11. Un Precio para el Poder.


❛La synergia no es un don que se concede, es una deuda, un préstamo, y como tal, suele venir con intereses que te hacen cuestionarte si valió la pena en primer lugar❜.


El día siguiente a la llegada del Alto Karsten, debimos emprender un viaje en busca de Eskandar.

Ya llevaba tres días sin dar señales y el mensajero que envió el rey había vuelto con noticias de un posible ataque, no encontró más que los restos del campamento.

Salimos antes del amanecer para no levantar ninguna mirada curiosa. Al momento en que estuve lista para unirme a la comitiva, observé al rey Lysander subido a su caballo negro, Feryal a su lado ya se veía como si lo mandara directo a la guerra.

──Por favor, cuídate.

──Lo haré, Feryal.

Su mirada se suavizó al dirigirse a ella, me pregunté si era porque la amaba o porque un tacto delicado siempre es necesario para tratar el cristal.

La reina sacó el colgante que llevaba, no pude seguir el resto de la escena porque Ela se unió a mí.

──Se lo da siempre que él sale en una misión ──explicó──, dice que es para darle suerte y porque en Val Velika es una forma de garantizar que alguien regrese. Darle un propósito para volver.

Enarqué una ceja mientras lo observaba marchar al frente de la caravana. La siraytza permaneció con sus otras tres doncellas, luego tanto Ela como yo nos subimos al carruaje que nos llevaría por lo menos hasta salir de la ciudad.

El interior cálido de terciopelo solo aumentó la somnoliencia que ya llevaba conmigo.

──Avísame cuando debamos salir ahí afuera para congelarnos el culo cabalgando.

Cerré los ojos, hundiendo mis hombros entre el cuello de piel de mi abrigo, ojos sobre mí me lo impidieron.

──No es un pétron de protección... contra ti.

Abrí los ojos para encontrarme a Ela castañeando, su piel apiñonada adquiriendo un tono rosado en su nariz y mejillas.

──¿Qué quieres decir?

──He visto gente volverse loca, no todos pueden soportarlo... ──continuó mientras trenzaba su pelo──. El más allá, o los muertos, no son cosas para jugar, Astra, y tú te pones en peligro al tratar de contactarte con ellos. Todo el tiempo, ¿nunca has pensado cuál es la razón por la que no hay muchos Raguen como tú?

──Porque los matan ──respondí lo obvio.

──Sí, pero además ──insistió──. Muchos pierden la cabeza, actúan como un puente entre dos mundos y al final terminan al servicio de los muertos, o incapaces de distinguir las emociones de los demás de las suyas, de las voces reales a las voces que solo existen en su cabeza, de distinguir la realidad de lo que....

──Bien, entiendo, crees que voy a quedar chiflada.

Ela sonrió, un gesto que asentó la calidez de sus facciones.

──Si no tienes cuidado, sí ──Sus ojos lucieron tranquilamente sombríos cuando agregó──: La synergia no es un don que se concede, es un préstamo, y como tal, suele venir con intereses que te hacen cuestionarte si valió la pena en primer lugar.

Medité un momento sobre lo que decía, no quise agregar nada porque el miedo ya era algo presente para mí. No quise recordar todas las veces que creía que me había vuelto loca, escuchando miles de voces en habitaciones vacías.

──En el valle tuve una vecina Raguen que un día se tiró de la ventana diciendo que los Dioses la habían elegido para volar.

──Ela, ya.

──La recogimos mi hermana y yo.

──Ela.

──En una pala, estaba por todo el piso, órganos y todo.

──Que ya.

Ella alzó las manos, al parecer sin entender qué parte de su charla sobre juntar vísceras del piso no me proporcionaba tranquilidad.

Intenté desviar la conversación lejos de mi posibilidad de volverme loca y su adorable infancia en Fajrak, pero la idea sobrevoló en mi cabeza en círculos, como un buitre esperando a bajar.

──Nada, saerev.

Luego de un asentimiento de Lysander, el soldado Ren volvió para decirle al resto del grupo que seguiríamos la marcha.

──¿Puedes ver algo?

Recordé las palabras de Ela, pero las alejé a un hueco lejano antes de guiar mis pensamientos a través de la espesura del bosque, la bruma de la ventisca. Me agaché en la nieve, manchando los dobladillos de mi larga chaqueta con escarcha, tomando un puñado sin dar con nada.

Me sacudí para volver a ponerme en pie.

──No puedo ver nada. Quizás si tuviera alguna pertenencia...

El rey Lysander pareció frustrado, se retiró un guante de la mano para rasgar la corteza del maitén.

──Quizás siguió el río.

──Eskandar no estuvo por aquí, no tiene buen sentido de la orientación y suele ir marcando los lugares por donde pasa.

──El sueño de un cazador.

Él sonrió, una sonrisa calida en medio de la esterilidad mortecina de la nieve. Cuando volvió a colocarse el guante, ví el pájaro asomar por la manga de su chaqueta.

Pareció notar que lo hice.

──¿La conoces hace mucho? ──me apresuré a cortar la incomodidad.

Caminamos de vuelta al campamento, con lentitud suficiente para posponer el largo viaje que seguía.

──Desde que tengo memoria, nos comprometieron cuando éramos niños ──relató──. Feryal creció solo con su padre en Val Velika y cuando ella tenía dieciséis él rompió el compromiso, quería instruirla en la fé.

──¿Y luego?

──Mi padre amenazó con romper relaciones con el culto de los cuatro dioses. Al Karsten no le quedó más que ceder.

Asentí imaginándo cómo sería, lo que ocurriría si alguien intentaba negarle algo a un hombre como Aeto Sinester, los relatos no lo pintaban como el más bondadoso de los reyes.

──¿Se conocen mucho?

Me dedicó una media sonrisa y el vapor de mi aliento se congeló en el aire.

──¿Quieres saber si la amo?

──¿La amas?

Lysander se detuvo, volvió a revisar la corteza grisácea de otro árbol, no sabía si buscaba un rastro de Eskandar o la respuesta a su pregunta.

──Feryal es a la que conozco desde siempre, y es mi esposa, es la persona más importante en mi vida.

Su discurso podía ser cierto, pero seguía sin responder a mi pregunta.

──¿Así que la amas?

Sus ojos negros me captaron con facilidad.

──¿Escuchas eso?

Algo frío me recorrió la pierna y grité, chocando contra el rey, solo hasta entonces noté que en su sorpresa él había llamado a esas cosas.

──Lo siento, ¿lo escuchaste?

Lo miré con recelo, alejándome mientras veía que ninguna de esas abominaciones anduviera cerca.

──Alteza ──No volteé a ver al soldado de voz trémula──. Lo encontramos, capitán, un cadáver.

Cuando llegamos pudimos comprobar que así era, congelado y enterrado bajo palas de nieve.

Me arrodillé junto a él, los soldados se mantuvieron al márgen y Lysander se acercó siendo precavido.

──¿Puedes... hacerlo?

Asentí, sin estar muy segura, juntando coraje hasta colocar mi mano sobre el pecho del soldado, en búsqueda de ralentizar la conexión con el finado.

Vi el mundo a través de la escarcha.

De repente estaba agotada, mi cuerpo, mi espalda, mis piernas dolían y tiraban, pero tuve que continuar en busca de una salida. La ansiedad era algo que no podía arrancar de mi pecho, la sed quemando mi garganta pero había algo, el miedo, el terror.

El pánico que me obligaba a seguir. Estaba huyendo, entendí entonces, ¿de qué?

Ví mis huellas en la nieve solo para acrecentar la impotencia, observé el camino dejado sobre el suelo blanco, el que mi captor usaría para atraparme.

En ese entonces, las copas pesadas de los árboles blancos y los picos de la montaña en la lejanía, me parecieron un lugar acogedor para morir. Un cementerio de niebla, nieve y escarcha.

Cerré los ojos mientras me dejaba caer sobre mis rodillas, mis dedos hundidos en la nieve e imploré a la Madre por una muerte rápida.

Intenté buscar en sus pensamientos sin dar con nada, el miedo lo nublaba todo, me bloqueaba.

──Ahí estás.

“¿Por qué?”, era la única pregunta que se formulaba en mi mente.

“¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?”

──Nos estamos quedando sin opciones ──respondió la voz a mis espaldas, como si leyera la pregunta en la desesperación de su víctima.

Entonces el fuego atravesó mi pecho, tanteé hasta dar con la punta de la espada que había desgarrado mi carne y roto mis huesos. No era fuego, era mi sangre caliente lo que corría sobre la nieve.

Caí boca arriba en un intento por respirar pero no podía, el aire se transformó en agua salada, me ahogaba con mi sangre, el sabor a cobre lo invadió todo, sin dejarme espacio para respirar.

Tosía y con cada vez me sentía morir un poco más.

──Astra.

──No puedes despertarla así.

──Astra.

──La vas matar.

──Deja que vea un poco más.

Las voces eran ecos embotados fuera de mi alcance.

Unas botas caminaron hasta mí, podría conocer al asesino, el soldado lo conocía, el terror respondió en todo el cuerpo y el sol me cegó un momento, ví el filo de la espada brillar a contra luz.

Iba a matarme.

──Vuelve conmigo, Astra.

El arma bajó directo a mi pecho y no estuve segura de poder resistir, quería abandonarlo pero el hombre me aferraba a su piel como garras, con desesperación, quería que viera su muerte, que reconociera a su asesino.

Me estaba ahogando.

No lograba soltarme y cuando creí que moriría junto con el soldado, las sombras lo cubrieron todo a mi alrededor.

Lejos, la voz de Ela se repetía en ecos: “la synergia no es un don que se concede, es una deuda, un préstamo, y como tal, suele venir con intereses que te hacen cuestionarte si valió la pena en primer lugar”.

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