Sorpresas imborrables (Parte I)

La ansiedad consumía a Darren segundo a segundo mientras permanecía a la espera del próximo encuentro con la violinista. Cuatro días completos habían transcurrido sin que pudieran reunirse de nuevo para ensayar porque él no tenía la letra de la sonata terminada. O más bien, sí la había terminado, ya que la inspiración le había llegado con extraordinaria rapidez. El problema era que no creía contar con las agallas suficientes para mostrársela a Maia. Incluso había compuesto una letra alternativa para entregársela en lugar de la versión que había escrito primero. Quizá fuera mejor para ambos si él guardaba aquella confesión en las profundidades de su memoria y pretendía que todo seguía igual. No podían aplazar los ensayos por más tiempo, así que se había resuelto a presentarle solo la segunda letra.

Las sentidas líneas que en realidad deseaba dedicarle se asemejaban más a las de un poema íntimo que a las de una simple canción para ser entonada en una gala repleta de extraños. "¿Y si todo se jode por mi estupidez? ¿Estaré siendo muy zarpado? Quizás se enoje conmigo", había pensado el muchacho. Aquellos versos contenían un poderoso mensaje para la jovencita y dejaban el alma del varón al desnudo. "¿Y si es muy pronto para decirle lo que siento? No quiero asustarla. Además, ¿qué derecho tengo yo de confesarle estas cosas cuando ni siquiera le he dicho toda la verdad acerca del accidente?" El joven jamás cesaría de culparse por esa tragedia.

Darren se encontraba inmerso en el océano de las cavilaciones mientras mantenía la mirada fija en la pantalla de su ordenador portátil. Hasta el más ínfimo detalle en aquel vídeo con la sonata de Maia estaba grabado a fuego en su memoria, no necesitaba verlo para recordar. Sin embargo, nunca se cansaba de volver a mirar el cautivador espectáculo que ella brindaba. La grabación le mostraba, una y otra vez, la vibrante pasión por la música que la chica albergaba en sus mismísimas venas, la cual fluía a través de sus agraciados movimientos.

El embeleso del joven Pellegrini fue interrumpido de manera abrupta cuando un golpeteo en la puerta de su habitación lo trajo de vuelta al mundo real.

—¿Puedo pasar un momento? —preguntó doña Matilde, con suavidad.

—Sí, mamá, solo dame un segundo —contestó él, al tiempo que guardaba la hoja y cerraba la tapa del equipo—. ¡Ya está, adelante!

—Disculpa que te interrumpa, cariño. Solo quería saber si hoy pensabas salir o si te vas a quedar a cenar conmigo. No he tenido tiempo de cocinar nada, pero puedo pedir una pizza.

—Agradezco mucho la oferta, pero no me quedo. Jaime me está esperando.

—¿Ah sí? Se han estado viendo muy seguido últimamente...

El chico detectó el tono inquisitivo en la voz de su madre de inmediato. "No puedo contarle nada sobre Maia, al menos no todavía. ¡Creo que ella no le simpatiza para nada!", se dijo para sus adentros.

—Le estoy ayudando con un proyecto suyo. Estamos trabajando juntos en varios vídeos con unas fotografías que tomó él. Yo me encargo de hacerles el arreglo musical.

—Ya veo... Bueno, eso puede servirte para que te mantengas practicando mientras encuentras un nuevo trabajo, ¿no es verdad?

—Sí, es cierto. Yo creo que ya pronto me van a llamar. He estado en conversaciones serias con una agencia en estos días. En cualquier momento me darán una cita para firmar el contrato.

En parte sí le estaba diciendo la verdad, pero en ese momento no era más que una simple estrategia para desviar la atención del tema de las salidas nocturnas recurrentes.

—¿De veras? ¿Por qué no me lo habías contado? —inquirió ella, al tiempo que cruzaba los brazos.

—Quería que fuera una sorpresa si se llegaba a concretar.

—¡A las madres se les cuenta todo, hijo! ¡Quiero que nos alegremos juntos!

La mujer se acercó al varón y lo estrechó entre sus brazos con gran efusividad. Lo inesperado y brusco del movimiento hizo que la carpeta que descansaba sobre el regazo de Darren cayera al suelo. Una multitud de hojas llenas de anotaciones a mano se desperdigaron al instante.

—¡Ay, lo siento, cariño! ¡Soy un desastre!

—No hay problema, puedo recogerlo todo fácilmente.

—Es mi culpa, yo me encargo.

La señora enseguida se acuclilló y comenzó a tomar las hojas blancas del piso. Desdoblaba los bordes arrugados de algunos documentos y les sacudía las partículas de polvo a todos antes de colocarlos de vuelta en el portafolio. La mayoría de los apuntes hechos por su hijo no tenían mucho sentido para ella, así que los ponía en su lugar sin prestarles mayor atención. No obstante, una palabra corta estampada en el encabezado de uno de los folios la obligó a detenerse en seco.

La dama no pudo evitar quedarse mirando aquella fatídica combinación de cuatro letras que tanto temor le infundía. Además de eso, ahora no solo aparecía aquel nombre, sino también un apellido, uno que le resultaba muy familiar. "Tiene que ser una equivocación, ¡no, no, no!", se repetía ella. El varón detectó un espectro de perturbación en la cara de la señora. No entendía por qué esa inusitada sombra había aparecido ahí de repente, pero prefería no averiguarlo, así que se apresuró a intervenir.

—¡Muchas gracias por ayudarme, mamá! Y perdona que no pueda quedarme esta noche, pero prometo que mañana te invitaré a almorzar —dijo él, al tiempo que tomaba la hoja con delicadeza para colocarla dentro de la carpeta. Luego le dio una mirada fugaz a su reloj de pulsera—. ¡Uy, ya me tengo que ir! ¡Se me hizo súper tarde! ¡Nos vemos!

Doña Matilde tragó saliva con dificultad e hizo lo posible por recuperar su semblante relajado, aunque por dentro se estuviera desmoronando.

—¡Que te vaya muy bien! Saluda a Jaime de mi parte, por favor.

—Claro, se lo diré. ¡Hasta luego, mamá!

Darren le estampó un sonoro beso en la frente a la señora, le sonrió y se dispuso a abandonar la habitación. El chico había notado el súbito cambio de humor en su progenitora, pero no imaginaba cuál era el verdadero motivo detrás de ello. Y de haberlo sabido, quizás hubiese tenido mucho más cuidado con las cosas que dejaba expuestas ante los ojos de su madre...

♪ ♫ ♩ ♬

Darren pidió un taxi para desplazarse hasta el estudio de su amigo. No mentía cuando mencionó que estaba atrasado, pues apenas quedaban cinco minutos para que llegara la hora acordada. Ese detalle no hubiera representado un inconveniente de no haber sido porque su amigo le insistió para que se presentase ahí mucho más temprano de lo usual. Se rehusó a decirle cuál era el motivo de la petición, pero se oía muy entusiasmado al hablar con él por teléfono. Cuando el fotógrafo lo recibió en la puerta, ni siquiera le dio un saludo como de costumbre. Sus movimientos rápidos y exagerados denotaban ansiedad, cosa rara en alguien que solía ser muy relajado.

—¡Por fin llegás! ¿¡En serio no podías venir antes!? Y espero que hayás escrito la mejor letra del universo, en serio te lo digo. ¡No podés cagarla, está prohibido! —declaró Jaime, mientras ponía el dedo índice derecho sobre la frente de Darren, para luego empujar su cabeza con firmeza.

Acto seguido, lo arrastró hacia el interior del lugar como si lo estuviera apartando del camino de un meteorito. Una vez que el visitante estuvo dentro, el anfitrión se apresuró a cerrar la puerta del local. Posteriormente, presionó un botón del pequeño control remoto en su mano para disminuir la intensidad de la iluminación. Luego, apretó otro botoncito que servía para activar una pantalla grande que reposaba contra una de las paredes.

—¿¡Se puede saber qué mosco te picó!? ¿Qué estás haciendo? ¿Te pasa algo? —inquirió el invitado, con el ceño fruncido.

—Exijo una noche perfecta para Maia, ¡eso me pasa! —respondió el fotógrafo, al tiempo que sacudía los hombros de su amigo.

—No podés arruinar la súper sorpresa que le tenemos preparada, ¿entendés? —dijo Raquel, a voz en cuello.

La jovencita llegó corriendo a su encuentro desde el fondo del estudio. Tenía una expresión facial de euforia total.

—¿¡Qué mierda es esta!? Creo que me perdí de alguna cosa muy importante... ¿Qué hace tu hermana acá?

—Sí, a mí también me da gusto verte, Darrencito corazón de melón —La chica soltó una estruendosa carcajada—. Mirá, no nos preguntés nada por ahora, solo seguínos la corriente, ¿sí? ¡Te va a copar todo esto, lo prometo!

En ese momento, el sonido del timbre anunció que Maia había llegado al sitio y estaba esperando a que alguien le abriera la puerta.

—¡La concha de la lora! ¡Tenemos que escondernos ya! —masculló el joven Silva.

Sin más dilación, la muchacha tomó la mano derecha de Darren y tiró de él con fuerza, invitándolo así a que la siguiera. Jaime le arrebató tanto las muletas como la carpeta con los apuntes para la letra de la canción de sopetón, sin siquiera preguntarle si tenía su permiso para hacerlo. Raquel se llevó al muchacho y le indicó que se agachara, junto con ella, detrás del sillón más amplio de la estancia.

El joven hizo intentos de exigirle una explicación, pero la chica le cubrió la boca con la mano izquierda y negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. Entretanto, el fotógrafo estaba escribiendo un mensaje de texto para Maia a toda velocidad. "Sé que ya es hora de vernos, pero aún estoy en la tienda de la esquina. En caso de que ya estés frente al estudio y yo no haya regresado todavía, te cuento que la puerta no está asegurada con llave. Pasá, por favor. En un momento llego".

Un instante antes de enviar la nota electrónica, el varón escondió las muletas bajo otro de los sillones y luego abrió el portafolio del compositor. Se puso a ojear rápidamente las primeras líneas del documento que encabezaba la pila de hojas. Una risa suave escapó de su boca al darse cuenta de lo que significaban esos versos. "Esta es la letra más inmundamente cursi y empalagosa que vi en toda mi vida, pero Maia la va a amar, estoy seguro", pensó para sus adentros. Entonces, tomó el folio y lo puso dentro de una caja abierta de madera que reposaba sobre una mesita de cristal. Luego de ello, envió el mensaje y se unió a la pareja oculta detrás del sillón.

—¿¡Me podés decir qué mierda está pasando!? ¡Y devolveme eso! —exclamó Darren, en voz baja, al tiempo que tomaba la carpeta con brusquedad.

Tanto Jaime como Raquel hicieron un ademán colocando el dedo índice sobre sus bocas para indicarle que guardara silencio. Unos segundos despúes, el taconeo de las botas de Maia les anunció que acababa de entrar al estudio. El fotógrafo esbozó una sonrisa y pulsó el botón del control para reproducir videos en la pantalla. La imagen de un rostro femenino desconocido para la violinista apareció en escena.

—¡Hola, Maia! Seguro que ya no te acordás de mí, pero eso no importa mucho ahora. Me llamo Raquel y quiero que sepás una cosa. Por personas como vos, aún me queda fe en la humanidad y tengo esperanza de que pueda existir un futuro mejor. Gracias a lo que hiciste por mí es que todavía estoy entera y puedo sonreír hoy. Tanto vos como Kari son mis heroínas absolutas, ¡sabelo!

Aquella grabación había dejado boquiabierta a la joven López. "¡No puedo creer que sea esa chica! ¿Qué hizo para encontrarme? ¿Cómo es que sabe mi nombre? ¡Hasta sabe el nombre de mi perra!" Justo en ese instante, Jaime pulsó el botón que liberaba el contenido de numerosas bolsitas de tela que colgaban del techo. Una gran cantidad de miniaturas de violines y estrellas doradas de papel metalizado comenzaron a caer en cascada, mientras la melodía de Over the Rainbow sonaba de fondo. La chica del vídeo continuó hablando.

—Por si te lo estabas preguntando, mi apellido es Silva. Soy la hermana menor de Jaime. Nos conoceremos personalmente en breve, ya verás. Pero antes de eso, me gustaría que recogieras el regalo que hay para vos dentro del cofre. Adelante, tomalo con toda confianza.

Maia sonreía como una niña emocionada mientras daba volteretas y acariciaba las figuritas brillantes que caían sobre sus palmas abiertas. Las lágrimas de alegría amenazaban con desbordarse pronto. "¡Es la hermanita de Jaime! ¡El mundo es demasiado chico! ¡Qué increíble!" Conocer aquel importante detalle la había llenado de dicha. Por consiguiente, decidió que obedecería la petición que le hacía la jovencita de la grabación aunque no la estuviera mirando cara a cara.

Primero, se quitó el estuche con el violín de la espalda y lo puso junto a una pared. Después de eso, se acercó a la caja que Raquel le había mencionado y levantó la hoja de papel que había en su interior. La prolija caligrafía de Darren se encontraba estampada allí, desde el mismísimo título "Apartando la oscuridad" hasta la última consonante en el verso final. Su elegante firma de trazo firme y varonil aparecía al final del escrito. La muchacha se dio a la tarea de leer cada línea muy despacio, con el fin de comprender las ideas a cabalidad.

Tormentosa y cruel era la noche,

el invierno residía en mi corazón.

Entre sollozos suplicaba al cielo

que del aliento vital me despojara.

Mas una armoniosa melodía lejana

del asfixiante dolor me liberó.

Cuatro cuerdas hechas de melancolía

a mi espíritu le devolvieron la paz.

Los acordes de una sonata nocturna me llamaron,

entre las manos de una grácil ninfa los hallé.

La delicadeza de su esencia fue un bálsamo,

con sus lágrimas selló las heridas en mi interior.

Entre doradas luces y níveos pétalos de rosa

conocí la alegría de ver a aquella ninfa volar.

De veraniega calidez rebosaba mi pecho

al contemplar la radiante sonrisa en su boca.

Creadora de polifonías, recolectora de estrellas,

¿hacia dónde conduce la ruta de tu evasión?

Bajo la penumbra de la medianoche te escondes,

tus sueños son el misterio que anhelo desvelar.

Deshazte de tus miedos, ahuyenta la amargura.

Hoy extiendo mis manos en busca de las tuyas.

Permite que nuestras almas brillen al unísono.

Junto a ti quiero seguir apartando la oscuridad.

Las mejillas de Maia estaban completamente empapadas para el momento en que sus ojos habían llegado al verso de cierre. El folio exhibía las marcas que las gotas transparentes habían hecho al entrar en contacto con la tersa superficie. Las manos le temblaban tanto que dejó caer el papel al suelo, mientras algunos murmullos entrecortados emergían a través de su boca. A duras penas se entendían las palabras que la joven pronunciaba debido al ritmo irregular de su respiración. A pesar de todo eso, el nombre del compositor de la letra que tenía frente a sus ojos resonó con claridad en repetidas ocasiones.

El mensaje escrito sobre aquel trozo de papel sacudió los mismísimos cimientos sobre los que la muchacha había erigido su personalidad actual. Nadie había tenido la valentía de ir más allá de la fachada de chica solitaria y taciturna que Maia siempre proyectaba. Incontables personas la habían tachado de engreída, asocial y hasta grosera sin mover un dedo para comprobar si aquellas conclusiones categóricas se basaban en la realidad. Pero Darren, con tan poco tiempo de tratarla, había sabido interpretar al menos una parte de sus sentimientos de manera acertada. Además, le había dicho claramente que deseaba estar a su lado para conocerla a profundidad. El corazón de la violinista estaba estremeciéndose de gratitud.


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