Un día inolvidable
Aquella fría tarde de octubre, un fuerte viento azotaba la ciudad de Buenos Aires. No había parado de llover ni un solo minuto. Las calles se asemejaban a ríos caudalosos debido a la gran cantidad de basura que taponaba las alcantarillas y no permitía el paso del agua. Las pésimas condiciones climáticas y el reinante caos vial no invitaban a ninguna persona en su sano juicio a visitar el exterior, si es que acaso tenía la suerte de encontrarse a salvo bajo un techo en ese momento crítico.
A pesar de los múltiples inconvenientes, Darren no podía darse el lujo de permanecer cómodo y abrigado en casa. Debía presentarse a tiempo para comenzar con la grabación de una banda sonora. Trabajaría para la más reciente serie juvenil de una famosa productora cinematográfica y televisiva: Illusion Studios. Ese era el trabajo más importante que el joven de grandes ojos castaños había logrado conseguir en mucho tiempo.
No pensaba dejar escapar la increíble oportunidad de propulsar su carrera como compositor de una vez por todas. Estaba seguro de que Adriana, su querida prometida, se sentiría muy orgullosa de él si conseguía destacar y labrarse un buen nombre en la escena musical mundial. Aquel había sido el sueño de su vida desde que tenía memoria, por lo cual un simple aguacero no iba a detenerlo en su viaje hacia el éxito.
Tomó las llaves de su automóvil y salió de su apartamento a la una en punto. El tráfico avanzaba a paso de tortuga, pero al menos no se detenía por completo.
—¡Vamos, muévanse ya! ¡No tengo todo el día! —exclamó a voz en cuello, mientras tocaba la bocina repetidas veces, resoplando fastidiado.
El muchacho miró el reloj que traía puesto en su muñeca izquierda y suspiró aliviado. Eran las dos y cincuenta. Faltaban diez minutos para que llegara la hora que había acordado con su equipo de trabajo. Él se encontraba a poco menos de un kilómetro de distancia de las oficinas centrales de la compañía. Ya no había forma de que se le hiciera tarde. Para su buena suerte, iba de primero en la larga fila de autos que esperaban por el cambio de luces en el semáforo. En cuanto este le dio la luz verde, el chico pisó a fondo el acelerador y salió despedido como un bólido hacia adelante.
A unos cuantos metros de allí, una mujer de mediana edad estaba a punto de cruzar la calle. Ella iba cargando una docena de bolsas de supermercado repartidas de manera equitativa en ambas manos. El enorme peso de las mismas le dificultaba desplazarse con rapidez. Y por si eso no fuera suficiente, la delgada señora estaba empapada de pies a cabeza, pues había cometido el grave error de no ponerse una indumentaria adecuada para protegerse de la lluvia. Ni siquiera había traído un paraguas consigo.
Como consecuencia de ello, el plástico de los paquetes se les resbalaba de los dedos. Eso la obligaba a detenerse cada treinta segundos, o incluso menos, para reacomodarlos. Después de mucho batallar, logró apretujar todas las bolsas contra su pecho y se dispuso a atravesar la vía pública. Todo marchaba bien para la dama hasta que uno de sus tobillos la traicionó justo en mitad de la carretera. Aquel paso en falso hizo que ella perdiera el equilibrio y aventara los productos. Decenas de latas, botellas y cajas se desperdigaron por todas partes.
—¡Ay, no! ¿¡Qué voy a hacer ahora!? —farfulló la mujer, al tiempo que se inclinaba para recoger sus cosas.
Con el rabillo del ojo derecho, vio que una mancha de tonalidad azulada se aproximaba a toda velocidad hacia el sitio donde ella se encontraba. Giró la cabeza y se dio cuenta de que se trataba de un coche. Una mueca del más puro terror le desfiguró el rostro, mientras un agudo grito se le escapaba desde las profundidades de su garganta. Quiso moverse, pero ningún músculo respondió a las órdenes de su cerebro. El pánico la había paralizado. La última imagen que captaron sus verdosos orbes antes de que su brillo se apagase para siempre fue la de un rostro masculino tan horrorizado como el de ella...
♪ ♫ ♩ ♬
Darren despertó sintiéndose muy desorientado. De inmediato se percató de que no estaba recostado en su cama. Tenía varios tubos conectados a los brazos, además de una mascarilla de oxígeno cubriéndole la nariz y la boca. Una muchacha vestida de blanco se encontraba al lado de su lecho, observándolo con mucha atención.
—¡Doctor Fernández! ¡Venga, por favor! ¡El paciente por fin ha despertado! —declaró la enfermera, con gran entusiasmo.
Un hombre maduro, de corta estatura, ingresó a la habitación a toda prisa. En cuanto corroboró la veracidad de las palabras de la asistente médica, se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Esto es un auténtico milagro! Señorita Medina, ¡avíseles sobre esto a los familiares del joven cuanto antes! Es necesario practicarle un encefalograma para corroborar que se encuentra completamente fuera de peligro, pero deseo que su madre reciba la excelente noticia de que el chico despertó. El solo hecho de que él haya abierto los ojos es un magnífico augurio.
Darren contemplaba la escena a su alrededor como si de una película en cámara lenta se tratase. No entendía bien lo que le estaba sucediendo, dado que sus recuerdos más recientes no eran más que una caótica maraña de imágenes difusas e inconexas. Sabía que iba manejando su auto con rumbo hacia su lugar de trabajo y que ya estaba a punto de llegar cuando, de la nada, una mujer se le había atravesado en el camino. Luego de eso, no podía evocar ninguna otra cosa más con claridad.
Tenía una vaga idea de haber visto el vidrio de su parabrisas hecho añicos mientras la ensordecedora sirena de una ambulancia se aproximaba al sitio. Sabía que unos hombres lo habían sacado de su coche para ponerlo en una camilla. Y también recordaba que alguien había proferido unos terribles alaridos justo antes de que él perdiera la consciencia. "¿Qué pasó? ¿Acaso maté a esa señora?", se preguntaba en silencio. La respuesta a esas interrogantes vendría más rápido de lo que él hubiese estado preparado para soportar.
Un par de horas después, su madre estaba sentada junto a él, hecha un mar de lágrimas a causa de la alegría. Le sujetaba la mano derecha con ternura y no le quitaba la mirada de encima. A pesar de que el chico no podía moverse todavía, la felicidad de la dama al contemplarlo despierto era infinita. Los días venideros serían sumamente difíciles para ambos, ella lo sabía muy bien, pero eso no opacaba la enorme felicidad que le producía el ver a su amado hijo consciente.
Varios días más tarde, la señora entró a la habitación del hospital para hablarle al muchacho. Le habían advertido que quizás él todavía no sería capaz de contestarle, pero eso no le importó. A ella le bastaba con que Darren pudiera escucharla. Los grandes ojos de él siempre exhibían una chispa que denotaba entendimiento. Su mente comprendía el significado de las palabras de la señora.
—¡Ay, hijito! ¡No sabes cuántas veces le recé a Dios para que no te nos fueras! Te confieso que hubo varios momentos en que casi perdí la fe, pero no dejé de pedir por tu bienestar. Y el Señor me escuchó, lo sé —sollozaba la conmovida mujer.
El muchacho sentía que su mandíbula estaba tiesa. Su lengua era una masa adormilada y torpe. Haciendo un esfuerzo considerable para abrir la boca y articular unas pocas palabras de manera tal que resultasen más o menos entendibles, Darren inquirió de su progenitora el asunto que más lo inquietaba.
—Mamá, ¿cuánto tiempo dormí?
La dama liberó un suspiro de absoluta sorpresa. ¡Darren le había hablado! Aunque su primer intento de comunicación había sido lento y bastante confuso, el hecho de escuchar esa linda voz masculina otra vez era maravilloso. La señora quería alegrarse por ello, pero la pregunta que él había formulado constristó su corazón. Matilde inclinó la cabeza y se quedó pensativa por largo rato, como si no supiera qué debía decirle a su hijo. El labio inferior le temblaba cual si estuviese por colapsar de hipotermia, al tiempo que unos chorrillos de sudor perlaban su frente.
—Después del accidente... estuviste en coma... durante... un año —dijo ella, entrecortando la frase con suspiros de angustia.
La sangre del joven se heló en menos de lo que tarda un parpadeo. ¡Había perdido un año completo de su vida! ¡No podía ser posible! Tenía que haber algún tipo de error, de seguro eso era mentira.
—¿Un año? ¡No, no, no!
—Lamentablemente lo es, cariño. Pero tú no te preocupes, yo cuidaré de ti el tiempo que sea necesario. Me aseguraré de que vengas a todas las sesiones de terapia física para que puedas recobrarte pronto.
—¿De qué hablas?
—El doctor Fernández me aseguró que podrás recuperar la movilidad completa de tus brazos y piernas en seis meses o incluso menos, dependiendo de tu esfuerzo. Empezarás a usar muletas para sustituir la silla de ruedas cuando logres coordinar tus movimientos y recuperes la fuerza de tus músculos.
A Darren se le hizo un nudo en el estómago. No solo se le habían esfumado doce preciados meses, sino que además estaba casi paralítico. Fue en ese momento cuando cayó en cuenta de que su sueño de convertirse en un compositor reconocido estaba más que sepultado. Una mezcla de rabia y tristeza lo invadió. Quería estar a solas para desahogarse, pero aún necesitaba saber toda la verdad acerca del desventurado incidente que lo tuvo sumido en un prolongado periodo de inconsciencia.
—¿Dónde está Adriana?
La mujer volvió a agachar su cabeza y apartó la vista de la cara del muchacho. Apretó los puños y dejó escapar una extensa seguidilla de improperios en voz baja antes de contestarle.
—No vuelvas a mencionar ese nombre. Ella no merece que la recuerdes.
—¿Qué sucede?
—Ella no te amaba, hijo. En cuanto supo que estabas en coma y que había grandes probabilidades de que no despertaras nunca, te abandonó. No esperó ni siquiera dos meses para ver si tu situación cambiaba cuando ya estaba saliendo con alguien más. ¡Eso es imperdonable! ¡Olvídala! No te angusties por una persona que no vale la pena.
¿Cuántas desgracias podían acaecerle a un solo hombre? ¿Qué otras malas noticias lo aguardaban todavía? Gruesas lágrimas empezaron a humedecer las sienes de Darren, quien estaba a punto de colapsar. Pero aún le quedaba una duda más por aclarar.
—¿Qué pasó con la mujer asustada?
La dama mesó sus rubios cabellos repetidas veces mientras miraba hacia arriba, como si le suplicase al universo que la ayudara.
—No fue tu culpa, cariño. Ella no debió haberse quedado ahí parada, en mitad de la calle.
—¿La atropellé?
—Así es, hijo. No hubo nada que los paramédicos pudieran hacer. Murió al instante...
El ritmo respiratorio y cardiaco del muchacho se aceleró tanto que la señora Pellegrini tuvo que llamar a la enfermera para que le administrara un calmante.
—Intenta no pensar mucho en estas cosas, querido. Trata de concentrarte más en el futuro. Te ayudaré a salir adelante, ya lo verás.
Pero él ya no quería creer en nada ni en nadie. Lo único que Darren deseaba era que se lo tragara la tierra. La suerte le había dado la espalda y la vida no paraba de abofetearlo. "¿Por qué desperté? ¡Mejor me hubiera muerto junto a esa pobre mujer que asesiné!" monologaba para sí, hecho un manojo de ira y desesperanza. Un tortuoso y largo camino en donde no existía ninguna otra cosa que no fuese sufrimiento o desdicha lo estaba esperando con los brazos bien abiertos...
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