quise ser contundente y dejar las cosas en claro, en su lugar me sentí un poco más rota y mis ojos picaron tanto que tuve miedo de echarme a llorar.

──¿Sabes cuál fue mi única motivación cuando estuve en Serranta? ¿Sabes qué fue lo que me mantuvo con vida todo el tiempo? ──Mis palabras fueron casi un siseo──. No fue la fe, no fue ningún dios, ni siquiera la esperanza de salir de ahí.

Lysander pareció atento a mis palabras, aunque parecía recibir cada una como un puñal.

──Me repetí que los mataría a todos, a Tania, a Saverio, que envenenaría a cada sirviente que había estado en esa casa y cada soldado que había jurado lealtad a esa familia ──proseguí, con el rencor quemándome, reconstruyendome por completo.

No le dije que luego entendí que los Dellare no eran nada, eran solo lacayos, no más que perros sirviendo a sus amos. Y que, en última instancia, haría pagar a los Sinester por cada día que pasé en ese mugroso castillo y cada persona que murió en el banquete.

──No sentí nada al matar a Saverio.

──Astra.

Clavé mis uñas tan fuerte que el crujido me avisó que había marcado mi piel. Lysander me sujetó la muñeca antes de que me apartara.

Medialunas de sangre contra mi piel marcada. Apenas ardía lo suficiente.

──Detente.

La mirada de Lysander quemó más que esa cortada, por lo que no pudo aplacar el dolor. Tiré de mi muñeca para zafarme, agradeciendo que él me dejara ir.

──No te tengo miedo, porque no tengo nada que ganar o perder, no hay nada que puedan usar para amedrentarme.

Mi garganta, mi voz, mis ojos, todo en mí estaba vacío, un reflejo pálido de lo que habría sido.

Lysander me observó, pero sus ojos negros fueron insondables.

──Lo siento mucho, Astra.

Quise decir algo, lo que sea, pero entendí que lo mejor era dejar las cosas en calma.
Y me fui, sin esperar su permiso.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top