Traspiés afortunados
El esperado día en que se terminaba el tiempo establecido para resolver el acertijo de Maia por fin había llegado. El implacable desasosiego de Darren crecía como la hierba después de una lluvia primaveral. Tenía un enorme nudo en su estómago desde hacía varias horas y no parecía tener intenciones de deshacerse. La preocupación dentro de él ya casi tenía rostro y nombre propios e intentaba asfixiar su cordura. El muchacho no había podido conciliar el sueño en toda la noche a causa de la imparable actividad de sus neuronas. Había perdido la cuenta de los giros en la cama que su cuerpo involuntariamente daba. No encontraba ni siquiera una posición cómoda de ninguna manera. Tenía la mente ocupada en el análisis de los últimos descubrimientos. ¿Qué debía hacer y qué no? Jamás había estado frente a unas decisiones tan complejas y en un periodo así de breve. En medio de mil cavilaciones, la mañana llegó sin que el chico se diera cuenta. Eran apenas las seis, pero ya se vislumbraba que sería un día soleado y fresco.
La voz ronca de Chris Harms, el vocalista de la banda alemana Lord of the Lost, comenzó a sonar con el tema See You Soon a través del parlante del celular. Darren había estado usando aquella canción como despertador cuando era necesario desde hacía varias semanas. La tonada seguía sonando y el chico no movió ni un dedo para detenerla, solo permaneció atento y la dejó continuar hasta que esta concluyó. Por primera vez podía percibir todo el poder de la melancolía que transmitía aquella melodía. El repique de las campanas iniciales y finales le transmitía una extraña sensación de duelo, como si fuera él quien estuviese despidiendo a un ser amado fallecido. Incluso pudo identificarse con ciertas partes de la letra. "Devour me and fill my heart with courage. Give me wings and camouflage the scar..." 1 Su corazón necesitaba toda la valentía del mundo para encarar los problemas que lo afligían. Jamás podría perdonarse por haber ocasionado la muerte de una persona inocente. Deseaba esconder aquella cicatriz en su alma que tanto dolor le causaba, quería sentirse un poco menos roto y luego ser capaz de volar en libertad otra vez.
Aunque esa mañana no tenía el mejor de los ánimos y lo único que deseaba era dormir, debía levantarse pronto para no llegar tarde a su primera entrevista de trabajo después del accidente. Le había costado bastante atreverse a enviar su currículum, pues aún se sentía un poco temeroso. Estaba consciente de que sus limitaciones físicas temporales no afectaban sus capacidades intelectuales como compositor, pero no le agradaba para nada la idea de ingresar a las distintas oficinas de los entrevistadores con muletas. Siempre se había caracterizado por mostrarse como un hombre seguro de sí mismo. El porte elegante y la cadencia de su andar transmitían con facilidad un aura de profesionalismo, una que ahora no podría proyectar. Sin embargo, la noticia de que en breve caminaría con normalidad le había dado valor para enfrentarse al mundo laboral otra vez.
Mientras reflexionaba tumbado en su lecho, la alerta de un mensaje de texto entrante le provocó un sobresalto y lo sacó de su letargo. Con los dedos temblorosos y los ojos entrecerrados por el malestar que le había generado la abrumadora noche en vela, el joven tomó el teléfono y miró la pantalla con atención. En cuanto pudo distinguir el nombre de quien le enviaba el mensaje, la parsimonia de sus latidos enseguida se convirtió en una marcha a todo galope. "Ya quiero escuchar cuál es la respuesta que tenés para mi adivinanza. Vení hoy a las siete al parque. Veámonos en el lugar de siempre". Las palabras de Maia trastornaron sus sentidos de inmediato. A pesar de no haber dormido bien, el hecho de saber que vería a la violinista esa misma noche le otorgó una recarga súbita de energía. Las ganas de reunirse de nuevo con ella le dieron el impulso necesario para salir de la cama y afrontar el día de la mejor forma que pudiera. Se prepararía para su encuentro nocturno con entusiasmo.
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La joven López debía asistir a lecciones en horas de la mañana y, durante el transcurso de la tarde, tendría que practicar con su tutor asignado para el recital venidero. Aquel ensayo sería el último en que contaría con el apoyo y la supervisión de un docente experimentado. Los finalistas no tendrían ninguna clase de ayuda o correcciones previas. Los requisitos para quienes obtuviesen un puesto en el concierto de cierre eran similares a los que ya conocían, pero tenían una variante significativa. Debían elaborar una composición nueva que no hubiese sido presentada ante ninguna persona relacionada con la institución. Sin embargo, esa no era la parte más compleja de dicho trabajo, dado que la mayoría de ellos ya habían probado de sobra su gran habilidad para componer.
Los cinco estudiantes seleccionados para la gala institucional tendrían que diseñar un complemento artístico para su pieza musical. Podrían escoger una o todas las opciones entre danza, canto o el acompañamiento de otro instrumento. Por lo tanto, una vez que eligiesen un arte según sus gustos, tendrían al frente el diseño de la puesta en escena y numerosas horas de prácticas con las personas que fuesen a participar junto a ellos. Maia aún no había decidido nada al respecto, dado que tenía ante sí la ejecución del concierto de Sibelius todavía. Seguía sintiéndose muy segura con respecto a sus capacidades, pero no por ello iba a confiarse. Nunca se permitiría realizar una presentación de baja calidad ni consideraría aquella prueba como un simple trámite por debajo de su nivel. Entregar lo mejor de sí misma en todo cuanto hacía era una constante para ella.
Además de la dedicación usual en todo cuanto hacía, había un ingrediente adicional que estaba potenciando los fuertes deseos de Maia por hacer las cosas bien. El hecho de saber que su música era valorada por gente que no tenía que escucharla por obligación, como lo hacían sus profesores o los jueces, le colmaba el pecho de satisfacción. Su alma ahora rebosaba de estrellas y auroras boreales que se transformaban en etéreas melodías creadas para compartir alegría. El conmovedor testimonio de Darren aún revoleteaba cual mariposa traviesa entre sus pensamientos. La muchacha deseaba producir más música que fuese capaz de llegar al corazón de sus oyentes. Pero, sobre todo, anhelaba trazar nuevas sonrisas en el agradable rostro de aquel joven que tanto la había hecho sonreír a ella sin siquiera saberlo.
Las diversas obligaciones de aquel día no se le habían hecho pesadas, sino todo lo contrario. Disfrutó de todas las actividades al máximo, incluso de las más triviales. Las horas que la separaban de la noche se le pasaron con increíble rapidez, a causa de la desbordante emoción que sentía ante el inminente encuentro con el hombre de la sonrisa de niño. A pesar de que todavía se encontraba aprisionada entre las asfixiantes garras del temor y la duda, un instinto alojado en lo más profundo de su ser le indicaba que avanzase en esa dirección. Podía estar equivocándose de la peor manera otra vez y eso la hacía temblar de miedo. Sin embargo, no deseaba quedarse estancada en medio de la ciénaga de la incertidumbre por el resto de sus días. Si quería dejar atrás los grandes errores y angustias de su pasado, debía romper los altos muros de la desconfianza construidos en torno a su lastimado corazón. ¿Permitiría que la calidez de Darren la cobijase? Quizás sí valiese la pena correr el riesgo...
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Restaban unos quince minutos para el encuentro acordado y el joven Pellegrini ya se encontraba sentado sobre la banca de piedra acostumbrada. Aquel sitio comenzaba a convertirse en uno de sus favoritos, puesto que había tenido muchos de los mejores momentos en compañía de Maia justo allí. El chico se había ataviado con una camiseta azul oscuro de cuello redondo, una chaqueta negra y unos jeans del mismo tono, mientras que sus pies exhibían un par de zapatillas blancas. Le gustaba el contraste de la ropa oscura con el calzado claro.
Esta vez, el chico se había perfumado con una fragancia cítrica, ya que esa clase de aromas solían hacerlo sentirse más despierto. Tras el indeseado desvelo previo, requería de todos los recursos posibles para despabilarse. Solo deseaba que la violinista ignorase su cara tan pálida y agotada en cuanto abriera el paquete con el álbum. "Quizás la sorpresa la ayude a olvidarse de que hoy me parezco a Beetlejuice", pensaba él. Suspiró profundo y se frotó los párpados. Luego de ello, se dispuso a tomar un sorbo de una bebida energizante que traía consigo. Odiaba ese sabor tan azucarado, pero no le quedaba más remedio que aguantárselo si pretendía mantenerse despierto.
Un rato después, la figura de Maia por fin se hizo visible. Se había puesto un pantalón de algodón ceñido al cuerpo, una blusa de tirantes delgados con escote redondo al frente y un par de botas sin tacón que le llegaban a los tobillos. Su cabello estaba suelto, peinado con carrera al centro. Como era habitual en ella, todo su atuendo era de color negro, al igual que el profuso maquillaje en sus párpados. En esta ocasión, había decidido dejar a su amado Stradivarius en casa, pues le dolían un poco las muñecas, así que ya no tocaría más durante ese día. Pero, en lugar del instrumento, traía consigo a Kari. Le estaba debiendo una caminata decente desde hacía una semana y le pareció que sería una buena idea dársela esa misma noche. La perra movía la cola con gran entusiasmo e iba alternando entre saltos y correteos en lugar de caminar. La chica estaba teniendo problemas para sujetar la correa, pero sonreía al ver a su mascota así de contenta. Era como si el animal pudiese reflejar con total transparencia las emociones que su ama intentaba disimular.
Cuando Maia por fin llegó al sitio pactado, la cachorra tiró con gran fuerza de la cuerda que se conectaba con su pechera y se soltó del agarre de la muchacha. Se abalanzó sobre Darren de inmediato y comenzó a cubrirle tanto el rostro como las manos de lengüetazos juguetones.
—¡Kari, vení para acá! ¿¡Qué mierda pasa con vos!? ¡Dejalo en paz! —gritaba la chica, al tiempo que tomaba la correa y apartaba a la perra del varón.
El joven Pellegrini sonreía con disimulo al contemplar el colosal esfuerzo de Maia por calmar a su amiga. Aunque aquella acompañante canina era inesperada para él, no por eso dejaba de ser bienvenida. Todos los animales, en especial los peludos, le inspiraban simpatía y disfrutaba mucho de acariciarlos. Sin embargo, decidió jugarle una pequeña broma a la violinista. Se aclaró la garganta, se irguió y cambió su expresión facial de tranquilidad por una de total severidad.
—Parece que tu mascota tiene una fijación con tirárseme encima cada vez que me ve, ¿no es cierto? Y para colmo me dejó todo babeado. ¡Qué desagradable! Deberías educarla mejor.
—¡Ay, qué vergüenza! ¡Perdoname! Hay días en que Kari se pone demasiado revoltosa. No creí que hoy fuera a mandarse un moco y por eso me arriesgué a traerla. Pero si te molesta que esté acá, la puedo amarrar por allá un rato, para que así esté lejos de vos —declaró ella, mientras señalaba un árbol apartado.
La pobre chica empezó a morderse el labio inferior y mantuvo su mirada clavada en el suelo. Estaba esperando la respuesta que le daría el muchacho con auténtica preocupación.
—¡Relajate, que lo mío es joda! No tenés que disculparte si no hay problema alguno. Todos los perros ya me caen bien por el simple hecho de serlo. Y esta loca, por ser tuya, me agrada todavía más —afirmó él, con una amplia sonrisa y un ademán de aprobación.
—¿Me lo decís en serio? Ya me estaba creyendo que sí te habías enojado de verdad... ¿Cómo hacés para poner una cara así con tanta facilidad?
—¿Así cómo? ¿De pelotudo hiper amargado?
—No quería sonar tan grosera, pero sí, fue algo como eso. Aunque más bien parecías un tremendo agrandado.
—¿Ah sí? Mirá vos, se me sale el canchero que llevo adentro sin mucho esfuerzo... ¡Nah, no es cierto! La gente engreída me da bronca. Si alguna vez me llego a poner así de tarado, agarrame a trompadas si querés. Lo tendría bien merecido.
Los dos jóvenes se echaron a reír casi al mismo tiempo. El humor travieso de Darren había logrado eliminar por completo la tensión en Maia. Y, para confirmarle a ella el agrado que sentía ante la presencia de Kari, el chico se levantó de la banca y luego se arrodilló al lado de la perra. Le acarició la cabeza por un rato y después le dio un fuerte abrazo, ante lo cual recibió un par de lengüetazos amistosos por parte de la cachorra en ambas manos.
—Pocas veces la he visto tan confianzuda con alguien. Creo que le gustás un montón —afirmó ella, complacida.
"Ya quisiera yo que fueras vos la que siente justo eso por mí", pensaba el chico. Ahora que la hembra canina estaba calmada, el joven podía ver mejor el atuendo de Maia. Desde su punto de vista, lucía como una pequeña diosa de forma humana. Sin pretenderlo, se quedó mirándola de arriba abajo con la boca ligeramente abierta. Cada curva de la figura tan femenina de ella era acentuada por el tipo de tela y la hechura de sus prendas. Los ojos del muchacho estaban extasiados observando la tersa piel descubierta de la violinista y, si hubiese dependido de él, habría permanecido contemplándola así durante horas. Pero, de pronto, la chica se aclaró la garganta de manera exagerada a propósito y rompió el hechizo visual. Darren apartó la mirada de golpe y se sonrojó de inmediato al caer en cuenta de lo que había estado haciendo.
—Y bueno, ¿no me vas a contar si lograste adivinar la respuesta de mi acertijo? —preguntó la muchacha, quien también exhibía una leve sombra de rubor en sus mejillas.
—Eh sí, es que... ah... yo... pienso que... no... y... pues... —respondió él, con el pecho retumbándole por tantos latidos desbocados.
"¿¡Por qué mierda siempre termino siendo tan boludo con ella!?" Al saberse incapaz de hablar con coherencia cuando se ponía nervioso, el varón decidió que lo mejor era tomar el álbum que reposaba junto a él y ofrecérselo a Maia de una vez. Tal vez eso le daría algo de tiempo para reacomodar sus ideas después del huracán de la vergüenza y podría volver a actuar con normalidad.
—¿Qué es esto? ¿Es un libro o algo parecido? —dijo la chica, al tiempo que sujetaba el paquete con las dos manos a la altura de su rostro.
Darren enseguida negó con la cabeza e hizo un movimiento manual mediante el cual simulaba que sostenía una pequeña cámara. La violinista entrecerró los ojos, extrañada. No estaba segura de lo que él quería decirle con aquel ademán. El gran tamaño del rectángulo que tenía sujeto entre sus dedos le sugería que se trataba de un libro de cuentos para niños, de esos que venían ilustrados. Se puso a palpar el paquete con cuidado, presionando las distintas zonas del mismo sin lograr determinar de qué se trataba. Mientras ella inspeccionaba el envoltorio, el chico se había a la tarea de inhalar y exhalar profundo para así calmarse.
—Es la sorpresa que me pediste —declaró el joven en voz baja, sintiéndose por fin un tanto menos intranquilo.
—Ni siquiera me dijiste cuál pensás que es la respuesta y ya me estás dando la sorpresa. ¿No pensás decirme nada al respecto?
—No creo haber acertado.
—Al menos contame un poco, quiero saber en qué pensaste.
—Lo primero en lo que pensé fueron las nubes, pero me parece que eso sería algo demasiado obvio, ¿cierto?
—¿Sabés qué? ¡Bingo!
—¿Vos me estás cargando? ¡No te creo!
—¡Es posta, lo juro! Desde que era pequeñita, las nubes me encantan. Solía imaginarme que los ángeles organizaban bailes de gala entre las nubes. De ahí vino el título de la sonata que toqué frente a vos la semana pasada.
Darren solo pudo sonreír de oreja a oreja ante la respuesta sincera de la chica. Además de que aquellas palabras le habían parecido una hermosa explicación, le encantaba el descubrimiento que acababa de hacer.
—Si de verdad acerté, sos vos la que me debe una sorpresa en realidad, ¿o me equivoco?
—No te equivocás, es lo que prometí. Tendré que pensar en algo, entonces... Y ya que me ganaste, creo que debería devolverte esto. ¡Tomalo! —anunció la joven, mientras extendía los brazos hacia él.
—¿Qué decís? Eso es tuyo sí o sí.
—Bueno, está bien. ¿Querés que lo abra ya?
—Depende de vos, no quiero que te sintás comprometida.
La enorme curiosidad de Maia comenzaba a ganar más y más terreno entre sus pensamientos. Si no era un libro, ¿qué podría ser? Sus labios se curvaron en una leve sonrisa mientras tomaba asiento junto al varón. Una vez que se puso cómoda, sus manos alargadas se dispusieron a deshacer el lazo que mantenía la envoltura en su sitio. En simultáneo, el corazón de Darren volvía a latir como si estuviese corriendo una maratón. Estaba rezando en silencio para que a ella le agradara el obsequio.
Después de unos cuantos segundos de espera, la cubierta negra del álbum estaba al descubierto. Justo en el centro de la misma, el nombre de la última sonata compuesta por la chica resplandecía en letras cursivas de tono dorado. La violinista dejó escapar un ligero suspiro de sorpresa al mirar ese título. ¿Qué encontraría entre aquellas páginas? Con la mano derecha, le dio vuelta a la tapa y miró la primera hoja. Un nuevo conjunto de letras doradas apareció frente a sus ojos. "Una velada encantada" era la frase que se leía allí. No podía parar de sonreír ante tantos detalles de buen gusto. Sin embargo, jamás podría haber imaginado la dimensión del asombro que experimentaría a continuación. En cuanto Maia pasó de la primera página, un sendero de coloridas fotografías que atravesaba el álbum de lado a lado deslumbró su mirada.
La muchacha reconoció todas las imágenes de inmediato. ¡Eran fotos de la noche de las lucecitas! Se llevó ambas manos a la boca y permaneció observándolas por un buen rato, como si estas fuesen poderosos objetos hipnóticos. Sentía un leve ardor en los ojos, el cual le indicaba que unas cuantas lágrimas ya venían en camino. Se las enjugó rápidamente con las puntas de los dedos y luego continuó con la agradable tarea que había comenzado. Conforme iba avanzando, una diversidad de frases poéticas precedía cada nueva secuencia de fotos. La jovencita no podía creer que varios de los momentos más hermosos de su vida estuviesen inmortalizados no solo dentro, sino también fuera de su memoria. Al llegar a la última página del álbum, lo cerró y lo dejó reposando sobre la banca. Luego, se puso de pie y avanzó un par de pasos hasta quedar justo en frente de Darren.
—No sé cómo lo hiciste, pero eso es lo de menos ahora... Jamás había recibido una mejor sorpresa que esta. ¡Ese álbum es perfecto! ¡Muchísimas gracias! —declaró ella, mientras le dedicaba una sonrisa y una reverencia al estilo oriental.
—Esta maravilla se la debo a mi amigo Jaime. Él fue quien tomó las fotos... De verdad me alegra que te guste. Esa noche fue magnífica para mí y me pareció que vos te la pasaste bien. Por eso creí que te gustaría tener estos recuerdos —afirmó el chico, quien ahora sonreía satisfecho.
Al ver a su ama de pie otra vez, Kari había empezado a menear la cola y a dar brinquitos con gran emoción. La perra interpretaba aquel gesto como la señal de que su amiga jugaría con ella. Por lo tanto, la cachorra tomó impulso, dio un salto y empujó a Maia por la espalda. Lo repentino de aquella acción impidió que la muchacha se preparara para recibirla y, como resultado, tambaleó y cayó. Los brazos de Darren la sostuvieron por la cintura y eso evitó que se lastimara. Quedó casi arrodillada, pero sus piernas no tocaban el suelo. El chico no pudo hacer nada para impedir que sus rostros quedasen a escasos centímetros de distancia el uno del otro. Durante un prolongado momento de incómodo silencio, ambos se miraron a los ojos. La proximidad física les permitía sentir el calor de sus cuerpos. Incluso podían percibir el cosquilleo de la respiración de cada quien sobre la piel del otro. El muchacho comenzó a enfocar su vista, casi como un acto reflejo, en los labios de la violinista. Antes de que ocurriera algo de lo cual pudiera llegar a arrepentirse, Maia se incorporó de golpe y se dio la vuelta para regañar a su labradora.
—¡Grandísima tarada! No volvés a salir conmigo si te seguís portando así —Se acomodó el cabello revuelto y luego volteó para hablar con Darren—. Perdoname por esto también. Kari está loca, no sé qué le pasa hoy.
—Tranquila, no pasa nada —afirmó él, haciendo un esfuerzo por lucir sereno.
Los colores en su semblante y la ligera presión que comenzaba a sentir en cierta parte de su anatomía no le estaban ayudando en lo más mínimo a mantener la compostura. Maia podía notar con facilidad la renovada tensión en el varón. Su propio cuerpo estaba inquieto, con los latidos alocados y la respiración alterada. Por lo tanto, decidió que sería mejor inventarse una excusa y partir. Odiaba no tener claridad mental y no se expondría a actuar de manera imprudente si se permitía continuar allí en esas condiciones.
—Disculpame por no poder quedarme más tiempo con vos hoy, pero acabo de recordar que tengo una tarea para mañana. ¡Debo irme ya mismo!
Acto seguido, tomó la correa de Kari, recogió el álbum de la banca y se despidió con un ademán manual.
—¡Que te vaya bien! ¡Nos hablamos luego! —dijo él, con la voz desafinada.
Tanto Darren como Maia estaban experimentando un coctel de emociones que no les permitía razonar. Cada quien había percibido e interpretado las cosas a su manera, pero había algo en lo que coincidían de manera rotunda: ambos desearon haberse besado.
1. See You Soon de Lord of the Lost
Traducción de la estrofa citada al español
"Devórame y llena de valentía mi corazón. Dame alas y camufla la cicatriz".
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