Vorágine compartida
Darren se despertó cerca de las diez de la mañana. Su organismo entero parecía un bloque de plomo y los párpados casi le suplicaban que continuase durmiendo. Sin embargo, el color celeste del techo le hizo recordar de golpe que ni siquiera se encontraba en su propia casa. "Jaime ya debe estar en el laburo y Maia... ¿estará aquí todavía?" La ilusión de verla destruyó la sensación de pesadez en su cuerpo y lo impulsó a levantarse del sofá. Comenzó a desplazarse despacio por toda la vivienda, pero no había señales de la presencia de ninguna otra persona allí. "Debí suponerlo, ella seguro tuvo que irse a clases". Frunció los labios como un niño regañado cuando supo que la muchacha ya no estaba ahí.
A pesar de la decepción, el chico se rehusaba a perder el buen humor que le había dejado la noche previa. Por lo tanto, de inmediato se dio a la tarea de buscar algo bueno que pudiera hacer para agradecerle a su amigo. No tardó en hallar algo provechoso para llevar a cabo, pues el fregadero estaba a rebosar de platos sucios, tanto los del día anterior como los del desayuno. El chico acomodó las muletas de manera que le permitieran libertad de movimientos en los brazos y se dispuso a lavar las piezas.
Poco a poco, la pila de recipientes y utensilios comenzó a desaparecer al son de un festivo tarareo por parte del joven. Sentía que nada ni nadie podría arrancarle la inconmensurable alegría que Maia había estampado como un tatuaje en su corazón. Por el momento, había logrado resguardar los negros recuerdos del terrible accidente en un recóndito cajón del subconsciente. Procuraba enfocarse en las vívidas imágenes del semblante sonriente de la joven, esa bella expresión facial que le provocaba aceleraciones en los latidos y bañaba con chispas de chocolate su espíritu.
El timbre de llamada del teléfono que traía en un bolsillo lateral de los pantalones detuvo la suave melodía de su voz. El chico quitó el exceso de humedad en las manos al deslizarlas por la tela de la prenda y luego tomó el aparato para responder, pero antes miró cuál era el nombre que aparecía en la pantalla. Era doña Matilde quien deseaba comunicarse con él. "¿Qué querrá mi vieja desde tan temprano?" Presionó el botón de contestar, dejó el celular sobre el lavadero y puso la llamada en altavoz, para así continuar realizando su labor.
—¡Hola, Maia... aaaaaa ...mamá! ¿Cómo estás? —dijo el varón, mientras arrugaba el rostro y se daba golpecitos por la frente con el trapo de secar los platos.
"¡Mierda grande y seca! ¡Mi taradez es progresiva! ¿Se habrá dado cuenta?" Aunque sabía muy bien que se trataba de su madre, tenía la mente todavía enfocada de lleno en la violinista cuando habló. Las traviesas neuronas jugaban a la ronda con el nombre de la muchacha y habían hecho que la lengua tropezara. El breve lapso de silencio que surgió tras su extraño saludo provocó que el varón comenzara a morderse el labio inferior, típico gesto suyo de nerviosismo.
—¡Buenos días, hijo! ¿Cómo te está yendo en la excursión?
"¡Uff, parece que esta vez me salvé!", pensó él, al tiempo que soltaba un leve suspiro de alivio.
—Yo estoy muy bien, todo va marchando perfectamente.
—¡Qué bueno! Me alegra mucho escuchar eso y espero que sigas disfrutando del viaje.
—¡Gracias! Y bueno, cuéntame, ¿pasó algo o solo querías saludarme?
—No es nada grave, es solo que te olvidaste de la cita de hoy por la tarde con tu fisioterapeuta. ¿Quieres que llame a la clínica para reprogramarla?
—¡Uy, es verdad! ¡Se me había borrado por completo! Sí, por favor, llámalos para que me la cambien. Puedo ir mañana mismo a la hora que sea.
—Está bien, perfecto, así lo haré. ¡Hasta pronto, cariño! ¡Cuídate!
—¡Hasta luego, mamá! ¡Nos vemos!
Justo después de que la señora colgó, su semblante se cubrió con un grueso manto hecho de sombras del ayer. No había dicho nada con respecto a la mención de aquel nombre femenino en el saludo del joven porque no pretendía resultar latosa. Sin embargo, la sangre se le había transformado en hielo al escucharlo. Decenas de memorias despiadadas le aguijonearon las entrañas cuando lo oyó. "¡Ese nombre! ¿Por qué tenía que mencionar precisamente ese nombre? La chica que vive con los Escalante se llama así... Pero no, debe ser una coincidencia, ¡no puede ser ella! ¿Por qué me habrá dicho eso Darren? Le ruego a Dios que me esté equivocando, ¡esto no me puede estar pasando a mí!"
Doña Matilde nunca se perdonaría por todas las verdades que se había callado durante tantos años. La culpa a menudo le estrujaba el pecho, pero ya se había jurado a sí misma que jamás le otorgaría a su hijo el conocimiento de los secretos del pasado que le corroían la consciencia. Estaba empecinada en dejar sus pesadillas atrás, aunque eso significara privarle de un derecho básico al muchacho. No quería volver a involucrarse ni mínimamente con la familia Escalante. Y si la consecución de aquello implicaba alejar a esa chica de Darren, estaba más que dispuesta a hacerlo.
♪ ♫ ♩ ♬
Al llegar el mediodía, Jaime aprovechó el descanso de la hora de almuerzo para enviarle un mensaje de voz a su compañero.
—¿Ya te despertaste, grandísimo zángano? ¡Tengo un montón de cosas para contarte, loco! ¡Vení para acá, te conviene! Así de paso te inclinás para venerar a este capo que ya te ha salvado el pellejo más de una vez.
El joven Pellegrini no pudo contener la risa cuando escuchó la grabación, sobre todo por el tono socarrón que el fotógrafo utilizó.
—¡Dale! Voy a pedir un taxi ahora. En unos diez minutos estoy por allá.
Mientras Darren llamaba para solicitar transporte, humedeció sus cabellos y se los peinó con los dedos. Su melena se asemejaba a la de un león por las mañanas, con los rizos alborotados en todas direcciones. Luego de eso, recogió la copia de repuesto de las llaves del domicilio que el dueño guardaba tras uno de los cuadros en la sala y salió. El vehículo llegó pronto y el recorrido era bastante corto, así que no tuvo problemas para ser puntual. Cuando llegó al estudio fotográfico, el joven Silva lo esperaba sentado en una de las sillas plegables de tono rojo que tenía como parte de la decoración en la entrada.
—¡Mirá qué bien! Llegaste rápido, ¿eh? ¿Tanto te estás quemando por hablar de esa mina? A vos se te levanta mucho más que solo el ánimo apenas la ves, ¿no es cierto? —dijo Jaime, mientras hacía esfuerzos para no escupir el bocado de hamburguesa a causa de las carcajadas que insistían en salir.
—¡Callate, idiota! —exclamó el chico, con una mezcla entre sonrisa y bochorno en el gesto de la cara.
—¡Ah, picarón! Yo sé que anoche seguro se te puso como piedra. ¡Casi la devorabas con los ojos, che! Si no hubiera sido por la tarada esa que aplaudió, seguro que también le hubieras devorado los labios... de la boca, ¡malpensado! —declaró el muchacho, desternillado de risa.
—¡Sos un maldito degenerado! ¡Pará un poco! —rogó el invitado, ruborizado.
—Bueno, está bien, me calmo ya, porque andás más turbado que nunca.
Otra ola de sonoras risotadas salió de la boca de Jaime al tiempo que Darren le propinaba un puñetazo suave en el brazo derecho. No estaba molesto por aquellas bromas, sino todo lo contrario. Mientras lo golpeaba, también reía, pues era inevitable hacerlo cuando se trataba de los comentarios subidos de tono tan característicos de su amigo. Cuando las fuertes carcajadas de ambos por fin se apaciguaron, el joven bromista retomó el hilo de la conversación.
—No sabés la cantidad de pavadas que tuve que inventarme para mantener entretenidos a los del restaurante mientras vos andabas en plan conquista. ¡Esa gente estaba boquiabierta con ustedes dos!
—¿¡Qué carajos les dijiste!?
—Bueno, en parte, sí les dije la verdad. Les armé todo un cuento hiper dramático sobre la manera rara en que ustedes se habían conocido y lo mucho que les había costado ponerse de novios por el gran miedo inicial de ella y blablablá.
—Todavía no puedo creer que les dijeras que somos pareja. ¡Casi me muero de la vergüenza cuando Maia escuchó eso!
—¡Relajate y agradeceme, loco! Las minas ahí estaban todas derretidas por lo romántico que les dije que sos. ¡Che, yo debería ponerme a escribir una novela sobre esto! Se llamaría algo así como "Sonata de medianoche". Ese título suena recopado, ¿no te parece? ¡Se convertiría en un best seller!
—Vos estás pirado, ¡sabelo!
—Pero así me querés, yo lo sé... Y por cierto, me estás debiendo una larga sesión de reverencias.
—Bueno sí, tenés razón, te luciste anoche. No voy a terminar de agradecerte por todo lo que hiciste ni en un millón de años.
—Y eso que hay algo súper importante que todavía no sabés.
—¿A qué te referís? ¿Maia te dijo algo?
—Hoy en la mañana, justo antes de irse, ella se acercó al sofá mientras vos estabas durmiendo.
—Estás de joda, ¿verdad? ¡Por favor no me hagás bromas con estas cosas!
—¡No estoy de joda, yo la vi muy bien! La mina se agachó y te plantó un beso en la frente. Hasta te dijo algo al oído, pero no pude escuchar qué fue.
—¿Me lo jurás?
—¡Sí, tarado! No estoy ciego ni soy un mentiroso.
Una mueca instantánea de estupefacción apareció en el rostro de Darren. Aquel gesto no alcanzaba a expresar la magnitud de la explosión de sensaciones embriagadoras que se había producido en su interior. Acaba de descubrir que no se estaba ilusionando en vano con Maia. Cuando la incredulidad pasó a ser felicidad, una grandiosa fiesta dio inicio en medio de los labios del joven. La sonrisa había llegado a ser el adorno más recurrente para su semblante desde que había conocido a la violinista. Ahora estaba más resuelto que nunca a luchar por merecerse un lugarcito en el corazón de la muchacha.
♪ ♫ ♩ ♬
La cabeza de Maia era un nido de brisa veraniega y golondrinas inquietas, incapaz de concentrarse en otra cosa que no fuesen los agradables recuerdos de la noche recién pasada. El espantoso episodio del tipo que la perseguía estaba sepultado temporalmente en el hoyo de la amnesia voluntaria. Así era como trataba de aprisionar los furiosos nimbos que atacaban con periodicidad a su alma tan resquebrajada: ignorándolos.
El miedo a desarrollar sentimientos profundos continuaba sin desaparecer, pero había comenzado a perder un poco del poder avasallador que solía tener hacía apenas unos cuantos meses. La joven López anhelaba despedirse de las lágrimas para bañarse de sonrisas. ¿Acaso sería eso posible? Era incapaz de saberlo a ciencia cierta, pero sentía que la posibilidad de un futuro mejor ya no era tan irreal como antes. El porvenir ahora estaba mirándola a través de los amables ojos de Darren.
La chica ansiaba que llegara el momento oportuno para darle la sorpresa que le había prometido al muchacho. Pretendía que su regalo se convirtiera en una experiencia memorable para ambos. Aunque todavía no estaba segura en cuanto a cuál sería su elección definitiva, la música encabezaba la lista de prioridades. Quizás compondría una melodía exclusiva para él o tal vez le dedicaría una serenata completa en algún rincón con buena acústica. Fuera lo que fuera, estaba decidida a que su obsequio calara muy hondo en él.
♪ ♫ ♩ ♬
Mientras la historia de Darren y Maia apenas comenzaba a escribirse, un hombre taciturno contemplaba el cielo y pensaba en el retorno a su amada Argentina. Se encontraba a miles de kilómetros de las Américas, viviendo solo en medio de un precioso paraje natural al lado del mar. Sin embargo, las inigualables tierras que lo habían visto nacer seguían llamándolo todos los días. Y él necesitaba atender aquel llamado con urgencia, antes de que la tristeza terminara por consumirlo. Existían varios motivos de peso para regresar, pero la razón que más lo impulsaba a concretar su reaparición en Buenos Aires era una sola. Quería contemplar una vez más a la dueña de la cabellera dorada que tanto lo había trastornado en los distantes días de su mocedad...
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