Una sonata para dos

Una brisa fresca se colaba por las aberturas en las paredes, pero no hacía frío. Era una noche tranquila que invitaba a dormir a pierna suelta. Y justo así lo estaba haciendo doña Matilde, quien llevaba un buen rato de haberse ido a la cama. Rebeca se encontraba sentada en un sillón cercano, vigilando el sueño de su tía. Mientras tanto, la muchacha se entretenía leyendo Purgatorio, una interesante novela paranormal de Nathalia Tórtora, ambientada en Argentina.

La quietud en el cuarto de la señora contrastaba con el completo desasosiego en el otro dormitorio de la casa. Darren sentía cualquier cosa menos ganas de acostarse a descansar. El chico no cesaba de pasearse de aquí para allá en el interior de su habitación. Tenía las entrañas convertidas en una intrincada red de nudos apretados. Sus ojos viajaban hacia el reloj que traía puesto en la muñeca una y otra vez. Había comenzado a morderse la uña del meñique derecho tal como lo haría un roedor excéntrico. Sin embargo, nada de eso parecía servirle para aplacar la creciente ansiedad que lo embargaba.

El muchacho contemplaba, cada pocos minutos, la negrura del cielo despejado a través de su ventana. En silencio se preguntaba qué sucedería después de la temida conversación con la joven López. Y es que, sin importar cuál fuera el resultado, el varón casi podía percibir el aroma del dolor en el aire. ¿Cuánto sufrimiento más debía soportar para encontrar la paz?

Maia le había pedido que esperara hasta que ella lo llamara para encontrarse. No fijó una hora ni tampoco eligió un sitio concreto para la reunión. Solo le dijo que se encargaría de avisarle en cuanto estuviera lista para verlo. "¿Por qué se estará tardando tanto? ¿Le habrá pasado algo? Quizá se arrepintió a último minuto", pensaba él. Estaba a punto de escribirle un nuevo mensaje cuando recibió el llamado que tanto había estado esperando.

Los suaves acordes de una melodía para violín comenzaron a escucharse a lo lejos. Como tantas otras noches antes de aquella, el instrumento musical de la muchacha cargaba el ambiente de melancólica belleza sonora. El corazón de Darren se olvidó de latir durante un momento, sus pulmones se quedaron sin aliento. En su garganta se fueron agolpando decenas de emociones y recuerdos que pronto adquirieron forma visible a través de cristalinas lágrimas.

Las sonatas nocturnas de Maia les habían abierto el camino para que sus almas empezaran a acercarse. ¿Acaso sería también una sonata lo que señalaría el momento de la despedida? El joven Pellegrini se enjugó el llanto con un pañuelo, al tiempo que tomaba una chaqueta ligera. Acto seguido, se encaminó hacia la puerta principal de la vivienda a paso rápido. Conocía de memoria la ruta para llegar hasta su destino, así que tardaría muy poco en reunirse con la artista.

Cada paso dado hacia el cementerio, ese lugar silencioso lleno de sombras cuyo suelo se cubría de lamentos, lo hacía recordar dos aciagos días: el del accidente y el de la confesión de su culpa. Aún se preguntaba cómo era posible que la muchacha hubiera logrado perdonarlo después de todo eso. La inocente chica había soportado un prolongado aislamiento forzado, así como diversos maltratos no merecidos durante muchos años. Y él le había arrebatado a la única persona que le prodigaba palabras dulces y caricias en vez de insultos o golpes. Seguía sin sentirse digno del perdón de la jovencita.

¿Cómo había logrado ella impedir que el veneno del odio corroyera su alma? ¿Cuánto amor podía contener el corazón de Maia? Su interior parecía ser un depósito infinito de auténtica bondad. Había sido capaz de ver más allá de la amargura y el resentimiento para luego obsequiarle el más sincero de los afectos. Aquella mujer le ofrecía muchísimo más de lo que él pudiera llegar a merecer. ¿De qué manera podría retribuir ese inmenso amor que ella le entregaba? La respuesta a esa pregunta ya estaba comenzando a desgarrarle las entrañas.

A medida que se acercaba a la entrada del camposanto, el acelerado ritmo de los latidos en su pecho igualaba al de sus pensamientos. Todavía no tenía idea de cómo abordaría el asunto sin caerse a pedazos en el proceso. Ya no podía posponer más esa conversación, lo sabía, pero en realidad no estaba listo para ello y probablemente nunca lo estaría. Era una prueba demasiado dura para él.

En cuanto Darren estuvo de pie frente al mausoleo de los Escalante, la bella imagen que presenció le robó la respiración por un instante. Mientras mantenía los ojos cerrados, la violinista sostenía el instrumento musical de cuerdas con delicadeza y pasión al mismo tiempo. La extraña amalgama entre fragilidad y fortaleza cada vez que tocaba hacía de sus ejecuciones un momento mágico.

La chica llevaba puesto un vestido sencillo, corto y sin mangas. La tela era tan blanca como el pequeño ramo de rosas que reposaba frente a la tumba de doña Julia. Gracias a la ligereza de sus pies, los cuales iban calzados por unas bailarinas nacaradas, la elegancia la acompañaba en todos sus movimientos. El cuerpo femenino se mecía como las ondas marinas para imitar el suave compás de la melodía que sus manos creaban.

La palidez de la piel y de las ropas de la chica le confería un aire etéreo, casi espectral. El brillo blanquecino proveniente de las farolas le daba un aspecto aún más taciturno a la escena. El varón no quiso extinguir la magia con una palabra inoportuna o algún tipo de ruido indeseado. Por lo tanto, decidió permanecer quieto detrás de una de las tumbas cercanas, a la espera de que la jovencita terminara su interpretación. Unos instantes más tarde, cuando el viento se llevó consigo la última nota de la sonata, Darren por fin se animó a romper el silencio.

—Mi corazón se conmovió desde la primera vez que te escuché tocar. Hasta este día, sigo sintiendo esa misma emoción, pero hoy es mucho más fuerte que antes. ¿Sabés por qué? —El chico comenzó a caminar hasta llegar al lado de la artista—. Eso es porque ahora conozco a la persona que está detrás de esas maravillas. ¡Tenés un alma preciosa, Maia!

Acto seguido, el joven Pellegrini rodeó la cintura de su novia con ambos brazos y se inclinó para estamparle un tierno beso en la cima de la cabeza, al tiempo que aspiraba el perfume floral que emanaba del cabello femenino. La muchacha sintió un agradable escalofrío ante el contacto del cuerpo cálido del varón y de inmediato imitó aquel gesto de afecto. Aunque su anatomía temblaba de nervios por lo que se avecinaba, se permitió unos cuantos segundos para disfrutar del tibio abrazo.

—¡Uy, estás temblando un montón! ¿Tenés frío, mi amor? Podés ponerte mi campera —dijo él, mientras se apresuraba a sacarse la prenda para cedérsela.

A pesar de que ella no tiritaba por causa de las bajas temperaturas, la violinista aceptó las atenciones del joven. Después de todo, le encantaba ponerse aquella ropa grande que olía a él. Una vez que la chaqueta la cubrió, Maia esbozó una amplia sonrisa a manera de agradecimiento. Luego de ello, elevó las manos para sujetar las mejillas de Darren y enseguida tiró del rostro masculino con suavidad. No hubo necesidad alguna de explicarle lo que deseaba. Él ya estaba más que acostumbrado a esa adorable forma de pedirle que se inclinara para besarlo.

La joven López sabía que bastaban unos instantes para que el encuentro entre sus bocas dejara de ser un acto delicado y se transformara en uno desesperado. Por lo tanto, se limitó a poner sus labios con delicadeza sobre los de él durante cinco segundos para después apartarse. Se habían reunido allí para hablar de asuntos serios. La pasión tendría que esperar por su turno en otra ocasión.

—Antes de hacer cualquier otra cosa, por favor, vení conmigo —declaró ella, al tiempo que su mano izquierda asía la derecha de él.

Los pocos pasos que los separaban de la tumba de Julia fueron recorridos en un parpadeo. Sin previo aviso, ella se sentó sobre el suelo, de frente a la placa con el nombre de la señora. Aquella conducta lo descolocó por completo, pues el chico no sabía qué tenía Maia en mente. Tragó con gran dificultad y vaciló por un instante, pero la mirada amable que le dedicó la artista disipó sus temores. Tras soltar un leve suspiro de alivio, se acomodó al lado de la jovencita. Con la vista de vuelta hacia delante, ella se dirigió a su difunta madre.

—Mamá, hoy quiero presentarte a alguien. Es una persona súper importante para mí, pero creo que eso ya lo sabías. Está acá, junto a nosotras —Aclaró su garganta para disimular la alteración en su ánimo—. Se llama Darren Pellegrini Espeleta. Nos pusimos de novios hace poquito, pero él me gusta mucho desde hace varios meses —Lo miró de reojo y sonrió con dulzura—. Me escucha siempre, se preocupa por mí y me hace sonreír todos los días. Vos no te imaginás cuánto lo quiero, ma...

La violinista ni siquiera había hecho el intento de insinuar algo, por minúsculo que fuera, con respecto al accidente. No esperaba que el varón pidiera perdón por lo sucedido ni por haberle ocultado la verdad al respecto. Maia solo deseaba, con todas sus fuerzas, que doña Julia hubiera podido conocer en vida al hombre que ahora la hacía sentirse dichosa. Ante la imposibilidad de aquello, al menos intentaba honrar la memoria de su madre al dedicarle bella música y unas palabras sinceras por parte de ambos.

En cuanto terminó de hablarle a la fallecida, la mano menuda de la muchacha se posó sobre la del varón. Los finos dedos femeninos ejercieron una leve presión sobre los de él. Con aquel gesto sutil, estaba invitándolo a hablarle a doña Julia. No obstante, había una densa nube de emociones atrapada en mitad del pecho del chico que estaba obstruyéndoles el paso a las palabras. Un velo transparente y acuoso ya había comenzado a nublarle la visión. Lo que acaba escuchar había pasado directo a su corazón. "¡De verdad me ha perdonado!", pensaba él, conmovido hasta el tuétano ante el reconfortante discurso de su novia.

—Es un gran honor conocerla, señora —La voz de Darren era un agudo manojo de sílabas trémulas, pero eso no lo hizo desistir de su propósito. Respiró hondo y, aunque su tono siguió siendo chillón y entrecortado, prosiguió—. Gracias a que usted fue una excelente madre, hoy tengo la dicha de compartir mi vida con una mujer increíble. Su hija me devolvió la esperanza cuando más la necesitaba. Todavía sigue dándome fuerzas para luchar contra la tristeza. Le prometo que voy a esforzarme toda la vida para contribuir a que Maia sea feliz...

Tras pronunciar semejantes palabras, un volcán de sensaciones poderosas hizo erupción en sus entrañas. La pareja de jóvenes se fundió en un firme abrazo que transmitió con total claridad todo cuanto sentían el uno por el otro. Desde sus cuerpos conmocionados brotaron sollozos, lágrimas y temblores, pero también nacieron decenas de sonrisas, besos y caricias. Sus caminos se habían cruzado a causa de una terrible tragedia, pero ahora los unía un fuerte lazo que se había forjado a partir de la bondad y el perdón.

Después de permanecer un largo rato abrazados sin recurrir a las palabras, la abrumadora intensidad de sus emociones por fin comenzó a decrecer. Ambos habían estado preparándose para una de las más tristes conversaciones que tendrían, esa charla que ya no podían ni debían aplazar más. Fue Darren quien decidió abordar el tema primero, antes de que el dolor lo cubriera de nuevo con su cenicienta capa y le impidiera hablar.

—Tenés que aceptar esa beca, Maia. Trabajaste muy duro por varios años para conseguirla. Sos una violinista sobresaliente, cualquiera puede ver eso. No hay nadie en esa academia que se merezca más este reconocimiento que vos.

El varón la miró a los ojos y puso todo su empeño en curvar los labios hacia arriba, aunque por dentro lo estaba carcomiendo la pena. Ella inhaló despacio, mientras pensaba un poco más en lo que deseaba responder. Luego de un breve intercambio de miradas, la chica se armó de valor para expresar sus inquietudes.

—Siempre quise y sigo queriendo estudiar en Alemania, no voy a mentirte. Me encanta el idioma y la cultura de allá, la calidad de la educación que ofrecen es excelente. Es una gran oportunidad para mí, es algo que obtuve por mis propios méritos. Además, lo veía como el antídoto para mi sufrimiento. Pero ahora...

La joven López desvió la mirada hacia el suelo y liberó un profundo suspiro que llevaba impresa la oscura marca de la zozobra.

—No quiero ser un obstáculo para vos. Quiero que te aferrés a lo que te apasiona, que podás alcanzar tus sueños.

—Pero yo ya no quiero alejarme, ¿cómo me voy a ir ahora? Lo de tu mamá es bastante delicado. Me gustaría seguir ayudándola a recuperarse...

—Ella me tiene a mí, a Rebeca, a Jaime, a Raquel e incluso a papá. Aunque él no pueda regresar todavía, todos los días habla conmigo sin falta y pregunta por cada detalle de los avances de mamá. Podés estar tranquila en ese sentido.

—¿Y qué va a pasar con nosotros? Lo nuestro acaba de empezar, ¡no puedo irme así como así! ¿En qué clase de persona me convertiría si te abandono?

—Yo entendía lo que implicaba iniciar una relación con vos. Sabía cuáles eran tus metas y siempre las apoyé. No tengo derecho alguno a retenerte. Si dejás ir tu sueño por mí, te vas a arrepentir.

—¡Eso no es cierto! ¿¡Cómo podría arrepentirme de estar con vos!?

—Si dejás de ser quien sos por quedarte conmigo, no me lo perdonaría. No quiero que perdás tu esencia nunca. Quiero verte alcanzando la cima, poniendo tu corazón en todo lo que hacés, sonriendo con verdadera satisfacción.

—¿Por qué solo hablás acerca de mí? ¿Y vos, adónde quedás? ¿Qué me querés decir? ¿Estás insinuando que pensás cortar conmigo?

—No, no es eso lo que quise decir... ¡Jamás querría algo así! ¡La sola idea me duele, me enferma!

—Entonces, ¿por qué me decís todo esto? Hablás como si alguno de los dos estuviera deseando terminar con la relación y no es así.

—Lo que pasa es que no quiero atarte a una relación a distancia, no sería justo.

—¿No sería justo para quién? Darren, dejá de tomar decisiones en mi nombre, ¿puede ser? Soy yo quien debe decidir si algo es bueno para mí o no lo es. ¿A vos te parece que me gustaría lastimarte o menospreciar lo que sentís? No soy esa clase de chica. Y no me importa si es difícil mantener esta relación, quiero seguir adelante. ¿Querés lo mismo que yo?

La mirada masculina permaneció fija en la femenina por lo que a ella le pareció una agónica eternidad. Con la mandíbula temblorosa, el pulso acelerado y un torbellino de emociones atrapado en sus grandes ojos castaños, el muchacho por fin le dio una respuesta.

—Por supuesto que quiero lo mismo que vos, Maia. Yo... yo... ¡te amo!

Sin previo aviso, la jovencita se giró de manera veloz, para luego rodear el torso del chico con ambos brazos.

—¡Yo también te amo, no lo dudés más!

Ambos habían recorrido un largo camino lleno de obstáculos para llegar adonde estaban. Habían visto una diminuta chispa de esperanza entre la adversidad y fueron capaces de seguirla hasta que sus almas finalmente pudieron encontrarse. Numerosas dudas y dificultades les ensombrecerían el horizonte, pero estaban resueltos a luchar por alejarlas a todas. Juntos habían elegido seguir apartando la oscuridad...


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