Una noche de gala (Parte VII)

La última declaración de Maia resonaba una y otra vez en la mente de Darren. Jamás creyó escuchar un mensaje que encerrase un significado tan profundo y hermoso con solo unas pocas palabras dichas. La chica lo había mirado con infinita ternura mientras pronunciaba cada sílaba, al tiempo que sonreía con la cándida dulzura propia de una niña. Ella, un alma hecha de luz y color, agradecía su existencia. ¿Cómo podía ser merecedor de tal maravilla?

Era él quien debía darle las gracias a la jovencita por no albergar sentimientos oscuros hacia su persona. A pesar de lo mucho que ella había sufrido por su culpa, en verdad lo había perdonado. Para buena suerte del varón, la felicidad no terminaba ahí. La petición de Maia lo había dejado embobado. Jamás creyó que la muchacha dejaría su corazón al desnudo para pedirle que formara parte de su futuro. El chico sentía que era capaz de elevarse hasta abrazar las estrellas.

Mientras caminaban lado a lado, no podían dejar de mirar al otro con fascinación. La mano del joven Pellegrini asía la de la violinista como si de ello dependiese su propia existencia. Para el muchacho, aquel sencillo acto de entrelazar sus dedos con los de ella simbolizaba el comienzo de una nueva y emocionante etapa. Maia, quien era una de las personas más importantes en su mundo, había decidido estar junto a él. Darren atesoraría los recuerdos de esa noche por el resto de sus días. Sin importar lo que pudiese suceder de ahí en adelante, el varón estaba resuelto a no permitir que nada ni nadie lo alejara de esa chica.

Después de una breve caminata, los jóvenes llegaron al camerino. El rostro de Raquel se iluminó en cuanto sus amigos cruzaron el umbral de la puerta. La joven sabía que las cosas entre ellos iban por buen camino desde que Maia había despedido a Álvaro. Sin embargo, no imaginaba qué tan bien podía estar la relación entre ellos hasta que presenció el ensayo de la coreografía. Pocas veces había visto tanta afinidad y ternura en una pareja.

Cuando los observó actuar sobre el escenario, la chica sintió un estallido de alegría en el pecho. La letra de la sonata y los movimientos que la acompañaban eran la perfecta representación de todo cuanto vivieron para llegar hasta ese momento. El camino para encontrarse no había sido fácil, pero estaba segura de que tendrían muchas recompensas por haber aguantado y por seguir dispuestos a luchar. Las últimas estrofas habían logrado sacarle unas cuantas lágrimas.

—¡Chicos, por fin vuelven! ¿¡En dónde rayos se habían metido!? Uno de los encargados del evento vino a buscarlos hace un rato. Ustedes ya deberían estar junto a los otros participantes... —Raquel miró el reloj del teléfono móvil—. ¡Quedan apenas cinco minutos para que se anuncie el resultado!

—¿¡Cinco minutos!? ¡El tiempo vuela! —exclamó la violinista, mientras una mueca que fusionaba el entusiasmo con los nervios se estampaba en su cara.

—¿¡Y qué esperan, entonces!? —La maquillista empezó a agitar las manos para incitarlos a salir—. ¡Váyanse ya!

—¡Uff, tenés toda la razón! —manifestó el chico, con total seriedad.

Sin soltar la mano derecha de Maia, el muchacho la invitó a seguirlo. No tardaron en llegar a la sala en donde los estudiantes finalistas y los respectivos artistas colaboradores se hallaban. Entraron en silencio y se sentaron junto a una chica morena. Casi todos los jóvenes allí presentes se limitaron a dirigirles una mirada rápida, para después olvidarse de que existían.

Muchos de aquellos chicos estaban concentrados en mantener una fachada de serenidad a pesar de los crecientes nervios. No tenían tiempo ni ganas para preocuparse por la llegada tardía de los demás participantes. Sin embargo, había un par de ojos marrones que no se habían apartado de la joven López ni un segundo. Hielo puro emanaba de aquellas pupilas contraídas por la repulsión. De forma casi inmediata, Darren percibió la amenaza implícita en aquel gesto.

—¿Se te perdió algo? —preguntó él, mientras buscaba con su mirada inquisitiva la del chico que parecía estar consumiéndose de rabia.

—¡Eso a vos que te importa, pedazo de imbécil! —espetó Mauricio, al tiempo que apretaba los puños sin disimulo.

El primogénito de los Escalante se levantó como un rayo e hizo un claro intento de lanzarse sobre su interlocutor. No obstante, la bailarina que estaba sentada junto a él se estiró para sujetarlo del brazo derecho con ambas manos. El inesperado tirón proveniente de ella lo detuvo en seco.

—Recordá lo que hablamos hace un rato —manifestó la artista, utilizando un tono tranquilo, apenas audible.

El chico se giró de forma brusca para soltarse de su agarre, al tiempo que le dedicaba un gesto asesino a la jovencita. Segundos después, se dejó caer sin delicadeza alguna en el asiento. Los demás estudiantes se limitaron a observar la escena sin intervención alguna. Estaban acostumbrados a presenciar esa clase de episodios agresivos en los Escalante. Sabían que meterse con ellos era una pésima idea, así que preferían hacer la vista gorda y cerrar la boca.

Tras unos instantes en silencio, Darren inclinó la cabeza para susurrarle una pregunta al oído a Maia.

—Ese es el hijo mayor de Rocío, ¿verdad? —inquirió él, mientras le daba un vistazo rápido al susodicho.

—Sí, es él. Cualquier cosa le sirve como excusa para buscar problemas, ya te diste cuenta. No le hablés más, ni siquiera lo mirés, te lo pido por favor. No vale la pena prestarle atención —dijo ella, mientras acariciaba el brazo del muchacho.

El varón se limitó a asentir con la cabeza. De manera discreta, desvió la vista hacia el suelo y respiró hondo, para luego enfocar su atención en el rostro de la violinista. Cuando sus ojos se encontraron con los de ella, el chico le dedicó un simpático guiño y una pequeña sonrisa. Contemplarla lo ayudaba a serenarse y aplacar un poco el fastidio que sentía.

"Es la primera vez que nos cruzamos y este pibe ya me insultó. ¡Hasta quiso golpearme! Es como si estuviera enojado con el mundo entero". Además de ello, Darren se había enterado de que Mauricio siempre era un fanfarrón maltratador por boca de la muchacha. La forma en que ese chico la había mirado proclamaba que su encono hacia ella seguía más vivo que nunca.

"Si a este tarado se le ocurre ponerle un solo dedo encima a Maia, le borro los dientes de un puñetazo. Por su propio bien, espero que no vuelva a molestar". Aunque hubiese querido decirle unas cuantas verdades a ese muchacho, era preferible morderse la lengua y callar. Mientras estuviera a su alcance, el joven Pellegrini conservaría la calma. No propiciaría situaciones tensas o peligrosas que pudiesen perjudicar la salud de la violinista.

Por otro lado, aunque Mauricio reunía todos los requisitos para ser catalogado como un patán, Darren deseaba darle una segunda oportunidad. Al fin y al cabo, se trataba de su hermano. El chico tenía razones válidas para sentirse dolido e indignado, así que el hijo de Matilde procuraría no darle más motivos para odiarlo. No esperaba que llegasen a quererse, pero al menos pretendía establecer una relación cordial con los jóvenes Escalante algún día.

Las cavilaciones del muchacho acerca de sus parientes se vieron interrumpidas por el repentino sonido de un taconeo. Una suave voz femenina terminó de romper la incómoda atmósfera que envolvía a los jóvenes tras el exabrupto de Mauricio. El momento tan esperado y tan temido al mismo tiempo había llegado.

—Muchachos, por favor, acompáñenme —solicitó una de las encargadas de la organización de la gala.

Los estudiantes se pusieron de pie para seguirla de inmediato. La mujer los encaminó hasta un lado del escenario y les hizo un ademán manual para que se detuvieran justo allí. Unos pocos segundos después, la voz del presentador del evento comenzó a pronunciar, uno por uno, los nombres de los participantes y de sus colaboradores. A medida que los artistas acudían al llamado, los aplausos del público resonaban para alabar el magnífico trabajo de todos.

—Para los señores del jurado no fue nada fácil tomar una decisión el día de hoy. Cada uno de los estudiantes aquí presentes ha demostrado con creces por qué fue elegido para formar parte de este magno evento...

Maia estaba a punto de fracturar la mano derecha de su acompañante. La apretaba de la misma forma en que lo haría una mujer en plena labor de parto. El corazón acelerado le golpeaba el pecho con violencia y le estaba costando trabajo respirar. Sabía que la escasa práctica junto a Darren le costaría cara en la evaluación final. Aunque los espectadores le habían dado su completa aprobación a la presentación, con los jueces la historia podía ser muy distinta.

—Estamos seguros de que a estos chicos les espera un futuro brillante en el mundo de las artes. Sin embargo, solo una persona será galardonada esta noche con una beca para continuar sus estudios en el prestigioso Julius Stern Institut. El nombre de esa persona se encuentra dentro de este sobre...

El hombre levantó la mano con el envoltorio de papel plateado para que la concurrencia lo viera y luego comenzó a abrirlo. Con sumo cuidado, sacó la pequeña tarjeta, la observó por un instante y después levantó la mirada. A esas alturas, la joven López estaba empezando a marearse.

—Queremos felicitar a quien, con su talento musical, pondrá en alto el nombre de nuestra amada Argentina dentro de poco tiempo...

El semblante impasible de los cinco finalistas ocultaba el vendaval de nervios y estrés que se gestaba en su interior. Ninguno se atrevía siquiera a pestañear. No había ninguno de ellos que no anhelase escuchar su nombre y apellidos en la ronca voz del presentador una vez más.

—Señoras y señores, los invito a darle un caluroso aplauso a quien obtuvo el primer lugar de este selecto grupo —El presentador sonrió y permaneció en silencio por unos segundos—. La sonata titulada "Apartando la oscuridad" ha sido seleccionada como la obra ganadora. ¡Muchas felicidades a la señorita Maia López Rosales! Por favor, pase al frente junto al joven Darren Pellegrini Espeleta.

El mundo entero se convirtió en un extraño circo de siluetas movientes sin sonido. La chica de pronto sentía que su cuerpo era un globo relleno de helio que flotaba en mitad de las nubes. ¿Había escuchado bien? ¿No se lo estaría imaginando debido a los fuertes deseos de que se convirtiera en realidad? Miraba de un lado al otro como una avecilla asustada que no tenía idea de cómo salir de la jaula que se abría por primera vez.

La muchacha fue incapaz de reaccionar hasta que sintió el fuerte agarre de los brazos del varón en torno a su cintura. El chico hundió el rostro en los cabellos de la violinista y luego besó su sien con ternura. Una amplia sonrisa acompañada de gruesas lágrimas de júbilo decoraba sus mejillas cuando levantó la cabeza. Miraba los grandes ojos azules de la jovencita como si estos fuesen lo más impresionante del universo.

—¡Lo sabía! ¡Yo sabía que ibas a ganar! ¡Estoy súper contento por vos! Ahora vamos, nos esperan por allá —manifestó él, mientras la orientaba con un suave empujoncito hasta donde se hallaba el encargado.

El fuerte ruido de las palmas golpeándose entre sí inundó sus oídos. Desde la concurrencia le estaba llegando una oleada de vítores y gestos de aprobación. Todo aquello le produjo un escalofrío de emoción que terminó por emerger desde sus entrañas en forma de llanto. El tiempo parecía transcurrir en cámara lenta, pues Maia prestaba cuidadosa atención a todos los detalles. Quería guardar cada segundo de ese día en su memoria para siempre.

La llave hacia la meta por la que tanto había luchado durante años por fin le pertenecía. Gracias a su incansable esfuerzo y al extraordinario hombre que se encontraba junto a ella, la vida estaba recuperando su color. En ese preciso momento, Maia solo tenía cabeza para el dulce sabor de la victoria. A pesar de ser un asunto inherente a la beca, ambos estaban obviando el tema de la mudanza al extranjero y lo que eso conllevaría. La gran felicidad del presente mantenía sus mentes alejadas de ideas que pudiesen echarles a perder el ánimo.

Un gran ramo de flores y un trofeo dorado en forma de violín le fueron entregados a la chica. Ella los recibió con las manos trémulas, la cara empapada en lágrimas y el corazón rebosante de gratitud. Tras pronunciar unas palabras adicionales de felicitación, además de algunas frases protocolarias, el presentador del evento despidió a los presentes para luego darlo todo por concluido. El público empezó a encaminarse hacia la salida, al tiempo que la pareja ganadora abandonaba el escenario a paso lento.

—¡Hoy estamos de fiesta! ¿Cómo y adónde querés que vayamos a celebrar? —declaró Darren, entre alegres risas.

—Lo único que me interesa ahora mismo es estar con vos. Me basta y sobra si estás conmigo —afirmó la chica, mientras le guiñaba el ojo izquierdo al varón.

Entonces, el muchacho se acercó a ella, le puso el brazo derecho en la espalda y el izquierdo bajo los muslos. Sin previo aviso, tomó impulsó para levantarla en vilo. Comenzó a caminar con ella entre sus brazos como si la jovencita no pesara más que unos cuantos gramos. Un gritito de sorpresa se escapó de la garganta femenina, pero la risa no tardó en llegar.

—¿¡Qué hacés!? ¡Vamos a terminar tumbados en el suelo! ¡Estás loco!

—Tranquila, no te voy a dejar caer. Los ejercicios de rehabilitación me vinieron muy bien. Creo que estoy en mejor forma que antes. Vos relajate, ¿de acuerdo?

La violinista estaba por contestar aquella pregunta con una broma, pero su intención juguetona se diluyó de inmediato cuando presenció el cambio repentino en el semblante de Darren. La sonrisa de niño abandonó sus labios y el brillo de diversión escapó de sus ojos. El ceño fruncido y una mirada de preocupación se apoderaron del rostro masculino en cuanto se encontraron con Raquel.

Copioso llanto descendía sobre las mejillas de la muchacha. Las comisuras de su boca estaban curvadas hacia abajo. En vano intentaba contener los sollozos y el temblor de la mano que sostenía el teléfono móvil. Al verla en ese estado tan crítico, el chico se apresuró a colocar a Maia sobre el suelo para acudir en auxilio de la hermana de su amigo.

—¿Qué pasó? ¿Te sentís mal? ¿Alguien te hizo daño? Por favor, decime por qué llorás, ¡me estás asustando!

La joven Silva intentó articular al menos un par de palabras, pero el nudo en su garganta no le permitió hablar. Con un torpe movimiento de los brazos, le indicó al chico que tomara el celular que ella traía consigo. Al hacerlo, el muchacho miró la pantalla desbloqueada, pero no descubrió nada alarmante allí. Estaba abierta la ventana de un chat con Jaime. El último mensaje enviado provenía de él. Se trataba de un audio de corta duración. Darren supuso que Raquel deseaba que él lo escuchara, así que toco la flecha para activar la reproducción del mismo.

—Estoy en el hospital... Es por doña Matilde... ella... la pobrecita intentó... Se tomó un montón de pastillas... Está muy grave... Por favor, ve por Darren...

Las frases se entrecortaban por el esfuerzo que Jaime hacía para no sonar tan destruido como se encontraba, pero era inútil. La desesperación del chico iba impresa en cada sonido que dejó grabado en aquel funesto mensaje. La angustia del fotógrafo resultó ser tan contagiosa como un virus. En tan solo segundos, el aire abandonó los pulmones del joven Pellegrini y fue sustituido por nubes de dolor. El aparato móvil resbaló de su palma abierta y cayó al suelo.

—¡No, no, no, no, no! ¡Mi mamá no! ¡Ella no! ¡Por favor, no! —sollozaba él, con voz desafinada.

Darren se llevó las manos a la cabeza y tiró de sus cabellos con fuerza. La vista ya comenzaba a nublársele a causa de las lágrimas. Quería correr hacia afuera del local e ir al encuentro de su madre de inmediato, pero su cuerpo entero parecía haber perdido la capacidad de reacción. Tenía el estómago revuelto y las náuseas eran cada vez más intensas. El firme agarre de los dedos de Maia sobre su brazo derecho fue lo único que logró traerlo de vuelta a la realidad.

—Vení conmigo —dijo la chica, al tiempo que tomaba su mano para guiarlo.

A pesar de que la muchacha también había quedado seriamente conmocionada ante la terrible noticia, aún tenía la claridad mental suficiente para actuar. Ninguno de los jóvenes allí presentes podía comprender mejor que ella el desgarro del alma ante la pérdida de una madre. Aunque la señora seguía con vida, corría el riesgo de irse en cualquier momento. Si por desgracia eso llegaba a ocurrir, la muchacha no permitiría que Darren dejara escapar aquellos valiosos minutos que podrían ser los últimos para doña Matilde.

Sin soltar la mano del varón, Maia corrió a toda velocidad hacia las afueras del teatro. Raquel los seguía de cerca. La violinista iba pensando en llamar un taxi apenas salieran, pues Jaime se había llevado su auto y ninguno de ellos contaba con vehículo propio en ese momento. Las murmuraciones de quienes la observaban no se hicieron esperar. ¿Por qué los ganadores de la gala se comportaban de forma tan extraña? Sus caras lucían desencajadas y no se habían cambiado las ropas de la presentación.

—¡Maia! ¿¡Adónde vas!? ¡Espera un momento, por favor! —exclamó Rocío, quien se encontraba a varios metros de distancia.

La joven López no se detuvo, ni siquiera consideró la posibilidad de contestarle. No podía perder ni un segundo en nada que no tuviese relación con su objetivo. Al ver que la chica siguió corriendo, la señora Escalante creyó que lo hacía para huir de ella. Después de lo que había sucedido con la madre de Darren, lo cual seguro ya había llegado a oídos de Maia, no era descabellado imaginar que la jovencita estuviese intentando evitarla. "Hoy me porté como una idiota, la pobre niña no tiene la culpa de nada de esto. Tengo que explicarle lo que sucedió".

—¡No puedo correr con estos estúpidos tacones! ¡Andá vos, alcanzala! ¡Es lo menos que podés hacer!

Matías dejó escapar un resoplido de fastidio, pero decidió acatar la orden de la mujer. Lo último que deseaba era armar otro drama frente a los ojos de todo el mundo. No tardó mucho en alcanzar a la jovencita y a sus acompañantes, ya que estos se habían detenido a mitad de la acera mientras buscaban un medio de transporte. El hombre tocó el hombro de la muchacha antes de hablar

—Maia, no te vayas... Rocío necesita charlar contigo, ¿puede ser?

La joven López se volteó con brusquedad. Lo inesperado de la aparición del señor Escalante le produjo un fuerte sobresalto. A pesar de la impresión, una idea útil entró en la mente de la chica en ese preciso instante.

—¡Llévenos al hospital, por favor! —exclamó ella, con expresión de súplica.

—¿Al hospital? ¿Qué pasa? —inquirió el hombre, lleno de intriga.

Darren se giró para mirar a su padre. Los globos oculares del chico se notaban enrojecidos y las arrugas le surcaban la frente.

—¡Mamá está muy grave! ¡Se puede morir! —espetó el joven, tras lo cual apartó la vista y ahogó un quejido.

Los ojos de Matías se abrieron de par en par, al tiempo que su corazón palpitaba de manera frenética. Sintió una punzada en la boca del estómago que le produjo arcadas. Mil pensamientos trágicos le revolvieron las neuronas mientras trataba de recordar cómo darle órdenes a los músculos para que estos se movieran. Y es que él no tenía permiso para detenerse a recomponer su ánimo. Aunque todos ellos eran adultos, se esperaba mayor cordura de su parte por ser el más viejo.

—¡Síganme todos! ¡No hay tiempo que perder! —dijo él, en tono apremiante.

¿Qué clase de noticias recibirían cuando llegaran al centro hospitalario? Todos ellos rogaban en silencio por el bienestar de la señora. Tanto el hijo como el padre compartían un solo deseo: volver a ver la sonrisa de Matilde.


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