Una velada encantada
Cuando Maia comía, se concentraba por completo en saborear cada porción del alimento que tuviese en sus manos, sin importar cuan sencillo fuera. Le encantaba hacer ese tipo de cosas en total calma. Incluso cerraba los ojos en determinadas ocasiones, para así evitar cualquier distracción que la hiciera olvidarse del sabor que inundaba sus papilas gustativas. Justo eso había estado haciendo mientras desayunaba ese día en el parque. Adoraba la dulzura de la papaya y de la sandía, así como el agridulce jugo de la piña. Estaba tan enfocada en degustar los sabores que no se percató de la llegada de Darren al sitio. Transcurrieron varios minutos sin que ella pudiera verlo, a pesar de que él se encontraba a unos pocos metros de la banca sobre la cual estaba sentada. Solo abrió los ojos de nuevo hasta que estaba terminando de masticar los últimos bocados de fruta. Fue entonces cuando la escena que se desarrollaba en frente de ella llamó su atención al instante.
Había una silla de ruedas vacía y, delante de la misma, un muchacho alto avanzaba a paso lento con gran esfuerzo. No tardó mucho tiempo en caer al suelo, pues parecía no ser capaz de caminar más. La muchacha supo que él no se encontraba bien en cuanto lo miró sostenerse la cabeza con ambas manos y bajar la mirada. Luego, lo observó recostarse boca abajo y comenzar a deslizarse sobre la tierra con ayuda de sus brazos. Aquella maniobra transcurría ante los atónitos de ojos de Maia como si de una película se tratase. "¿Estaré viendo bien? Ese es el chico del cementerio, ese es... ¡Darren! ¡No puede ser!" La jovencita de inmediato recibió una fuerte descarga de adrenalina. Se sorprendió todavía más al percatarse de que no sentía deseos de huir, como era ya tan habitual en ella. Por el contrario, estaba experimentando un gran deseo de acudir en auxilio del muchacho. "¿Qué carajos me pasa? Parezco drogada", pensaba para sí, mientras se aproximaba al chico que batallaba por llegar al asiento. Le temblaban las manos pero, aun así, extendió el brazo y le tocó la espalda con la punta de los dedos.
—¿Me permitirías que te ayude? —preguntó ella, intentando sonar amable y no como una bola de nervios parlante, ya que así se sentía.
Maia se arrodilló al lado de Darren y se quedó viéndolo fijamente. "¿Y si le molesta que le ofrezca mi ayuda? ¿Pensará que lo hago por lástima? Quizá no debí tocarlo sin su permiso". Cuando él por fin la miró a los ojos, a la muchacha se le tensaron los músculos del estómago. La expresión en el rostro del chico la hizo creer que lo había asustado, pero el rubor en las mejillas de él no tardó en aparecer. "¿Estará tan nervioso como yo?" Cuando lo observó abrir y cerrar la boca repetidas veces sin pronunciar palabra alguna, obtuvo la respuesta a su interrogante. "Sí, está incluso más nervioso que yo". Después de un silencio un tanto incómodo, el joven hizo un gesto con la cabeza que indicaba su aprobación con respecto al ofrecimiento de ayuda.
—Dale, entonces. Pasá el brazo por detrás de mis hombros y sostenete fuerte. Cuando estés listo, decímelo y nos levantamos juntos, ¿está bien?
Darren volvió a mover la cabeza de la misma manera. Conforme iba pasando su brazo por la espalda de Maia, la chica sentía como si le estuviesen administrando pequeñas descargas eléctricas en cada punto de contacto. Ninguna persona de las que conocía, mucho menos un varón, había tenido esa cercanía física con ella. Con excepción de doña Julia, la muchacha detestaba que la abrazaran. Sin embargo, el calor del brazo del chico no la incomodaba. Le causaba sensaciones extrañas, mas estas no eran desagradables. Cuando la mano de él se posó en su hombro, ella lo escuchó carraspear con fuerza, como un enfermo de gripe.
—Estoy listo... —dijo el joven, con la voz áspera.
"¡Me habló! Después de todo, parece que no voy tan mal", suponía ella. Eso la impulsó a hablarle de vuelta con más entusiasmo que antes.
—¡Perfecto! Nos levantamos a la cuenta de tres. Uno, dos, ¡tres!
En cuanto sintió el peso del cuerpo de Darren sobre sus hombros, la chica tuvo que apretar la mandíbula para ocultar un poco la sensación de asfixia. "¡Es más pesado que cargar con un collar de sandías! ¡Me va a aplastar!" Tenía que acabar con aquella tortura lo más pronto que fuera posible.
—Vamos, caminá conmigo. Estamos muy cerca.
Mientras avanzaban, Maia hacía lo posible por inhalar y exhalar con normalidad. No quería correr el riesgo de desmayarse por estar conteniendo la respiración. Haciendo un colosal esfuerzo, llegó al término de su función como muleta humana sin morir en el intento. Apenas pudo colocar al muchacho en la posición adecuada en su silla de ruedas, lo miró a los ojos y, con expresión preocupada, le hizo preguntas para asegurarse de no haber empeorado las cosas por hacerlo esforzarse tanto, justo después de una caída.
—¿Estás bien? ¿No te lastimaste?
—Estoy muy bien. Muchas gracias por esto y... bueno... por todo lo que has estado haciendo por mí. En serio te lo digo.
Aquella respuesta la descolocó. "¿Me estará tomando el pelo? ¿O será que es verdad lo que me dijo el otro pibe? No me puedo quedar con la duda", se dijo.
—¿Qué querés decir con eso? ¿Qué he estado haciendo yo por vos?
—Mucho más de lo que te imaginás. Pero no sé si tenés tiempo ahora para escucharme. Me gustaría explicártelo detalladamente.
"¡Mierda, es verdad! ¡Voy a llegar tarde al ensayo con el profesor Gómez! Pero no quiero dejar este tema sin resolver. Me da curiosidad escuchar lo que él quiere decirme". A pesar de que socializar con desconocidos no era uno de sus talentos, Maia decidió hacerle una oferta a su interlocutor.
—Para ser honesta, no puedo quedarme mucho más por acá. Pero sí me gustaría que charláramos más tarde. ¿Te parece si nos vemos luego?
El gesto facial de Darren estuvo por sacarle unas cuantas risas a la muchacha. "Parece un nene millonario que acaba de abrir sus regalos de Navidad. Se le va a quebrar la quijada si abre más la boca". Mientras lo miraba, una gran sonrisa llena de luz decoró el semblante del joven Pellegrini. "¿Estará así de feliz por mí? ¿Es posible que alguien se alegre de verme?" La sola idea de saberse apreciada por alguien la conmovió hasta lo más profundo de su ser. De manera natural, una sonrisa apareció en su rostro también. Acto seguido, el chico introdujo una de sus manos en el bolsillo interno de la chaqueta de mezclilla que traía puesta.
—Para vos, como muestra de mi agradecimiento —expresó él, al tiempo que inclinaba la cabeza hacia delante, manteniendo la sonrisa.
"¡Ay, me muero! ¡Una rosa blanca, mi favorita! ¿¡Cómo demonios supo eso!? ¿¡Y cómo es que ya tenía la rosa lista!?" se preguntaba ella. No pudo evitar arquear una ceja ante semejantes casualidades, pero no por ello perdió la sonrisa.
—¡Muchas gracias! Me parece relinda.
La muchacha contemplaba la pálida flor con ternura, mientras la sostenía con delicadeza entre sus palmas semiabiertas. Antes de que tuviese tiempo de pensar en lo siguiente que diría, el chico continuó con la conversación.
—Por cierto, me llamo Darren. Y vos sos...
La jovencita estaba muy concentrada en la rosa y en lo significativo que era para ella el hecho de recibir un obsequio como ese. Tardó varios segundos en comprender que Darren le estaba pidiendo que se presentara.
—Maia. Mi nombre es Maia.
—Es un placer conocerte. Tenés un nombre muy bonito.
"¿De verdad está pasándome todo esto? ¿No será un sueño?" La chica no podía creer que hubiese alguien que la tratase con tanta amabilidad sin parecer hipócrita o interesado en sacar ventaja de ella en algún sentido. La sinceridad en las acciones del muchacho la convencieron de que había tomado la decisión correcta al pedirle que se vieran de nuevo. Presionó su labio inferior con los incisivos mientras sonreía otra vez. Tras permitirse un suspiro de satisfacción, ultimó los detalles del reencuentro.
—Esperame acá mismo, pero a las siete de la noche. ¿Te parece?
—¡Por supuesto que sí! ¡Me parece bárbaro! Acá estaré, podés darlo por hecho.
—¡Hasta entonces! Me marcho ya. Tengo mucho que hacer hoy —declaró ella, mientras le dedicaba un ademán de despedida.
—¡Que tengás un día genial! ¡Nos vemos! —dijo el joven, al tiempo que le guiñaba el ojo izquierdo.
Maia se dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso a su casa. "¿Me acaba de hacer un guiño? ¡Ay, este día ha sido reloco, pero me encanta!" Sin siquiera percatarse de ello, la chica seguía sonriendo como si solo hubiera conocido ese gesto. Hacía mucho tiempo que no lo hacía de forma tan evidente y prolongada. "No me miró raro, no me dijo nada ofensivo... ¡y me sonrió! ¡Se alegró cuando le pedí que nos viéramos! Ay, solo espero que no me vaya a dejar plantada o, peor aún, que todo esto haya sido parte de una mentira muy bien elaborada..." La muchacha sacudió la cabeza para ahuyentar aquella idea pesimista. "¡Uy, por una maldita vez, dejate de joder, no seás tan idiota!", se reprendió. Al mirar la rosa una vez más, la sensación de alegría regresó a su mente y a su corazón. Deseaba que las horas se pasaran volando para así resolver el gran enigma que giraba en torno a Darren.
Una hora después, Maia se encontraba dentro de uno de los salones de clases exclusivos para hacer ensayos. Había llegado al filo de la hora acordada con su profesor, lo cual la mortificaba un poco, pues detestaba la impuntualidad. Para su buena suerte, el docente se presentó un par de minutos después de que ella lo hiciera, así que no se percató de nada. La saludó de palabra y de inmediato se dirigió al escritorio situado en frente de la pequeña plataforma.
—Espero que haya estado practicando en su casa previamente. Estoy acá para hacerle las correcciones del caso, no para enseñarle cómo debe tocar la melodía asignada. Eso le corresponde aprenderlo sola, ¿está claro?
—Sí, señor, lo está. No lo voy a decepcionar.
—Puede empezar en cuanto lo desee.
Maia se sujetó el cabello con una tirilla de goma para así apartarlo de su rostro. Luego de ello, abrió el estuche, sacó el violín y el arco, para luego disponerse a afinar su instrumento. Una vez que todo estuvo listo, la chica cerró los ojos y se preparó para comenzar con su presentación. Un movimiento acelerado de su brazo derecho dio inicio a la secuencia de notas correspondiente al Capricho No 24 de Niccolò Paganini.
Como era habitual en la muchacha, su cuerpo entero seguía el ritmo de la música de una u otra manera, casi por instinto. Por lo tanto, el vaivén de la cabeza, los brazos e incluso las piernas de la chica le conferían una fuerza impresionante a su presencia en el escenario. Parecía ser una total experta con varias décadas de aparecer frente a grandes públicos selectos. Tocaba con un ímpetu tal que varios mechones de su pelo se escaparon de la cárcel de la tirilla mientras ella se agitaba al compás de la melodía. Iba marcando los cambios de ritmo con ligeros saltitos y otros movimientos sutiles de los pies.
El profesor ya la había visto hacer ese tipo de cosas mientras tocaba, pero nunca se aburría de ello. La pasión por el violín se derramaba cual si fuese un aguacero desde el alma de la joven López. Sin embargo, la ejecución de la estudiante no era meramente un espectáculo visual, sino que también lo era a nivel auditivo, pues reproducía todas las notas de manera acertada. Era como si se hubiese transfundido la sangre del mismísimo violinista del Diablo para llevar a cabo aquella presentación. Cuando los ojos de Maia se abrieron y su brazo se levantó en el aire para darle fin a la actuación, el docente permaneció en profundo silencio por varios segundos. La expresión de su rostro era fría, distante, como si acabase de entrar en un trance inesperado. No obstante, las palabras que pronunció después de romper con el ciclo hipnótico en que se había sumido sin duda alegrarían el espíritu de la chica.
—Me aseguraré de que la expulsen de la institución si usted no pasa a la siguiente fase en el primer puesto, ¿lo ha entendido? —declaró el hombre, sin un atisbo de cordialidad en los gestos.
—¡Sí, señor! —contestó ella, sosteniéndole la mirada.
—Por hoy, considero que no necesita quedarse más tiempo. Pero no se confíe, ¡siga practicando como posesa!
—¡Así será! Le agradezco mucho por brindarme su tiempo. ¡Buenas tardes!
Acto seguido, Maia guardó su instrumento musical y se dispuso a abandonar el salón de ensayos. Solo tenía que asistir a una clase de alemán conversacional de dos horas y luego quedaría libre para marcharse a su casa. Mientras tanto, la sensación de felicidad que había comenzado hacía un rato con el encuentro del parque ahora se potenciaba. La aprobación de su tutor era muy importante para ella. Poca gente conseguía sacarle un elogio a aquel hombre, ya que era estricto hasta llegar a niveles militares, además de ser mezquino para reconocer los talentos de forma abierta. Lo que para otros sonaría a una amenaza era el mayor de los cumplidos otorgados por el profesor Gómez. Exhibiendo una sonrisa triunfante, la chica avanzaba por los pasillos muy segura de sí misma. Estaba convencida de que, por primera vez, la buena fortuna estaba de su lado.
♪ ♫ ♩ ♬
Darren permaneció en un estado eufórico por varios minutos después de la despedida de Maia. Se quedó mirando su silueta mientras esta se iba alejando con total embeleso. Tenía los ojos muy abiertos y no podía parar de sonreír. Parecía haber sido contaminado con el gas de la risa del Guasón. "¡La veré otra vez! ¡Y me sonrió! ¡Esta noche tiene que ser perfecta!" Lo primero que se le ocurrió al joven fue contactar a Jaime. Sacó el teléfono de su bolsillo y, con las manos temblorosas, abrió su cuenta de WhatsApp y puso a grabar un mensaje de voz.
—¡Che, estoy que flasheo! ¡No sabés lo que me pasó! Es... es... ¡es lo más! ¡Voy a ver a Maia hoy en la noche! —declaró él, tras lo cual soltó el botón de grabación.
Las dos marcas de verificación de mensaje recibido aparecieron en verde de inmediato. Después de esperar un par de minutos, el esperado color azul por fin apareció. Los ojos del muchacho se concentraron aún más en la pantalla al ver que su amigo estaba contestándole. Tras unos instantes, el archivo de audio con la respuesta de Jaime estaba listo para ser reproducido.
—¿¡Me estás cargando, loco!? ¡Vení para acá ya mismo o voy yo a traerte de los pelos! ¡Tenés que contarme hasta el último detalle! —afirmó el joven, con la voz tan entusiasmada como si él mismo estuviese en los zapatos de su compañero.
Darren soltó unas fuertes carcajadas que resonaron por todo el parque. Los transeúntes más cercanos se quedaron mirándolo, extrañados, pero no tardaron en contagiarse de su regocijo. Cuando alguien permite que la felicidad de su corazón viaje con el viento a través de una risa sincera, la gente no puede hacer menos que compartir el momento. Y justo eso estaba sucediendo con el joven Pellegrini. Su alegría resultaba como un cúmulo de ligeros pétalos de diente de león que se esparcían con la brisa y acariciaban a todas las almas circundantes. Después de un momento tan prometedor como el que recién había vivido, era comprensible que el chico se colmara de verdadero entusiasmo. En cuanto el ataque de risa se le pasó, el muchacho grabó otro mensaje para avisarle a Jaime que sí lo visitaría.
—Voy a pedir otro taxi para ir a tu estudio. Espero que no tengás mucho laburo hoy, porque vas a tener que aguantarme un buen rato. Ya sabés que no me callo nunca cuando estoy emocionado.
Acto seguido, Darren empezó a desplazarse hasta las afueras del parque, para así estar cerca de la calle y que el conductor que lo recogería pudiese verlo con mayor facilidad. No tardó mucho en conseguir el transporte hacia el lugar de trabajo del joven Silva. Y una vez que él llegó ahí, transcurrirían horas para que el tema de conversación del momento se agotase. Muchas ideas creativas para sorprender a Maia surgieron con la combinación de las mentes entusiastas de ambos muchachos. La chica del violín quedaría impresionada, estaban seguros de ello...
♪ ♫ ♩ ♬
El tiempo pasó a todo galope y la hora acordada por Darren y Maia finalmente llegó. Era una noche fresca, de escaso viento, con un cielo bastante despejado. Los árboles que habían presenciado el encuentro matutino de los jóvenes protegían bajo sus ramas al muchacho, quien había llegado con casi una hora de antelación. Jaime se había encargado de colocar varias hileras de cables con bombillitas redondeadas de tonos blancos y amarillos en puntos estratégicos del follaje. Eran las luces que usaba para hacer sesiones fotográficas nocturnas. Podían funcionar con corriente eléctrica o con baterías y existía la posibilidad de activarlas a control remoto en vez de un interruptor si él así lo deseaba. Darren solo tendría que pulsar un botón del pequeño dispositivo que tenía en su mano y las esferas luminosas inundarían el ambiente.
Además, el fotógrafo había hecho la sugerencia de colocar unos cuantos pétalos de rosa blanca que trazaran un caminito hasta la banca en donde estaría sentado el muchacho. Cuando ella llegara, la activación de las luces permitiría ver mejor dichas piezas florales. Y, para coronar la decoración, Darren había decidido llevar una manta estampada para picnic, la cual exhibía patrones geométricos combinados de tonos pastel. La extendería justo en frente de la banca cuando la muchacha llegara, pues le ofrecería que compartieran una comida ligera. Al principio le había parecido que estaba exagerando, pero Jaime lo convenció para que se animara a hacer todo aquello. "¿Te has visto la cara cuando hablás de esa mina? ¡Vos andás hecho un pelotudo crónico por su culpa! Decís que le debes mucho, que fue amable contigo, que es preciosa y blablablá. ¡Estás hasta las manos! Ya te lo había dicho antes, loco. Y si no vas y la enamorás como se debe, ¡yo te mato, che!" Con esas divertidas palabras y una amplia sonrisa, el joven Silva había sentenciado a su amigo a que tomara el toro por los cuernos. "Si te ponés con que estas cosas te dan pena y tal, no vas a llegar a ninguna parte. A las minas se las trata bien desde el principio, y con más razón lo hacés si te encontrás con una piba que vale la pena, ¡sabelo!" Las contundentes declaraciones de Jaime seguían resonándole en la mente.
Después de mirar el reloj del celular por enésima vez, Darren continuaba metiéndose las uñas con fuerza en las palmas hasta que sus nudillos se ponían blancos. No paraba de agitar las rodillas de un lado a otro. La boca se le estaba secando y en su frente ya se notaba algo de sudoración fría. "Nunca me sentí así, por Dios, ni cuando le pedí matrimonio a Adriana. ¿Qué sucede conmigo?" El muchacho aún no estaba seguro de cómo debía comenzar a contarle a Maia lo que había sucedido. No quería sonar lastimero, pero tampoco quería omitir detalles importantes que pudieran restarle fuerza a su testimonio. Necesitaba que la joven comprendiera a cabalidad la magnitud de lo que había hecho por él. Había obtenido un gran beneficio derivado de algo que no estaba dedicado a él, eso lo sabía. Aun así, el chico veía las sonatas de medianoche como un bello obsequio inmerecido que debía ser agradecido y, de ser posible, retribuido.
En cuanto los dígitos del reloj cambiaron para marcar las siete en punto, Darren pudo reconocer, a lo lejos, a la figura menuda de pasos veloces a quien tanto había estado esperando. Los latidos de su corazón se dispararon y una nueva descarga de emociones poderosas se apoderó de su organismo. Tuvo que obligarse a respirar despacio para calmar la aceleración de su ritmo cardíaco. Tenía el pulgar de la mano derecha sobre el botón del control remoto, listo para activar las bombillitas. En unos breves instantes, la muchacha llegó al punto de encuentro, pero la escasa iluminación de ese sitio en particular provocaba que no pudiera distinguir bien el rostro del joven.
—Darren, ¿sos vos? —preguntó ella, con un dejo de timidez.
—Sí, Maia, soy yo —contestó él, al tiempo que presionaba el interruptor.
Una fila de luciérnagas artificiales de distintos tamaños iluminó el rostro del varón, quien sonreía de la misma manera infantil y sincera que lo caracterizaba. La chica miraba de un lado a otro, boquiabierta. El espectáculo de esferas resplandecientes le resultó precioso, pero su asombro no terminó ahí. Observó, con el rabillo del ojo, algo pálido en el suelo, lo cual llamó su atención enseguida. En cuanto los miró con detenimiento, comprendió de qué se trataba: ¡eran pétalos de rosa blanca! La muchacha se llevó las manos a la boca y se quedó muda. Sus ojos empezaron a humedecerse sin que ella pudiera hacer algo por evitarlo, simplemente no pudo contenerse por más tiempo. Empezó a reír a todo pulmón. Estaba experimentando una mezcla de alegría y de gratitud profunda que crecía más y más con cada carcajada. Darren le había llegado al corazón con aquellos detalles.
—Estoy noventa y nueve por ciento seguro de que te gusta la decoración. ¿Podrías darme ese uno por ciento que me falta? —manifestó él, riéndose con tantas ganas como lo estaba haciendo ella.
La muchacha asintió con la cabeza mientras continuaba riendo. Varias lágrimas de felicidad trazaban veredas cristalinas sobre sus mejillas. Mientras se las enjugaba con el dorso de la mano, dejó bien en claro lo que estaba sintiendo.
—Este ha sido uno de los mejores días de mi vida, uno de los mejores días en años... ¡Muchas gracias!
Darren tomó la manta que estaba doblada sobre la banca y la extendió sobre el césped. Acto seguido, colocó una canasta rectangular de mimbre en la tela. Entonces, se puso de pie, para luego volver a sentarse, pero esta vez lo hizo encima del tejido decorado.
—Pero qué me decís, si todavía te falta la mejor parte. ¿Querés tomar un poco de chocolate caliente con un pedazo de torta de arándanos junto conmigo?
La chica estaba a punto de pellizcarse para comprobar si aquello de verdad estaba pasando. ¿Cómo era posible que hubiera una persona tan amable con ella, si ni siquiera la conocía todavía? Solo podría saber la verdad acerca de aquel muchacho si le daba la oportunidad de acercársele.
—Sí, me encantaría. ¡Me muero de hambre! —afirmó la muchacha, mientras se quitaba el estuche del violín de la espalda y se acomodaba de frente al chico.
—¡Gracias por honrarme con su presencia, señorita! Sírvase cuanto guste —dijo él, al tiempo que inclinaba la cabeza, manteniendo el brazo derecho en frente, para luego trazar círculos con la muñeca, a manera de reverencia.
La joven solo pudo reír de nuevo ante semejante ocurrencia, con lo cual provocó la misma reacción en el varón. Tras unos momentos, Maia alargó el brazo, tomó un platito de cartón, colocó una tajada del pastel sobre este y se dispuso a comérselo despacio, arrancando trocitos con los dedos. Él prefirió tomar el termo con el chocolate y servírselo en una taza de asa ancha. Después de dar un par de sorbos, respiró profundo e inició con la charla planeada para aquella noche.
—Supongo que tendrás curiosidad por saber qué es lo que quiero decirte hoy. Bueno, no voy a hacerte esperar más... Verás... Hace unos meses, estuve sumido en una depresión grave. Tenía que tomar medicinas para calmarme los nervios y otras para dormir. Sufría de pesadillas y a menudo lloraba de rabia. No dejaba de sentirme miserable y tampoco aceptaba ayuda. Me rehusaba a ir a las sesiones de terapia e incluso le gritaba a mi madre. Creí que nunca saldría de ese horrendo círculo de ira y autocompasión... Pero, de repente, pasó algo que comenzó a hacerme cambiar mi perspectiva. ¿Sabés qué fue eso?
—No tengo idea de qué pudo haber sido.
—Empecé a despertarme a la medianoche. Pero ya no era por un mal sueño ni nada parecido. Me despertaba porque escuchaba el sonido lejano de un violín. Con cada día que pasaba, me iba sintiendo menos infeliz. Las melodías que esta persona misteriosa tocaba siempre me conmovían, me alegraban, me estaban sanando... ¡Mi ánimo cambió radicalmente! Un día, decidí que tenía que ir a buscar a esa persona y agradecerle por ayudarme a salir de la depresión, por devolverme las fuerzas para luchar contra mis limitaciones. Y luego supe que esa persona eras vos, Maia... Desde el corazón te lo digo: ¡muchas gracias!
La muchacha se quedó sin palabras. No podía dejar de mirarlo a los ojos con expresión de absoluta incredulidad. La quijada le temblaba a causa de la emoción. Un nudo en su garganta amenazaba con liberar nuevas lágrimas.
—Perdoname por haberte alterado así, no pretendía molestarte... Tenías que saber lo bien que me hizo escuchar tu música... ¿Ya ves por qué necesitaba hablarte con calma, sin que estuvieras tan apurada?
Tras un minuto adicional en silencio, la chica por fin logró deshacer la barrera de emociones que le aprisionaba la voz. Inhaló y exhaló lentamente varias veces antes de hablar.
—Yo no sabía que alguien estaba escuchándome tocar, mucho menos me hubiera imaginado que le gustaba y le hacía bien... Esto es... es... ay, no sé ni cómo explicarlo... ¡Es bellísimo! Sí, esa es la palabra que estaba buscando.
—Desde hace un buen tiempo que me convertí en tu admirador. ¡Sos una violinista increíble! Y me parece a mí que muchas de las melodías que tocás son únicas. ¿Las componés vos misma?
—Sí, son mías. Me gusta crear mis propias sonatas.
—Yo diría que tenés un don natural para eso. En serio, sé reconocer cuando hay talento genuino y a vos te sobra... Algún día me gustaría poder escucharte tocar de cerca, es más, me encantaría verte haciéndolo. ¿Sería posible?
Maia no pronunció una sola sílaba, pero lo miró con gran interés. La sonrisa que se dibujó en sus labios finos dejaba ver que su respuesta era afirmativa.
—Yo diría que llegó mi turno para dar sorpresas. ¿Te pensás que solo vos podés hacer cosas para llamar la atención? ¡Mirame y aprendé!
La chica tomó el estuche, lo abrió, sacó el violín junto con el arco, se puso de pie y comenzó a interpretar una de sus melodías clásicas favoritas: L'estate, compuesta por Antonio Vivaldi. La energía y la inmensa alegría que destilaba la joven López mientras hacía magia con el Stradivarius embelesaron a Darren. Había escuchado decenas de versiones de aquel concierto, pero nunca había visto a una persona más apasionada mientras lo tocaba. Conforme la velocidad de las notas subía, el cabello suelto de ella se movía por todas partes con cada maniobra de su dueña. La expresión en su semblante denotaba fiereza y paz al mismo tiempo. Era una amalgama extraña, pero agradable de ver. Tenía los ojos cerrados, pues deseaba permanecer ajena al mundo y concentrarse en su música. Tras casi once minutos de ejecución, la muchacha llegó a la culminación del espectáculo. Un sonoro aplauso colectivo fue la respuesta que recibió. No se había percatado de que los transeúntes nocturnos del parque se habían congregado en torno suyo para escucharla tocar. En cuanto lo notó, no pudo evitar sentir algo de incomodidad, pero las caras alegres de la gente la tranquilizaron. Pero, por sobre todas las cosas, el gesto en el rostro de Darren fue el que más la enorgulleció. El muchacho estaba sonriendo de oreja a oreja, mientras la observaba con una ternura infinita.
—No te imaginás lo feliz que me hacés cada vez que tocás. Por favor, nunca dejés de hacerlo.
—Eso tenelo por seguro.
El resto de la velada transcurrió entre risas, comida, bebida y conversaciones animadas acerca de la música y de temas relacionados con las artes. Agradecían de corazón que se hubiera dado la casualidad que los había hecho encontrarse. ¿Seguirían estando tan agradecidos de conocerse cuando llegaran a enterarse de toda la verdad? Solo el tiempo lo diría...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top